EL SECRETO, DEL AMOR Y EL
GOZO, ESTÁ EN
EL CORAZÓN DEL
HOMBRE (HN-19)
Es verdad que la lectura de los
textos del Evangelio debemos hacerla siempre bien, para evitar malentendidos;
pero esto no implica que, aunque pase el tiempo y la inspiración se acumule, ya
no puedan desvelarse ni novedades ni ciertos matices complementarios de interpretación.
Por tanto no debiera sorprendernos que pasados dos mil años algo pudiera decirse
distinto o más en resonancia con los nuevos tiempos, pues todo tiene su camino
y su tiempo; si bien también debe quedar muy claro que, lo desvelado o matizado
hoy será gracias al largo camino recorrido por la teología durante todo el
tiempo anterior. Y, de la misma forma, hará falta también todo lo que digamos
hoy para que en el futuro se puedan decir otras cosas todavía mejor: para que
se puedan leer más en profundidad los textos del Evangelio, a los que estamos y
seguiremos acudiendo. Es verdad que
el Evangelio se puede interpretar de varias formas, y San Pablo ya lo decía:
“toda Escritura puede ser utilizada para argumentar”. Pero San Pablo
lo dice en los dos sentidos: puedes utilizar
la Escritura
para madurar, o para justificarte. En cualquier caso -y esto es muy serio-, Dios es tan grande que cuando uno lee la Palabra de Dios, esta
suele resonarnos a la manera de cada uno: en efecto, si uno la lee desde la
teología lógica Dios nos suena lógicamente; y si uno está en la fase del
comportamiento fariseo –es decir, del hombre que pretende ser santo cumpliendo y
así lo cree– Dios le suena así también; y si uno está en la teología del gozo,
o pretende inaugurarla, Dios empieza a sonarle también así. Pero lo verdaderamente malo sería que Dios
no nos resonase: pues Dios suena
en todas partes, menos en aquellos
que sustituyen a Dios por un “cumplir con lo prescrito”; o sea, menos en
aquellos que hacen de la religión una meta. Y esto lo ha dicho Cristo (o sea
Dios en Jesús), y no es una interpretación del Evangelio. Por tanto, ya
conocemos el peligro y lo que debemos vigilar. Cristo,
al desmontar la religión del cumplimiento, instaura la religión del gozo; que siempre provoca agobio en los espíritus pusilánimes. Si bien
estos deben saber que la falta de seguridad no solo es inevitable sino que así debe
ser, para mantener la tensión; y por tanto no deben olvidar que el gozo siempre
es algo volátil, como toda situación de inestabilidad. Al cristiano del s. XXI,
si quiere ser verdaderamente cristiano, le tendrán que crecer unas alas más
grandes que la jaula de seguridades donde ahora está prisionero; por lo que
tendrá que romper su jaula, y esto lo hará siempre con dolor. La obligación del
cristiano es romper siempre jaula tras jaula; pero nosotros llevamos mucho
tiempo y muy cómodos reclinando nuestra cabeza en una jaula dorada. Al hombre
nuevo le van creciendo sus alas, de forma que su nueva capacidad de vuelo ya no
cabe en una jaula; por eso no solo debemos romper jaulas, sino levantar la
vista del suelo y tratar de volar más. Y aquellos que no las rompan, ya sea por
miedo o comodidad, al final comprobarán “si son reconocidos o no”; y esto “cuando
llamen a la puerta”, siendo ellos unos “fuera de tiempo”. Adelantemos ahora algo, que nos puede ayudar
a entender la siguiente expresión de Mateo: Cuando Cristo habla del “Hijo
del hombre”, habla de sí mismo. En hebreo, “Hijo del hombre” significa el hombre; en contraposición al hijo
de la maldición, que es el maldito. El “Hijo
de Dios” es el divino, el que ya ha llegado a Dios; en cambio, el “Hijo del hombre” es el
que camina todavía por las sendas de la evolución para llegar a ser Hombre,
y el hijo de la maldición es el que vive maldiciéndolo todo. Pues bien, cuando
Cristo habla del “Hijo del hombre” se está refiriendo a sí mismo; está
hablando del modelo de hombre que es él, y del que también tú has de llegar a
ser. Esta es la traducción: “El Hijo del hombre (y según Cristo: no solo El
sino también tú, si eres como El) no tiene
dónde reclinar la cabeza” [(Mt.
8, 20)… Incluso las raposas tienen
cuevas y las aves del cielo tienen nidos, tienen un cobijo, pero el Hijo del hombre
no tiene dónde reclinar la cabeza.] Si tú te apoyas solo en el cumplimiento de
algo exterior –impuesto por tu religión como meta– y reclinas sobre esto tu
cabeza, no llegarás a ser Hijo del hombre; te extraviarás. Pero si entiendes
bien la religión, como esa religación interior con Dios que no te permite
dormirte y por tanto que evita te extravíes, tendrás la definición del hombre
por su religación. Fíjense qué maestro es Cristo: Todo hombre que –para andar–
necesite que le dirijan desde fuera, es un hombre que no es Hombre.
Cristo es magistral pues, sin negar las ayudas exteriores, dice: El secreto,
del amor y el gozo, no está fuera sino “en el corazón del hombre”. O sea, depender de lo de fuera –del
cumplimiento religioso y las leyes– es como estar dependiendo de andadores;
hasta que queden estos minimizados una vez aprendamos a caminar: quedando de
ellos, su memoria y nuestro agradecimiento. El secreto está en el corazón
del hombre. El hombre o se salva por “lo que es” o mil millones de leyes
no le salvan. Y esto es lo que transmite Jesús, cuando dice: "El Hijo
del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza". Los pájaros
pueden tener nido y los zorros madriguera, pero el hombre es aún más volátil
que un pájaro asustado y más escurridizo que el zorro al que se acosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario