Familia Cristiana, Apóstoles en el mundo. Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar
En la Solemnidad de Pentecostés, el 24 de mayo, celebramos en España el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. El lema de este año –“Familia cristiana, apóstoles en el mundo”- nos descubre la preocupación de la Iglesia por la “iglesia doméstica”, la familia. Y muy especialmente, nos manifiesta que la familia cristiana, todos los que la componen, han de ser apóstoles en el mundo. Viene así a nuestra memoria lo que el Papa Francisco nos decía en la Exhortación Apostólica “Evangelii gaudium”: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no escuchamos la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien”. Estas palabras tienen una actualidad precisamente grande para la familia cristiana. Es en la familia donde todos hemos experimentado lo más grande y hermoso que tenemos en nuestra vida: la oferta de los grandes valores, sentirnos acogidos, queridos, respetados, amados como somos y en lo que somos. Fue en ella, en la familia, donde nos enseñaron aquellos valores por los cuales merece gastarse y dar la vida: darnos a los demás, considerar al otro más importante que yo mismo, servirlos en todas sus necesidades, estar más cerca de aquel que está sufriendo y padeciendo por el motivo que fuere. Ha sido en la familia donde hemos vivido que no podemos clausurarnos en nuestros intereses. Donde hemos encontrado la dulzura del amor de nuestros padres y de nuestros hermanos. Ha sido la familia, la que nos ha impulsado a dar espacio a todos los que nos rodean, a dejar entrar en nuestra vida a quienes más lo necesitan, a ocuparnos de los pobres y no cerrarnos en los intereses personales.
Es precisamente una gracia inmensa del Señor, que en esta fiesta de Pentecostés, tomemos conciencia gozosa todos, todos los cristianos, de la misión imprescindible de la familia para anunciar el Evangelio. Todos los laicos cristianos están llamados a descubrir caminos que permitan a la familia cristiana regalar plenitud de vida humana. Y todos sabemos que esta plenitud solamente se puede alcanzar en Jesucristo. La familia tiene que asumir su misión evangelizadora. Así nos lo ha manifestado el Sínodo último extraordinario, que trató sobre la familia cristiana. Es cierto que hoy la familia sufre el cambio social que nuestra cultura vive, y que repercute profundamente en ella. La crisis cultural de nuestro mundo ha afectado a la familia. Pero con gran esperanza tenemos que decir que no lo ha hecho en la originalidad singular y en la belleza extraordinaria que la familia tiene desde el proyecto que Dios hizo sobre ella: familia nacida del amor, con la misión de “custodiar, revelar y comunicar el amor”. Y el amor es de Dios. Ha tenido su manifestación plena en Jesucristo. De ese amor nos hace partícipes y protagonistas.
Es esta visión la que la familia cristiana tiene que entregar a este mundo. Y tiene que construir y hacer, sabiendo que tiene más fuerza Dios que los hombres. La familia, reunida por el Señor a través del Sacramento del matrimonio, tiene una validez y una actualidad extraordinaria. La distingue de todas las otras manifestaciones que puedan llevarse a cabo a través de las disposiciones de los hombres. La familia, “iglesia doméstica”, verdadera expresión de lo que es la Iglesia, como comunidad de vida y amor que es, tiene una fuerza evangelizadora contagiosa, deslumbrante. Hace la propuesta a todos los que forman parte de la misma de vivir a un nivel superior: la vida se acrecienta dándola, y se debilita en el aislamiento y en buscar nuestros propios intereses y comodidades y gustos. Es maravilloso ver como los que más disfrutan de la vida son aquellos que dejan la seguridad y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. Y en esta misión, la familia tiene una misión imprescindible.
El Apóstol San Pablo, nos dice, cómo la Iglesia no deja de asombrarse por la “profundidad de la riqueza, de la sabiduría y del conocimiento de Dios” (Rm 11, 33). Esto en la familia se puede y se debe vivir de un modo especial. Pues es en la familia donde el esposo y la esposa, se miran el uno al otro, viendo cada uno de ellos en el otro al mismo Jesucristo. Es en la familia donde a los hijos fruto del amor se les mira como don precioso de Dios para la vida del mundo, dando nuevas vidas, pero asumiendo que las mismas tienen que ser engrandecidas por la vida, comunión y cercanía de Jesucristo. En la familia cristiana, Jesucristo está en el centro: todos se miran con la mirada que el Señor tiene sobre todos. Todos se enseñan unos a otros a mirar como mira Jesucristo y a valorarse cada uno de ellos con el valor que Jesucristo da a todo ser humano. En la familia cristiana se construye desde la responsabilidad y generosidad de unas personas que viven en comunión, desde la hondura que alcanza la vida misma, viviendo aquello que el apóstol Pablo nos dice: “no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Es en la familia donde, día a día, Jesucristo, puede con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad. Y aunque tenga días o tiempos de rutas oscuras, la propuesta y el compromiso que da Jesucristo, siempre tiene una novedad que nunca envejece.
Queridos laicos cristianos: todos nosotros hemos experimentado lo que es la familia cristiana y la actualidad que la misma tiene. Sed valientes para hacer este anuncio a todos los hombres. Se es moderno y actual cuando, dejándonos encontrar por Jesucristo, en su amor, nos dejamos rescatar de todo aquello que no es humano. Llegamos a ser plenamente humanos, cuando permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Y la familia, no solamente nos enseña esto, nos lo introduce en las entrañas de nuestro ser y quehacer con la gracia y la fuerza de Jesucristo. Pentecostés es lo que se manifiesta en la familia cristiana, manantial de acción evangelizadora, donde todos se entienden en el lenguaje del amor mismo de Cristo y tienden a que su experiencia de verdad, amor y belleza se expanda ante las necesidades de los demás.
Muchas gracias, queridos laicos cristianos: seguid ofreciendo la belleza del amor de Cristo y la alegría del Evangelio a todos los hombres. Acercaos a todos los descartados, y tened sobre ellos la mirada misericordiosa de Cristo, que no pide, sino que da hasta la vida misma.
Con gran afecto, os bendice,
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