viernes, 25 de enero de 2019

¿Se arrepintió San Pablo de haber perseguido cristianos? 22012019

¿Se arrepintió San Pablo de haber perseguido cristianos?

 
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            Sabemos bien por los Hechos de los Apóstoles que antes de convertirse en el apóstol de los gentiles y en el gran heraldo de Jesucristo entre las naciones, San Pablo había dedicado sus días a la persecución de cristianos. Conocemos incluso que se halla entre los que participan en la lapidación de Esteban, acontecida entre el año 34 y el 37, aunque más probablemente en el 34, bien que él personalmente no arrojara piedra alguna. Y que por entonces es “un joven” con edad indeterminada entre los 15 y los 25 años aunque más probablemente 25 que 15.
            La doble pregunta que nos formulamos ahora es: primero, en alguna de sus catorce cartas conocidas, ¿expresa Pablo el reconocimiento de haber participado en la persecución de cristianos y su arrepentimiento?; segundo, ¿realiza alguna mención expresa a su participación en la lapidación de Esteban?
            A la primera pregunta la respuesta es que sí: Pablo expresa en no pocas ocasiones el reconocimiento de su participación en la persecución de cristianos y su arrepentimiento. Así, lo hace en su Primera Carta a los Corintios:
            “Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la iglesia de Dios” (1 Co. 15, 9).
            Lo vuelve a hacer en la que envía a los Gálatas:
            “Pues habéis oído hablar de mi conducta anterior en el judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la iglesia de Dios para destruirla, y cómo superaba en el judaísmo a muchos compatriotas de mi generación, aventajándoles en el celo por las tradiciones de mis padres”. (Gl. 1, 13-14)
            Una vez más en la que remite a los Filipenses, donde se define como “en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia de la Ley, intachable” (Fl. 3, 6).
            Y en la primera de las dos que dirige a Timoteo,
            “A mí que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente” (1 Tm. 1, 13).
            Reconocimientos en los que rezuma también su arrepentimiento sincero y profundo, que le lleva a definirse por haber perseguido cristianos como “el último de los apóstoles, indigno del nombre”, como “blasfemo” y como “insolente”.
            Y a Esteban, ¿se refiere Pablo a Esteban y a su participación concreta en su martirio? Pues bien, a esta pregunta en cambio la respuesta es no. Cabe preguntarse: y si reconoce de manera tan franca el papel que desempeña en la persecución de cristianos, ¿por qué jamás menciona Pablo su participación concreta en la del que constituye la primera víctima mortal de dicha persecución, Esteban?
            La primera hipótesis sería porque Pablo, aunque reconozca haber tomado parte de una manera genérica en la persecución de cristianos, prefiera mantener en secreto, ocultar, su participación en un hecho tan cruento y tan señalado como la lapidación del protomártir. La hipótesis sería, si no plausible, sí al menos aceptable si nos hubiéramos enterado de la participación de Pablo a través de cualquiera de los cronistas novotestamentarios, o incluso por algún autor de la primera patrística. Pero no lo es desde el punto y hora de que quien nos refiere la participación de Pablo en la lapidación de Esteban es precisamente su mejor amigo, su más cercano confidente, aquél al que Pablo llama “el médico querido”·(Col. 4, 14), “mi compañero de viaje” (2 Co. 8, 19), “mi colaborador” (Flm. 1, 24), “el único que está conmigo”(Tm. 14, 11), aquél al que confía el que Pablo llama en varias ocasiones “mi evangelio” (Ro. 2, 16; 2Tm. 2, 8), quién sino Lucas, el cual, indudablemente informado por Pablo y casi seguro incluso autorizado y hasta “animado” por él a hacerlo, es quien relata la participación de Pablo en la lapidación en su libro de los Hechos de los Apóstoles.
            La segunda respuesta nada descartable es que el extrovertido y arrepentido Pablo, que no halla inconveniente alguno en presentar sus credenciales como perseguidor de la Iglesia, encuentre sin embargo mayor recelo, mayor vergüenza, mayor dificultad en dejar negro sobre blanco su participación en hecho tan deleznable, y prefiera referirse a él de manera oral cuando el tema saliera a colación, que sin duda saldría y en no pocas ocasiones. La expresión facial de arrepentimiento, quién sabe cuántas veces las lágrimas, algún atenuante en el sentido de que él estaba presente pero no levantó la mano contra el mártir, le harían más fácil la presentación de los hechos y de su persona.
            Existe todavía una tercera posibilidad, y es que Pablo se haya referido a la cuestión en alguna de las cartas que no nos han llegado, como una tercera carta a los corintios que se menciona en las propias cartas de Pablo, o una carta a los laodicenses que se menciona en la primera literatura cristiana, e incluso algún otro escrito paulino del que no tengamos referencia alguna, algo que no cabe descartar en pluma tan prolífica y ligera como la de nuestro Pablo.
            Como quiera que sea, en las cartas paulinas conocidas no existe referencia alguna a la figura del protomártir del cristianismo, Esteban, en cuyo martirio estuvo presente, si no en grado de autoría, sí de complicidad, nuestro buen Pablo.
            Y sin más por hoy, me despido de Vds. una vez más, no sin desearles como siempre que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.

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