Por dónde pasa el futuro del cristianismo?
2016-11-30
El Papa
Francisco tiene un mérito innegable: sacó a la Iglesia Católica de una profunda
desmoralización debida a los delitos de pedofilia que afectaron a cientos de
eclesiásticos. Después desenmascaró los crímenes financieros del Banco del
Vaticano, que involucraban a monseñores y a gente de las finanzas italianas.
Pero
principalmente dio otro sentido a la Iglesia, no como una fortaleza cerrada
contra los "peligros" de la modernidad, sino como un hospital de
campaña que atiende a todos los necesitados o en busca de un sentido de vida.
Este Papa acuñó la frase “una Iglesia en salida” en dirección a los demás y no
a sí misma, autofinalizándose.
Los
datos revelan que el cristianismo es hoy una religión del Tercero y Cuarto
Mundo. El 25% de los católicos viven en Europa, el 52% en América y los demás
en el resto del mundo. Esto significa que, terminado el ciclo occidental, el
cristianismo vivirá en su etapa planetaria una presencia más densa en algunas
partes del mundo hoy consideradas periféricas.
Sólo
tendrá un significado universal con dos condiciones.
La
primera, si todas las iglesias se entienden cómo el movimiento de Jesús, se
reconocen mutuamente como portadoras de su mensaje sin que ninguna de ellas
pretenda reclamar exclusividad sino en diálogo con las religiones del mundo,
valorándolas como caminos espirituales habitados y animados por el Espíritu.
Sólo entonces habrá paz religiosa, una de las condiciones importantes para la
paz política. Todas las iglesias y las religiones deben estar al servicio de la
vida y de la justicia para los pobres y para el Gran Pobre que es el planeta
Tierra, contra el cual el proceso industrial lleva a cabo una verdadera guerra
total.
La
segunda condición es que el cristianismo relativice sus instituciones de
carácter occidental y se atreva a reinventarse partir de la vida y la práctica
del Jesús histórico con su mensaje de un reino de justicia y de amor universal,
en una total apertura a lo trascendente. Mantener el canon actual puede condenar
al cristianismo a transformarse en una secta religiosa.
Según
la mejor exégesis contemporánea, el proyecto original de Jesús se resume en el
Padre Nuestro. En él se afirman las dos hambres del ser humano: el hambre de
Dios y el hambre de pan. El Padre Nuestro enfatiza el impulso hacia lo Alto.
Solamente uniendo el Padre Nuestro con el Pan Nuestro se puede decir Amén y
sentirse en la tradición del Jesús histórico. Él puso en marcha un sueño, el
Reino de Dios, cuya esencia se encuentra en los dos polos, en el Padre Nuestro
y en el Pan Nuestro Pan Diario vividos en el espíritu de las bienaventuranzas.
Esto
implica para el cristianismo la audacia de desoccidentalizarse desmachicizarse,
despatriarcalizarse y organizarse en redes de comunidades que se acogen
recíprocamente y se encarnan en las culturas locales y forman juntas el gran
camino espiritual cristiano que se suma a los otros caminos espirituales y
religiosos de la humanidad.
Realizados
estos supuestos, en la actualidad se presentan a las iglesias y al cristianismo
cuatro retos fundamentales.
El
primero es salvaguardar la Casa Común y el sistema de vida amenazados por la
crisis ecológica generalizada y el calentamiento global. No es imposible una
catástrofe ecológico-social que diezmará la vida de gran parte de la humanidad.
La pregunta ya no es qué futuro tendrá el cristianismo, sino cómo ayudará a
asegurar el futuro de la vida y biocapacidad de la Madre Tierra. Ella no nos
necesita. Nosotros sí la necesitamos.
El
segundo reto es cómo mantener a la humanidad unida. Los niveles de acumulación
de riqueza material en muy pocas manos (el 1% controla la mayoría de la riqueza
del mundo) pueden dividir a la humanidad en dos partes: los que gozan de todos
los beneficios de la tecnociencia y los condenados a la exclusión, sin
esperanzas de vida o incluso siendo considerados subhumanos. Es importante
afirmar que tenemos una sola Casa Común y que todos somos hermanos y hermanas,
hijos e hijas de Dios.
El
tercer desafío es la promoción de la cultura de la paz. Las guerras, el
fundamentalismo político y la intolerancia frente a las diferencias culturales
y religiosas pueden llevar a niveles de violencia de alto poder destructivo.
Eventualmente pueden degenerar en guerras mortales con armas químicas,
biológicas y nucleares.
El
cuarto desafío se refiere a América Latina: la encarnación en las culturas
indígenas y afroamericanas. Después de haber casi exterminado las grandes
culturas originales y esclavizado a millones de africanos, es necesario
trabajar para ayudarles a rehacerse biológicamente, a rescatar su sabiduría
ancestral y a ver reconocidas sus religiones como formas de comunicación con
Dios. Para la fe cristiana el reto consiste en animarles a hacer su síntesis
con el fin de dar lugar a un cristianismo original, sincrético,
africano-indígena-latino-brasilero.
La
misión de las iglesias, de las religiones y de los caminos espirituales es
alimentar la llama interior de la presencia de lo Sagrado y lo Divino
(expresado en millares de nombres) en el corazón de cada persona.
El
cristianismo, en la fase planetaria y unificada de la Tierra, posiblemente se
constituirá en una inmensa red de comunidades, encarnadas en las diferentes
culturas, dando testimonio de la alegría del Evangelio que promueve ya en este
mundo una vida justa y solidaria, especialmente para los más marginados, que se
completará en la culminación de la historia.
En
la actualidad, nos corresponde a nosotros a vivir la comensalidad entre todos,
símbolo anticipador de la humanidad reconciliada, celebrando los buenos frutos
de la Madre Tierra. ¿No era esta la metáfora de Jesús cuando hablaba del Reino
de vida, de justicia y de amor?
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