Evangelizar, y
Evangelizar.
No soy sociólogo e
ignoro qué piensan las personas que se consideran creyentes cuando oyen o
hablan de ‘evangelizar’. Tampoco sé si esta es una palabra normal en el habla
de la modernidad y de la actualidad. Intuyo, muy personalmente, que esta
palabra (evangelizar) pertenece más al ámbito del pasado en proceso de olvido
que a un presente de sentido y de proyecto en plena actualidad.
Con frecuencia
imagino que ‘Evangelizar, Evangelio, Evangelización o Evangelista’ vienen a ser
inmensas telasdearaña en las rinconeras de una casa abandonada. Me da
escalofríos volver a leer lo que acabo de escribir, pero como no me creo sociólogo
no puedo discernir si estoy en la certeza o en el error. Pero me arriesgo a
decirlo.
Si digo que
evangelizar es, en un primer momento insustituible, abrir uno de los cuatro
Evangelios de una Biblia y leer, más de un maestro de la doctrina me dirá que eso
es muy elemental, primario y nada consistente. La tal tarea evangelizadora,
escucho en los ámbitos del en-redamiento social, es estar al día y manejarse en
las plataformas. Quedarse en los relatos de los métodos analógicos es
dinosáurico y troglodítico.
Leer el texto de un
Evangelio y de otro, y de otro y el del cuarto es una tarea imprescindible para
empezar y avanzar en la comprensión de la experiencia evangelizadora. De esta
manera, lo voy aprendiendo en mi día a día, me va naciendo desde dentro la urgente
necesidad de escribir lo que me habita, mi Evangelio. Si leer no es sencillo,
escribir es más complicado. Lo importante es vivir, me dicen mis neuronas
porque lo han escuchado ya tantas veces que parece un mantra. Lo importante es
vivir.
Y sigo un poco más
con mis cantinelas en torno a esto des-usable del Evangelio. Desde ‘el leer’
hasta ‘el escribir’ sé que existe un paso intermedio que se llama
‘interrogarse’. Aseguro que cuantas más preguntas me hago de cuanto leo más me
capacito y motivo para escribir. Este proceso del preguntarse tiene su punto
inquisitorial, pero reconozco que esta actitud se me queda en mis adentros y
personalmente la llamo ‘contemplación’.
Es decir: leo,
contemplo y escribo. Cada uno de los llamados cuatro Evangelistas hicieron
esto mismo en sus días del siglo primero.
Recuerdo ahora
estas cosas sencillas y las comparto contigo. ¿Así es como nos Evangelizamos?
Así lo creo. Y ¿aquello del ‘uno enseña’ y ‘otro aprende’? Se enseña y se
aprende a leer, contemplar y escribir. Se invita, se comparte, nunca se impone,
nunca se obliga. Este, creo, es el camino: leer, contemplar, escribir. A partir
de aquí, pies para caminar y alas para volar. Buen viaje. Mejor, muy buenos
sueños evangelizadores.
Domingo 15º del
TO Ciclo B (11.07.2021): Marcos 6,7-13. Evangelizar, evangelizar, evangelizar. Me lo escribo CONTIGO,
En este domingo, muy afortunadamente, se lee y se
escucha la continuación del relato que se nos proclamó el domingo pasado en la
liturgia. El texto evangélico lo encontramos en Marcos 6,7-13. Con él se
acaba la segunda gran palindromía del estar y el vivir de Jesús de Nazaret en
Galilea. Esta palindromía comenzó en 3,13-19. Conviene pues leer este Mc
3,13-19 con 6,7-13.
En la sola lectura de ambos relatos se capta
nítidamente que el narrador nos está presentando a los DOCE que reciben de
parte de Jesús una invitación. A muchos entendidos les gusta llamar ‘misión’ a
esta tarea a la que Jesús invita a sus seguidores. Y a sus seguidoras. Lo añado
así, porque no se debe olvidar que en este estar con Jesús y seguir con él,
están las mujeres desde la primera hora de la tarea de Jesús en Galilea. Esto
no lo digo yo, sino Mc en 15,40 hasta 16,8.
Suelo escribir siempre en mayúsculas la palabra
DOCE. Quiero indicar con ello que no se refiere exacta y solamente a los doce
llamados apóstoles desde Pedro hasta Judas como se cita en Mc 3,13-19. Los
lectores que deseen ver en esta cuestión los orígenes del cuerpo episcopal de
la Iglesia institucionalizada están en su derecho, pero también están en su
derecho las personas que comprendan este los ‘Doce’ de Jesús como la
alternativa a los ‘Doce’ del viejo Israel.
Los Doce es un pueblo de seguidores, de creyentes,
de gentes religiosas. Los Doce de antes de Jesús es el pueblo judío de la
religión de Moisés. Los Doce de después de Jesús es el pueblo cristiano del
Evangelio que fue, es y será siempre Jesús de Nazaret. Este hombre -judío,
laico y galileo- ni fundó ni institucionalizó religión alguna. Habló de una
nueva manera de ser persona.
Dicho así, una nueva manera de ser persona,
puede parecer a muchos demasiado simple y hasta extraño. Esta simpleza o
extrañeza es una de las provocaciones más peculiares y explícitas del anuncio
del ‘reino-reinado de Dios’ que realiza Jesús de Nazaret por medio del lenguaje
y del mensaje de las parábolas. “Recorría Jesús los pueblos del entorno
enseñando”. Así se concluye el texto del versículo 6,6 de este Evangelio de
Marcos. Y habrá que suponer en consecuencia que esta es la enseñanza que deben
realizar sus seguidoras y seguidores de entonces y de siempre.
Cuando me detengo a contemplar esta ‘misión
explícita’ llevada a cabo por los primeros DOCE de entonces, hombres y mujeres,
de dos en dos, imagino que fueron sin otras certificaciones ‘académicas’ que
las propias palabras de Jesús de Nazaret. ¿Dónde estaban ‘sus papeles’, sus
acreditaciones teológicas y pedagógicas, sus grados, doctorados o másteres?
Seguramente que no hubo en aquel entonces ni catecismos impresos con las
debidas licencias del único maestro del ‘nuevo camino’. Me quedo muy perplejo
ante este ‘nuevo contexto de aprendizaje’ (nca).
Mi contemplación crítica se detiene también en la
memorización existencial de las órdenes que el Evangelista pone en labios de su
Jesús de Nazaret a partir del texto de 6,8: “Les ordenó... Y les dijo... si
no os reciben y no os escuchan, marchaos de allí”. Creo que a lo largo de
veinte siglos han corrido ríos de tinta con los comentarios a estas
orientaciones sobre la evangelización llevada a cabo por los seguidores del laico
de Galilea. Creo que a cuantos nos sentimos evangelizadores nos salen los
colores en la cara ante la interpretación y el evidente olvido de tales órdenes
de Jesús de Nazaret para que la semilla de su buena noticia siga viva y, sobre
todo, vivificadora. Carmelo Bueno Heras.
CINCO MINUTOS
con la Biblia entre las manos. Domingo 33º: 11.07.2021. Después de
comentar los cuatro Evangelios y Hechos ¡completos!...
El
Evangelio (Segunda carta de María de Magdala)
Cordial saludo para ti, Oyente o Leyente de
palabras de Evangelio:
Te agradezco que hayas vuelto aquí después de
estos dos meses de silencio. Te dije en el final de mi primera carta que había
escrito un libro al que bauticé con el nombre de “El Evangelio”. Tengo que
confesarte ahora, por honradez, que ese título lo encontré en uno de los muchos
poemas del libro segundo del profeta Isaías (52,7). Este poeta y profeta
hablaba de la hermosura de los pies de un mensajero que traía la buena noticia
de la libertad para las gentes de su pueblo.
Y mientras leía y arraigaba en mi corazón las
palabras del profeta de Jerusalén sentía que la vida y el mensaje del galileo
Jesús de Nazaret eran, muy novedosamente, esa ‘buena noticia’. Sentía dentro de
mí que ambas realidades se anudaban como anillo al dedo. El mensaje de Isaías
me encandiló como antes me había encandilado el profeta de Galilea...
Y en el atardecer de aquel día inolvidable,
mientras me leía a mí misma por enésima vez, me convencí de que ‘el evangelio’
de Isaías era el regalo de la inspiración para comenzar así mi relato de Jesús
de Nazaret: “Comienzo de ‘el evangelio’ de Jesús… Como dejó escrito el
profeta Isaías…” (Marcos 1,1). Lo escribí y me lo volví a leer hasta
creérmelo: El Evangelio de Jesús, el Evangelio de Jesús, ¡el Evangelio es
Jesús…!
Como te sé y te siento tan curioso, adivino que
tienes abierta tu Biblia, precisamente, en la primera página del ‘Evangelio
según san Marcos’. Sigue siendo curioso y constata que lo primero que escribí,
como si fuera la puerta de entrada a la casa del Evangelio, fue la tarea que un
hombre llamado Juan realizaba lejos de Jerusalén en la orilla oriental del río
Jordán. De este espléndido hombre pleno te hablaré en una próxima carta. Aquí y
de esta manera, empieza mi relato de ‘El Evangelio de Jesús’. Como ves, nada
cuento de la infancia de Jesús.
Y quiero indicarte, muy personalmente, dónde
escribí el último punto de este tan singular relato que tanto tiempo me llevó
amasarlo, moldearlo y hornearlo hasta poder comerlo como ese pan sabroso del
que no se desperdicia ni una miga.
Oyente o leyente mío, que nada ni nadie te
confunda. Yo, María de Magdala, confieso que acabé mi narración del Evangelio
con estas palabras y sus puntos suspensivos: “Ellas salieron huyendo del
sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no
dijeron nada a nadie porque tenían miedo…” (Marcos 16,8). Aquí y de esta
manera, acaba mi relato de ‘El Evangelio de Jesús’. Como ves, nada digo de las
apariciones del viviente Jesús de Nazaret.
En la Biblia y en todas sus distintas ediciones
siempre se añade un texto muy extraño, aunque a primera vista parezca tan
lógico y tan de sentido común (Marcos 16,9-20). Tendré que hablarte despacio de
este final de mi relato, pero será aquí y dentro de dos meses y con la tarea de
haberte leído completo ‘El Evangelio’: desde el 1,1 hasta el 16,8. Te dejo uno
de mis besos. Y sé que para ti comienzo ya a ser María Magdalena del Evangelio.
Carmelo Bueno Heras, Educar hoy 146 (febrero de 2015).
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