Beata Maria Ana Vaillot
Beatas Maria Ana Vaillot y cuarenta y seis compañeras, mártires
En Avrillé, en las cercanías de Angers, en Francia, pasión de las beatas María Ana Vaillot y sus cuarenta y seis compañeras, que recibieron la corona del martirio durante la Revolución Francesa. Estos son sus nombres: Otilia Baumgarten, religiosa; Juana Gruget, Luisa Rallier de la Tertinilre, Magdalena Perrotin, María Ana Pichery y Simona Chauvigné, viudas; Francisca Pagis, Juana Fouchard, Margarita Riviére, María Cassin, María Fausseuse, María Galard, María Gasnier, María Juana Chauvigné, María Lenée, María Leroy Brevet, María Rouault, Petrina Phélippeaux, Renata Cailleau, Renata Martin y Victoria Bauduceau, esposas; Juana, Magdalena y Petrina Sailland d'Espinatz, hermanas; Gabriela, Petrina y Susanna Androuin, hermanas; María y Renata Grillard, hermanas; Ana Francisca de Villencuye, Ana Hamard, Carla Davy, Catalina Cottanceau, Francisca Bellanger, Francisca Bonneau, Francisca Michau, Jacoba Monnier, Juana Bourigault, Luisa Amata Déan de Luigné, Magdalena Blond, María Leroy, Petrina Besson, Petrina Ledoyen, Petrina Grille, Renata Valin y Rosa Quenion.
El sábado primero de febrero de 1794, en el pequeño pueblo de Angers, Francia, dos Hijas de la Caridad: sor María Ana Vaillot y Sor Odilia Baumgarten, van en un largo convoy. Son 398 personas, mujeres en su mayoría. Van atadas de dos en dos a una cuerda central y custodiadas por gendarmes. Avanzan hacia el campo donde serán ejecutadas.
Las Hijas de la Caridad estaban establecidas en el Hospital de Angers desde 1639. En 1792, al proclamarse la República de Francia, la Superiora General da a conocer a la Compañía el decreto de supresión de todas las corporaciones eclesiásticas. Encomendaba a las hermanas “No abandonen el servicio de los pobres si no se ven forzadas a hacerlo. para poder continuar el servicio de los pobres préstense ustedes a todo lo que, honradamente, se les pueda exigir en las presentes circunstancias, con tal que no haya en ello nada contra la religión, la iglesia y la conciencia”.
En septiembre de este mismo año el rigor de la persecución se va a hacer presente en el Hospital de Angers. La finalidad era que las hermanas prestaran el juramento de obediencia a una nueva organización civil en donde la Iglesia pasó a depender del Estado. El alcalde del ayuntamiento informa que las Hermanas estaban dispuesta a hacer el juramente pero que se los impide la influencia de tres de ellas: Sor Antoniette, superiora, María Ana y Odilia. La conclusión es inmediata: son arrestadas inmediatamente. Esto ocurre el domingo 19 de enero de 1794. Dos días después soltaron a Sor Antoniette; pero Sor María Ana, Sor Odilia y otras hermanas comparecen el 21 de enero ante el juez, quien, ante la pertinaz negativa, decreta el fusilamiento.El 1º. de febrero el comisario de la prisión se presentó con una lista en la mano y empezó a llamar a las víctimas, que iniciaron la marcha hacia el lugar de la ejecución. Sor Odilia mostró miedo al salir de la prisión, pero en el brazo de Sor María Ana quedó fortalecida. Los condenados avanzaron los 3 kilómetros hasta el lugar de la ejecución cantando cánticos y salmos. Las hermanas se animaban mutuamente y también a los que con ellas iban a morir por la fe. El numeroso grupo se alineó a lo largo de las fosas. Al ser reconocidas por los que con ellas sufrirían el martirio se elevó un clamor: pedían gracia para las hermanas. El verdugo se siente impulsado a salvar a las hermanas: «No hagan el juramento y yo me comprometo a decir que lo han hecho». Sor María Ana se encargó de dar la respuesta: «No solamente no queremos hacer el juramento, ni siquiera queremos que se crea que lo hemos hecho».
Se dio entonces la orden de disparar. Sor María Ana no cayó a la primera descarga, únicamente se rompió el brazo. Pudo entonces sostener a Sor Odilia, inanimada y sangrando, mientras llegaba su hora. Con su muerte ellas expresaron cómo era su vida. Lo atestiguado con su sangre lo venían atestiguando con su fe y su acción. Al morir proclaman a quién habían servido durante la vida. Junto con ellas mueren muchas otras mujeres, casadas, solteras y viudas, vinculadas de una u otra manera a las Vicentinas, 45 de ellas beatificadas junto con Sor María Ana y Sor Odilia. El grupo comprende edades muy dispares, desde los 65 años de la viuda Simone Chauvigné, hasta los 23 años de la joven laica Marie Leroy; muchas de ellas son familiares de sangre entre sí como las hermanas D'Epinatz. Hay restos de familias enteras, cuyos hombres habían muerto en el alzamiento contra la Revolución. El grupo fue beatificado el 19 de febrero de 1984 por SS Juan Pablo II.
San Pablo Hong Yông-ju,
Santos Pablo Hong Yông-ju, Juan Yi Mun-u y Bárbara Ch'oe Yong-i, mártires
En la ciudad de Seúl, en Corea, santos mártires Pablo Hong Yông-ju, catequista, Juan Yi Mun-u, que se ocupaba de los pobres y enterraba los cuerpos de los mártires, y Bárbara Ch'oe Yong-i, la cual, siguiendo el ejemplo de sus padres y esposo muertos por el nombre de Cristo, fue decapitada al igual que los otros.
Barbara Choe era hija Magdalena Son, canonizada en este mismo grupo de 103 mártires. Fue muy devota desde niña, y cuando sus padres trataron de arreglar su matrimonio, pidió que quien fuera a ser su marido fuera un católico ferviente, no importaba si rico o noble. Así se casó con un hombre mucho mayor, 44 años, Carlos Cho, cuando ella tenía apenas 20 años en aquel momento. Al año siguiente dio a luz a un hijo. La pareja se animó mutuamente en la virtud y la práctica de la religión. Cuando Barbara fue detenida, llevó a su hijo -de menos de 2 años- con ella a la cárcel, sin embargo era muy difícil para el niño permanecer en prisión, no había luz ni alimentos suficientes, e incluso Bárbara temía flaquear en su decisión de dar la vida por Cristo, por lo que dejó finalmente al niño a cargo de familiares. Fue torturada para que revelara el paradero de los católico, fue golpeada 250 veces y su cuerpo se retorcía. Escribió desde la cárcel una carta en la que decía: "¡Qué triste estoy de perder a los míos en el martirio! Pero cuando pienso en cielo, quedo consolada, y doy gracias a Dios por el privilegio tan especial de ser mártir. Mi corazón se llena de felicidad". Fue asesinada el 1 de febrero, un día después de su madre.
Juan Ni provenía de una familia cristiana y noble de Tong-san-mit. Quedó huérfano a los 5 años, y fue llevado a la capital, donde quedó en adopción de una familia también cristiana. De joven se volcó a la piedad, e incluso había decidido guardar el celibato, aunque por deferencia a su madre adoptiva, aceptó casarse, aunque su esposa murió muy pronto, por lo que quedó solo, con sus dos niños; sin embargo, esta circunstancia no lo indujo a contraer nuevamente matrimonio. A los treinta años es un activo catequista, acompaña a los misioneros en la administración de los sacramentos, y cuando estalla la persecución de 1839, organiza colectas de limosnas para el sostén de los necesitados de la comunidad, y se dedica junto con otros a recoger los cuerpos sin vida de los mártires. Se esconde en provincia, pero es igualmente apresado y, luego de las torturas, decapitado.
Pablo Hong es hermano de Pedro Hong, conmemorado ayer; eran nietos de Hong Nang-min martirizado en 1801 y sobrinos de Protasius Hong, martirizado en 1839. Fue apresado con su hermano y juzgado junto con él, pero su ejecución fue desplazada porque la ley coreana prohibía matar a todos los hermanos o a padre e hijo juntos. Pablo tenía al momento del martirio 39 años. Los dos hermanos se dedicaban a la enseñanza del catecismo, al cuidado de los enfermos y otras actividades caritativas. Arriesgaron su vida en 1839 para esconder en su casa a los misioneros extranjeros, y por eso ya estaban marcados como posibles victimas. Cuando fueron apresados, se les instó a que revelaran el paradero de los cristianos y renegaran de su fe, pero ninguno de los dos realizó nada de ello. Llevados antes el fiscal jefe, resultó ser pariente suyo, y declinó torturarlos directamente, pero mandó hacerlo a unos subordinados. Murió, como su hermano, decapitado.
Histoire de l'Eglise en Coree, de Dallet, II, pág. 201ss y 103 Korean Martyr Saints, web de la Iglesia de Corea.
Beata Juana Francisca de la Visitación | |
Beata Juana Francisca de la Visitación, virgen y fundadora
En Turín, en Italia, beata Juana Francisca de la Visitación (Ana) Michelotti, virgen, que fundó el Instituto de Hermanitas del Sagrado Corazón, para servir al Señor cuidando desinteresadamente a los enfermos pobres.
En el Turín del siglo xix, sacudido por los belicosos aires de la unificación italiana, encendió el Señor una de las grandes luminarias de la Iglesia contemporánea, san Juan Bosco. Puede ser entendido como la estrella central de una constelación de santos. En su órbita también se inscribe la Beata Juana Francisca de la Visitación, que nos ofrece un suave destello de luz y esparce un calor manso, como una brasa viva y silenciosa. Sintió como él el hechizo que produce siempre la figura de san Francisco de Sales, dechado de bondad y de mansedumbre. Si Don Bosco fundó la Sociedad Salesiana, nuestra beata logró dar vida al primitivo proyecto de san Francisco de Sales de fundar una congregación de monjas dedicadas a visitar y cuidar a los enfermos pobres.
Murió a los 44 años exactamente, un día después de san Juan Bosco, el 1 de febrero de 1888. Se llamó antes de ser religiosa Ana Michelotti, nacida en Annecy, en la Alta Saboya, el 29 de agosto de 1843, de padre piamontés y madre saboyana. Fue la tercera de cuatro hermanos, huérfanos de padre en la niñez. La madre, viuda y reducida a gran pobreza, demostró un temple extraordinario en el sostenimiento de los hijos, sacando tiempo para visitar y atender a enfermos necesitados. El influjo en su hija Ana fue decisivo desde sus primeros años. Cuando visitaba enfermos la acompañaba, y en su corazón brotaba la compasión y el interés por los demás. Así, la vocación a la vida religiosa brotó en ella con la mayor espontaneidad, en ambiente de estrechez suma pero atenta a los que todavía sufrían más.
A los diecisiete años entró en el monasterio de las Hermanas de San Carlos, de Lyon, una congregación dedicada a la enseñanza, y muy pronto comprendió que su lugar no era aquél. La acogió en el mismo Lyon una señorita muy piadosa, y comenzó el apostolado entre los enfermos. Su madre falleció en 1864 y el único hermano que le quedaba, cuatro años después. A sus veinticinco años seguía viviendo de prestado en Lyon, sin hogar familiar de referencia: sola. En su camino se cruzó un alma inquieta, sor Catalina, ex novicia de las Hermanas de San José de Annecy. Ambas coincidieron en la idea de poner en marcha el proyecto que habían tenido san Francisco de Sales y santa Juana de Chantal de fundar una congregación de hermanas para visitar y asistir a enfermos pobres. La gente comenzó a llamarlas «las dos señoritas de los pobres». Su casa se reducía a dos pequeñas habitaciones en una buhardilla, pero contaban con la bendición del arzobispo de Lyon, ante el que emitieron los votos el 29 de julio de 1869. Ana Michelotti asumió nuevos nombres de clara resonancia salesiana: Juana Francisca de Santa María de la Visitación. ¡Todo un programa!
En el camino de muchos santos hay trechos marcados por desconciertos y fracasos. No es del todo fácil de explicar la separación de las dos compañeras en 1870. Ana permaneció durante un tiempo en Annecy; luego halló cobijo junto a algunos familiares de la rama paterna en Almese, en el Piamonte, continuando su entrega a los enfermos, siempre dispuesta a obedecer. Respondió con prontitud, volviendo a Lyon, cuando se vio reclamada autoritariamente, y se encontró reducida a simple novicia, y sometida a grandes pruebas y humillaciones, ella que a todas luces era cofundadora. Retornó a Annecy, y la comunidad de Lyon, por cierto, no tardó en extinguirse. En Annecy, su ciudad natal, había para ella un sitio privilegiado de oración junto a la urna que guardaba las reliquias de S. Francisco de Sales. ¿Qué hacer? ¿Qué rumbo debía tomar la monja fracasada, ya llegada a los 28 años? Los santos permanecen siempre a la escucha y en su corazón a veces resuenan «palabras sustanciales», que dan fuerza para realizar lo que significan. Tales fueron las que oyó internamente con toda claridad: «Encamínate a Turín. Allí te quiere el Señor para que allí establezcas tu monasterio».
Hacia Turín se dirigió a finales de 1871 y allí se estableció definitivamente en 1873. Sus biógrafos hacen especial mención de dos personas de vida muy santa que le prestaron ayuda: el P. Félix Carpignano, del Oratorio de San Felipe Neri, y María Clotilde de Saboya. Buscó para su fundación una designación que denota humildad, devoción y amor: Piccole Serve del Sacro Cuore di Gesú, Siervecillas del Sagrado Corazón de Jesús, al servicio de enfermos pobres. Sólo eran tres para comenzar pero bastaron para que el cardenal Gastaldi, arzobispo de Turín, autorizase la obra en 1874, año en que las tres tomaron el hábito. El 2 de octubre de 1875 emitieron los votos de pobreza, castidad y obediencia. Sorprendentemente, el mismo cardenal que tan duro e incomprensivo se mostró con Don Bosco, cuando la obra de éste ya resultaba asombrosa, supo prestar su apoyo a una pobrecita mujer que echaba a andar de modo tan insignificante.
La dedicación a los enfermos pobres supuso sacrificios mayores de los imaginados. Varias de las poquitas monjas de los comienzos fallecieron víctimas del contagio. Pero pocos años después ya eran veinte. En 1880 pudieron abrir la segunda casa en Milán y en 1882 otra nueva en Valsalice, cerca de Turín, que se convirtió en casa-madre. Pronto siguieron otras fundaciones. La sombra benéfica de Don Bosco la acompañó en los momentos más difíciles. La consolidación y la expansión de una Congregación religiosa no es simple fruto de planificación y capacidad organizadora. Se requiere en los fundadores un carisma especial que suscite en otros el seguimiento, formándolos luego y sosteniéndolos con la enseñanza y el ejemplo. Beata Juana Francisca cifró su atención en el Corazón de Jesús que le inspiró la entrega sacrificada, abrazándose a la cruz. Pablo VI no duda en afirmar que responde fielmente al ideal de la mujer fuerte de la Biblia (Prov 31,17-20): «En ciudad ajena, pobre y careciendo de todo, falta de salud, afectada y afligida por muchas dificultades, alcanzó tal grado de virtud que siguió a Cristo con omnímoda libertad, imitándolo muy de cerca y logrando fundar una familia de religiosas que ha superado ya el siglo de existencia viviendo de su carisma de caridad».
Gravemente enferma, cesó como madre general de su congregación en enero de 1887. Falleció santamente el 1 de febrero del año siguiente. Fue enterrada con la máxima simplicidad en un pobre cementerio y hubiera ido a parar al osario común, si no hubiesen sido recogidos sus restos diez años después. Desde el año 1923 descansan en la capilla de la casa-madre de Valsalice. Fue proclamada beata por el papa Pablo VI en Roma el 1 de noviembre del Año Santo de 1975.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
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