La fuerza de Romero es la fe y en esa fe amó y defendió a su Pueblo hasta el martirio
REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz
El que fuera secretario de Mons. Óscar Romero, refiere que el Obispo mártir sintió miedo por las amenazas de muerte, pero que estaba convencido de que no podía abandonar a su pueblo. Sintió el mismo miedo que a los otros los llevó a callar y a quitarle el apoyo. Pero la fe y el amor a Dios y al prójimo, le dieron a Romero la fuerza espiritual para denunciar el sufrimiento del pueblo sin esconder el cuerpo.
El secretario dice también que Romero tenía mucha devoción a la Virgen María, a la que le prometió vivir en castidad cuando solo tenía 11 años.
Parece que el mártir Romero era valiente ya de chico. Y en el marco de su lucha espiritual interior, como Obispo, en ese tiempo de defensa de la gente en el espíritu del Evangelio, me lo imagino en su oración como el mismo Jesús en el Huerto de los Olivos que reza a Dios Padre: “Padre, que pase de mi este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. No puedo dudar que, tanto Jesús como Romero, tuvieron el mismo criterio en su obediencia religiosa a Dios Padre, que ya le dijo a Moisés cuando inició con el Éxodo la liberación de su Pueblo: “He visto el sufrimiento de mi Pueblo”. Y por amor al Pueblo entregaron la vida.
Pienso que ese 24 de marzo de 1980, cuando el asesino lo ejecutó de un tiro, justo en el momento de la misa del ofertorio del pan y el vino, Romero ya estaba completamente entregado y ofrecido a Dios con Jesús en cuerpo y alma por su Pueblo, en el mismo espíritu de la oración que el sacerdote dice en voz baja después del ofertorio: “Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro”.
¿Con qué venzo yo el miedo al sacrificio de amor por el Pueblo sufriente? Le pido a Dios la fe de Romero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario