130. El
Espíritu Santo también enriquece a toda la Iglesia evangelizadora con distintos
carismas. Son dones para renovar y edificar la Iglesia.[108]
No son un patrimonio cerrado, entregado a un grupo para que lo custodie; más
bien son regalos del Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia
el centro que es Cristo, desde donde se encauzan en un impulso evangelizador.
Un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su
capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de
Dios para el bien de todos. Una verdadera novedad suscitada por el Espíritu no
necesita arrojar sombras sobre otras espiritualidades y dones para afirmarse a
sí misma. En la medida en que un carisma dirija mejor su mirada al corazón del
Evangelio, más eclesial será su ejercicio. En la comunión, aunque duela, es
donde un carisma se vuelve auténtica y misteriosamente fecundo. Si vive este
desafío, la Iglesia puede ser un modelo para la paz en el mundo.
131. Las
diferencias entre las personas y comunidades a veces son incómodas, pero el
Espíritu Santo, que suscita esa diversidad, puede sacar de todo algo bueno y
convertirlo en un dinamismo evangelizador que actúa por atracción. La
diversidad tiene que ser siempre reconciliada con la ayuda del Espíritu Santo;
sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al
mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que
pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en
nuestros exclusivismos, provocamos la división y, por otra parte, cuando somos
nosotros quienes queremos construir la unidad con nuestros planes humanos,
terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Esto no ayuda a la
misión de la Iglesia.
Reflexión:
9 marzoEl Espíritu Santo también enriquece a toda la Iglesia evangelizadora con distintos carismas, señala el Papa Francisco. Son dones para renovar y edificar la Iglesia. No son un patrimonio cerrado, entregado a un grupo para que lo custodie; sino que son más bien regalos del Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo, desde donde se encauzan en un impulso evangelizador. Un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos. Una verdadera novedad suscitada por el Espíritu no necesita arrojar sombras sobre otras espiritualidades y dones para afirmarse a sí misma. En la medida en que un carisma dirija mejor su mirada al corazón del Evangelio, más eclesial será su ejercicio. En la comunión, aunque duela, es donde un carisma se vuelve auténtica y misteriosamente fecundo. Si vive este desafío, la Iglesia puede ser un modelo para la paz en el mundo.
Es lo que llama el Papa:Carismas al servicio de la comunión evangelizadora
Pero, las diferencias entre las personas y comunidades a veces son incómodas, advierte el Santo Padre, aunque el Espíritu Santo, que suscita esa diversidad, puede sacar de todo ello lo bueno y convertirlo en un dinamismo evangelizador. La diversidad tiene que ser siempre reconciliada con la ayuda del Espíritu Santo; sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división y, por otra parte, cuando somos nosotros quienes queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Esto no ayuda a la misión de la Iglesia.
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