El Brasil real y el Brasil virtual
2016-05-01
Hay dos Brasiles que corren
paralelos y que poseen lógicas y dinámicas diferentes.
Uno
es el Brasil dominante, profundamente desigual y por eso injusto, que reproduce
una sociedad malvada que no tiene compasión ni misericordia con las grandes
mayorías. Según el IPEA son 71 multimillonarios o cinco mil familias extensas
los que detentan gran parte de la riqueza nacional y muestran escasísimo
sentido social, insensibles a la desgracia de los millones de personas que
viven en los centenares de favelas que rodean casi todas nuestras ciudades. En
ellos se origina, en gran parte, el odio y la discriminación que sienten por
los pobres y por los hijos e hijas de la esclavitud, cosas que llegan todavía
hasta los días actuales.
Me
alejo decididamente del pesimismo de Paulo Prado en su ironizado libro de 1928
“Retrato de Brasil: ensayo sobre la tristeza brasilera”, para quien la
tristeza, la pereza, la lujuria y la codicia constituyen los rasgos distintivos
del brasilero. Hay gente que todavía piensa así a pesar de todo lo que se ha
hecho en el campo social.
Junto
a estas distorsiones, existe otra cara del mismo Brasil, la de los pobres que
luchan valientemente para sobrevivir, que en medio de la miseria traslucen una
alegría que viene de adentro, que danzan y veneran a sus santos y santas
poderosos y que no necesitan creer en Dios porque lo sienten en la piel y en
cada paso de su vida. Es el Brasil de los menospreciados por los sectores
conservadores que se orientan por el PIB y por el consumo, considerados buenos
para nada e inservibles para el sistema porque producen poco y consumen menos
todavía.
Ese
Brasil escindido, con caras contrapuestas, constituye una contradicción viva y
escandalosa. Posee una herencia una sombría que nos viene del etnocidio
indígena que persiste todavía, del colonialismo que nos dejó el complejo de
buenos para nada, y que penetró en forma de arquetipo psicológico en la
estructura de la Casa Grande del señor blanco y de la Senzala de
los esclavos negros. Se manifiesta en el foso que escinde al país de arriba
abajo y nos hace herederos de una república con una democracia más farsa que
realidad, pues está compuesta, como actualmente, en su gran mayoría, por
corruptos que se benefician del bien público para obtener su bien privado
(patrimonialismo).
El
pueblo brasilero, hecho de la amalgama de representantes de 60 países
diferentes que vinieron para acá, todavía no ha acabado de nacer. Está en
proceso de hechura. A pesar de las contradicciones, apunta hacia un mestizaje
exitoso que podrá configurar un rostro singular de Brasil como una potencia en
los trópicos. El Brasil que acabo de describir parece ser el real, repleto de
injusticias y contradicciones.
Pero
hay otro Brasil. Es el Brasil del imaginario, que está en los sueños del
pueblo, el Brasil grande, el Brasil patria amada, bendecido por Dios, el Brasil
de la humanidad cálida, de la música popular y de los ritmos africanos, del
futbol, del carnaval, de las playas y de gente bonita. Esto mueve los
sentimientos del pueblo.
Es
la utopía Brasil, utopía como nos enseñó el maestro Celso Furtado “que es fruto
de dimensiones secretas de la realidad, un afloramiento de energías contenidas
que anticipa la ampliación del horizonte de posibilidades abierto a una
sociedad” que queremos justa, fraterna y feliz (cf. En busca de nuevo
modelo: reflexiones sobre la crisis contemporánea, 2002 p.37).
Este
Brasil sólo existe como sueño pero está en estado naciente; él da energía para
soportar las amarguras del presente. El sueño y la utopía son parte del
carácter potencial y virtual de la realidad. El dato es hecho y no agota las
virtualidades de lo real. Esas virtualidades que entrevemos como realidades
futuras nos mantienen la jovialidad y nos alimentan la esperanza de que los
corruptos de hoy, los enemigos de la democracia que votan el impeachment
de la presidenta Dilma, no triunfarán. Serán borrados de la memoria colectiva.
Estigmatizados, ceniza y polvo cubrirán sus nombres.
Nuestro
desafío es hacer que se encuentren el Brasil real con el Brasil virtual de modo
que el virtual, que contiene más verdad que el otro, moldee la figura verdadera
de nuestro país.
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