San Basilio Magno, obispo
fecha: 1 de enero
fecha en el calendario anterior: 14 de junio
n.: c. 329 - †: 379 - país: Turquía
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 14 de junio
n.: c. 329 - †: 379 - país: Turquía
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Cesarea de Capadocia, muerte de san Basilio, obispo, cuya memoria
se celebra mañana.
Patronazgos: patrono de los niños y de los monjes orientales; protector de los
navegantes.
refieren a este santo: San Anfiloquio
de Iconio, Santos Basilio
Magno y Gregorio Nacianceno, Santos Basilio y
Emelia, San Efrén, San Eusebio de
Samosata, San Gregorio de
Nacianzo, San Gregorio de
Nisa, Santa Macrina, San Pedro de
Sebaste
Basilio nació en Cesarea, la capital de
Capadocia, en el Asia Menor, a mediados del año 329. Por parte de padre y de
madre, descendía de familias cristianas que habían sufrido persecuciones y,
entre sus nueve hermanos, figuraron san Gregorio de
Nissa, santa Macrina la
Joven y san Pedro de
Sebaste. Su padre, san Basilio el
Viejo, y su madre, santa Emelia, poseían vastos terrenos y
Basilio pasó su infancia en la casa de campo de su abuela Macrina (venerada
también popularmente como santa), cuyo ejemplo y cuyas enseñanzas nunca olvidó.
Inició su educación en Constantinopla y la completó en Atenas. Allí tuvo como
compañeros de estudio a san Gregorio
Nazianceno, que se convirtió en su amigo inseparable, y a
Juliano, que más tarde sería el emperador apóstata. Basilio y Gregorio, los dos
jóvenes capadocios, se asociaron con los más selectos talentos contemporáneos
y, como lo dice éste último en sus escritos, «sólo conocíamos dos calles en la
ciudad: la que conducía a la iglesia y la que nos llevaba a las escuelas». Tan
pronto como Basilio aprendió todo lo que sus maestros podían enseñarle, regresó
a Cesarea. Allí pasó algunos años en la enseñanza de la retórica y, cuando se
hallaba en los umbrales de una brillantísima carrera, se sintió impulsado a
abandonar el mundo, por consejos de su hermana mayor, Macrina. Esta, luego de
haber colaborado activamente en la educación y establecimiento de sus hermanas
y hermanos más pequeños, se había retirado con su madre, ya viuda, y otras
mujeres, a una de las casas de la familia, en Annesi, sobre el río Iris, para
llevar una vida comunitaria.
Fue por entonces, al parecer, que Basilio
recibió el bautismo y, desde aquel momento, tomó la determinación de servir a
Dios dentro de la pobreza evangélica. Comenzó por visitar los principales
monasterios de Egipto, Palestina, Siria y Mesopotamia, con el propósito de
observar y estudiar la vida religiosa. Al regreso de su extensa gira, se
estableció en un paraje agreste y muy hermoso en la región del Ponto, separado
de Annesi por el río Iris, y en aquel retiro solitario se entregó a la plegaria
y al estudio. Con los discípulos, que no tardaron en agruparse en torno suyo,
entre los cuales figuraba su hermano Pedro, formó el primer monasterio que hubo
en el Asia Menor, organizó la existencia de los religiosos y enunció los
principios que se conservaron a través de los siglos y hasta el presente
gobiernan la vida de los monjes en la Iglesia de Oriente. San Basilio practicó
la vida monástica propiamente dicha durante cinco años solamente, pero en la
historia del monaquismo cristiano tiene tanta importancia como el propio san
Benito.
Por aquella época, la herejía arriana
estaba en su apogeo y los emperadores herejes perseguían a los ortodoxos. En el
año 363, se convenció a Basilio para que se ordenase diácono y sacerdote en
Cesarea; pero inmediatamente, el arzobispo Eusebio tuvo celos de la influencia
del santo y éste, para no crear discordias, volvió a retirarse calladamente al
Ponto para ayudar en la fundación y dirección de nuevos monasterios. Sin
embargo, Cesarea lo necesitaba y lo reclamó. Dos años más tarde, san Gregorio
Nazianceno, en nombre de la ortodoxia, sacó a Basilio de su retiro para que le
ayudase en la defensa de la fe del clero y de las Iglesias. Se llevó a cabo una
reconciliación entre Eusebio y Basilio; éste se quedó en Cesarea como el primer
auxiliar del arzobispo; en realidad, era él quien gobernaba la Iglesia, pero
empleaba su gran tacto para que se diera crédito a Eusebio por todo lo que él
realizaba. Durante una época de sequía a la que siguió otra de hambre, Basilio
echó mano de todos los bienes que le había heredado su madre, los vendió y
distribuyó el producto entre los más necesitados; mas no se detuvo allí su
caridad, puesto que también organizó un vasto sistema de ayuda, que comprendía
a las cocinas ambulantes que él mismo, resguardado con un delantal de manta y
cucharón en ristre, conducía por las calles de los barrios más apartados para
distribuir alimentos a los pobres. El año de 370 murió Eusebio y, a pesar de la
oposición que se puso de manifiesto en algunos poderosos círculos, Basilio fue
elegido para ocupar la sede arzobispal vacante. El 14 de junio tomó posesión,
para gran contento de san Atanasio y
una contrariedad igualmente grande para Valente, el emperador arriano. Por
cierto que el puesto era muy importante y, en el caso de Basilio, muy difícil y
erizado de peligros, porque al mismo tiempo que obispo de Cesarea, era exarca
del Ponto y metropolitano de cincuenta sufragáneos, muchos de los cuales se
habían opuesto a su elección y mantuvieron su hostilidad, hasta que Basilio, a
fuerza de paciencia y caridad, se conquistó su confianza y su apoyo.
Antes de cumplirse doce meses del
nombramiento de Basilio, el emperador Valente llegó a Cesarea, tras de haber
desarrollado en Bitinia y Galacia una implacable campaña de persecuciones. Por
delante suyo envió al prefecto Modesto, con la misión de convencer a Basilio
para que se sometiera o, por lo menos, accediera a tratar algún compromiso. Sin
embargo, ni las propuestas de Modesto, ni la amenazante intervención personal
del emperador, lograron que el obispo accediese a callar sus objeciones contra
el arrianismo o tolerar la admisión de los arrianos en la comunión. Promesas y
amenazas fueron inútiles. «Ninguna otra cosa que la violencia podrá doblegar a
un hombre semejante», según las propias palabras con que Modesto informó a su
señor; pero éste no quería, tal vez por temor, recurrir a la violencia. El
emperador Valente se decidió en favor del exilio y se dispuso a firmar el edicto;
pero en tres ocasiones sucesivas, la pluma de caña con que iba a hacerlo, se
partió en el momento de comenzar a escribir. Como el emperador era un hombre de
carácter débil, quedó sobrecogido de temor ante aquella extraordinaria
manifestación, confesó que, muy a su pesar, le admiraba la firme determinación
de Basilio y, a fin de cuentas, resolvió que, en lo sucesivo, no volvería a
intervenir en los asuntos eclesiásticos de Cesarea. Pero apenas terminada esta
desavenencia, el santo quedó envuelto en una nueva lucha, provocada por la
división de Capadocia en dos provincias civiles y la consecuente reclamación de
Antino, obispo de Tiana, para ocupar la sede metropolitana de la Nueva
Capadocia. La disputa resultó desafortunada para san Basilio, no tanto por
haberse visto obligado a ceder en la división de su arquidiócesis, como por
haberse malquistado con su amigo san Gregorio Nazianceno, a quien Basilio
insistía en consagrar obispo de Sasima, un miserable caserío que se hallaba
situado sobre terrenos en disputa entre las dos Capadocias.
Mientras el santo defendía así a la
Iglesia de Cesarea de los ataques contra su fe y su jurisdicción, no dejaba de
mostrar su celo acostumbrado en el cumplimiento de sus deberes pastorales.
Hasta en los días ordinarios predicaba, por la mañana y por la tarde, a
asambleas tan numerosas, que él mismo las comparaba con el mar. Sus fieles
adquirieron la costumbre de comulgar todos los domingos, miércoles, viernes y
sábados. Entre las prácticas que Basilio había observado en sus viajes y que
más tarde implantó en su sede, figuraban las reuniones en la iglesia antes del
amanecer, para cantar los salmos. Para beneficio de los enfermos pobres,
estableció un hospital fuera de los muros de Cesarea, tan grande y bien
acondicionado, que san Gregorio Nazianceno lo describe como una ciudad nueva y
con grandeza suficiente para ser reconocido como una de las maravillas del
mundo. A ese centro de beneficencia llegó a conocérsele con el nombre de
Basiliada, y sostuvo su fama durante mucho tiempo después de la muerte de su
fundador. A pesar de sus enfermedades crónicas, con frecuencia realizaba
visitas a lugares apartados de su residencia episcopal, hasta en remotos
sectores de las montañas y, gracias a la constante vigilancia que ejercía sobre
su clero y su insistencia en rechazar la ordenación de los candidatos que no
fuesen enteramente dignos, hizo de su arquidiócesis un modelo del orden y la
disciplina eclesiásticos.
No tuvo tanto éxito en los esfuerzos que
realizó en favor de las iglesias que se encontraban fuera de su provincia. La
muerte de san Atanasio dejó a Basilio como único paladín de la ortodoxia en el
Oriente, y éste luchó con ejemplar tenacidad para merecer ese título por medio
de constantes esfuerzos para fortalecer y unificar a todos los católicos que,
sofocados por la tiranía arriana y descompuestos por los cismas y las
disensiones entre sí, parecían estar a punto de extinguirse. Pero las
propuestas del santo fueron mal recibidas, y a sus desinteresados esfuerzos se
respondió con malos entendimientos, malas interpretaciones y hasta acusaciones
de ambición y de herejía. Incluso los llamados que hicieron él y sus amigos al
papa san Dámaso y
a los obispos occidentales para que interviniesen en los asuntos del Oriente y
allanasen las dificultades, tropezaron con una casi absoluta indiferencia,
debido, según parece, a que ya corrían en Roma las calumnias respecto a su
buena fe. «¡Sin duda a causa de mis pecados -escribía san Basilio con un
profundo desaliento-, parece que estoy condenado al fracaso en todo cuanto
emprendo!»
Sin embargo, el alivio no había de tardar,
desde un sector absolutamente inesperado. El 9 de agosto de 378, el emperador
Valente recibió heridas mortales en la batalla de Adrianópolis y, con el
ascenso al trono de su sobrino Graciano, se puso fin al ascendiente del
arrianismo en el Oriente. Cuando las noticias de estos cambios llegaron a oídos
de san Basilio, éste se encontraba en su lecho de muerte, pero de todas maneras
le proporcionaron un gran consuelo en sus últimos momentos. Murió el l de enero
del 379, a la edad de cuarenta y nueve años, agotado por la austeridad en que
había vivido, el trabajo incansable y una penosa enfermedad. Toda Cesarea quedó
enlutada y sus habitantes lo lloraron como a un padre y a un protector; los
paganos, judíos y cristianos se unieron en el duelo. Setenta y dos años después
de su muerte, el Concilio de Calcedonia le rindió homenaje con estas palabras:
«El gran Basilio, el ministro de la gracia que expuso la verdad al mundo
entero». Indudablemente que fue uno de los más elocuentes oradores entre los
mejores que la Iglesia haya tenido; sus escritos le han colocado en lugar de
privilegio entre sus doctores. En la Iglesia de Oriente la fiesta principal de
san Basilio se celebra el l de enero, mientras que en Occidente, por
concurrencia con la solemnidad de la Virgen María, Madre de Dios, se celebra el
2 de enero, conjuntamente con su amigo san Gregorio Nacianceno.
Muchos de los detalles relevantes en la
vida de san Basilio se encuentran en sus cartas, de las cuales se conserva una
extensa colección. En una de ellas nos cuenta que él pedía un cumplimiento
estricto de la disciplina, lo mismo entre clérigos que entre laicos, y que cierto
diácono, que no era malo, pero sí rebelde y un poco alocado, y que solía
presentarse en medio de un grupo de muchachas que cantaban himnos y bailaban,
tuvo que vérselas con él; con igual determinación combatió la simonía en los
puestos eclesiásticos y la admisión de personas indignas entre el clero; luchó
contra la rapacidad y la opresión de los funcionarios y llegó a excomulgar a
todos los complicados en la «trata de blancas», una actividad muy difundida en
Capadocia. Podía reconvenir con temible severidad, pero prefería las maneras
suaves y gentiles; como un ejemplo, están sus cartas a una muchacha descarriada
y a un clérigo colocado en un puesto de gran responsabilidad, que se estaba
mezclando en política; muchos ladrones que sólo aguardaban ser entregados a los
jueces para sufrir un castigo terrible, fueron amparados por el santo y
devueltos a sus casas en completa libertad, pero con una imborrable
amonestación sobre sus conciencias. Pero tampoco se quedaba callado Basilio
cuando eran los acaudalados y poderosos quienes quebrantaban sus deberes: «¡Os
negáis a dar con el pretexto de que no tenéis lo suficiente para vuestras
necesidades! -exclamó en uno de sus sermones-. Pero en tanto que vuestra lengua
os excusa, vuestra mano os acusa: ¡ese anillo que resplandece en vuestro dedo
os denuncia como mentiroso! ¡Cuántos deudores podrían ser rescatados de la
prisión con uno de esos anillos! ¡Cuántas pobres gentes ateridas por el frío se
cubrirían con uno solo de vuestros guardarropas! ¡Y sin embargo, vosotros
dejáis ir a los pobres de vuestras puertas, con las manos vacías!» No era
únicamente a los ricos a quienes imponía la obligación de dar: «¿Dices que tú
eres pobre? Bien; pero siempre habrá otros más pobres que tú. Si tienes lo
bastante para mantenerte vivo diez días, aquel hombre no tiene suficiente para
vivir uno ... No tengáis temor de dar lo poco que tengáis. No coloquéis nunca
vuestros propios intereses antes que la necesidad común. Dad vuestro último
mendrugo de pan al mendigo que os lo pide y confiad en la misericordia de
Dios».
En cierto sentido, el material informativo
para la vida de san Basilio el Grande es muy abundante. Su correspondencia, las
cartas de san Gregorio Nazianceno y otros contemporáneos, las crónicas de
historiadores como Sócrates, Sozomeno y otros posteriores, las oraciones
fúnebres de los dos Gregorios, los panegíricos de San Efrén, de Anfiloquio,
etc., sumados a los escritos teológicos y ascéticos del propio san Basilio, son
múltiples datos que iluminan su historia. En Acta Sanctorum, junio, vol. III,
los bolandistas le dedican un artículo de más de 100 páginas y aun imprimen la
biografía apócrifa que se le atribuye, erróneamente a san Anfiloquio. Sobre las
enseñanzas ascéticas de san Basilio y sobre su llamada «Regla», se encontrarán
informaciones en La Doctrine ascétique de S. Basile (1932), en S. Basil and
Monasticism, de M. G. Murphy (1930) y sobre todo en Die Beiden Regeln des
Basilius que escribió F. Laun, en Zeistchrift /. Kirchengeschichte, vol. XLIV
(1933), pp. 1-61. En español, el tomo II de la edición BAC de la Patrología de
Quasten incluye un extenso artículo, así como referencias en todo el resto de
los Padres relacionados. En la serie de catequesis dedicadas a los grandes
teólogos y santos, SS Benedicto XVI dedicó dos a san Basilio, la primera de
contenido más biográfico, y la segunda más
teológico.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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