sábado, 24 de agosto de 2024

Domingo 21º TO Ciclo B (25.08.2024): Juan 6,60-69 (¿Qué significa comer el pan, comulgar con Jesús?) y CINCO MINUTOS con el Evangelio de Marcos (Semana 39ª (25.08.2024): Marcos 10,46-52 Tu fe es quien te salva)

 

Domingo 21º TO Ciclo B (25.08.2024): Juan 6,60-69

Respiro, vivo y sigo escribiendo CONTIGO:

¿Qué significa comer el pan, comulgar con Jesús?

“Al oír todo lo que había dicho [Jesús], muchos de los que le seguían decían: Su enseñanza es muy difícil de aceptar. ¿Quién puede hacerle caso? Jesús, dándose cuenta de lo que estaban murmurando, les preguntó: ¿Esto os ofende?... Desde entonces abandonaron a Jesús muchos de los que le habían seguido, y ya no andaban con él. Jesús preguntó a los doce: ¿También vosotros queréis iros?...” (Juan 6,60-69).

 

Así es como comienza el texto que se nos leerá el domingo 25 de agosto en las celebraciones de la fe de la Iglesia. El relato completo se encuentra en Juan 6,60-69, que ya nos debe de resultar familiar por habérnoslo leído personalmente a lo largo de las cuatro últimas semanas. Este Evangelista nos ha situado en la celebración de la fiesta judía de la Pascua en la que nos ha contado dos acciones sorprendentes de su biografiado Jesús de Nazaret.

 

La primera de estas acciones fue dar de comer a más de cinco mil personas con unos cinco panes y dos peces, como ya había hecho en otro tiempo un profeta llamado Eliseo (2Reyes 4,42-44). La segunda acción que realiza este Jesús de Juan es caminar sobre las aguas del lago de Galilea sin hundirse. Este par de acciones son la cuarta y la quinta de un total de siete que Juan nos ha contado desde el capítulo segundo hasta el undécimo de su Evangelio. Ambas acciones nos evocan la experiencia pascual de Israel, como se cuenta literalmente en el libro del Éxodo, en el desierto y en el paso del Mar Rojo.

 

Junto a estas dos acciones tan sorprendentes como significativas, este Evangelista puso en boca de su Jesús de Nazaret unas extensas palabras para explicar el significado de sus acciones, sobre todo, el significado de aquella comida del pan repartido y compartido. Comida y bebida que son signos de su propia persona y vida. Por eso se atreve a denominarse y anunciarse como se hablaba de Yavé-el dios de Israel: Yo soy el pan, yo soy el vino. Mi cuerpo y mi sangre son pan y son vino.

 

Tal atrevimiento constituye, conscientemente, la proclamación de la herejía y blasfemia más escandalosa que pudiera imaginarse contra la milenaria RELIGION de la Ley de Moisés, de los Profetas, del Templo de Jerusalén, de sus instituciones y de su Sacerdocio sagrado.

 

Por estas razones, como leemos en los versículos finales de este capítulo sexto del Libro de Juan, todos cuantos vieron, oyeron, tocaron y acompañaron a este Jesús manifestaron abiertamente su enfrentamiento y oposición. Y lo abandonaron. Y algo más, alguno de los seguidores más cercanos, decidió acabar con este judío y laico de Galilea tan osadamente atrevido y blasfemo. Si leíste hasta aquí no dejes de consultar en tu biblia las palabras de Juan 6,70-71 que no se nos proclamarán en ninguna de las celebraciones dominicales.

 

Me llama mucho la atención lo que aquí nos ha comunicado el Evangelista a propósito de la persona de Pedro según leemos en Juan 6,68-69, que pondrán el punto final a la lectura pública de este texto en las eucaristías: “Señor, ¿a quién iremos? Tus palabras son palabras de vida eterna. Nosotros sí hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. De estas palabras se olvidó el propio Pedro cuando su vida corría peligro como nos dice este Evangelista en Juan 18, 24-27: ¿No eres tú uno de los discípulos de ese hombre? Pedro lo negó: no, no lo soy… Y yo me vuelvo a preguntar: ¿Qué significa hoy y siempre ‘comer a Jesús’, ‘comulgar con él’? Carmelo Bueno Heras. En Madrid, 25 de agosto de 2024.

 

CINCO MINUTOS con el Evangelio de Marcos entre las manos para leerlo y meditarlo completo y de forma ordenada, de principio a fin.

Semana 39ª (25.08.2024): Marcos 10,46-52

Tu fe es quien te salva

Un ciego recupera la vista y sigue a Jesús que es el camino (Marcos 10,52). Este ciego tiene un nombre o una identidad: Bar-Timeo (El hijo de Timeo). Pero en Mateo, que también cuenta este mismo relato de curación, son dos ciegos los que recobran la vista y no tienen nombre (Mateo 20,29-34). El Evangelista Lucas también nos comunica este mismo suceso, pero se ha olvidado de constatar ‘su ¿partida de bautismo pagano?’, porque no dice el nombre del ciego que ve (Lucas 18,35-43). Las muchas diferencias ni anulan ni enturbian las semejanzas. 

 

El hecho sucede, según los tres narradores y curiosamente, en la ciudad de Jericó. Aunque sea en la entrada o en la salida de la ciudad. Fue por esta ciudad por la que entró el viejo pueblo de Israel para tomar posesión de la tierra de Canaán que le había prometido su Yavé Dios que se la arrancaba de las manos a los propietarios cananeos. Esta ‘película o gesta religiosa’ es la que se cuenta en el Libro de Josué, que muy bien merecería la pena echarle una ojeada.

 

Por esta ciudad de Jericó que es la puerta de entrada en la tierra de la liberación entró Israel entonces y entra Jesús de Nazaret con quienes le acompañan. Esta tierra tiene su capital ‘neuronal’ en Jerusalén. Aquí acaba la tercera etapa de ese camino que comenzó Jesús en la alta Galilea de Cesarea de Felipe (Mc 8,27-30) con una pregunta que esperaba respuesta entonces y que la sigue esperando ahora. ¿Quién decís que soy yo? ¿Qué decimos tú y yo ahora sobre aquel Jesús de Nazaret del que hablamos tanto sin cansarnos ni agotarle?

 

En el recodo final de ese camino. En la orilla, como un marginado, está sentado un mendigo y ciego que se llama Bartimeo, como bien ha investigado la narradora María Magdalena. La única Evangelista que se ocupó de saber su nombre: El hijo de ‘el Timeo’. A veces, muchas, he pensado que la identidad de este personaje no es otra que la de la propia María Magdalena, identificada como ciega y mendiga, hasta que se encontró con aquel laico y tan galileo como ella misma y se hizo de los suyos y suya. Lo abandonó todo en ese gesto tan evocador del abandono del manto. Confió en él, se levantó, se acercó y ¡se fundieron en un abrazo!

 

 ¿Su ceguera?, ¿era de no ver con sus ojos o de no creer-pensar-confiar en aquel camino que era la persona del galileo Jesús de Nazaret? ¿Quién es éste? ¿Quién es Jesús de Nazaret? Y esta pregunta me la estoy haciendo yo mismo, ahora y hasta CONTIGO, que me acompañas y con quien escribo semana tras semana. Y nos estamos haciendo esta pregunta después de habernos ya leído aquello del final del relato que esta mujer evangelista y evangelizadora nos dejó escrito en 16,1-8: “Buscáis a Jesús de Nazaret… Id… a Galilea. Allí le veréis”.

 

Aquí, en Jericó, en las puertas de Jerusalén, se acaba Galilea. Y se acaba de estar en ella cuando se le ‘ve a Jesús’ y se identifica uno con él y con su camino. Y se expresa en ese abrazo compartido cuerpo con cuerpo. Aquí y así se le ‘ve a Jesús’ que vive en ti, su resucitador. Vive en ‘el en ti’ de aquella María Magdalena, la escritora, y en ‘el en ti’ de cuantas personas llevan dentro el evangelio que era y es aquel hombre, laico, galileo y humano Jesús de Nazaret.

 

¿Acaso no es todo esto, se explique como se explique, lo que se nos está anunciando con esta expresión de Marcos-María Magdalena, repetida una vez más: ‘Tu fe te ha salvado’? (10,52).

Carmelo Bueno Heras. En Madrid, 20 de agosto de 20217.

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