martes, 2 de agosto de 2016

San Eusebio de Vercelli, obispo y confesor - San Pedro Julián Eymard, presbítero y fundador (2 de agosto)

San Eusebio de Vercelli, obispo y confesor

fecha: 2 de agosto
fecha en el calendario anterior: 16 de diciembre
†: 371 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

San Eusebio, primer obispo de Vercelli, en la Liguria, que consolidó la Iglesia en toda la región subalpina, y que por defender la fe del Concilio de Nicea fue desterrado por el emperador Constancio, primero a Escitópolis y, posteriormente, a Capadocia y la Tebaida. Vuelto a su sede después de ocho años de exilio, se esforzó con empeño y valentía para restablecer la fe contra la herejía arriana.

oración:
Concédenos, Señor, Dios nuestro, imitar la fortaleza de tu obispo san Eusebio de Vercelli al proclamar su fe en la divinidad de tu Hijo, y haz que, perseverando en esa misma fe de la que fue maestro, merezcamos un día participar de la vida divina de Cristo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

San Eusebio, nació en Cerdeña. Según se dice, su padre estuvo ahí prisionero por la fe. Cuando su madre quedó viuda, se trasladó a Roma con Eusebio y su hermana. Eusebio se educó allí y recibió la orden del lectorado. Más tarde, fue enviado a Vercelli, del Piamonte, donde se distinguió tanto en el servicio de la Iglesia, que el clero y el pueblo le eligieron para gobernar la sede. San Eusebio es el primer obispo de Vercelli de cuyo nombre queda memoria. San Ambrosio cuenta que fue el primer personaje de Occidente que unió la disciplina monástica con la clerical, ya que vivía en comunidad con una parte de su clero. Por ello, los canónigos regulares veneran especialmente a san Eusebio. El santo comprendió que el primero y mejor de los medios para trabajar eficazmente por la santificación de su grey consistía en formar personalmente a su clero en la virtud, piedad y celo de las almas. En esa empresa tuvo tanto éxito, que sus discípulos fueron elegidos obispos de otras diócesis, y muchos de ellos brillaron como faros en la Iglesia de Dios. San Eusebio se ocupaba también de la instrucción del pueblo con gran diligencia, y muchos pecadores cambiaron de vida, gracias a la virtud de la verdad que predicaba el santo y a su ejemplo de bondad y caridad.
El año 354, fue convocado al servicio de la Iglesia universal y, durante los diez años siguientes, se distinguió como confesor de la fe y sufrió por ella. En efecto, el año 354 el Papa Liberio designó a san Eusebio y asan Lucifer de Cagliari para que fuesen a pedir al emperador Constancio que reuniese un concilio y tratase de poner fin a la contienda entre los católicos y los arrianos. Constancio accedió, y el concilio se reunió en Milán, el año 355. Eusebio, viendo que los arrianos, aunque eran menos numerosos que los católicos, se iban a imponer por la fuerza, se negó a asistir al concilio hasta que Constancio le obligó. Cuando los obispos recibieron la orden de firmar un documento que condenaba a san Atanasio, Eusebio se rehusó a hacerlo y, poniendo sobre la mesa el Credo de Nicea, exigió que todos lo suscribiesen antes de discutir el caso de san Atanasio. Ello produjo un verdadero tumulto. Finalmente, el emperador mandó llamar a san Eusebio, san Dionisio de Milán y san Lucifer de Cagliari, y les exigió que condenasen a Atanasio. Ellos insistieron en que era inocente y que no había derecho a condenarle sin oírle, y reclamaron contra la intervención del brazo secular en las decisiones eclesiásticas. El emperador se enfureció y los amenazó de muerte; pero se contentó con desterrarlos. San Eusebio fue desterrado por primera vez a Escitópolis de Palestina, donde estuvo bajo la vigilancia de Pátrofilo, el obispo arriano.
Al principio, se alojó en casa de san José de Palestina, cuya familia era la única ortodoxa de la población. San Epifanio y otros distinguidos personajes le consolaron visitándole, y unos mensajeros fueron desde Vercelli a llevarle una ayuda pecuniaria. Pero la paciencia del santo se vio sometida a duras pruebas. Después de la muerte del conde José, los arrianos insultaron a san Eusebio, le arrastraron medio desnudo por las calles y durante cuatro días, le tuvieron encerrado en una reducida habitación y le molestaron continuamente para que aceptase los principios arrianos. Como ni sus diáconos, ni los otros cristianos podían ir a visitarle, el santo escribió a Patrófilo una carta encabezada de la siguiente manera: «Eusebio, siervo de Dios, y los otros siervos de Dios que sufren con él por la fe, al perseguidor Patrófilo y sus secuaces». Después de describir lo que había sufrido, pedía que se diese a sus diáconos el permiso de visitarle. San Eusebio hizo una especie de «huelga de hambre». Cuando llevaba cuatro días sin probar alimento, los arrianos le enviaron de nuevo a su casa. Pero tres semanas más tarde, irrumpieron nuevamente en la casa y le sacaron a rastras, después de robar sus bienes, desparramar sus provisiones y echar fuera a su séquito. San Eusebio se las arregló para escribir a su grey una carta en la que contaba lo sucedido. Más tarde fue trasladado de Escitópolis, a Capadocia, y luego a la Tebaida superior. Se conserva una carta que escribió desde Egipto a Gregorio, obispo de Elvira, en la que le alaba por la constancia con que había resistido a los enemigos de la fe de la Iglesia, y expresaba su deseo de morir sufriendo por el Reino de Dios.
Constantino murió hacia el año 361. Juliano permitió que los obispos desterrados retornasen a sus respectivas sedes. San Eusebio fue entonces a Alejandría a hablar con san Atanasio sobre los remedios que había que aplicar a los males de la Iglesia. Ahí tomó parte en un concilio y, después, se trasladó a Antioquía, como legado conciliar, para hacer que se reconociese como obispo a san Melecio y para tratar de poner fin al cisma eustaciano. Desgraciadamente, Lucifer de Cagliari acababa de echar leña al fuego, nombrando a Paulino obispo de los eustacianos. Eusebio le reprendió por la ligereza con que había procedido. El fogoso Lucifer se vengó rompiendo la comunión con él y con todos aquéllos que, obedeciendo los decretos del concilio de Alejandría, aceptaban a los obispos convertidos del arrianismo. Tal fue el origen del cisma de Lucifer, a quien su orgullo hizo perder el fruto del celo que había mostrado hasta entonces y de lo que había sufrido por la fe.
No pudiendo hacer nada en Antioquía, san Eusebio recorrió el Oriente hasta la Iliria, confirmando en la fe a los que vacilaban en ella y reconciliando a muchos que se habían alejado de la Iglesia. En Italia encontró a san Hilario de Poitiers y, juntos, combatieron a Auxencio de Milán, quien quería imponer el arrianismo. San Jerónimo dice que la ciudad de Vercelli «se quitó los vestidos de luto» cuando volvió su obispo después de tan larga ausencia. No sabemos nada sobre los últimos años de san Eusebio. Murió el l de agosto. En la catedral de Vercelli hay un manuscrito de los Evangelios, escrito, según se dice, de la propia mano del santo. El rey Berengario lo mandó cubrir con láminas de plata hace casi mil años, porque estaba ya muy gastado. Dicho manuscrito es el «codex» más antiguo que se conserva de la versión latina. San Eusebio es uno de los varios personajes a los que se ha atribuido el Credo Atanasiano.
Los Padres de la Iglesia, que con su celo y saber mantuvieron intacta la verdad de la fe, hicieron de la humildad el fundamento de su actividad. Sabiendo que estaban sujetos a error, repetían con san Agustín: «Puedo errar, pero nunca seré hereje». La prudencia y la humildad no son menos necesarias en los estudios profanos que en los religiosos. Algunos pierden el contacto con la realidad en sus elucubraciones y desperdician su talento dedicándose a estudios que están por encima de sus fuerzas. Cicerón tiene razón cuando dice que no hay doctrina, por absurda que sea, que no haya sido defendida por algún filósofo. Por ello, el Apóstol afirma que «la ciencia hincha», no porque sea mala en sí misma, sino porque el corazón humano es muy propenso al orgullo. Generalmente los más ignorantes son los que caen más fácilmente en el defecto de exagerar sus conocimientos y cualidades.
Dado que no existe ninguna biografía propiamente dicha de San Eusebio (pues la que publicó Ughelli es muy posterior y de poco valor histórico), las principales fuentes son las cartas del santo, un artículo de los Viri illustres de San Jerónimo, y la literatura polémica de la época. Los principales acontecimientos de la vida de san Eusebio están relacionados con la historia general de la Iglesia.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012

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San Pedro Julián Eymard, presbítero y fundador

fecha: 2 de agosto
fecha en el calendario anterior: 3 de agosto
n.: 1811 - †: 1868 - país: Francia
canonización: 
B: Pío XI 12 jul 1925 - C: Juan XXIII 9 dic 1962
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

San Pedro Julián Eymard, presbítero, el cual fue primeramente sacerdote diocesano y después miembro de la Compañía de María. Adorador eximio del misterio eucarístico, instituyó dos nuevas congregaciones, una de clérigos y otra de mujeres, para fomentar y difundir la piedad hacia el Santísimo Sacramento. Murió en la aldea de La Mure, cerca de Grenoble, en Francia, donde había nacido.
oración:
Oh Dios, que concediste a san Pedro Julián un amor admirable hacia el sagrado misterio del Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, concédenos benigno que merezcamos participar de este divino convite, comprendiendo, como él, su riqueza. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Pedro Julián nació en 1811 en la Mure d'lsére, pueblecito de la diócesis de Grénoble. Su padre era un fabricante de cuchillos. El muchacho trabajó algún tiempo con él, y más tarde, en una prensa de aceite, hasta cumplir los dieciocho años. En las horas de descanso, estudiaba el latín y recibía lecciones de un sacerdote de Grénoble, en cuya casa trabajó algún tiempo. En 1831, ingresó en el seminario de Grénoble, donde recibió la ordenación sacerdotal tres años después. Pasó sus primeros cinco años de ministerio parroquial en Chatte y Monteynard. Su obispo, Mons. de Bruillard, expresó perfectamente lo que los fieles pensaban del P. Eymard, cuando éste le pidió permiso de ingresar en la congregación de los maristas: «La mejor prueba de estima que puedo dar a esa congregación, es permitir a un sacerdote como vos ingresar en ella». Cuando terminó el noviciado, Pedro Julián fue nombrado director espiritual del seminario menor de Belley. En 1845 fue elegido provincial de Lyon. La devoción al Santísimo Sacramento había sido siempre el centro de su vida espiritual. «Sin Él -decía el santo- perdería yo mi alma». Durante una procesión del Corpus, mientras llevaba en sus manos al Santísimo Sacramento, tuvo una experiencia extraordinaria que relata así: «Mi alma se inundó de fe y de amor por Jesús en el Santísimo Sacramento. Las dos horas pasaron como un instante. Puse a los pies del Señor a la Iglesia de Francia, al mundo entero, a mí mismo. Mis ojos estaban llenos de lágrimas, como si mi corazón fuese un lagar. Hubiese yo querido en ese momento que todos los corazones estuvieran con el mío y se incendiaran con un celo como el de san Pablo».
En 1851, el P. Eymard hizo una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Fourviéres: «Me obsesionaba la idea de que no hubiese ninguna congregación consagrada a glorificar al Santísimo Sacramento, con una dedicación total. Debía existir esa congregación ... Entonces prometí a María trabajar con ese objeto. Se trataba aún de un plan muy vago y no me pasaba por la cabeza abandonar la Compañía de María ... ¡Qué horas tan maravillosas pasé allí!». Los superiores le aconsejaron que difiriese la ejecución de sus proyectos, hasta que estuviesen perfectamente maduros. El sacerdote pasó cuatro años en La Seyne. Alentado por Pío IX y por el Venerable Juan Colin, fundador de los maristas, determinó finalmente salir de la Compañía de María para fundar la nueva congregación. En 1856, con la aprobación del superior general de los maristas, presentó a Mons. de Sibour, arzobispo de París, su plan de fundar una congregación de sacerdotes adoradores del Santísimo Sacramento. Al cabo de doce días de angustiosa espera, recibió la aprobación de Mons. Sibour, quien puso a su disposición una casa. En ella se instaló Pedro Julián con su primer compañero. El 6 de enero de 1857 expuso por primera vez en la capilla de la casa al Santísimo Sacramento y predicó a un nutrido auditorio.
Los primeros miembros de la Congregación del Santísimo Sacramento fueron los PP. de Cuers y Champion. La exposición del Santísimo tenía lugar tres veces por semana. Los progresos fueron lentos: muchos eran los llamados, pero pocos los escogidos, y las dificultades abundaban. Los miembros de la congregación se vieron obligados a cambiar de domicilio. En 1858 consiguieron una capillita en el suburbio de Saint-Jacques. Dios derramó ahí sus gracias con tal intensidad durante nueve años, que el P. Eymard solía llamar ese sitio «capilla de los milagros». El siguiente año, Pío IX emitió un breve en alabanza de la congregación. Se inauguró la segunda casa en Marsella. En 1862 se abrió la tercera casa en Angers. Ya había entonces bastantes miembros para establecer un noviciado regular, y la congregación empezó a extenderse rápidamente. Los sacerdotes rezan el oficio divino en coro y ejercen los ministerios pastorales; su principal fin es la adoración del Santísimo Sacramento, en la cual los ayudan los hermanos legos. En 1852, el P. Eymard fundó la congregación de las Siervas del Santísimo Sacramento, dedicadas a la adoración perpetua y a propagar el amor del Señor. También fundó la Liga Eucarística Sacerdotal, cuyos miembros se comprometen a pasar diariamente una hora en oración ante el Santísimo. Pero el P. Eymard no se limitó a trabajar entre lom sacerdotes y religiosos. Así, fundó la «Obra de Adultos» destinada a preparar para la primera comunión a los hombres y mujeres que, por razón de la edad o del trabajo, no podían asistir al catecismo parroquial, organizó la Archicofradía del Santísimo Sacramento, tan estimada por la Iglesia, que el derecho canónico ordenaba que se estableciera en todas las parroquias. Como si todo ello fuese poco, el santo escribió varias obras sobre la Eucaristía, que han sido traducidas a diversos idiomas.
Una de las mayores dificultades con que tuvo que enfrentarse el P. Eymard fueron las críticas que se le hicieron al principio por abandonar la Compañía de María, ya que sus detractores se oponían a la fundación de la nueva obra. El santo solía excusarles: «No comprenden la obra y creen que hacen bien en oponerse a ella. Ya sabía yo que la obra iba a ser perseguida. ¿Acaso el Señor no fue perseguido durante su vida?» Hubo además otras dificultades y decepciones; pero la Santa Sede aprobó finalmente la congregación en vida de su fundador, según lo dijimos antes y la confirmó «in perpetuum» en 1895. El P. Eymard poseía un espíritu de piedad muy comunicativo. Siempre que iba a La Mure, hacía tres «visitas»: una a la pila en que había sido bautizado, otra al altar en que había recibido la primera comunión y otra a la tumba de sus padres. En 1867 escribía: «Durante años había acariciado la ilusión de visitar mis queridas regiones de Chatte y Saint-Romans», que fueron el escenario de sus primeros ministerios. Las gentes consideraban al P. Eymard como un santo y, en realidad, su santidad se mostraba en todo: en su vida diaria, en sus virtudes, en sus obras, en sus dones sobrenaturales. En varias ocasiones adivinó los pensamientos de personas ausentes; con frecuencia leía en los corazones y, más de una vez, tuvo visiones proféticas. San Juan María Vianney, quien le conoció personalmente, dijo de él: «Es un santo. El mundo se opone a su obra porque no la conoce, pero se trata de una empresa que logrará grandes cosas por la gloria de Dios. ¡Adoración sacerdotal, qué maravilla! ... Decid al P. Eymard que pediré diariamente por su obra».
Durante los últimos cuatro años de su vida, a san Pedro Julián le aquejó una gota reumática, padeció de insomnios, y a sus sufrimientos se añadieron enormes dificultades exteriores. Por una vez, dejó ver el desaliento que le asaltaba. El P. Mayet escribió en 1868: «Nos abrió su corazón y nos dijo: 'Estoy abrumado bajo el peso de la cruz, aniquilado, deshecho'. Necesitaba el consuelo de un amigo, ya que, según nos explicó: 'Tengo que llevar la cruz totalmente solo para no asustar o desalentar a mis hermanos'». Tenía ya el presentimiento de su próxima muerte; así, cuando su hermana le rogó que volviese con mayor frecuencia a La Mure, replicó: 'Volveré más pronto de lo que imaginas'. La conversación tuvo lugar en febrero. El P. Eymard fue a visitar a sus amigos y penitentes, hablándoles como si fuese la última vez que los veía. En julio, viendo aproximarse el desenlace, su médico le ordenó que saliese de París inmediatamente. El 21 de ese mes el padre Eymard salió de Grénoble rumbo a La Mure. El día era muy caluroso y, cuando llegó a su destino casi había perdido el conocimiento y sufría un ataque de parálisis parcial. Su muerte ocurrió el 1 de agosto. Antes del fin de ese año se habían realizado ya varios milagros en su tumba. Su beatificación tuvo lugar en 1925 y fue canonizado por SS Juan XXIII el 9 de diciembre de 1962.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=2686

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