San Antonio «el grande», abad
fecha: 17 de enero
n.: 251 - †: 356 - país: Egipto
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 251 - †: 356 - país: Egipto
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Memoria de san Antonio, abad, quien, habiendo perdido a sus padres,
distribuyó todos sus bienes entre los pobres, siguiendo la indicación
evangélica, y se retiró a la soledad de la región de Tebaida, en Egipto, donde
llevó vida ascética. Trabajó para reforzar la acción de la Iglesia, sostuvo a
los confesores de la fe durante la persecución desencadenada bajo el emperador
Diocleciano, apoyó a san Atanasio contra los arrianos y reunió a tantos
discípulos que mereció ser considerado padre de los monjes.
Patronazgos: patrono de los animales, especialmente de los cerdos, también de los
porqueros, fabricantes de cepillos, pinceles, guantes, canastas, tejedores,
carniceros, pasteleros, campesinos, sepultureros, y de los bautizos, protector
contra la erisipela, la úlcera , enfermedades de la piel, lepra, peste,
sífilis, y contra el fuego y las enfermedades de los animales.
Tradiciones, refranes,
devociones: -Por San Antonio, hace un frío de los demonios.
-Por San Antonio, el melonar, ni nacido ni por sembrar.
-En San Antonio de enero, la mitad del pajar y la mitad del granero (lo mismo que el anterior alude a que no se está ni en tiempo de siembra ni de cosecha).
-Por san Antón media hora más de sol.
-Por san Antón, las cinco y con sol (variante del anterior).
En torno a "San Antón de enero" hay muchas tradiciones populares, que muchas veces se mezclan con las de "San Antón de junio", es decir, el de Padua.
-Por San Antonio, el melonar, ni nacido ni por sembrar.
-En San Antonio de enero, la mitad del pajar y la mitad del granero (lo mismo que el anterior alude a que no se está ni en tiempo de siembra ni de cosecha).
-Por san Antón media hora más de sol.
-Por san Antón, las cinco y con sol (variante del anterior).
En torno a "San Antón de enero" hay muchas tradiciones populares, que muchas veces se mezclan con las de "San Antón de junio", es decir, el de Padua.
refieren a este santo: San Atanasio de
Alejandría, San Besarión, San Hilarión de
Gaza, San Pafnucio
Oración: Señor y Dios nuestro, que llamaste
al desierto a san Antonio, abad, para que te sirviera con una vida santa,
concédenos, por su intercesión, que sepamos negarnos a nosotros mismos para
amarte a ti siempre sobre todas las cosas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por
los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
San Antonio nació en una población del
alto Egipto, al sur de Menfis, el año 251. Sus padres, que eran cristianos, le
guardaron tan celosamente durante sus primeros años, que Antonio creció en una
ignorancia absoluta de la literatura y no conocía otra lengua que la propia. A
la muerte de sus padres cuando Antonio tenía veinte años, heredó una
considerable fortuna y el cuidado de su hermana pequeña. Seis meses después,
oyó leer en la iglesia las palabras de Cristo al joven rico: «Ve y vende todo
lo que tienes y dalo a los pobres, y poseerás un tesoro en el cielo».
Sintiéndose aludido por esas palabras, Antonio volvió a su casa y regaló a sus
vecinos lo mejor de sus tierras; el resto lo vendió, y repartió el producto
entre los pobres, guardando sólo lo estrictamente necesario para él y su
hermana. Poco después, oyendo en la iglesia el comentario de las palabras de
Cristo: «No os preocupéis por el día de mañana»... distribuyó lo poco que había
guardado y colocó a su hermana en una casa de vírgenes, que era probablemente
el primer monasterio femenino del que se conserve memoria. Por su parte,
Antonio se retiró a la soledad, siguiendo el ejemplo de un anciano ermitaño de
los alrededores. El trabajo manual, la oración y la lectura constituyeron en
adelante su principal ocupación. Su fervor era tan grande que, en cuanto oía
hablar de algún virtuoso ermitaño, partía en busca de él para aprovechar su
ejemplo y sus consejos. De este modo, Antonio se convirtió pronto en un modelo
de humildad, caridad, espíritu de oración y otras virtudes.
El demonio le asaltó con muchas
tentaciones, representándole todo el bien que podía haber hecho, si hubiese
conservado sus riquezas, y haciéndole sentir todas las dificultades de su
condición de ermitaño. Era ésta una tentación común del enemigo, que tiende a
hacer que los hombres se sientan descontentos de la vocación a la que Dios les
ha llamado. Como el joven novicio resistiera valientemente el asalto, el
demonio cambió de táctica y empezó a molestarle noche y día con pensamientos
obscenos. Antonio opuso a estos ataques la más severa vigilancia sobre sus
sentidos, el ayuno prolongado y la oración. El demonio se le apareció entonces;
primero, bajo la forma de una hermosa mujer para seducirle, y después, bajo la
forma de un negro para aterrorizarle, hasta que al fin se dio por vencido y le
dejó en paz. El santo se alimentaba exclusivamente de pan con un poco de sal, y
no bebía más que agua. Nunca comía antes de la caída del sol y, en ciertas
épocas, sólo cada tres o cuatro días. Dormía sobre una burda estera o en el
suelo. Deseoso de mayor soledad, se retiró a un antiguo cementerio, adonde un
amigo le llevaba un poco de pan, de vez en cuando. Dios permitió que el diablo
le atacara nuevamente allí en forma visible, y que hiciera toda especie de
ruidos para infundirle temor. En una ocasión, el demonio le golpeó tan
rudamente, que un amigo encontró a Antonio medio muerto. Al volver en sí,
exclamó: «¿Dónde te has escondido, Señor? ¿Por qué no estabas aquí para
ayudarme?» A lo que una voz respondió: «Aquí estaba yo, Antonio, asistiéndote
en el combate; y, como has resistido valientemente al enemigo, te protegeré
siempre y haré que tu nombre sea famoso en toda la tierra».
Desde que había abandonado el mundo, en el
año 272, Antonio vivió en sitios no muy alejados de su pueblo natal, Komán. San
Atanasio hace notar que antes de él muchos otros siervos de Dios habían vivido
en el retiro cerca de las ciudades, y que algunos llevaban una vida retirada,
sin salir de ellas. El nombre con el que se designaba a estos siervos de Dios
era el de ascetas, tomado del sustantivo griego que significa práctica o
entrenamiento, ya que se entregaban al ejercicio de la mortificación y la
oración. En los más antiguos escritos encontramos la mención de estos ascetas,
y Orígenes nos cuenta, hacia el año 249, que se abstenían de la carne, como los
discípulos de Pitágoras. Eusebio relata que san Pedro de Alejandría practicaba
austeridades comparables a las de los ascetas, así como Panfilio, y san
Jerónimo aplica la misma expresión a Pierio. San Antonio había llevado esta
forma de vida, cerca de Komán, hasta el año 285 más o menos, pero a los treinta
y cinco años de edad, pasó a la ribera oriental del Nilo y fijó su morada en la
cumbre de un monte. Allí vivió casi veinte años, sin ver apenas ser humano
alguno, fuera del hombre que le traía pan cada seis meses.
Para satisfacer los deseos de muchos,
hacia el año 305, a los cincuenta y cuatro de su edad, abandonó su celda en la
montaña y fundó un monasterio en Fayo. El monasterio consistía originalmente en
una serie de celdas aisladas, pero no podemos afirmar con certeza que todas las
colonias de ascetas fundadas por san Antonio estaban concebidas en la misma
forma. El santo no tenía residencia permanente en ninguna de las colonias, pero
las visitaba de cuando en cuando. San Atanasio cuenta que para ir al primer
monasterio, san Antonio tenía que atravesar el canal Arsinoítico, que estaba
infestado de cocodrilos. Parece que las distracciones que ocasionaron al santo
estas fundaciones le produjeron graves escrúpulos, y aun se cuenta que le
asaltó la tentación de desesperación y que sólo pudo vencerla a fuerza de
insistir en la oración y el trabajo manual. En la época de las fundaciones, san
Antonio se alimentaba con seis onzas de pan mojado en agua, añadiendo algunas
veces unos cuantos dátiles. Generalmente comía al atardecer. En su ancianidad
tomaba además un poco de aceite. Aunque en ciertas épocas sólo comía cada tres
o cuatro días, parecía vigoroso y se mostraba siempre alegre. Los visitantes le
reconocían entre sus discípulos por la alegría de su rostro, que era un reflejo
de la paz de que gozaba su alma. San Antonio exhortaba a sus hermanos a
preocuparse lo menos posible por su cuerpo, pero se guardaba bien de confundir
la perfección, que consiste en el amor de Dios, con la mortificación.
Aconsejaba a sus monjes que pensaran cada mañana que tal vez no vivirían hasta
el fin del día, y que ejecutaran cada acción, como si fuera la última de su
vida. «El demonio -decía- teme al ayuno, la oración, la humildad y las buenas
obras, y queda reducido a la impotencia ante la señal de la cruz». Contaba a
los monjes que, en una ocasión en que el demonio se le había aparecido, le
había dicho que pidiera cuanto quisiera porque él era el poder de Dios, el
tentador desapareció tan pronto como invocó el nombre de Jesús.
Al recrudecerse la persecución de
Maximino, el año 311, san Antonio se dirigió a Alejandría para animar a los
mártires. Vestido con su túnica de piel de cordero, no tuvo miedo de
presentarse ante el gobernador, pero se guardó de provocar presuntuosamente a
los jueces y de entregarse ingenuamente, como lo hacían otros. Una vez pasada
la persecución, volvió a su monasterio y, poco después fundó otro, llamado
Pispir, cerca del Nilo. Sin embargo, vivía generalmente en un monte de difícil
acceso, con su discípulo Macario, quien se encargaba de recibir a los
visitantes; si Macario encontraba a éstos suficientemente espirituales, san
Antonio conversaba con ellos; si no, Macario les daba algunos consejos y san
Antonio sólo aparecía para predicarles un corto sermón. El santo tuvo cierta
vez una visión en la que toda la tierra se le apareció tan cubierta de
serpientes, que parecía imposible dar un paso sobre ella. Ante tal espectáculo,
el santo exclamó: «¿Quién podrá escapar, Señor?» Una voz respondió: «La
humildad, Antonio».
San Antonio cultivaba un pequeño huerto en
la montaña, pero no era éste su único trabajo manual. San Atanasio refiere que
su ocupación más ordinaria era la confección de esteras. Se cuenta que en
cierta ocasión le asaltó la tentación de abatimiento, al sentirse impotente
para la contemplación ininterrumpida, pero la visión de un ángel que tejía
esteras y oraba a intervalos regulares, le hizo comprender que debía mezclar el
trabajo con la oración. Por lo demás, el mismo ángel le dijo: «Haz lo que me ves
hacer y encontrarás la solución». San Atanasio nos dice que el santo no
interrumpía la oración mientras trabajaba. San Antonio pasaba gran parte de la
noche en contemplación. Algunas veces, cuando el sol del amanecer le llamaba a
sus diarias tareas, el santo se quejaba de que, con su luz exterior, le
oscurecía la luz interior que brillaba en las sombras de su soledad. Antonio se
levantaba siempre a media noche, después de un corto descanso, y hacía oración
con los brazos en cruz hasta el amanecer, cuando no hasta las tres de la tarde,
según cuenta Paladio en Historia Lausiaca.
El año 339, san Antonio tuvo una visión en
la que le fueron revelados, bajo la figura de unas muías que derribaban a coces
un altar, los desastres que debía causar dos años más tarde, la persecución
arriana en Alejandría. Semejante visión le produjo un horror tan profundo, que
no se atrevía a dirigir la palabra a los herejes, más que para exhortarlos a
abrazar la verdadera fe, y echó de la montaña a todos los arrianos, llamándoles
serpientes venenosas. A petición de los obispos, hacia el año 355, hizo un
viaje a Alejandría para refutar a los arrianos. Allí predicó la
consustancialidad del Hijo con el Padre, acusando a los arrianos a confundirse
con los paganos «que adoran y sirven a la creatura más bien que al Creador», ya
que hacían del Hijo de Dios una creatura. Todo el pueblo se reunía para verle y
escucharle. Aun los mismos paganos, impresionados por su dignidad, se
apretujaban a su alrededor, diciendo: «Queremos ver al hombre de Dios». Antonio
convirtió a muchos de ellos y obró algunos milagros. San Atanasio le acompañó a
su vuelta hasta las puertas de la ciudad, donde curó a una muchacha poseída de
un mal espíritu. Como el gobernador le rogase que permaneciera más tiempo en la
ciudad, Antonio respondió: «Como el pez muere fuera del agua, así muere el
espíritu del monje fuera de su retiro».
San Jerónimo relata que Antonio visitó en
Alejandría al famoso Dídimo, el ciego que dirigía la escuela catequética de
dicha ciudad, y que le exhortó a no lamentar demasiado la falta de la vista,
que no pasa de ser un bien que el hombre comparte con los insectos, sino por el
contrario, regocijarse de poseer la luz interior de la que gozan los apóstoles
y que les permite ver a Dios y fomentar su amor. Los filósofos paganos que iban
a discutir con él, volvían admirados de su mansedumbre y sabiduría. Como cierto
filósofo le preguntase cómo podía pasar su vida en la soledad sin tener ningún
libro, Antonio le contestó que la naturaleza era su gran libro y que ése suplía
a todos los otros. En otra ocasión, al ver que ciertos filósofos se burlaban de
su ignorancia, les preguntó con gran sencillez si había que preferir los libros
al sentido común o más bien al contrario, y cuál de estos dos bienes había
producido al otro. Los filósofos respondieron: «El sentido común». «Pues bien,
-les dijo Antonio-, eso significa que el sentido común basta». A otros
cavilosos que le preguntaban por qué creía en Cristo, Antonio les dejó
callados, demostrándoles que degradaban la noción de divinidad al atribuirla a
las pasiones humanas, que la humillación de la cruz es la gran demostración de
la infinita bondad, y que la resurrección de Cristo y los milagros por Él
obrados prueban que la ignominia de la Pasión es, en realidad, la mayor de las
glorias. San Atanasio anota que Antonio discutió con esos filósofos griegos
valiéndose de un intérprete. Un poco más adelante afirma que ningún afligido
visitó nunca a Antonio, sin volver lleno de consuelo a su casa, y relata muchos
de sus milagros, visiones y revelaciones.
Alrededor del año 337, Constantino el Grande
y sus dos hijos, Constancio y Constante, escribieron una carta al santo,
encomendándose a sus oraciones. Al ver que sus monjes se sorprendían de ello,
san Antonio les dijo: «No os admiréis de que el emperador escriba a un pobre
hombre como yo; admiraos más bien de que Dios nos haya escrito a los hombres y
nos haya hablado por su Hijo». Antonio decía que ignoraba cómo responder al
emperador; pero al fin, importunado por sus discípulos, le escribió una carta
que san Atanasio nos ha conservado, en la que le exhorta a no perder de vista
el juicio de Dios. San Jerónimo menciona otras siete cartas de Antonio a
diversos monasterios. Una de sus máximas favoritas era la de que el
conocimiento de nosotros mismos es la base para el conocimiento y el amor de
Dios. Los bolandistas copian una carta de san Antonio a san Teodoro, abad de
Tabena, en la que el santo cuenta que Dios le ha revelado que tiene
misericordia de los verdaderos adoradores de Cristo, a pesar de sus caídas, con
tal de que se arrepientan sinceramente. Una regla monástica, que lleva el
nombre de san Antonio, nos revela, según toda probabilidad, los principales
puntos de su sistema ascético. En todo caso, su ejemplo y consejos han servido
de base a todas las reglas monásticas de las épocas subsiguientes. Se cuenta
que san Antonio, al observar la sorpresa de sus discípulos ante las multitudes
que abrazaban la vida religiosa, les dijo con lágrimas en los ojos que vendría
un tiempo en el que los monjes se regocijarían de vivir en las ciudades, en
casas ricas y con mesas bien provistas, y que sólo se distinguirían por el
vestido, del resto de las gentes; pero que habría aun entre ellos algunos que
buscarían sinceramente la perfección.
San Antonio visitó a sus monjes poco antes
de su muerte, que predijo exactamente, pero se negó a quedarse para morir entre
ellos. San Atanasio deja ver que los cristianos habían empezado a imitar la
costumbre pagana de embalsamar los cadáveres, hábito que había condenado
frecuentemente como producto de la vanidad y la superstición, por lo que san
Antonio ordenó que le sepultaran en la tierra, junto a su celda de la montaña.
Volviendo apresuradamente a su retiro en el monte Kolzim, cerca del Mar Rojo,
cayó enfermo poco después. Entonces repitió a sus discípulos, Macario y Amatas,
la orden de sepultarle allí secretamente, diciendo: «El día de la resurrección
recibiré mi cuerpo incorrupto de las mismas manos de Jesucristo». Les mandó
igualmente que dieran una de sus túnicas de piel de cordero y el sayal en el
que yacía, al obispo Atanasio, como testimonio público de que moría en comunión
de fe con el santo prelado; que dieran su otra túnica al obispo Serapión, y que
conservaran para ellos su cilicio. «Adiós, hijos míos, Antonio se va y no
volverá a estar con vosotros». Diciendo estas palabras, les abrazó, extendió un
poco los pies y murió apaciblemente. Su muerte acaeció en el año 356,
probablemente el 17 de enero, día en que le conmemoran los martirologios más
antiguos. Tenía ciento cinco años. Desde su juventud hasta esa avanzada edad,
había mantenido siempre el mismo fervor y austeridad. A pesar de ello, nunca
había estado enfermo, conservaba la vista en perfecto estado y no había perdido
ningún diente. Sus dos discípulos le enterraron según sus deseos. Parece que en
561, sus restos fueron descubiertos y trasladados a Alejandría, después a
Constantinopla, y finalmente a Vienne de Francia. Los bolandistas han editado
una narración de muchos milagros obtenidos por su intercesión, especialmente
los relacionados con la epidemia conocida con el nombre de «Fuego de san
Antonio», que azotó a Europa en el siglo XI, hacia la época de la traslación de
sus famosas reliquias a occidente.
Las imágenes representan frecuentemente a
san Antonio con una cruz en forma de T, una campanita, un cerdo, y a veces un
libro. La cruz parece ser un símbolo de la avanzada edad y de la autoridad
abacial del santo, aunque no es imposible que constituya una alusión al
constante uso de la señal de la cruz que san Antonio hacía en las tentaciones.
El cerdo representaba originalmente al diablo, pero en el siglo XII adquirió un
nuevo significado, debido a la popularidad de los Hermanos Hospitalarios de san
Antonio, fundados en Clermont en 1096. Por sus obras de caridad se hicieron
amar del pueblo, que les autorizó, en muchas partes, a engordar gratuitamente
sus cerdos en los bosques. Probablemente, uno o dos cerdos del rebaño llevaban
atada una campanita, o tal vez los porqueros anunciaban su llegada tocando una
campana. En todo caso, parece cierto que la campanita está relacionada con los
miembros de esa orden, y que de allí pasó a ser un atributo de san Antonio. El
libro representa sin duda el «libro de la naturaleza», en el que el santo
compensaba su falta de lecturas. Algunas imágenes simbolizan en lenguas de
fuego la epidemia del «Fuego de san Antonio», contra la que se invocaba
especialmente al santo. [Dicha epidemia recibió también el nombre de «fuego
sagrado» y de «fuego del infierno». Más tarde se identificó esa enfermedad con
la erisipela; pero originalmente parece haber sido un mal mucho más contagioso
y virulento, producido por la harina de grano plagado.] La popularidad de san
Antonio, que se debe en gran parte a la prevalencia de esa epidemia (ver, por
ejemplo, la Vida de san Hugo de
Lincoln), fue muy grande en los siglos XII y XIII. Probablemente
por asociación con el cerdo, san Antonio empezó a ser invocado como patrón de
los animales domésticos y del ganado, y el gremio de los carniceros y otros se
pusieron bajo su protección. La liturgia bizantina invoca el nombre de san
Antonio en la preparación eucarística, y el rito copto y el armenio le
conmemoran en el canon de la misa.
Bibliografía: La principal autoridad sobre
san Antonio es su biografía escrita por san Atanasio. En la actualidad,
prácticamente todos admiten que san Atanasio es realmente el autor de dicha
obra. Evagrio hizo una traducción latina del original griego, y se conoce
también una traducción siria (sobre otro texto latino, cf. Wilmart, en Revue
Bénédictine, 1914, pp. 163-173). Paladio, en su Historia Lausiaca, Casiano, y
otros historiadores posteriores, nos dan algunos detalles interesantes. La
literatura sobre el tema es considerable. Nombraremos simplemente algunas de
las principales obras: Abbot C. Butler, Lausiac History, vol I, pp. 215-228, y
en Catholic Encyclopedia, vol I, pp. 553-555; Hannay, Christian Monasticism, pp.
95 ss., y pp. 274 ss; Leclerq, art. Cénobisme, en Dictionnaire d'Archéologie
chrétienne et de Liturgie; y F. Cheneau, Saints d´Egypte, vol. I pp. 153-181.
Sobre los asaltos y tentaciones diabólicas, que constituyen un aspecto tan
importante en esta vida, cf. J. Stoffels, en Theologie und Glaube, vol. II,
(1910), pp. 721 ss, y 809 ss. Algunos fragmentos de lo que parece ser el
original copto de tres cartas de san Antonio fue publicado en Journal of Theol.
Stud., julio 1904, pp. 540-545; pero la autenticidad de tal documento es
todavía discutida. Sólo conocemos un texto latino muy imperfectos de las siete
cartas. La idea de G. Ghedini (Lettere cristiane dei papiri greci, 1923, n. 19)
de que una carta escrita en griego que se encuentra en un fragmento de papiro,
en el British Museum, es un autógrafo de san Antonio, no merece ser tomada en
serio; ver Analecta Bollandiana, vol. XLII (1924), p. 173. Ver también G.
Bardy, en Dictionnaire de spiritualité, vol. I, cc. 702-708; L. von Hertling,
Antonias der Einsiedler (1930); B. Lavaud, Antoine le Grand (1943); y L.
Bouyer, Sí. Antoine le Grand (1950), notable ensayo sobre la espiritualidad
monástica primitiva. Sobre el santo en el arte, ver H. Detzel, Christliche
Ikonographie, vol. II, pp. 85-88; Jameson, Sacred and Legendary Art, vol.
II, p. 741 ss; Drake, Saints and Their Emblems, p. 11. San Antonio es también muy venerado en
Oriente, donde muchas comunidades maronitas y caldeas, así como los Monjes del
Sinaí, todavía profesan seguir sus reglas. Ver Reitzenstein, Des Athanasius
Werk über das Leben des Antonias (1914); y Contzen, Die Regel des hl. Antonias
(1896). Está accesible en español una buena traducción reciente de la "Vida de
san Antonio" por san Atanasio, editada por Cuadernos
Monásticos.
Imágenes:
-Ícono oriental
-Hieronymus Bosch (1450-1516), «La tentación de san Amtonio», óleo sobre madera, 70 X 51 cm, Museo del Prado, Madrid. (El Bosco dedica varios cuadros al mismo tema)
-Annibale Carracci, «La tentación de san Amtonio Abad», 1597-98, óleo sobre plancha de cobre, 50 x 34 cm, National Gallery, London.
-Antonio Viladomat y Manalt (Barcelona, 1670-1755), «La muerte de san Antonio el eremita», óleo sobre tela, 144,5 x 208 cm, Museo de Bellas Artes, Budapest.
-Ícono oriental
-Hieronymus Bosch (1450-1516), «La tentación de san Amtonio», óleo sobre madera, 70 X 51 cm, Museo del Prado, Madrid. (El Bosco dedica varios cuadros al mismo tema)
-Annibale Carracci, «La tentación de san Amtonio Abad», 1597-98, óleo sobre plancha de cobre, 50 x 34 cm, National Gallery, London.
-Antonio Viladomat y Manalt (Barcelona, 1670-1755), «La muerte de san Antonio el eremita», óleo sobre tela, 144,5 x 208 cm, Museo de Bellas Artes, Budapest.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 11328 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_219
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