Subir o bajar:
elcaminodesantiago
Mes de julio y día 25,
San Santiago el Mayor, el de Compostela en España. Una venerable tradición. O
al revés y conscientemente, una tradición que no tiene raíces constatables,
pero que sin embargo pudo haber sucedido y sería interesante, bonito, oportuno el
que fuera verdad. Escribir explícitamente que Santiago, el llamado Mayor, y
hermano de Juan, según los Evangelistas, nunca pisó tierras de la Tarsis de
España, ni vivo ni muerto, puede causar malestar en más de uno que lo lea.
¿Cómo se le ocurre a alguien pasar de largo a propósito de una tan venerable
tradición?
Lo dejó ahí, en tradición. No
deseo que nadie se moleste por una nimiedad.
Alguno pensará con razón que
lo que acabo de escribir es uno de los signos más evidentes de que nunca hice
'el Camino de Santiago'. Y la respuesta se me presenta muy a mano y sin ninguna
otra complicación. Es muy constatable que existen tantos Caminos de Santiago
como caminantes. Por lo mismo, puedo afirmar que también he realizado, a mi
modo, el camino de santiago. Y lo acabo de escribir en minúsculas. Lo repito:
elcaminodesantiago.
Con esta peculiar opción que
me permite la lengua castellana que hablo quiero expresar lo que sí es
tradición evangélica. Es decir, texto constatable en los Evangelios sinópticos
cuando hablan de uno de los seguidores de Jesús de Nazaret. Lo que se nos
cuenta en esa tradición que parece venir de los días de la vida del judío
galileo es que este tal 'santiago' deseaba hacer 'su camino' dentro del grupo
de quienes acompañaban a Jesús, ya fueran hombres o mujeres, porque aquel grupo
no eran doce ni sólo eran hombres. Aquel 'santiago' pretendió explícitamente
recorrer el camino del ascenso en el rango del poder dentro de aquella
'agrupación-institución-familia-eclesía o lo que se le pareciera'.
Aquel 'santiago' pretendía ser el más importante en el rango después del propio
Jesús. Su camino era la ascensión, el subir. Me sonrojo si escribo el verbo
'trepar'. Pero así parece que eran sus pretensiones: medrar y trepar.
Dice la tradición evangélica
que este subir, trepar y medrar se opone radicalmente al bajar, descender y
servir. El mensaje del Evangelio es así de claro, preciso y contundente.
Con estas orientaciones
propias del espíritu del Evangelio me pregunto, una vez más ahora, ¿qué es
hacer el camino de santiago? Tú y yo y ahora tenemos una opinión muy clara de
cuál es ese verdadero y permanente camino de santiago. Sabemos que no
necesitamos ninguna acreditación ni cumplimiento de ninguna tradición
venerable. Una vez más volvemos a constatar que una cosa es la Religión con sus
tradiciones y otra cosa distinta es el Evangelio. Por esto, sus caminos, los de
la Religión y los del Evangelio, son caminos distintos. Como distintos son el
subir y el bajar.
Dicho ya esto, renuncio a
comentar nada sobre el jubileo propio de los siete años, el domingo, la
indulgencia y demás asuntos que tanto tienen que ver con el más allá y tan casi
nada con el más acá.
A continuación se encuentran
los comentarios evangélicos.
Domingo Santiago Apóstol
Ciclo B (25.07.2021): Mateo 20,20-28
El más importante es el último.
Me lo comento y escribo CONTIGO,
Día 25 de julio de 2021. Domingo. Fiesta de
Santiago Apóstol. La coincidencia de ambas realidades provoca que se realce la
fiesta de la evocación del apóstol sobre la presencia del domingo. Es una
opción y para eso, precisamente, existe una autoridad. Respetable. Así es como
actúa siempre una institución a la que llamamos Religión.
Domingo
a domingo se nos invita a leer el relato de Marcos. Y ante la coincidencia con
la fiesta de Santiago Apóstol se nos propone una lectura en el Evangelio de
Mateo. En esta lectura escogida aparece la presencia del Apóstol. Sin embargo,
también el Evangelista Marcos tiene un precioso relato a propósito de la misma
presencia del Apóstol Santiago. Es más, muy posiblemente el relato de Marcos se
escribiera antes que el del propio Evangelista Mateo.
Dicho
esto, como dato curioso, me propongo leerme ambos relatos en paralelo y como un
ejercicio más de la técnica sinóptica. Marcos comienza así su relato: “Se
acercan a Jesús Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: Maestro...”
(Marcos 10,35-40). En cambio, el Evangelista Mateo nos anuncia: “Se acercó a
Jesús la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para pedirle
algo... y ella le dice: Manda que estos hijos...” (Mt 20,20-28).
Tanto
Marcos como Mateo han situado la narración de este hecho en las cercanías de
Jericó, justo antes de llegar a Jerusalén. Me quedo con el dato de ‘la cercanía
de Jericó’. Según se nos cuenta en la tradición del viejo pueblo de Israel,
como leemos en el Libro de Josué 6, fue Jericó la puerta de entrada de este
pueblo en la tierra de Canaán que su Yavé Dios les regalaba para siempre. La
tierra le pertenece a Dios y Yavé hace con ella según su voluntad.
Con
Jesús de Nazaret llega a esta misma puerta de la tierra, en Jericó, el nuevo
Israel que pretende tomar posesión del regalo de su Dios, que se sigue llamando
Yavé. La familia de los Zebedeos (sean los hijos o sea su madre directamente)
pretenden compartir, en los puestos privilegiados de poder, el reinado del
nuevo y auténtico mesías esperado y que identifican con la persona del laico de
Galilea llamado Jesús de Nazaret. Nunca dejaré de recordar que el nombre de
‘Zebedeo’ significa ‘Trueno’. Los hermanos y apóstoles serían ‘los
atronadores’.
Ambos
Evangelistas constatan la indignación de los otros diez apóstoles ante las
pretensiones de la familia Zebedea. Es decir, este nuevo Israel en su totalidad
pretende, por encima de cualquier otra opción, el poder mandar, ser los
primeros. Esta pretensión recorre toda la historia de las gentes de este
pueblo, no sólo hasta los tiempos de Jesús, sino hasta nuestros días. Estas
gentes fueron, son y serán las primeras en estar, poseer y mandar en esta
tierra.
Y
me atrevo a decir que la Iglesia de esta Religión que se cree ser ‘la religión
de Jesús’ pretende encarnar el mismo derecho a poseer y mandar. Lleva
infiltrada en sus adentros el virus del mando, el cetro de la autoridad y el
poder de todo poder. Por eso proclama que el dios en quien cree es el único, el
verdadero y el todopoderoso.
La
opción que propuso entonces, y siempre, Jesús de Nazaret para quienes deseen
seguirle (reino de Dios es seguimiento de Jesús) es muy elemental, sencilla y
transparente: mirar hacia abajo, contemplar a quienes están ahí, abajarse,
ponerse a su altura, ser uno de ellos y acompañarlos en el camino. Esta es la
opción de quien desee ser el primero. Carmelo Bueno H.
CINCO MINUTOS
con la Biblia entre las manos.Domingo 35º: 25.07.2021. Después de
comentar los cuatro Evangelios y Hechos ¡completos!...
La tierra del dios humano
(Cuarta carta de María de Magdala)
“Vi, toqué, escuché… y no pude retener la vida
de este hombre dentro de mí y para mí. Tenía que contarlo sin que nadie
adivinara que era yo, una mujer, quien lo escribía”. Te estarán sonando a
conocidas, mi oyente y lector, estas palabras. Sabes casi tan bien como yo que
esa mujer es mi misma persona de María Magdalena que hace un par de meses dejó
esta confidencia entre tus manos. Bueno, hace un par de meses o unos veinte
siglos. En este asunto de la memoria que se escribe, el tiempo nunca llega a
comerse las palabras.
Oyente que me lees ahora, puedo asegurarte que la
palabra que escribí entonces permanece. Y la palabra más importante que quise
decir fue la respuesta a una pregunta que llevaba dentro de mí día tras día
como una semilla que se me iba despertando sin poder detenerla ni callarla. ¿Quién
dices que soy yo?, me gritaba ese viviente galileo Jesús de Nazaret. Esto
fue lo que dejé grabado en el corazón de mi relato (Marcos 8,27-30). Sé que
esta pregunta no es sólo mía. Anda arraigándose en el corazón de toda persona
que se acerca a este hombre que ni dejó ni dejará indiferente a nadie.
Conozco la sabiduría de mis lectores y, por ello,
ya desde la primera línea de mi relato adelanté mi propia respuesta: Jesús fue
y es la buena noticia de un hombre que, como todo ser viviente, es hijo de Dios
(Marcos 1,1). Siempre comprendí que estas palabras no eran el título de un
libro de literatura o de teología, eran mi confesión de fe, que muchos pensaron
que era una blasfemia, porque hijo de Dios lo era sólo ‘un mesías’ muy peculiar
o, como sucederá mucho tiempo después, ‘un bautizado’ y, como tal, ya sin
pecado.
Este hombre de carne y hueso, como todo ser
viviente, hombre o mujer de cualquier raza, tiempo o lugar, era el rostro y la
presencia de Dios. Creo que esta fue su buena noticia: Dios es humano, habita
nuestra misma tierra, trabaja, habla, toca, escucha, come y duerme con
nosotros.
Eso era, un Dios humano. ¿Un imposible? ¿Un
milagro? ¡Una blasfemia para la sinagoga, el templo y sus gentes! Así lo conocí,
así creí en él y así escribí en mi relato cuando dije que “Jesús marchó a
Galilea y proclamaba allí la buena noticia de Dios” (1,14). En el mar (1,16;
3,7,…), las sinagogas (1,21; 3,1…) y las casas (1,29; 2,1…) de Galilea sembró
Jesús de Nazaret la semilla de su fe en todas las gentes de su pueblo (4,1-34).
Desde entonces, esta región se llenó de vida y de primavera. Y también de odio
y de condena irrefrenables ante su blasfemia: “los fariseos se confabularon con
los herodianos contra él para ver cómo eliminarlo” (3,1-6).
Por ahora, mi oyente que lee y piensa, creo que
tienes suficiente con volver a leerte mi relato de ‘los muchos hechos y las
pocas palabras de Jesús de Nazaret’ desde el 1,14 hasta el 8,26 del llamado
‘Evangelio de Marcos’. Aquí dejé contado lo que sucedió en Galilea, mi tierra y
la tierra de la escucha y la respuesta. La tierra de la fe en Jesús de Nazaret,
el dios humano, como tú y como yo. Como todo viviente. Hasta octubre y con mi
quinta carta. Carmelo Bueno Heras, Educar hoy 148 (junio de 2015).
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