Nunc scio vere, quia misit dominus
angelum suum.
Cuando Pedro, gracias al poder de Dios sumo, Altísimo, había sido liberado
de los vínculos de su cautiverio, dijo: «Ahora sé verdaderamente que Dios me ha
enviado su ángel y me ha salvado del poder de Herodes y de las manos de los
enemigos» (Hechos 12, 11; cfr. también Salmo 17, 1).
Ahora invertimos esta palabra y decimos: Porque Dios me ha enviado su
ángel, conozco verdaderamente. «Pedro» quiere decir lo mismo que
«conocimiento». Ya lo he dicho en otras oportunidades: [El] conocimiento y [el]
entendimiento unen al alma con Dios. [El] entendimiento penetra en el ser puro,
[el] conocimiento corre a la cabeza, corre adelante y se abre camino para que
nazca allí el Hijo unigénito de Dios. Nuestro Señor dice en [el evangelio de] Mateo
que nadie conoce al Padre sino el Hijo (Mateo 11, 27). Los maestros afirman[15]
que [el] conocimiento pende de [la] igualdad. Algunos maestros dicen[16]
que el alma está hecha de todas las cosas porque tiene la facultad de conocer
todas las cosas. Suena como una tontería y, sin embargo, es verdad. Los maestros
dicen[17]:
Lo que he de conocer, debe estar completamente presente para mí y ser igual a
mi conocimiento. Los santos afirman[18]
que en el Padre se halla [la] potencia, en el Hijo [la] igualdad y en el
Espíritu Santo [la] unidad. Dado que el Padre está completamente presente para
el Hijo y el Hijo le es completamente igual, nadie conoce al Padre sino el
Hijo.
Pues bien, Pedro dice: «Ahora conozco verdaderamente». ¿Por qué se conoce
verdaderamente en este caso? Porque se trata de una luz divina que no engaña a
nadie. En segundo lugar, porque ahí se conoce desnuda y puramente sin que haya
ninguna cosa encubridora. Por eso dice Pablo: «Dios mora en una luz a la
cual no hay acceso» (1 Timoteo 6, 16). Dicen los maestros[19]:
La sabiduría que aprendemos acá, nos habrá de subsistir allá. Mas Pablo dice
que desaparecerá (1 Cor. 13, 8). Afirma un maestro[20]que
el conocimiento puro, aun aquí, en esta vida, encierra en sí un placer tan
grande, que el placer de todas las cosas creadas sería de veras como nada en
comparación con el placer que abarca el conocimiento puro. Sin embargo, por
noble que sea, no es sino una «casualidad»; y tan pequeña como es una palabrita
comparada con todo el mundo, así de pequeña es toda la sabiduría que podemos
aprender en esta tierra frente a la verdad desnuda [y] pura. Por eso dice Pablo
que perecerá. Aun perdurando, se convierte de veras en una tonta y [es]
como si no fuera nada frente a la verdad desnuda que allá se conoce. La tercera
[razón] de por qué allá se conoce de verdad, reside en el siguiente hecho: las
cosas que acá se ven sometidas al cambio, allá se las conoce como inmutables y
se las aprehende allá como son totalmente indivisas y cercanas unas a otras;
porque aquello que acá está lejos, allá está cerca, pues allá todas las cosas
se hallan presentes. Lo que ha de suceder al primer día y al Día del Juicio,
allá está presente.
«Ahora sé verdaderamente que Dios me ha enviado su ángel». Cuando Dios
envía su ángel al alma, ella se vuelve realmente cognoscitiva. No fue en vano
que Dios le encomendara la llave a San Pedro, porque «Pedro» quiere decir
«conocimiento» (Cfr. Mateo 16, 19); pues el conocimiento tiene la llave y abre
y penetra y atraviesa y encuentra a Dios en su desnudez, y luego le dice a su
compañera de juegos, la voluntad, qué es lo de que se ha posesionado por más
que ya anteriormente haya tenido la voluntad [de hacerlo]; porque busco lo que
quiero. [El] conocimiento va a la cabeza. Es un príncipe y busca su reinado en
lo más elevado y acendrado, y luego se lo pasa al alma y el alma se lo pasa a
la naturaleza y la naturaleza a todos los sentidos corporales. El alma, en su
parte más elevada y acendrada, es tan noble que los maestros[21]no
saben encontrarle ningún nombre. La llaman «alma» en cuanto le otorga el ser al
cuerpo. Ahora bien, dicen los maestros[22]que
luego del primer efluvio violento de la divinidad, allí donde el Hijo emana del
Padre, el ángel está formado lo más inmediatamente a la imagen de Dios. Esto,
bien es cierto: el alma está formada a la imagen de Dios en cuanto a su parte
más elevada; pero el ángel es una imagen más aproximada a Dios. Todo cuanto hay
en el ángel está formado a la imagen de Dios. Por eso, el ángel es enviado al
alma para que la traiga de vuelta a la misma imagen según la cual él está
formado; porque [el] conocimiento proviene de [la] igualdad. Pues bien, como el
alma tiene la facultad de conocer todas las cosas, no descansa jamás hasta que
se adentra en la imagen primigenia donde todas las cosas son uno, y allí
descansa, es decir: en Dios. En Dios ninguna criatura es más noble que otra.
Los maestros dicen[23]
que [el] ser y [el] conocer son completamente una sola cosa, porque lo que no
es, tampoco se conoce; lo que tiene el máximo de ser, se conoce también al
máximo. Siendo pues, que Dios tiene un ser superabundante, Él excede también
todo conocimiento, según dije anteayer en mi último sermón: que el alma es
hecha imagen dentro de la pureza primaria, dentro de la impresión de la esencia
acendrada donde saborea a Dios antes de que Él aprehenda para sí [la] verdad o
[la] cognoscibilidad, allí donde está descartada toda posibilidad de nombrar;
allí ella conoce del modo más puro, allí toma el ser con perfecta adecuación.
Por eso dice Pablo: «Dios mora en una luz a la cual no hay acceso». Él
es una in-habitación (înhangen) en su propia esencia pura en la cual no hay
nada adherido. Lo que posee «accidente» (zuoval) debe desaparecer. Él es un
puro estar-en-sí-mismo donde no hay ni esto ni aquello; pues lo que hay en
Dios, es Dios. Dice un maestro pagano: Las potencias que flotan por
debajo de Dios[24]
tienen una inhabitación en Dios y si bien el suyo es un puro
estar-en-sí-mismas, habitan, sin embargo, en Aquel que no tiene ni principio ni
fin; porque nada ajeno puede caer en Dios. Que el cielo os sirva de testigo: no
puede recibir una impresión extraña de modo extraño[25].
Sucede lo siguiente: cualquier cosa que llega a Dios es transformada, por
insignificante que ella sea, cuando la llevamos a Dios, se aleja de sí misma.
Para eso os diré un símil: Cuando tengo sabiduría, no la soy yo mismo. Puedo
obtener sabiduría, [y] también puedo perderla. Pero cualquier cosa que se halla
en Dios, es Dios; [y] no se le puede escapar. Es trasladada a la naturaleza
divina, porque la naturaleza divina es tan fuerte que cualquier cosa que sea
presentada a ella, será trasladada totalmente a ella o quedará afuera por completo.
¡Ahora escuchad con asombro! Como Dios transforma en sí cosas tan
insignificantes ¿ qué os parece que hará con el alma distinguida por Él como su
imagen?[26]
[14]En uno de los códices se
atribuye el sermón a «Fray Eghart». En otro lleva el encabezamiento: «En la
Fiesta de las cadenas de San Pedro».
[15]Quint (t. I p. 49 n. 2)
trae a colación la sentencia aristotélica: «simile simili cognoscitur»,
Aristóteles, De anima 1 t. 27, en Thomas, In libro 1 de anima, lectio
4.
[26]En opinión de Quint (t.
I p. 57 n. 2) el final del sermón parece fragmentario en la tradición, aun
cuando no se habrían perdido aspectos esenciales.
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