viernes, 27 de mayo de 2016

CURSO “EL HOMBRE NUEVO” (DIOS /AMOR, ES EL VERDADERO CORAZÓN DE LAS COSAS (HN-21)

DIOS /AMOR,   ES  EL  VERDADERO  CORAZÓN  DE  LAS  COSAS    (HN-21)

Vamos a continuar con el amor, cuyo descubrimiento no solo es una experiencia que arroba y arrebata sino que tiene potencial suficiente como para cambiar el sentido de la vida y de la historia. Por ejemplo para cambiar la percepción del tiempo, que llega a desaparecer en la dimensión del amor; pues no le prestamos atención cuando estamos con la persona amada. También el amor nos arroba, y hasta tal punto que solemos decir: desde que tú estás todo parece más luminoso, has cambiado mi vida y si me quitaran tú presencia hasta me podría morir. ¡Pero no exageres! que sin ella todavía quedarían miles de millones de personas. –Sí, pero si me quitasen ésta me moriría, pues todo el resto junto no llenaría el hueco que me llena esta–. El amor del que estamos hablando, ese que cambia todo radicalmente, es la experiencia de Dios. Y cuando se experimenta a Dios todo cambia de sentido: el mundo cambia de luz y de color, la vida se nos llena de presencias y se disipan nuestras sombras de soledad mortal. Incluso dentro de la limitada experiencia del amor humano, también podemos afirmar: cuando alguien entre en tu vida y la trastorne toda, ahí también sonarán pasos de Dios; o sea, por ahí también podrás llegar a saber algo de Dios. Los místicos enseñan magistralmente esta experiencia, cuando dicen que a Dios se le encuentra en el centelleo del amor. Donde el amor centellea, allí está Dios: en lo inolvidable, en lo que cambia radicalmente la vida de uno, en lo que orienta nuestra vida para siempre, ahí está Dios. Cuando estás enamorado de verdad, tienes la sensación de que ese amor tuyo –tan grande– es Dios que está pasando por allí trastocándolo todo. O como decía Gabriel Marcel: “Decirle a alguien te amo, es decirle que no morirá”; porque lo que toca el amor lo hace inmortal. En efecto, el amor es Dios y Dios es inmortal. Si tú amas a alguien, esa persona no morirá; pues aun siendo verdad que podrá irse lo que no podrá es morirse, porque el amor ya la ha hecho inmortal. San Juan nos ha dicho que a Dios nadie lo ha visto jamás; pero si tú te acercas a tu hermano y en ese encuentro sientes como un fogonazo –un centelleo interior–, que te hace decir ¡ya lo entiendo ahí está Dios!, entonces es que “has visto” a Dios. Ahora, imagina que multiplicas ese amor –ese del que tú tienes experiencia, ese que transformó tu vida desde la raíz en un momento y que puso a temblar toda la chopera de tu ser–, imagina que vas y lo multiplicas por tantos habitantes como tiene la tierra; seguro que dirás: esa enormidad no me cabe y si me cupiese me mataría, pues no soportaría tanto amor. En efecto: cuando el amor total llega, uno se muere. Y los que se mueren y mueren bien, mueren por esto: cuando Dios/Amor te llena del todo, es verdad que te salva pero explosionándote el corazón. Y aún cuando sólo tengas empezado el camino del amor (como ahora nosotros) y oigas que en… han muerto de hambre miles de niños, aún cuando esto sólo te conmueva el corazón será señal de que Dios está cerca de ti. Sigamos con San Juan y sus discípulos, que fueron arrebatados a una forma extraña de éxtasis que hoy llamaríamos mística: éxtasis donde las cosas tienen otro sentido, sólo interpretable desde la propia experiencia mística. Por tanto es una osadía que, los que no hemos tenido experiencia mística profunda, intentemos adentrarnos en el Apocalipsis; pero a lo mejor alguno la ha tenido y esto le puede servir para confirmar su indecible experiencia. Veamos los versos 5 a 7 de la primera carta de San Juan. Fíjense lo atrevido que es San Juan, pues ¿quién se atrevería a decir esto?: “El mensaje que hemos oído del Señor Jesús, es éste y os lo anunciamos: Dios es luz”. O sea, hay que poner juntos la luz y el amor. San Juan, que es un maestro, también dijo esto en el prólogo de su Evangelio: “la luz brilló en las tinieblas”. Pero ahora lo que estamos comentando es una parte de su carta: “Este es el mensaje: os digo que Dios es luz”.  Está claro que este mensaje no es pensamiento, pues no es lógica; ni tampoco es comportamiento, pues no se refiere a la ética; esto es algo de la estética indecible.  [La física moderna hoy sabe de esto, pues dice que la luz puede ser para ti onda o corpúsculo según cómo la observes. La luz es onda y corpúsculo a la vez, pero según sea el instrumento con el que la enfoques la percibirás como onda o como corpúsculo: “la luz” será, para ti, según la percibas dentro de ti. Otra vez el corazón, como perceptor del amor; otra vez tu interioridad con libertad de discernimiento]  
Entonces, ¿quién es Dios? Depende, de cómo camines hacia él y de cómo lo interpretes. Si vas en plan jurídico, lo verás como un juez. Si vas hablando corpuscularmente, la luz será para ti un corpúsculo. Pero, ¿no es la luz también una onda, una vibración? Sí, vibracionalmente hablando, Dios –la luz– es una vibración. Y, ¿no hemos dicho también que Dios es un Padre? Sí, también, pero siempre depende de cómo lo mires. ¿Es que acaso lo ves, como ve un hijo a su padre bueno? Así pues –como Dios es luz y por tanto no hay tinieblas en él– si por un lado afirmamos que estamos en comunión con él pero a la vez se nos ve claramente que andamos en tinieblas, es que mentimos; es que caminamos perdidos mintiendo por ahí, y muy posiblemente lo hagamos desde tinieblas de religión.    

Pero si caminamos por la luz, o sea si entendemos a Dios como luz (como un “Dios que es luz y cuya luz vibra en mi según yo sea”), entonces podremos estar en sintonía no solo con Dios sino con toda la comunidad; ya que la luz básica divina es comunitaria. O sea, como “esta luz” es onda primigenia básica, nosotros solo podremos cabalgar en ella en cuanto seamos onda resonante con, y soportados por, la onda básica. Además, como esta onda es comunitaria, no podemos encontrarla de forma individual: sólo podemos acceder a ella –a nuestra resonancia con la luz primigenia– a través de la comunidad.

Después del mensaje que nos ha dado anteriormente Juan; ahora, en 3.1, se atreve a decirnos otra cosa parecida: “sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida”.  O sea, que estábamos en la muerte –el exterior– y hemos pasado a la vida –al interior–; que hemos pasado de la ley, a la justificación interior de nuestra vida. ¿Y como sabemos esto?, pues porque somos cristianos. ¿Y qué es ser cristiano?, haber pasado de la muerte a la vida. Pero, ¿en qué onda hemos pasado de la muerte a la vida? Ahora es cuando viene la segunda parte justificadora del por qué lo sabemos: “Sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos”. O sea:    
*El que no ama al hermano (al no experimentar “la resonancia con la vida”) continúa en la muerte.  
*Y también sigue en la muerte, el que cree ver a Dios cada día pero no ama a su hermano.
*Y (al revés) aquél que ama de verdad a su hermano, está en Dios aún sin ser consciente de ello.

*En resumen: No hay comunicación con Dios sino a través de los hermanos. No se puede hablar de religión si no se produce esta religación desde nuestro corazón y a través del amor a los demás.
El cristiano, que nació en la muerte (esto habrá que explicarlo, pero digámoslo ahora así para entendernos) ha pasado a la vida. Y estar en la vida amando, es experimentar “la vida”; es experimentar a Dios. El cristiano al amar, al estar a disposición de todos y para todo lo que necesiten, tiene ya su experiencia interior de Dios; y, por tanto, cuando muere ya no pasa por “la muerte/no vida” porque ya ha sido introducido en “la vida” por el Dios encarnado en su interior: ya ha sido trasladado de la muerte a la vida. Lo que otros alcanzan con la muerte (que es el llegar por fin hasta Dios), el cristiano ya lo alcanzó desde el momento en que fue consciente de llevar dentro a Cristo (Hombre/Dios). Los cristianos, con el Bautismo, ya hemos comenzado la vida eterna; o sea, ya estamos de alguna forma en la vida eterna. Por tanto, para los cristianos la muerte no es una experiencia mortal sino una experiencia de vida total: es un “continuar el camino” con los que nos precedieron, y “a la espera” de los que vendrán.  

San Juan es rotundo, y sigue: “el que no ama, permanece en la muerte”, el que no ama no ha sido trasladado de la muerte a la vida. Notemos bien: solo llegamos a “ser” en la vida, si amamos a los hermanos. Porque si vas a misa cada día y comulgas y no amas a los demás –fundamentalmente a los más necesitados y desvalidos–, estás en la muerte: y si es así no deberías comulgar.

El cristianismo aporta una visión cosmológica, al ver en el corazón de cada cosa a Dios: al sentir que el corazón de cada cosa es amor. Según esto el que se quede en la periferia y no ame permanecerá en la muerte, porque no alcanzará el corazón amoroso de las cosas. Y al contrario, el que ame desembocará en “ese lugar en el que Dios es todo en todo”; donde Dios es “el ser” de todo. Por esto si cuando trabajas, estudias… o vives, eres capaz de llegar al corazón de lo que haces, entonces podrás llegar al amor y así descubrir esa realidad-soporte de todo que es Dios.  

Dicho de otra forma: Solamente sabrá realmente física y..., pero sobre todo sólo conocerá el secreto del mundo, quien sepa realmente amar. Sólo el que sepa sentir en la longitud de onda en que vibran todas las cosas (la tierra, la planta, el animal... y el hombre), que es precisamente en la que resuena Dios desde siempre, podrá acceder al secreto de todo: al amor de Dios.  No hay más que una realidad, la de Dios: el todo en todo. No hay más que una onda básica vibratoria, que es precisamente la forma que tiene de vibrar el amor: Dios-Amor. Quien investigue las estrellas y no se acerque a ellas con amor, no podrá acceder a su cogollo y por tanto no las conocerá nunca de verdad. Si investigas al hombre y no te acercas a él con amor, jamás llegarás a su corazón: jamás lo conocerás. Si tú investigas a Dios como teólogo y para ti Dios es solo una lógica o moral, no podrás conocerlo; porque Dios es amor.


Y que Dios sea amor, quiere decir: Dios es el corazón de las cosas, y el corazón de las cosas es Amor. El único camino que tenemos para llegar al corazón de las cosas, y al corazón de las personas, es el amor. Y esto es lo que hace que sepamos, o no, si somos cristianos –si estamos trasladados de la muerte a la vida, del no saber al saber, del no ser al ser...– porque solo lo seremos si amamos a nuestros hermanos. Quien no ama pertenece todavía a las tinieblas, por mucho que sepa y por mucho que se llame cristiano; y quien ame, si ama de verdad, será cristiano por muy fuera que esté de las normas. En resumen, quien ama es capaz de llegar al corazón de las cosas y de vibrar en la misma frecuencia de Dios.

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