San Matías Kalemba, mártir
fecha: 30 de mayo
n.: c. 1830 - †: 1886 - país: Uganda
canonización: B: Benedicto XV 6 jun 1920 - C: Pablo VI 8 oct 1964
hagiografía: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
n.: c. 1830 - †: 1886 - país: Uganda
canonización: B: Benedicto XV 6 jun 1920 - C: Pablo VI 8 oct 1964
hagiografía: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
En Kampala, en Uganda, san Matías
Kalemba, de sobrenombre «Mulumba» o «el Fuerte», mártir, que, tras abandonar el
culto mahometano, recibió el bautismo en Cristo y, renunciando al cargo de
juez, se dedicó con tesón a propagar la fe cristiana, por lo cual, en tiempo
del rey Mwanga, fue sometido a torturas y, privado de todo consuelo, entregó
finalmente su espíritu a Dios.
Ver más información en:
22 mártires de la persecución religiosa en Uganda (1885-1886)
22 mártires de la persecución religiosa en Uganda (1885-1886)
El glorioso y esclarecido grupo de los
mártires de Uganda tiene su memoria en el Martirologio el día 3 de junio, en
que tuvo lugar el sacrificio de la parte más nutrida de ellos en la colina de
Namugongo, pero no todos los mártires murieron allí y aquel día. Algunos se
habían adelantado a la fecha dejando la vida en los días anteriores, y uno de
ellos es nuestro Matías Kalemba. Este santo bien merece una biografía aparte,
porque dos condiciones le hacen destacarse del grupo: la primera, que no era un
joven como los demás sino un hombre de cincuenta años, que había llegado al
cristianismo tras una larga y honesta búsqueda de la verdad, y la segunda, que
su martirio fue sin duda el más prolongado, doloroso y humanamente terrible de
todos, superando en ello no sólo a los demás mártires de Uganda sino a muchos
otros mártires de todas las épocas.
Wanté, que éste fue su nombre original,
nació en la década de 1830 y creció como un niño más en el poblado de su tribu
hasta, que cuando tenía doce años, una razzia asalta su poblado, y él entonces
junto con su madre es apresado y llevado a la corte del kabaka o rey de Uganda
como esclavo. Wanté era una persona enérgica y de carácter independiente y la
esclavitud no podía hacérsele sino muy dura, pero era también un genio práctico
y viendo que aquello no tenía remedio aceptó la esclavitud y se dispuso a vivir
en ella. El kabaka dispuso que Wanté fuera vendido y lo compró un tal Mugatto.
Aquello humanamente fue lo que mejor le pudo suceder al joven esclavo. Porque
Wanté sirvió bien y lealmente a Mugatto, y éste empezó a tomarle afecto a causa
de sus buenos servicios, y este afecto cambiaría la suerte de Wanté. Vivían en
el distrito de Kirumba, provincia de Singo. Mugatto tal como lo pensó lo hizo:
sacó de la esclavitud a Wanté y lo adoptó como hijo, y cambió su nombre por el
de Kalemba. De esta forma recobró la libertad y tuvo un status social muy
diferente porque la perspectiva era heredar a su padre adoptivo y ser él
también señor de Kirumba. Mugatto no se arrepintió de haber liberado y adoptado
a Kalemba. El joven fue cariñoso y obediente, cuidó con amor a su padre
adoptivo cuando se puso enfermo y velaba junto a él durante su enfermedad. Y en
una de esas noches de vela junto al enfermo, recibió de éste una importante
confidencia. Mugatto le dijo que él toda su vida había estado a la búsqueda de
la verdad. La había buscado en su corazón y ahora sabía con certeza que él,
Kalemba, sí llegaría a ella, porque vendrían de tierras lejanas -le añadió-
unos hombres blancos, de cuyos labios escucharía la verdadera religión: «harás
bien en escucharlos y en seguirlos». Mugatto poco después murió y su hijo
adoptivo Kalemba le heredó. Y guardó en su corazón aquella advertencia que le
hizo al morir, y estaba atento a ver cuándo esos anunciados hombres se
presentarían.
La vida siguió para Kalemba. Se hizo
mayor. Contrajo matrimonio, o por mejor decir, matrimonios, pues en la práctica
de los ugandeses entraba la poligamia. Y de estas esposas tuvo hijos, para
quienes fue un padre bueno y afectuoso. En 1866 estuvo a las puertas de la
muerte porque una terrible epidemia de viruela asoló el país. Kalemba la
contrajo y su fuerte constitución luchó contra ella hasta lograr superarla,
pero no sin que le quedaran secuelas. Por fin, y siendo rey Suna, vinieron por
el país unos hombres vestidos de largos trajes y mantos blancos, que profesaban
unas creencias distintas al paganismo de su entorno. Se trataba de musulmanes
del norte de África que establecían relaciones comerciales con los países de
raza negra. Kalemba creyó que se trataba de los hombres blancos a los que su
padre moribundo había aludido, y se interesó por su religión. Comparó el Islam
y su afirmación del Dios único, su espera del juicio de Dios, su rendida
sumisión a la majestad divina, su aprecio por la oración, el ayuno, la limosna,
etc., con el paganismo en que se había criado, y pensó que allí estaba la
verdad y que aquéllos eran los mensajeros anunciados por su padre. Se hizo
musulmán. Atrajo además al Islam a algunas amistades suyas. Estaba por entonces
al servicio del jefe de la provincia de Singo, el Mukwenda, lo que le hacía
residir en Mitiyana. En realidad, por entonces estaba bien visto hacerse
musulmán y era mucha su influencia en la corte. El propio kabaka o rey Mutesa
también profesó el Islam. Pero a comienzos de 1875 el kabaka se irritó con esta
religión, porque los musulmanes se negaron a comer las carnes servidas en un
banquete ya que los animales no habían sido muertos siguiendo las
prescripciones coránicas. El rey montó en cólera y dio comienzo a una verdadera
persecución antiislámica, en la que hubo víctimas. Kalemba se salvó porque
disimuló su fe musulmana, que siguió practicando en privado aunque pareciera
dar culto a los dioses en la vida social. En ella su crédito era grande. Estaba
en plena madurez humana y a sus cuarenta años aparecía como un hombre
inteligente y sensato, eficaz y leal. Su jefe le puso de sobrenombre Mulumba,
que significa algo así como el Fuerte o el Bravo, y lo hizo juez de los
procesos de la provincia.
En 1879 llegaron misioneros católicos, los
Padres Blancos, autorizados por el kabaka a propagar su religión. Kalemba se
acordaba de la advertencia de su padre, pero no se acercó de momento a ellos.
Sin embargo, tuvo que tratarlos, porque como se les autorizó a los misioneros a
construir sus casas, la vigilancia de la construcción se le confió a Kalemba y
pudo así ver su conducta y modo de vida. El testimonio de los misioneros le
impresionó, y comenzó a acudir a la enseñanza del catecismo católico. Tuvo una
entrevista con Mons. Livinhac y hubo entre él y el misionero un largo coloquio
en el que el corazón de Kalemba quedó conquistado para el catolicismo. No era
sencillo hacerse cristiano: tenía que renunciar a la poligamia y quedarse
únicamente con una esposa, y esto se le planteó claramente en cuanto en la
primavera de 1881 dio comienzo formal a su catecumenado. Pero pudo verse que su
resolución de hacerse católico era firme, y en efecto se separó de sus esposas
y se quedó sólo con una, no desamparando a las otras en sus necesidades
materiales y atendiendo debidamente a sus hijos. Acudía con puntualidad y celo
a las catequesis y su alma se fue abriendo a la luz de Dios. Los misioneros se
convencieron de que Kalemba era un converso sincero, y se tomó la decisión de
acortar su catecumenado y admitirlo al santo bautismo. Con gran emoción y
singular alegría fue regenerado por el agua y el Espíritu en la fiesta de
Pentecostés de 1882, el día 28 de mayo. Con él se bautizó entre otros su amigo
Banabakintu, que tomó el nombre de Lucas, y será mártir como él. También
recibiría por entonces el bautismo su amigo Mawaggah, que tomó el nombre de Noé
y moriría mártir igualmente. En el santo bautismo tomó el nombre de Matías.
Mitiyana, su residencia, sería el campo de
su desde ahora fecundo apostolado. Jefe de varios poblados, quiso desde su
autoridad dar vivo ejemplo de los valores del cristianismo, haciendo cosas que
para su condición social elevada eran prohibitivas pero que él quería hacer
como signo de que consideraba a los demás no inferiores sino hermanos. Para
imitar a Jesús obrero y subrayar el valor cristiano del trabajo comenzó a
labrar la tierra, tarea reservada a mujeres o esclavos. Igualmente en vez de
hacer que sus paquetes o bultos los llevasen sus criados, cargaba él con uno de
ellos. Su cristianismo le llevó a ser un juez excelente. Le traían sus
diferencias y en vez de limitarse a administrar justicia neutralmente, iba al
fondo de las cosas y procuraba la paz y entendimiento entre los que pleiteaban,
de modo que hizo una gran obra de pacificación y concordia. Pero luego renunció
a este cargo y así tenía más tiempo para su labor catequética. Para todos tenía
buenas palabras y buenas obras. Fueron especiales amigos suyos los pobres,
socorriéndoles de su bolsa siempre abierta a todos los que lo necesitaran. Su
casa se convirtió en un centro de catequesis. Llegó a formar una comunidad
cristiana compuesta de doscientas personas, a las que él había conquistado para
Cristo, las había instruido pacientemente y las había llevado hasta la fuente
del bautismo. Comprendiendo que su formación era todavía rudimentaria, ideó un
sistema para renovar sus catequesis. Dos veces al mes mandaba un neófito a la
residencia de los misioneros en Rubaga, a unos ochenta kilómetros, el cual luego
le refería la catequesis de los misioneros y él a su vez se la pasaba a su
comunidad y a sus catecúmenos.
En noviembre de 1882 los misioneros fueron
expulsados por orden del kabaka Mutesa que había mudado su primitiva simpatía
en odio. Los misioneros creyeron lo más prudente acatar la orden y abandonar el
país. Matías, sabedor de la orden de expulsión, fue a buscarlos y se despidió
de ellos, recibiendo el encargo de cuidar de los catecúmenos y velar por la fe
de los conversos de su zona. El encargo lo recibieron Matías y Lucas
Banabakintu, y desde entonces y hasta la vuelta de los misioneros cumplieron
con ardor y óptima voluntad su tarea. En 1884 murió Mutesa y subió al trono su
hijo Mwanga, el cual volvió a permitir la entrada de los misioneros. Pareció en
principio que la cuestión se pacificaría, pero por intrigas y ambiciones en la
corte, el ánimo del rey mudó, y comenzó la persecución formalmente el 25 de
mayo de 1886.
En la mañana del 26 de mayo de 1886 Matía
fue arrestado junto con Lucas. Ambos podrían haber huido, pero se presentaron
como cristianos. Matías mandó recado a Singo previniendo a los cristianos y
ordenó que su mujer y sus hijos se pusieran a salvo. Manifestó estar contento
de padecer por Cristo. Sujetos ambos con grilletes, no les dieron nada de comer
en todo el día, y a la mañana siguiente les metieron en la boca bolas de puré
de plátano. Seguidamente los llevaron a Mengo, donde fueron encerrados en una
cabaña en la que ya estaba preso el futuro mártir Andrés Kiwanuka. Salieron
luego, ya juzgados y condenados a muerte, en dirección a Kampala, donde debían
unirse a un grupo de pajes, condenados también, que llegaría de la corte. Al
llegar a Kampala, Matías mismo sugirió que no tenía sentido seguir adelante
porque él no era un hombre de la corte sino del gobernador, y que el rey no lo
conocía, por lo que no podía esperar su perdón. Y añadió: «Matadme aquí». Se
despidió de su amigo Lucas diciéndole que se volverían a ver en el cielo. Y
empezó el horroroso tormento a que fue sometido el intrépido testigo de Cristo.
Cumpliendo la orden del katikkiro, lo
llevaron a un lugar solitario y lo ataron fuertemente de manera que no pudiera
por sí mismo zafarse de las ligaduras. Luego, usando machetes y cuchillos,
comenzaron a hacerle heridas y a cortarle trozos de su carne, partiéndole las
piernas, dislocándole las coyunturas, lacerando los nervios y aplastándole los
músculos, todo ello de forma que padeciera los más atroces dolores. El mártir
no chillaba ni protestaba, no maldecía a sus verdugos, no les echaba en cara su
crueldad, ni los insultaba. Sólo repetía una y otra vez: Dios mío, Dios mío
(Katonda wange). La paciencia del mártir no aplacó la crueldad de los verdugos,
por el contrario, la aguijoneó. Decidieron entonces encender un fuego y
cortándole trozos de carne de su pecho y espalda asarlos allí mismo ante sus
ojos, mientras lo llenaban de insultos e improperios y vomitaban blasfemias
contra el Dios de los cristianos. El mártir guardó un sagrado silencio ante
aquella horrible carnicería.
Lo abandonaron luego a su suerte y se
marcharon. Estuvo expuesto tres días al sol y a las lluvias y a las frías
noches de la primavera, y una nube de moscas e insectos, atraídos por la
sangre, acudieron a cebarse en los pobres despojos vivos de aquella víctima. La
fiebre, el hambre y sobre todo la sed se apoderaron del mártir. Subieron
algunas personas a cortar cañas a aquella colina y oyeron una voz débil que
pedía agua, pero al acudir y ver aquel horrendo espectáculo dejaron al mártir
de nuevo solo en su larga espera de la muerte. Se unió a la sed de Cristo en el
Calvario y con Cristo se inmoló por su amor. Se supone que moriría el día 30 de
mayo. Pasaron unos días y los misioneros pudieron localizar sus restos mortales
y darles cristiana sepultura. El Espíritu de Dios le había dado fortaleza para
confesar bravamente la fe. Fue de verdad Mulumba, el Fuerte, en su martirio, y
bien merece este padre de familia, que a los cuatro años de convertido muere
por la fe de forma tan escalofriante, tener un sitio de honor. Fue canonizado
con los demás mártires de Uganda, por el papa Pablo VI, el 18 de octubre de
1964.
Resumido de la larga hagiografía de José
Luis Repetto Betes en Año Cristiano, BAC, 2003. Extracto de la bibliografía
citada por el artículo: «I centenario de los mártires de Uganda»: Mundo Negro
(1986) Junio. BEDUSCHI, J., Los Mártires de Uganda (Madrid-Mexico 1974).
FAUPEL, J J., African holocaust. The story of the Uganda martyrs (Londres
1962). LIZZALDE, J. L., Todos los santos afncanos (Madrid 2000). MARION, F.,
Nuovi sant: africant. Ventidue martiri d'Uganda (Milán 1964).
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
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Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=1831
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