(RV).- (Con audio)
Frente al sufrimiento espiritual, sicológico, con tanto dolor físico, por el rechazo, la condena, la burla, la tortura del látigo, las espinas, el peso de la cruz, los clavos, Jesús no condena, no se enoja como yo, no se ofende, no se defiende para que no paguen justos por pecadores. Esta es la victoria del amor de Jesús el Padre Dios y a nosotros en la crueldad física, sicológica, espiritual y moral que padece en la pasión y en la cruz. Esta paciencia intacta en situaciones extremas, la ternura de su perdón en la violencia agresiva de muerte; el aguante, la mansedumbre y la humildad en el atroz sufrimiento, revelan la potencia del amor de Jesús más fuerte que todo; que vence todo y que no es derrotado por nada.
Por eso, en las terribles heridas de la tortura y la muerte de Jesús vemos la grandeza y belleza de su amor victorioso, hasta el extremo.
Después, la resurrección de Jesús al tercer día es como una consecuencia; como una continuidad de la victoria. Su amor no puede ser vencido por el mal y tampoco por la muerte. Su amor vence también la muerte. Porque el amor de Jesús es vida plena.
Señor Jesús, que la poderosa fuerza del amor de tu corazón herido y victorioso me purifique del mal y me llene de tu vida plena.
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