"Me pregunto si
las estrellas se iluminan con el fin de que algún día, cada uno pueda encontrar
la suya"
Con estas palabras que acabo
de escribir en cursiva y en negrita comenzaba hace una semana la presentación
de los comentarios del domingo día 25 de junio. Hoy, vuelvo a escribirlas de
nuevo desde el comienzo de esta nueva presentación de los nuevos comentarios.
Prometí entonces realizar una
tarea y te invité, Leyente respetable, a realizar idéntica tarea. Sé que tú y
yo lo hemos hecho. Recuerda. Recuerdo.
Debíamos seguir leyendo en la
narración de Antoine de Saint-Exupéry a partir del capítulo décimo del 'El
Principito' y hasta el final, si fuera necesario hasta encontar la
textualidad de las palabras atribuidas al Principito. Puse en duda que tal
frase perteneciera a tal librito. Recuerdo. Recuerdas.
A veces, me decía y lo dejé
escrito, que 'Una vez más, las apariencias engañan'. Pues tengo que confesar,
que en esta ocasión, las apariencias dicen la verdad, aunque puedan invitar al
engaño.
La pregunta afirmativa con la
que abro otra semana estas presentaciones está tomada de la tal obra en su
capítulo XVII. Allá donde el Principito se encuentra solo, en el desierto y con
la sorprendente compañía de una serpiente. Ambos dialogan y guardan silencio.
Sus mensajes se entrecruzan de manera sorpresiva. Tanto el Principito como la
serpiente, ignoran que ese desierto está en su planeta, la Tierra. Ambos
están fuera de ella. Así lo creen. Así se lo comunican y cada uno a su manera.
Y en este diálogo, ambos se reconocen estar hablando de los 'hombres' y de lo
complicado que es hablar y entenderse con ellos en su planeta Tierra.
La frase atribuida al propio
Principito no está transcrita completamente. Se le ha cortado una partecita y
se ha variado tanto el contexto que el mensaje de su autor se ha diluido muy
peligrosamente. El asunto no es identificarse con tal o cual estrella por estar
encendida y 'hacerse luz como ella'. El mensaje completo trata de poner
los pies de cada uno en el suelo que se pisa y ser consciente de tal
actitud. Y es la serpiente quien conduce por ese buen camino al
Principito. ¡Cuánta sutileza humana destila la finura narrativa y pedagógica
del narrador francés!
Cito el mensaje completo del
contexto inmediato de 'la cita afeitada' atribuida a El Principito:
"El principito se sentó sobre una piedra y levantó los
ojos hacia el cielo: Me pregunto -dijo- si las estrellas están encendidas
a fin de que cada uno pueda encontrar la suya algún día. Mira mi
planeta. Está justo sobre nosotros... Pero, ¡qué lejos está!
-¡Qué hermoso es! -dijo
la serpiente-. ¿Qué vienes a hacer aquí?"
Vuelvo una vez más a repetirme
que cuando un texto se saca de su contexto suele ser por algún pretexto.
Recuerdo. Recuerda.
Llevamos tú y yo un par de
semanas leyendo en Mateo el asunto de las parábolas de Jesús a propósito de el
Reino de Dios o del Reinado de Dios, como dicen otros. Y ese reino-reinado,
dicen unos, está en 'el arriba' de los cielos, allá donde 'las estrellas'.
Pero es posible que este narrador Mateo y su Jesús de Nazaret nos estén
hablando en sus parábolas de un reino-reinado en 'el más acá' donde se
trabaja la tierra, se siembra y se cosecha, se elabora el pan para ser
compartido, se vive y se respira... ¿Cómo olvidar el mensaje de la serpiente en
este contexto cuando nos deja a los lectores una admiración y una pregunta a
propósito de la Tierra y de los hombres?
¡Qué hermoso es?, el planeta
Tierra.
¿Qué vienes a
hacer aquí?
Hasta aquí, el contexto más
inmediato de las palabras del narrador francés. Si nos adentramos en el
contexto completo de la narración del capítulo XVII, las enseñanzas
humanizadoras del relato se multiplican inmensamente por su naturaleza
profundamente encarnada. Si seguimos la lectura de este excelente y
completo capítulo volveremos a comprender por qué el autor puso en labios de la
su serpiente estas palabras destinadas a su principito y a sus lectores: "Puedo
ayudarte si algún día extrañas demasiado a tu planeta. Puedo..." Ciertamente,
en muchas ocasiones y ante tanto hechos, nos sentimos extraños en
una Tierra-planeta extraño.
Y por ahora, es suficiente
para adentrarnos en la lectura de Mateo y en los comentarios.
Carmelo Bueno Heras
Domingo 13º del TO Ciclo A
(02.07.2023): Mateo 10,37-42. Así lo comento y comparto CONTIGO:
EVANGELIZA
QUIEN COMPARTE UN VASO DE AGUA
En este nuevo domingo, el primero
del mes de julio, se nos propone la lectura y meditación de Mateo 10,37-42.
Me alegraré de que más de un lector asiduo constate que Mateo 10,34-36 no se
nos leyó en el domingo anterior ni se nos leerá nunca desde que la liturgia
eclesiástica es tal y supongo que de ahora en adelante tampoco se nos leerá.
Tal vez se piense que se trata de un mensaje que no debe interesar a los
buscadores-seguidores de Jesús de Nazaret. Y añado más, tampoco se nos leyó en
estos domingos Mateo 10, 9-25. Decisiones incomprensibles.
Por esta razón que ya he comentado
en muchas ocasiones recomiendo que este domingo se vuelva a leer el texto de Mateo
desde el 10,1 hasta el 11,1: Este relato es el segundo discurso que el
Evangelista colocó en boca de su Jesús de Nazaret. Se trata del mensaje sobre
la misión evangelizadora. Repito de nuevo lo de ‘misión evangelizadora’. En
todo él jamás se habla de misión ‘sacramentalizadora’. Jamás se nos dice nada
de prácticas pastorales (planes de formación, por ejemplo), celebraciones
sacramentales (ni bautismos ni eucaristías ni sacerdocios) y de ejercicios
devocionales (novenas, rosarios, santuarios, letanías, retiros, indulgencias).
Nada se dice que tenga relación con iniciar ‘una tradición’.
Tal
vez no acierte a leer bien todo el texto de este discurso sobre qué es
EVANGELIZAR y cómo se debe realizar esta acción por aquellos que desean y
deciden ‘seguir a su Jesús de Nazaret’. Volveré a recordar aquello que se
explicita con nitidez en Mateo 10,8 cuando se habla de anunciar el
‘reinado de Dios’: curad enfermos, que la salud nos importa a todos; resucitar
muertos, que es abrir el corazón y la memoria de cuantos nos han enseñado a
ser personas;, limpiad leprosos, que es sentar a la mesa a quien se le
aleja por la razón que sea; y expulsad demonios, los dogmatismos de la
ideología, el fanatismo, la intransigencia, la autoridad absoluta, la
esclavitud, el analfabetismo, la deshumanización.
Volveré
a leer de nuevo la buena noticia de este Jesús del Evangelista que me habla en
Mateo 10,40:
“Quien
a vosotros recibe, a mí me recibe.
Quien
me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado”
Este
asunto de la Evangelización o de la Misión evangelizadora, a mí me queda claro,
nítido, transparente y cristalino. Evangelizar es acoger. Y esta acogida es la
semilla del Evangelio, la tierra donde ‘ese reinado de Dios’ arraiga, crece,
florece y siempre da frutos. Sobre este asunto de ‘ser reino de dios’ nos
hablará este Jesús de Nazaret en el tercero de los cinco discursos del
Evangelista Mateo (Mt 13,1-53), el llamado discurso de ‘las parábolas del
reino’. A su debido tiempo lo comentaremos en esta página.
Por
ahora, en nuestro domingo y con este final del discurso de la Evangelización de
aquel Jesús de Nazaret y de sus seguidores, nos queda asentado que lo primero,
principal y más evangélico es la acogida del otro y si a más de uno esto le
parece ‘poquita tarea o cosa’ léase diez veces el último versículo del relato
de este domingo y del capítulo décimo de Mateo: Y, todo aquel que dé de
beber tan solo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños… que sepa que
esto, estos y así es el reinado de dios en quien creía aquel Jesús del
Evangelista”.
Qué
distinto y distante es esta ‘buena noticia’ en comparación con la Ley de
Moisés, de su Sinaí, de su Jerusalén, de su Templo, Liturgia y Sacerdocio.
Compartir así el agua es Evangelizar. Carmelo Bueno Heras
CINCO MINUTOS de AIRES BÍBLICOS
. Si se puede decir en un
artículo de revista, ¿para qué escribir un libro de 200 páginas?
. Si se puede decir en una
página, ¿para qué escribir un artículo de revista?
. Si se puede decir en un puñado
de versos, ¿para qué escribir una página?
. Este ‘Cinco minutos de
aires bíblicos’ es una semilla que confío a la sabiduría de tu saber leer, que
es despertar; de tu saber interpretar, que es cuidar; de tu saber compartir,
que es saborear. Siempre pretenderé que esta ‘semilla de los cinco minutos’
tenga la ‘denominación de origen’ de su autor.
Semana 32ª (02.07.2023): Iglesia de otros tiempos.
Antonio de Padua
Fernando de Bulloes y Taveria de Azevedo nació en Lisboa
(Portugal) hacia el año 1190-1195 y, de muy joven, ingresó en los Canónigos
Regulares de san Agustín. La visión de las reliquias de los cinco primeros
mártires franciscanos lo impulsó, en el 1220, a entrar en la Orden de los
Hermanos Menores, donde tomó el nombre de Antonio. Encargado por San Francisco
de enseñar teología a los hermanos, fue el predicador más grande de su tiempo y
fue definido por el Papa Gregorio IX ‘Arca del Testamento y armario de la
Escritura divina’. Enfermado de hidropesía murió en Acella (Padua) el 13 de
junio de 1231. El Santo Oficio, todavía en 1948, prohibía la traducción a la
lengua italiana de los ‘Sermones Dominicales’, porque los fieles no estaban
preparados (después de siete siglos) para soportar su impacto…
Antonio de Padua, incansable fustigador de las corruptas
costumbres eclesiásticas, es conocido por la mayoría de la gente como el
empalagoso hermanito imberbe que se entretiene con el Niño Jesús, encuentra
objetos perdidos y proporciona novios a las doncellas.
Es casi desconocida la obra literaria de este santo, volcada
en sermones que han quedado pretendidamente desconocidos por la escandalosa
violencia de las expresiones usadas contra la jerarquía eclesiástica.
Los sermones, escritos en los últimos años de su vida, no son
las transcripciones de los discursos tenidos por el santo, sino un prontuario
de homilías dominicales y festivas compuestas por él para uso de sus hermanos.
Las violentas invectivas contenidas en estos sermones no nacen, por tanto, del
arrebato de la predicación, sino que todas han sido pensadas y escritas
pretendidamente.
Pronunciadas en el lenguaje franco de los profetas, sus
sermones son una despiadada crítica a las autoridades religiosas, aunque nadie
osaría afirmar que Antonio no amase a la iglesia…
Antonio y los obispos de su tiempo anunciaban el mismo
evangelio de Jesús. Su manera de vivirlo es profundamente diversa.
El santo acusa abiertamente a la jerarquía eclesiástica de
seguir a Satanás, en lugar de a Jesucristo, y no duda en denunciar a ‘los
prelados de nuestro tiempo, que no son discípulos de Cristo, sino del
anticristo’.
Profundo conocedor de la Sagrada Escritura, Antonio recurre
frecuentemente a los episodios bíblicos para censurar a los eclesiásticos, como
sucedió irrespetuosamente a propósito de la burra de Balaán: ‘El obispo de
nuestro tiempo es como Balaán, sentado sobre la burra: ésta veía al ángel,
mientras que Balaán no podía verlo. Un obispo escandaloso es un trono inútil:
con su mal ejemplo precipita la hermandad de los fieles, con su avaricia devora
al pueblo. Éste, sentado sobre la burra, no solo no ve el ángel, sino os digo
que ve el diablo preparado para precipitarlo al infierno’…
Sin el mínimo temor reverencial, San Antonio escarnece a los
altaneros prelados, describiéndolos como ‘vacas bellas y demasiado gruesas que
pastan en lugares cenagosos. El apatito de estos religiosos, dedicados
únicamente al culto del dios-vientre, desconcierta al santo que, desconsolado,
constata ‘¡Ay de mí! Cuántas cosas come el prelado y los pobres gritan a su
puerta con el vientre vacío y desnudo’… Alberto
Maggi, Galería de personajes del Evangelio, El Almendro, Córdoba, 2003, páginas
179-186.
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