Para que se despierte en nosotros el deseo de Cristo, debe haber un trabajo intenso de su conocimiento.
Por: P. Sergio Larumbe, IVE | Fuente: Catholic.net
Por: P. Sergio Larumbe, IVE | Fuente: Catholic.net
El conocimiento de Jesús y de las diversas situaciones de su vida lo hallamos primero en el Evangelio.
Nadie ama lo que no conoce. Para tener un conocimiento de Cristo, de sus intereses, de sus miradas, de cómo era su trato con los hombres, es indispensable el conocerlo por medio del evangelio. Decía San Jerónimo queDesconocer las escrituras es desconocer al mismo Cristo. Por lo tanto debemos venerar las escrituras y darles una gran importancia, si estamos deseosos de que Cristo sea algo central en nuestras vidas. De lo contrario nuestro deseo por Cristo es algo engañoso y falso.
Para comprender esta realidad me parece muy esclarecedora la afirmación de Dom Columba Marmion, quién dice que como quiera que nadie busca una cosa que desconoce, ni la voluntad se va tras los bienes que no le hayan sido presentados antes por la inteligencia: ahora que Cristo nos tiene privados de su presencia sensible, ¿cómo llegaremos a conocer sus misterios, su belleza, su armonía, su virtud y su poder. Cómo, sobre todo, nos pondremos en contacto vivificador con dichos misterios para sacar aquellos frutos que paulatinamente transformen nuestras almas y operen en ellas la unión con Cristo, condición que nos es indispensable para ser contados en el número de sus discípulos? El conocimiento de Jesús y de las diversas situaciones de su vida lo hallamos primero en el Evangelio.
Sus páginas, sagradas e inspiradas por el Espíritu Santo, contienen la descripción y enseñanzas de la vida terrenal de Jesús. Bástanos leer esas páginas tan sencillas como sublimes, pero leerlas con la debida fe, para ver y oír a Cristo mismo. El alma piadosa que recorra con frecuencia en los ratos de oración este libro excepcional, llegará poco a poco a conocer a Jesús y sus misterios, a penetrar en los secretos de su Sagrado Corazón, a comprender aquella magnífica revelación de Dios al mundo que es Jesús: Este libro inspirado es luz y fuerza que ilumina y fortalece los corazones rectos y sinceros. ¡Dichosa el alma que le hojea cada día y bebe en el manantial mismo de sus vivas aguas .
Por lo tanto conocer las escrituras es más que conocer a Cristo. Es conocer a Cristo y conocer su Sacratísimo Corazón.
Amor a las Escrituras Santas
En el Obispo Van Thuan, gran confesor de la fe, tenemos un ejemplo “vivo” del amor a Cristo, presente en las escrituras: Cuando era yo alumno en el seminario menor de Annin, un sacerdote vietnamita, profesor, me hizo comprender la importancia de llevar siempre conmigo el Evangelio. Se había convertido del budismo y provenía de una familia mandarina; era un intelectual: llevaba siempre encima, colgado al cuello, el Nuevo Testamento, como se lleva el viático. Cuando dejó el seminario para desempeñar otro cargo me dejó en herencia ese libro, su tesoro más precioso. El ejemplo de este santo sacerdote, que se llamaba José María Thich, siempre vivo en mi corazón, me ayudó mucho en la cárcel durante el período de aislamiento. Aquellos años seguí adelante porque la Palabra de Dios era «antorcha para mis pasos, luz para mi sendero» (cf. Sal 119,105). Es sabido que san Jerónimo y santa Teresa del Niño Jesús llevaban el Evangelio siempre encima, cerca del Corazón .
¿Cuál es mi amor por los evangelios? ¿Soy consciente de que debo nutrirme de la palabra de Dios como me nutro de la Eucaristía?
La lectura de la Biblia un encuentro con Cristo
Pero para que la lectura de la Biblia no sea como la lectura de cualquier otro libro, sino que sea en realidad un encuentro con Cristo y sea una lectura fructuosa, se requieren cinco cosas a tener bien en cuenta:
1º La fe. La lectura de la Palabra de Dios recuerda los hechos salvíficos, pero la fe los hace particularmente presentes y operantes en el corazón de cada creyente. La verdadera fe -enseña San León Magno- tiene el poder de no estar ausente en espíritu de los hechos en que no ha podido estar presente con el cuerpo (Hom. Sobre la Pasión 19).
2º La veneración y la reverencia. Todo lo que dice las Escrituras lo dice el Señor, por lo que son más dignas de fe que el que un muerto resucite, o que un ángel del Señor baje del cielo (San Juan Crisóstomo, en Catena áurea).
3º La atención, porque el que es de Dios oye la palabra de Dios (Jn 8,47).
4º El hábito de lectura, tanto personal como litúrgica. Nos valemos de ordinario de la lectura asidua y de la meditación de las Escrituras, para procurar a nuestra memoria, pensamientos divinos (Casiano, Colaciones 1).
5º La oración. A la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo entre Dios y el hombre, pues, a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras (San Ambrosio, Sobre los oficios I, 20, 25).
El corazón de Cristo palpitando por nosotros
En el evangelio nos encontramos con Cristo vivo, con el corazón de Cristo palpitando de amor por nosotros. Nos encontramos con sus palabras que nos comunican vida. Continúa diciendo Van Thuan: El hecho es que las palabras de Jesús poseen una densidad y una profundidad que las demás palabras no tienen, sean de Filósofos, de políticos o de poetas. Las palabras de Jesús son, como a menudo se definen en el Nuevo Testamento, espíritu y vida. Contienen, expresan, comunican una vida, la plenitud de la vida . Los mismos apóstoles le dijeron en una ocasión Señor ¿a quién iremos? si tú tienes palabras de vida eterna (Jn. 6,68) .
La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo…
Para comprender la importancia que tiene la Palabra de Dios para la Iglesia no hay más que remontarse a la actitud bimilenaria de la Iglesia, que siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues, sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el Pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo .
Van Thuan nos recuerda algunas frases de los santos y de la tradición: A lo largo de toda la tradición cristiana se puede subrayar constantemente este vínculo entre Palabra y Eucaristía, ambas alimento del cristiano. «Nosotros bebemos la sangre de Cristo —escribe Orígenes— no sólo cuando lo recibimos según el rito de los misterios, sino también cuando recibimos sus palabras, en las cuales reside la vida». Y san Jerónimo: «El conocimiento de las Escrituras es un alimento verdadero y una verdadera bebida que se asume por la Palabra de Dios». Por su parte, san Ambrosio dice: «Se bebe la sangre de Cristo, que nos ha redimido, como se beben las palabras de la Escritura, las cuales pasan a nuestras venas y, asimiladas, entran en nuestra vida». San Jerónimo afirma también: «Yo considero que el Evangelio es el cuerpo de Jesús y las Escrituras son su enseñanza. Las palabras de Jesús: “Quien come mi carne y bebe mi sangre” (Jn 6, 54), pueden entenderse tanto referidas al misterio [eucarístico] como al verdadero cuerpo y sangre de Cristo, que es la palabra de las Escrituras. [...]. La Palabra de Dios es esa carne y sangre de Cristo que entra en nosotros a través de la escucha». El pan de la Palabra —recuerda además la Dei Verbum— es alimento que da vigor, ilumina la mente, confirma la voluntad, enciende un ardor renovado, renueva la vida (cf. n. 23) .
De hecho, la Palabra sólo da fruto si encuentra una tierra fértil, o sea, cuando cae en un corazón bueno y recto (cf. Lc8, 15). Por medio de las escrituras adquirimos la mente de Cristo. El resultado es que ya no somos nosotros los que vivimos, sino que es Cristo mismo quien viene a vivir en nosotros. A través de las palabras de la Escritura, es el Verbo quien viene a habitar en nosotros y nos transforma en Él.
El Evangelio, en definitiva, nos devela el sentido profundo de nuestra vida, de modo que por fin sabemos para qué vivimos; la enseñanza de Cristo nos devuelve la esperanza .
Aplicación de lo meditado
Es importante que meditemos en la Sagrada Escritura y que apliquemos a nuestra vida lo que allí leemos penetrando en los secretos de su Sagrado Corazón: Si contemplamos con fe sus misterios, ya en el evangelio, ya en la liturgia de la Iglesia, producirá en nosotros la gracia que nos mereció cuando vivía...Esta contemplación nos enseñará cómo Jesús, nuestro modelo, practicó las virtudes y cómo hemos de asimilarnos los sentimientos particulares que animaron a su Corazón Sacratísimo en cada uno de aquellos estados .
Como dijimos, debemos leer las escrituras y aplicar a nuestra vida concreta y diaria lo que allí leemos para ir participando de la vida de Cristo: Siguiendo a Cristo en todos sus misterios, por la meditación del evangelio, y uniéndonos a El, vamos poco a poco y a diario participando de su vida Divina.
Mi amor por Cristo y las escrituras
Por último, me viene a la memoria y al corazón una pregunta: ¿me doy cuenta que en las escrituras puedo unirme con cristo, tener un contacto muy íntimo con él? ¿Cuál es mi amor por las escrituras? Mi amor se ve en el tiempo y en la dedicación que le otorgo a dicha lectura y meditación. Todos los días respiramos y comemos. También todos los días debo leer la Sagrada Escritura, al menos algunos minutos, aplicándola a mi caso concreto y singular. ¡Que hermoso entretenerse con Cristo presente en las Sagradas Escrituras de un modo misterioso, pero real!
Preguntas y comentarios al Padre Sergio Pablo Larumbe
Nadie ama lo que no conoce. Para tener un conocimiento de Cristo, de sus intereses, de sus miradas, de cómo era su trato con los hombres, es indispensable el conocerlo por medio del evangelio. Decía San Jerónimo queDesconocer las escrituras es desconocer al mismo Cristo. Por lo tanto debemos venerar las escrituras y darles una gran importancia, si estamos deseosos de que Cristo sea algo central en nuestras vidas. De lo contrario nuestro deseo por Cristo es algo engañoso y falso.
Para comprender esta realidad me parece muy esclarecedora la afirmación de Dom Columba Marmion, quién dice que como quiera que nadie busca una cosa que desconoce, ni la voluntad se va tras los bienes que no le hayan sido presentados antes por la inteligencia: ahora que Cristo nos tiene privados de su presencia sensible, ¿cómo llegaremos a conocer sus misterios, su belleza, su armonía, su virtud y su poder. Cómo, sobre todo, nos pondremos en contacto vivificador con dichos misterios para sacar aquellos frutos que paulatinamente transformen nuestras almas y operen en ellas la unión con Cristo, condición que nos es indispensable para ser contados en el número de sus discípulos? El conocimiento de Jesús y de las diversas situaciones de su vida lo hallamos primero en el Evangelio.
Sus páginas, sagradas e inspiradas por el Espíritu Santo, contienen la descripción y enseñanzas de la vida terrenal de Jesús. Bástanos leer esas páginas tan sencillas como sublimes, pero leerlas con la debida fe, para ver y oír a Cristo mismo. El alma piadosa que recorra con frecuencia en los ratos de oración este libro excepcional, llegará poco a poco a conocer a Jesús y sus misterios, a penetrar en los secretos de su Sagrado Corazón, a comprender aquella magnífica revelación de Dios al mundo que es Jesús: Este libro inspirado es luz y fuerza que ilumina y fortalece los corazones rectos y sinceros. ¡Dichosa el alma que le hojea cada día y bebe en el manantial mismo de sus vivas aguas .
Por lo tanto conocer las escrituras es más que conocer a Cristo. Es conocer a Cristo y conocer su Sacratísimo Corazón.
Amor a las Escrituras Santas
En el Obispo Van Thuan, gran confesor de la fe, tenemos un ejemplo “vivo” del amor a Cristo, presente en las escrituras: Cuando era yo alumno en el seminario menor de Annin, un sacerdote vietnamita, profesor, me hizo comprender la importancia de llevar siempre conmigo el Evangelio. Se había convertido del budismo y provenía de una familia mandarina; era un intelectual: llevaba siempre encima, colgado al cuello, el Nuevo Testamento, como se lleva el viático. Cuando dejó el seminario para desempeñar otro cargo me dejó en herencia ese libro, su tesoro más precioso. El ejemplo de este santo sacerdote, que se llamaba José María Thich, siempre vivo en mi corazón, me ayudó mucho en la cárcel durante el período de aislamiento. Aquellos años seguí adelante porque la Palabra de Dios era «antorcha para mis pasos, luz para mi sendero» (cf. Sal 119,105). Es sabido que san Jerónimo y santa Teresa del Niño Jesús llevaban el Evangelio siempre encima, cerca del Corazón .
¿Cuál es mi amor por los evangelios? ¿Soy consciente de que debo nutrirme de la palabra de Dios como me nutro de la Eucaristía?
La lectura de la Biblia un encuentro con Cristo
Pero para que la lectura de la Biblia no sea como la lectura de cualquier otro libro, sino que sea en realidad un encuentro con Cristo y sea una lectura fructuosa, se requieren cinco cosas a tener bien en cuenta:
1º La fe. La lectura de la Palabra de Dios recuerda los hechos salvíficos, pero la fe los hace particularmente presentes y operantes en el corazón de cada creyente. La verdadera fe -enseña San León Magno- tiene el poder de no estar ausente en espíritu de los hechos en que no ha podido estar presente con el cuerpo (Hom. Sobre la Pasión 19).
2º La veneración y la reverencia. Todo lo que dice las Escrituras lo dice el Señor, por lo que son más dignas de fe que el que un muerto resucite, o que un ángel del Señor baje del cielo (San Juan Crisóstomo, en Catena áurea).
3º La atención, porque el que es de Dios oye la palabra de Dios (Jn 8,47).
4º El hábito de lectura, tanto personal como litúrgica. Nos valemos de ordinario de la lectura asidua y de la meditación de las Escrituras, para procurar a nuestra memoria, pensamientos divinos (Casiano, Colaciones 1).
5º La oración. A la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo entre Dios y el hombre, pues, a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras (San Ambrosio, Sobre los oficios I, 20, 25).
El corazón de Cristo palpitando por nosotros
En el evangelio nos encontramos con Cristo vivo, con el corazón de Cristo palpitando de amor por nosotros. Nos encontramos con sus palabras que nos comunican vida. Continúa diciendo Van Thuan: El hecho es que las palabras de Jesús poseen una densidad y una profundidad que las demás palabras no tienen, sean de Filósofos, de políticos o de poetas. Las palabras de Jesús son, como a menudo se definen en el Nuevo Testamento, espíritu y vida. Contienen, expresan, comunican una vida, la plenitud de la vida . Los mismos apóstoles le dijeron en una ocasión Señor ¿a quién iremos? si tú tienes palabras de vida eterna (Jn. 6,68) .
La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo…
Para comprender la importancia que tiene la Palabra de Dios para la Iglesia no hay más que remontarse a la actitud bimilenaria de la Iglesia, que siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues, sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el Pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo .
Van Thuan nos recuerda algunas frases de los santos y de la tradición: A lo largo de toda la tradición cristiana se puede subrayar constantemente este vínculo entre Palabra y Eucaristía, ambas alimento del cristiano. «Nosotros bebemos la sangre de Cristo —escribe Orígenes— no sólo cuando lo recibimos según el rito de los misterios, sino también cuando recibimos sus palabras, en las cuales reside la vida». Y san Jerónimo: «El conocimiento de las Escrituras es un alimento verdadero y una verdadera bebida que se asume por la Palabra de Dios». Por su parte, san Ambrosio dice: «Se bebe la sangre de Cristo, que nos ha redimido, como se beben las palabras de la Escritura, las cuales pasan a nuestras venas y, asimiladas, entran en nuestra vida». San Jerónimo afirma también: «Yo considero que el Evangelio es el cuerpo de Jesús y las Escrituras son su enseñanza. Las palabras de Jesús: “Quien come mi carne y bebe mi sangre” (Jn 6, 54), pueden entenderse tanto referidas al misterio [eucarístico] como al verdadero cuerpo y sangre de Cristo, que es la palabra de las Escrituras. [...]. La Palabra de Dios es esa carne y sangre de Cristo que entra en nosotros a través de la escucha». El pan de la Palabra —recuerda además la Dei Verbum— es alimento que da vigor, ilumina la mente, confirma la voluntad, enciende un ardor renovado, renueva la vida (cf. n. 23) .
De hecho, la Palabra sólo da fruto si encuentra una tierra fértil, o sea, cuando cae en un corazón bueno y recto (cf. Lc8, 15). Por medio de las escrituras adquirimos la mente de Cristo. El resultado es que ya no somos nosotros los que vivimos, sino que es Cristo mismo quien viene a vivir en nosotros. A través de las palabras de la Escritura, es el Verbo quien viene a habitar en nosotros y nos transforma en Él.
El Evangelio, en definitiva, nos devela el sentido profundo de nuestra vida, de modo que por fin sabemos para qué vivimos; la enseñanza de Cristo nos devuelve la esperanza .
Aplicación de lo meditado
Es importante que meditemos en la Sagrada Escritura y que apliquemos a nuestra vida lo que allí leemos penetrando en los secretos de su Sagrado Corazón: Si contemplamos con fe sus misterios, ya en el evangelio, ya en la liturgia de la Iglesia, producirá en nosotros la gracia que nos mereció cuando vivía...Esta contemplación nos enseñará cómo Jesús, nuestro modelo, practicó las virtudes y cómo hemos de asimilarnos los sentimientos particulares que animaron a su Corazón Sacratísimo en cada uno de aquellos estados .
Como dijimos, debemos leer las escrituras y aplicar a nuestra vida concreta y diaria lo que allí leemos para ir participando de la vida de Cristo: Siguiendo a Cristo en todos sus misterios, por la meditación del evangelio, y uniéndonos a El, vamos poco a poco y a diario participando de su vida Divina.
Mi amor por Cristo y las escrituras
Por último, me viene a la memoria y al corazón una pregunta: ¿me doy cuenta que en las escrituras puedo unirme con cristo, tener un contacto muy íntimo con él? ¿Cuál es mi amor por las escrituras? Mi amor se ve en el tiempo y en la dedicación que le otorgo a dicha lectura y meditación. Todos los días respiramos y comemos. También todos los días debo leer la Sagrada Escritura, al menos algunos minutos, aplicándola a mi caso concreto y singular. ¡Que hermoso entretenerse con Cristo presente en las Sagradas Escrituras de un modo misterioso, pero real!
Preguntas y comentarios al Padre Sergio Pablo Larumbe
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