Palabra también de bolsillo y cartera
REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz
(RV).- (Con audio) Distantes del mundo, aislados del ajetreo de la ciudad, en desiertos y montañas rezan los monjes y las monjas, dedicados solo a eso. Y en espaciosos templos, la luz alumbra grandes libros pretéritos con la Palabra de Dios que resuena en las columnas altas y se graba en los corazones.
También Jesús, palabra definitiva de Dios hecha carne, subió a la montaña a dialogar con el Padre. Y Pedro, Santiago y Juan vieron la luz de esta Palabra de Dios hecha carne y sintieron y gustaron un gozo inefable a la luz y calidez de esta Palabra viva de vida. Tanto que pretendían quedarse allí para siempre.
Pero ¡¿cómo hacemos vos y yo aquí, enredados, entrampados en el trajín loco y anónimo de la gran ciudad enmarañada, para escuchar; para sentir y gustar la luz vivificante de esta Palabra de Dios que nos hace gozar la vida verdadera?¡
Francisco Papa dice que “también escuchamos a Jesús en su palabra escrita, en el Evangelio... es una cosa buena tener un pequeño Evangelio – exhorta –. Y llevarlo con nosotros en el bolsillo, en la cartera, para leer un pequeño pasaje. En cualquier momento de la jornada… tomo del bolsillo el Evangelio y leo un pequeño pasaje. Y ahí es Jesús el que nos habla, en el Evangelio… Siempre tengamos el Evangelio con nosotros. Porque es la palabra de Jesús. Para poder escucharlo.”
Lo que vivieron Pedro, Santiago y Juan; lo que sienten y gustan los monjes y monjas saboreando la Palabra de Dios hecha carne, lo podemos gozar también nosotros leyendo todos los días algún versículo del evangelio. Y quizá hasta en un embotellamiento de automóviles, en plena ciudad, entra en nosotros la cálida y vivificante luz de Dios. Porque Dios nos habla en cualquier parte, si estamos preparados y dispuestos.
¡Buen provecho con la Palabra de Dios!
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