San Raimundo de Peñafort, religioso
presbítero
fecha: 7 de enero
fecha en el calendario anterior: 23 de enero
n.: c. 1175 - †: 1275 - país: España
canonización: C: Clemente VIII 1601
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 23 de enero
n.: c. 1175 - †: 1275 - país: España
canonización: C: Clemente VIII 1601
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: San Raimundo de Peñafort, presbítero de la Orden
de Predicadores, eximio maestro en derecho canónico, que escribió de modo muy
acertado sobre el sacramento de la Penitencia. Elegido maestro general de la
Orden, preparó la redacción de las nuevas Constituciones, y tras llegar a edad
muy avanzada, se durmió en el Señor en la ciudad de Barcelona, en España.
Patronazgos: patrono de estudiosos, fiscales y especialistas
en Derecho Canónico.
refieren a
este santo: San Pedro
Nolasco
Oración: Oh Dios, que diste a san Raimundo de Peñafort
una entrañable misericordia para con los cautivos y los pecadores, concédenos
por su intercesión que, rotas las cadenas del pecado, nos sintamos libres para
cumplir tu divina voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y
reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los
siglos. Amén (oración litúrgica).
La familia de Peñafort
pretendía descender de los condes de Barcelona y era aliada de los reyes de
Aragón. Raimundo nació en 1175, en Peñafort, de Cataluña. Sus progresos en los
estudios fueron tan rápidos, que a los veinte años era ya profesor de filosofía
en Barcelona. Su enseñanza era gratuita y le valió gran fama. Hacia los treinta
años, Raimundo fue a Bolonia a perfeccionarse en derecho civil y canónico. Allí
se doctoró y se entregó a la enseñanza con el mismo desinterés y caridad que en
su país. En 1219, Berengario, obispo de Barcelona, nombró a Raimundo
archidiácono y «oficial» suyo. Por su celo, devoción y generosidad con los
pobres, Raimundo era un ejemplo para el clero. En 1222, a los cuarenta y siete
años de edad, tomó el hábito de Santo Domingo, ocho meses después de la muerte
del santo fundador. Ninguno de los jóvenes novicios se mostraba más humilde,
obediente y fervoroso que él. Raimundo rogó a sus superiores que le impusieran
severas penitencias para expiar la complacencia con que había enseñado. Sus superiores
le señalaron, en efecto, una pena, pero no la que él esperaba, sino la de
escribir una colección de casos de conciencia para uso de los confesores y
moralistas. Tal fue el origen de la «Summa de casibus paenitentialibus», la
primera obra del género.
A la vida de retiro,
Raimundo añadió las labores del apostolado, trabajando incesantemente en la
predicación, la instrucción, las confesiones y la conversión de los herejes, de
los judíos y de los moros. Además, se le confió la predicación de la cruzada de
los españoles contra los moros. Desempeñó este cargo con gran prudencia, celo y
caridad, y en esta forma indirecta, ayudó a arrojar de España a los últimos
infieles. No menos éxito tuvo en sus esfuerzos por reformar las costumbres de
los cristianos esclavizados por los moros, quienes se habían contaminado por el
largo trato con los infieles. Raimundo les hacía comprender que para triunfar
de sus enemigos políticos, necesitaban antes vencer a sus enemigos espirituales
y dominar al pecado. Así viajó Raimundo por Cataluña, Aragón, Castilla y otras
regiones, inculcando estas lecciones espirituales, con las que logró una tan
radical transformación del pueblo, que parecía increíble a quienes no la habían
presenciado.
La tradición afirma que
Raimundo de Peñafort colaboró con san Pedro
Nolasco en la fundación de la orden de los Mercedarios,
quienes se dedicaban principalmente a rescatar a los cristianos cautivos de los
moros. Dicha tradición ha sido muy discutida. El P. Gazulla y otros mercedarios
sostienen en varias obras que la orden fue fundada en 1218, antes de que
Raimundo entrase con los dominicos. Pretenden además que san Pedro Nolasco, san
Raimundo de Peñafort y el rey Jaime de Aragón tuvieron al mismo tiempo una
visión de Nuestra Señora, y que el instituto religioso que resultó de la triple
aparición fue una orden militante, sin ninguna influencia de la orden de Santo
Domingo, todos estos puntos han sido contestados, particularmente por el P.
Vacas Galindo, O.P. Este escritor arguye que los mercedarios formaban
originalmente una cofradía y no una congregación religiosa propiamente dicha;
que san Raimundo había fundado dicha cofradía en 1222, basándose en las
constituciones y el oficio de Santo Domingo, y que la supuesta visión de
Nuestra Señora es el fruto de una tradición que se originó doscientos o
trescientos años más tarde.
El papa Gregorio IX
llamó a san Raimundo a Roma, en 1230, y le confió varios cargos, entre otros,
el de confesor suyo. En ese puesto Raimundo impuso al Papa la penitencia de oír
y despachar inmediatamente todas las peticiones de los pobres. El Papa ordenó
al santo que reuniese todos los documentos dispersos de los papas y de los
concilios que no se encontrasen ya en la colección que Graciano había hecho en
1150. Raimundo empleó tres años en esta tarea, y el mismo Papa confirmó en 1234
sus cinco libros de «Decretales». Hasta lu publicación del primer Codex Juris
Canonici (Código de Derecho Canónico), en 1917, la compilación de san Raimundo
era considerada como la mejor colección de derecho canónico, y los canonistas la
usaban ordinariamente como texto de sus comentarios. En 1235, el Papa nombró a
san Raimundo obispo de Tarragona. Las súplicas y lágrimas del santo no
consiguieron que el Papa le evitara este golpe, según la expresión de Raimundo;
pero el santo contrajo una grave enfermedad, y el Papa consintió finalmente en
librarle del cargo, a condición de que Raimundo propusiera un candidato apto.
Para rehacerse de su
enfermedad, san Raimundo volvió a su tierra natal, donde fue recibido con un
gozo tan grande, como si la seguridad del reino dependiese de su presencia. En
su amado retiro de Barcelona, Raimundo se entregó de nuevo a la contemplación,
a la predicación, y a oír confesiones. El número de conversiones que obtuvo
sólo es conocido de Aquél por cuya gracia las alcanzó. Tanto la Santa Sede como
el rey confiaron frecuentemente a Raimundo importantes trabajos. En 1238,
llegaron a Barcelona los diputados del Capítulo General de la orden de Santo
Domingo, que había tenido lugar en Bolonia, para anunciar a Raimundo que había
sido elegido superior general, como sucesor de Jordán de Sajonia. Raimundo
lloró y suplicó, pero al fin, tuvo que aceptar el cargo por obediencia. Visitó
a pie todas las casas de su orden, sin disminuir un punto sus austeridades y
sus prácticas religiosas. Inculcó a sus hijos el amor de la regularidad, de la
soledad, de los estudios y de los ministerios espirituales, e hizo una clara
síntesis de las constituciones de su orden, anotando los pasajes dudosos. Tres
capítulos generales aprobaron el nuevo código. En uno de dichos capítulos,
tenido en París en 1239, Raimundo obtuvo que se aprobara la medida de aceptar
la dimisión voluntaria de un superior, cuando ésta se fundara en razones
justas. Al año siguiente, aprovechó esta medida en su favor, renunciando al
cargo de superior general que sólo había ejercido durante dos años. La razón
que dio fue que tenía ya sesenta y cinco años de edad. Pero la vida de san
Raimundo debía durar todavía treinta y cuatro años más. El santo los empleó en
oponerse a la herejía y en trabajar por la conversión de los moros. Con este
objeto, consiguió que santo Tomás de Aquino escribiera su «Summa contra
Gentes», y obtuvo que se enseñara el árabe y el hebreo en varios conventos de
su orden. También fundó un convento en Túnez y otro en Murcia, entre los moros.
En 1256 escribió a su superior general informándole que diez mil sarracenos
habían recibido el bautismo. El santo se esforzó igualmente por introducir la
inquisición en Barcelona. En cierta ocasión fue acusado -no sin razón según
parece- de haber comprometido fraudulentamente a un rabino judío.
Uno de los incidentes
más famosos en la vida de san Raimundo parece haber tenido lugar durante un
viaje a Mallorca, a donde fue acompañando al rey Jaime. El soberano, que era
muy libre en asuntos de mujeres, había prometido enmendarse, pero no había
cumplido su promesa. En vista de ello, Raimundo le pidió licencia para partir a
Barcelona; el rey no sólo se la negó, sino que amenazó de muerte a quien se
atreviera a sacar al santo de la isla. Lleno de confianza en Dios, Raimundo
dijo a su compañero: «Los reyes de la tierra pueden impedirnos la huida, pero
el Rey del cielo nos dará los medios para ello». Acto seguido se dirigió al
mar, extendió su túnica sobre las olas, ató un extremo de ella a un palo para
que sirviera de vela y, haciendo la señal de la cruz, montó sin temor en la
barca improvisada, dejando a su compañero temblando en la playa. La milagrosa
barca hizo en seis horas el trayecto hasta Barcelona, que dista sesenta leguas
de Mallorca. Las gentes que vieron llegar al santo en esa extraña embarcación,
le recibieron con aclamaciones. Sin inmutarse por ello, Raimundo recogió su
túnica, que estaba perfectamente seca, se la echó sobre los hombros y se
dirigió a su monasterio. Una capilla y una torre construidas en el sitio en que
desembarcó san Raimundo conservan la memoria del milagro. Los reyes Alfonso de
Castilla y Jaime de Aragón visitaron a san Raimundo durante su última
enfermedad y recibieron su bendición. El santo entregó su alma a Dios el 6 de
enero de 1275, a los cien años de edad. Los dos reyes con sus familias
asistieron a sus funerales, y Dios honró su tumba con milagros. La bula de
canonización, publicada en 1601, cita algunos de esos milagros, entre los que
se cuenta el que acabamos de narrar.
Los PP. Balme y Pabán
publicaron los principales materiales de la biografía de san Raimundo, bajo el
título de Raymundiana en «Monumenta Historica Ordinis Predicatorum», vols, IV y
VI. Se encontrará un excelente resumen en Mortier, «Histoire des maîtres
généraux O.P.», especialmente vol. I, pp. 225-272 y 400. La mejor biografía
parece ser la de Valls Taberner, San Ramón de Peñafort (1936). Por lo que toca
a la relación del santo con la orden de los Mercedarios, no hay duda que la tesis
de éstos se apoya sobre una serie de documentos espurios, misteriosamente
descubiertos en el momento en que hacían falta, en el siglo XVII. Las pruebas
de muchos puntos son tan poco satisfactorias, que resulta muy difícil dar
entero crédito a incidentes como el del milagroso viaje del santo de Mallorca a
Barcelona. Ver Analecta Bollandiana, vol. XXXIX (1921), pp. 209 ss., y vol. XL
(1922), pp. 442 ss.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler»,
Herbert Thurston, SI
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