De huellas y apellidos
Los juegos olímpicos, los de
la vetusta Olimpia griega y los de París 2024, se acabaron. También las
medallas, y las derrotas y las lesiones y los sueños. Los sueños, los cumplidos
y los rotos, también pasan y... dejan huella. Las huellas permanecen y, muchas,
también desaparecen, como les sucede a las cicatrices. Es la historia. Con
minúscula y con Mayúscula.
En estas olimpíadas no he
competido en nada. Bueno, tal vez competí conmigo mismo. Y nos hemos
comprendido. Lo dejo así. Y espero ver la llegada del 2028 para seguir en la
competición.
Y hablando de esto de las
'huellas' aprovecho para expresar una peculiar sugerencia que me viene
creciendo desde tiempo. Esta huella se llama nombre y dos apellidos. Una
peculiar trinidad. Y cada persona somos esto: un nombre y dos apellidos. Una
madre, un padre y un hijo.
Seguro que muchos lo habréis
constatado. Al final de estas presentaciones siempre escribo mi nombre y mis
dos apellidos. E igualmente lo hago al finalizar el comentario del relato del
Evangelio. Y no podía ser de otra manera que volver a teclear el nombre y los
dos apellidos al concluir el texto de los 'CINCO MINUTOS'.
No pretendo llamar las
atenciones de nadie, quiero decir que soy hijo de un padre y de una madre. A
los dos recuerdo cada vez que escribo 'Bueno' y 'Heras'. Sé que a todos cuantos
leéis estas líneas os sucede lo mismo.
Sin embargo, mi observación
me dice que no siempre es así. Conozco un libro precioso que se titula 'Declive
de la Religión y futuro del Evangelio' y se dice en la portada y en la
correspondiente solapa de la 'biografía' que su autor es 'José María Castillo'.
¿Qué le ha sucedido al apellido de su madre para que no se haya escrito? No
tiene más importancia. Es posible.
Otro ejemplo. No sé a
cuánto ascienden las veces que he tenido, o hemos tenido, que escribir la
referencia explícita al fundador de la familia, instituto o congregación
lasaliana: Juan Bautista de La Salle. Tal vez, un buen puñado de miles de
veces. Casi siempre se nos queda en el tintero la palabra francesa 'Moet',
primer apellido de su querídisma madre. Y por no hacerlo con normalidad
dudaremos siempre de escribir esa diéresis así 'Möet' o quizá mejor ahí 'Moët'.
No tiene más importancia. Es posible.
Y dicho esto sobre esto,
acabo. El padre y la madre de Jesús, el de Nazaret, ¿tuvieron sus apellidos?
Quizá no tiene más importancia. Es posible.
He dicho todo esto por
haberme quedado dando vueltas a ese mensaje de Juan 6,41-43. ¿No tiene más
importancia? Es posible.
Y hablando de este asunto, y
como vengo haciéndolo, me pararé unos momentos a contemplar el dato de la
'señora María' en este mundo de la Religión que llamamos cristianismo. Lo haré
a mi manera, como ya lo practico desde hace algunas semanas. Decido
continuar el rosario mariano con las siete nuevas advocaciones de María con
su correspondiente jaculatoria. Ya me va quedando menos para llegar a la etapa
final de este camino de tales advocaciones, la 366:
190. Nuestra Señora la Virgen de los Ángeles. Que me
devuelvan a la señora María.
191. Nuestra Señora la Virgen de la Sierra. Que me
devuelvan a la señora María.
192. Nuestra Señora la Virgen de la Escalera. Que me
devuelvan a la señora María.
193. Nuestra Señora la Virgen de los Ojos grandes. Que me
devuelvan a la señora María.
194. Nuestra Señora la Virgen de Aparecida. Que me
devuelvan a la señora María.
195. Nuestra Señora la Virgen de Luján. Que me
devuelvan a la señora María.
196. Nuestra Señora la Virgen de los Pobres. Que me
devuelvan a la señora María.
. Mi
jaculatoria: Que me devuelvan a la señora María.
Y también esta otra: Vive Jesús en nuestros
corazones. Siempre.
Y nada más para este nuevo
domingo del 11 de agosto de 2024.
A continuación se encuentra,
primero, el comentario del Evangelio propuesto desde el ámbito vaticano para
las Eucaristías.
Y, en segundo lugar, el
comentario del relato que nos correspondería proclamar si se leyera
ordenadamente este Evangelio de Marcos a lo largo de los cincuenta y dos
domingos del año eclesiástico católico.
Carmelo Bueno Heras
Domingo 19º del TO Ciclo B
(11.08.2024): Juan 6,41-51. Respiro, vivo y sigo escribiendo CONTIGO,
constante leyente.
¿Para el Sínodo de la
Sinodalidad?
Por
tercer domingo consecutivo se nos propone la lectura del Evangelio del domingo
en el capítulo sexto del libro de Juan. En concreto, será el texto de Juan
6,41-51: “Los judíos murmuraban de Jesús, porque había dicho: Yo soy el
pan que ha bajado del cielo” (Juan 6,41). Así lo escucharemos en el
comienzo de la lectura. Los judíos de todas las épocas sabían, saben y sabrán,
que este asunto de ‘el pan bajado del cielo’ se refiere al maná, fuera lo que
fuera, que su Yahé-Dios les proporcionó gratuitamente a sus antepasados en los
años del desierto cuando huían de la presencia de sus opresores los egipcios.
Que aquel judío y laico llamado Jesús dijera de él mismo que era ese pan era
proclamar una blasfemia tan monstruosa como atreverse uno ahora a llamarse la tercera
persona de la santísima trinidad. Con perdón, si molesto, pero es así como
entiendo lo que este Evangelista Juan me dice en su escrito.
Sigo
la cita del texto del Evangelista. Y aquellos judíos decían también: “¿Éste
no es Jesús?, ¿el hijo de José?, ¿cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede
decir ahora: he bajado del cielo? (Juan 6,42). Para este Evangelista no hay
dudas, por lo que leemos en sus palabras. El padre de Jesús es José. ¿Por qué
no dice que su madre es María? Lo ignoro yo y todos cuantos leemos este
Evangelio. En ningún lugar de este libro llamado Evangelio de Juan se dice
explícitamente que María era el nombre de su madre. ¿Quiso decir algo este
biógrafo con esta ausencia? Lo ignoramos todos cuantos leemos esto. Tan solo
podemos ofrecer ‘puras opiniones personales’.
Ante
estas acusaciones de los judíos, nos sigue diciendo este Evangelista, su Jesús
de Nazaret no se quedó callado. Habló. Comenzó a hablar en el versículo 43 y no
dejó de hacerlo hasta lo que nos dice el Evangelista en el versículo 51, el
último que se nos leerá en el Evangelio del domingo día 11 de agosto: “Yo
soy el pan vivo, bajado del cielo… Si uno come de este pan, vivirá para
siempre…”. Nada de todo esto nos contaron los biógrafos sinópticos Mc, Mt y
Lc.
Y
con este mismo mensaje del versículo 51 comenzará la lectura del Evangelio el
próximo domingo día 18 de agosto. Curiosa la opción seleccionadora de la
autoridad litúrgica. Unos versículos de este capítulo sexto se silencian para
que nunca el pueblo los escuche. En cambio, otros, se les repite para que sean
siempre bien recordados. Para mis adentros me digo, con intranquilidad, ¡qué
sinuosa habilidad manipuladora del texto evangélico!
Después
de haberse leído no una, ni dos veces, sino muchas dentro de una vida sin interrogantes,
un lector o audiente llegará a la conclusión de que aquello que se proclamaba
antes en la santa misa y ahora en la eucaristía en el momento de la
consagración es, real y verdaderamente, lo mismo que se proclama en este cuarto
Evangelio. Sin embargo, déjenme decir que esto que aquí nos cuenta este
biógrafo no sucede en la cena final de Jesús con sus seguidores, sino en la
Sinagoga de Cafarnaúm (Juan 6,59), en los días de una fiesta de la Pascua.
Esta
constatación puede no ser importante. Lo que importa es preguntarse: ¿Qué es
eso de comer el pan, de comer a Jesús? O, como se interrogan muchos con quienes
convivimos: ¿Qué es eso de comulgar a/con Jesús? Y añado otro pormenor de esta
narración evangélica. Las palabras que el Evangelista pone en boca de su Jesús
están dichas para todas las personas que lo acompañaban en aquellos momentos,
incluidos los acusadores. En ningún caso se afirma que estas palabras se digan
sólo y exclusivamente a sus doce seguidores, varones, llamados apóstoles y para
sus únicos sucesores. Convendría estudiar este capítulo sexto en la próxima
sesión del Sínodo de la Sinodalidad, creo. Carmelo Bueno Heras. Madrid, 11
de agosto de 2024
CINCO
MINUTOS con el Evangelio de Marcos entre las manos para leerlo y meditarlo
completo y de forma ordenada, de principio a fin. Semana 37ª (11.08.2024):
Marcos 10,17-31
Era
tan pobre persona que sólo tenía, deseaba y amasaba dinero
Seguimos
en la alargada narración de la segunda etapa del Camino de Jesús y de sus
seguidores hacia Jerusalén y, hacia los adentros de cada uno de los caminantes:
“Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y, de rodillas ante
Jesús, le preguntó…” (Mc 10,17). La próxima referencia textual al camino
nos indicará que ya nos hallamos todos -aquel Jesús de Nazaret, sus seguidores
y cuantos ahora leemos estos hechos- en la tercera y última etapa (Marcos
10,32). Jerusalén va quedando más cerca.
Creo
que la narración contada en Marcos 10,17-31 tiene tres breves apartados
relacionados entre sí por una pregunta explícita del llamado ‘joven rico’, que
en realidad no es tan joven como bien apunta el texto explícitamente: “Maestro,
todo esto lo he guardado desde mi juventud” (10,20). Y tampoco parecía ser
tan rico porque acabó despreciando ‘el tesoro’. Y algo más, como muy bien se
dice en el sentido común de la gente normal, aquel buen hombre y judío era tan
pobrerico que solo tenía dinero, y “se marchó entristecido porque tenía
muchos bienes” (Mc 10,23).
Escuchamos
la pregunta y nos quedamos saboreándola según el sentido crítico de nuestras
neuronas: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida
eterna?” (10,17). Estamos en el primer apartado de este sorprendente
encuentro de Jesús de Nazaret con aquel hombre tan inmensamente rico, tanto que
hasta parece querer comprarse para él ‘la vida eterna’. No hubo acuerdo entre
ambos y eso que el propio Jesús se atrevió a mirar a aquel judío ‘con cariño’ y
le invitó a compartir no sus riquezas, sino su persona, el camino, el reino de
Dios (Marcos 10,17-22).
Y
todo esto sucede ante la presencia de quienes están y caminan con Jesús. Es el
segundo apartado de la narración (Marcos 10,23-27). Estos seguidores, que ven y
oyen a Jesús que rechaza ser maestro de nada ni de nadie, están tan asombrados
como ignorantes: “Se decían entre sí: ¿quién podrá salvarse?” (10,26).
Les sigue resonando la pregunta del judío ricopobre que hablaba de vida eterna.
Por
fin, la tercera parte de esta secuencia (Marcos 10,28-31) que además sirve para
cerrar la segunda y larga etapa del camino de las enseñanzas compartidas entre
Jesús de Nazaret y todas aquellas personas que, entonces, ahora y siempre,
desean tener como tesoro de sus personas el reino. Un reino que, al parecer de
este relato, no es una vida eterna al otro lado de esta vida.
Este
tercer apartado lo inicia Pedro: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos
seguido” (Mc 10,29). Y seguidores son de este Jesús a quien acompañan
mientras suben a Jerusalén. Pero como lector que soy no dejo de preguntarme:
¿Por qué lo siguen? ¿Qué interés les mueve? Y más, ¿por qué decidirán abandonar
a este Jesús a quien aquí y ahora siguen? (Mc 14,43-51).
En
estos momentos de mi lectura crítico-contemplativa necesitaría más que en otras
ocasiones una palabra de certeza, María Magdalena. ¡Necesito tanto que me
susurres qué es esa ‘vida eterna’, qué es ese ‘tesoro del reino de Dios’, qué
es ‘ser último’ y ‘ser primero’…! Te necesito.
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