La herencia de Jesús de
Nazaret
El próximo domingo
despediremos al mes de julio con todas sus oleadas, de calores por el norte, de
tormentas por el centro y de fríos por el sur. Esta casa de la tierra es así de
variopinta por ser tan grande. O tan pequeña como un puntito, según nos dicen
los estudiosos críticos del Cosmos.
Y en esta nuestra historia de
humanos en la tierra sucede todo cuanto alguien pueda imaginarse y un poco más.
Sucede de todo. Y existen personas para todo. No es, pues, extraño que lo que
es cierto para unos sea a la vez equivocado para los otros. No es extraño que
el dinero sea bueno y malo a la vez, como el aire, como la luz, como el agua y
hasta como el mismo fuego. Bueno y a la vez malo. Dependerá todo de las
personas que nos atrevemos a bautizar a esto y a lo otro según mejor nos
parezca. Y a esta realidad, ¡tan personalizada!, se añade después el tiempo al
que llamamos historia.
Digo esto así sin ánimo de
competir en asuntos de filosofía o disciplinas semejantes. Lo dejo dicho así
porque en el mensaje del Evangelista Lucas para este domingo final de julio se
nos pone ante el espejo de las herencias que los humanos nos traemos entre
manos desde que nacemos. La lectura literal del relato evangélico puede que
aluda sólo a esa herencia que los que mueren dejan en manos de los que
viven. Cuando un ser vivo deja de ser vivo deja también aquí todo cuanto
poseía, sea de la condición que sea: tanto propiedades materiales como
inmateriales, tanto pertenencias monetarias como intelectuales, ya se trate de
ganancias o de pérdidas... ¿Qué hacemos con la herencia del difunto? ¿A quién o
a quiénes pertenece? ¿Quién o quiénes deben de ser los árbitros del
reparto?
De este asunto nos tocará
pensar de forma crítica y humanizadora. Y la constatación nos suele apuntar que
en un elevado porcentaje los enfrentamientos superan a los entendimientos. En
tiempos de Jesús de Nazaret parece que estas cosas también tenían sus más y sus
menos. Y sólo se le atribuye una advertencia en su manera de proceder: cuidado
con el ánimo de lucro.
Por estas razones,
discutibles y discutidas siempre, me pareció oportuno aludir a una publicación
que en su día me sorprendió muy agradablemente, por su autor al que conozco
personalmente, por el trabajo evangelizador que siempre realizó y por el
mensaje y su mismo tratamiento comunicativo. Seguro que nadie negará la
centralidad de la eucaristía en la iglesia, sobre todo en la iglesia católica y
romana. ¿Acaso no es esta eucaristía la más apreciable herencia recibida del
propio Jesús de Nazaret? Pero, ¿qué eucaristía es la que recibimos en herencia?
¿Una o múltiple? Cuidado, también, con el ánimo de lucro...
De esa herencia trata la
palabra y la imagen de esta publicación que se acerca ya a los veinte
años. Creo que el lenguaje del comunicador Siro no prescribirá jamás. Creo que
no posee fecha de caducidad. Se podrá comprender o no, se podrá aceptar o no,
pero no dejará indiferente a nadie que se acerque a leer y contemplar tanto las
imágenes como los textos.
Y acabo esta presentación,
¿qué herencia has recibido personalmente de aquel Jesús de Nazaret que vive en
ti?
A continuación se encuentran
los comentarios del domingo 31 de julio.
Carmelo Bueno Heras
Domingo 18º del TO Ciclo C
(31.07.2022): Lucas 12,13-21. Jesús denunció el ánimo de lucro. Me lo escribo CONTIGO,
Comienzo
ahora este comentario volviendo a constatar un hecho lamentable que se repite
con insistencia: El texto de Lucas 11,14-53 y su continuación en Lucas
12,1-12 nunca se nos lee al pueblo en la liturgia de la misa o eucaristía
dominical. Nunca, durante los domingos del Ciclo C. Este extenso y magnífico
relato del Evangelista jamás se ha proclamado a las gentes que no tienen otro
acceso que la escucha del Evangelio domingo tras domingo. ¿A quién le importa
si esto es bueno o no lo es? ¿Por qué razones se oculta a las gentes estos
mensajes?
El pasado
día 29 de junio de nuestro año 2022 escribía Francisco papa en el último número
de su Carta Apostólica ‘Desiderio desideravi’: De domingo a domingo, la
Palabra del Resucitado ilumina nuestra existencia queriendo realizar en
nosotros aquello para lo que ha sido enviada (cfr. Is 55,10-11). Esta
afirmación y otras varias y semejantes de esta Carta Apostólica están siendo,
como poco, inexactas por no decir falsas. Ninguno de los cuatro Evangelios, que
se supone que son esa ‘Palabra del Resucitado’, se proclama completo y por su
orden a lo largo de un año eclesiástico. ¿Así es como debe entenderse la tan
repetida expresión papal ‘la belleza de la verdad de la Liturgia’? Deseo
ardientemente que la Liturgia tome en serio al Evangelio.
En el año
eclesiástico que comenzó en el mes de noviembre de 2017 y que finalizó en el
mes de noviembre de 2018 propuse la lectura seguida y completa de este
Evangelio de Lucas. En aquella propuesta dedicaba tres domingos del mes de
julio de 2018 a la lectura y comentario de los relatos que la organización
litúrgica romana-vaticana nunca nos ha proclamado en sus eucaristías
dominicales. Seguramente que ‘la autoridad ordenada por el Espíritu’ sabrá qué
está y qué no está en conformidad con el mismo Espíritu de los demás creyentes.
Sólo constato los datos.
Lucas
12,13-21 comienza así: Uno de la gente le dijo [a Jesús]:
Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo…” (Lc 12,13).
Cuando un lector de este Evangelio llega a este punto de su lectura sabe que a
ese tal Jesús de Nazaret le acompañan ‘miles y miles de personas’ (Lc 12,1). Y
sabe también qué ha dicho en voz alta a sus más directos seguidores (Lucas
12,1-11). Y ahora debe responder a la pregunta sobre la repartición de las
herencias entre los hermanos. Lucas escribe estas cosas unos 40 o 50 años
después de la muerte de Jesús. Por eso, mi sentido crítico de lector se
pregunta: ¿Esto sucedió así como se cuenta o debo pensar que es un relato
nacido de la imaginación evangelizadora de Lucas?
Por
seguir iluminando la reflexión recordaré que este asunto de las herencias de
los hermanos será también uno de los motivos centrales del famoso capítulo
decimoquinto del Evangelista y de su parábola de un padre y de sus dos hijos. Y
no dejo de pensar que este mismo asunto es propio de todas las experiencias de
familia. Y ante esta realidad tan humana, desde que la persona es persona,
Jesús y su Evangelizador Lucas nos dejan su opción nítida y contundente: ‘Tened
mucho cuidado con toda clase de avaricia o codicia o ánimo de lucro’ (Lucas
12,15).
Y como
diestro narrador, tanto Lucas como su Jesús de Nazaret, nos añade a los
lectores una vez más una parábola a modo de espejo que tan sólo desea devolver
la imagen de aquella persona que se atreve a mirarse de tú a tú en él.
Si así y
ésta fue y es la buena noticia de aquel Jesús de Nazaret, seguramente que en
los adentros de cada persona, y no en dogmas fuera de ella, es donde crecerá la
presencia real y verdadera del Reino-Reinado del Dios en quien creía aquel
judío y laico de Galilea. Carmelo Bueno Heras
CINCO MINUTOS con la otra Biblioteca de la BIBLIA
entre las manos
Tú y yo, entre otras muchas actividades, solemos
también leer. En ocasiones, quedamos sorprendidos por lo que leemos. Es más, y
nos ocurre a veces, llegamos a pensar que lo que leemos nos hubiera gustado
haberlo escrito nosotros mismos. Por esta sola razón, me he decidido a
compartir CONTIGO, semana a semana, durante este año eclesiástico, 52 libros.
Creo que, en la inmensa BIBLIA de todos los textos, como en el cuerpo de toda
persona, ¡todo está relacionado!
. Ahora, Semana 36ª: 31.07.2022: Cita de Siro López,
CUERPO Y SANGRE. Siglo XXI de España Editores, Madrid, 2003, 104 páginas.
INTRODUCCIÓN.
Pesadilla narrativa:
Tengo la
sensación de que los sacerdotes hemos hecho de la ‘Mesa compartida’ lo que las
empresas de hoy en día han hecho con la fruta. Nos hemos servido del fruto de
la vida para comercializarlo de forma etiquetada y perfectamente embalada.
Cuando
llega a la boca de alguien un supuesto fruto, éste ya ha perdido todo su sabor.
Por fuera tiene una imagen inmaculada, perfecta, recién salida del paraíso.
Genéticamente se han eliminado sus semillas; siempre resultaron molestas y
peligrosas. Apenas hemos dejado que los rayos del sol lleguen a la piel, no sea
que madure unida al árbol y corra el peligro de desprenderse. Por si fuera
poco, bautizamos continuamente los frutos con sulfatos para impedir la
hospitalidad a otros malqueridos inquilinos, llámense gusanos o mariquitas.
No se
duda en introducir la fruta en congeladores a bajas temperaturas, para que una
vez lleno el depósito se pase a clasificarlo por peso y tamaño. Son desechadas
las que creativamente han desarrollado otras formas y colores que no se
corresponden con el canon establecido.
En cambio,
aquellas que han superado la prueba son impregnadas de brillo y sello. Una vez
encajonadas son bellamente precintadas con precio de salida. ¡Están preparadas
para alimentar al pueblo!
Sin
embargo…, añoro los días de mi infancia en los que, junto a mis amigos, podía
saborear la fruta madurada en el árbol.
Si
nuestras iglesias se vacían, no acusemos a nuestros fieles de cambiar de dieta¸
más bien, preguntémonos… qué hemos hecho del Dios de la vida.
Tras ver
y contemplar una exposición en el ‘Museo Nacional de Arte Reina Sofía’
(Madrid), con la mente hurgada por preguntas sin respuestas, me vino al corazón
una imagen: un cáliz y el símbolo de la arroba (@). En principio ni sabía el
porqué ni quise conceder importancia al asunto. Al cabo de dos días, acudieron
a mí más imágenes que coincidían en una misma cosa: todas abordaban el tema de
la eucaristía. Ya no me podía resistir. Me puse a trabajar… fascinado por la
fuerza de lo simbólico. Durante varios meses estuve consagrado a la elaboración
de los bocetos, fotos y diseños. Mis preguntas -más que expresadas- estaban
siendo azuzadas y exprimidas por imágenes.
Me
preguntaba si cuanto tenía ante mí era un conglomerado de símbolos, un tratado
de teología sacramental o una campaña publicitaria. Comencé a contrastarlo con
diferentes personas: amigos, jóvenes, teólogos… Todos coincidían en sentirse
sorprendidos e interpelados. Algunas imágenes se abrían paso, lograban
adentrarse, intimar, demandar, transgredir, profundizar… No obstante, otras
permanecían ocultas.
Surgió
entonces la idea de buscar diferentes personas que escribiesen un texto a cada
imagen. No se trataba tanto de comentar cuanto de escribir a partir de la
imagen. Las condiciones: máxima libertad y no más de una página por extensión.
Para muchos de los autores, curiosamente, las dificultades mayores surgieron
con la segunda cláusula; arrastrados, habrían querido escribir todo un artículo
a partir -a raíz- de la imagen […] Las imágenes junto con los textos pretenden
ser un material de reflexión, de meditación, de renovación, de desecho, de
crítica, de frescura… Texto completo, en páginas XI-XII.