07 de agosto: Nuestra Señora de Schiedam
Schiedam es una ciudad de la provincia de Holanda Meridional, situada entre Róterdam y Vlaardingen, en los Países Bajos. En el tiempo de su fundación se encontraba situada a orillas del río Schie, del que toma el nombre, y más tarde en la ribera del Nieuwe Maas, uno de los brazos del Mosa.
La ciudad es conocida principalmente por ser origen de la ginebra, por su centro histórico con canales, y por poseer los molinos más altos del mundo.
Nuestra Señora de Schiedam data del Siglo XV.
La crónica relata que un comerciante, que había robado esta imagen, se embarcó con la intención de venderla en la feria en Amberes, pero el no podía nunca alejarse del puerto. Alarmado por tal prodigio, él restauró la imagen que había robado, y fue solemnemente trasladada a la iglesia de San Juan Bautista, en donde Santa Liduvina pasaba noches enteras rezando.
SANTA LIDUVINA: DEVOTA DE NUESTRA SEÑORA DE SCHIEDAM
Nacida en Schiedam, Holanda, el 18 de Abril 1380; falleció un 14 de Abril, 1433. Su padre, de nombre Pedro, provenía de una familia noble mientras que su madre Petronila, nacida en Kethel, Holanda, era una muchacha de origen campesino. Ambos eran pobres.
Muy al inicio de su vida Santa Liduvina sintió la inclinación hacia la Madre de Dios y oró mucho ante la imagen milagrosa de Nuestra Señora de Schiedam. Durante el invierno del año 1395, Liduvina fue a patinar con sus amigos, uno de ellos provocó que cayera al hielo con tal violencia que se fracturó una costilla del costado derecho. Este fue el inicio de su martirio.
Con quince años comienza su historia de dolor y entró en cama para no levantarse más. A partir de este momento ya se suceden todos los males y los intentos de curación conocidos en el pueblo. Apostema pertinaz en el lugar de la herida, salen llagas, úlceras, por fin gangrena con gusanos y mucho dolor. Se pasan el día cambiándola de una a otra cama, pero cada traslado es un espantoso tormento; sus piernas ya no la sostienen un día y ya es preciso arrastrarla por el suelo. Enfermedad del fuego sagrado, como lo llamaban en ese tiempo, en un brazo que se consume. También tiene neuralgias. Por si fuera poco, el ojo derecho se extingue y le sangra el izquierdo. Se le producen equimosis lívidas en el pecho que se convierten en pústulas cobrizas. Empieza el mal al hígado y a los pulmones. El cáncer le hace agujero profundo en el pecho. Y para colmo de males, la peste bubónica que asolaba Europa llegó a Holanda y se estableció en Liduvina regalándole dos bubones terribles junto a su corazón. Ella dijo: “dos no está mal, pero tres sería mejor, en honor de la Santísima Trinidad”… y el tercero le brotó en la cara. Sólo la lepra no visitó su cuerpo.
Ninguna habilidad médica fue de provecho para sanarla. Por años permaneció acostada con dolores permanentes que parecían incrementarse constantemente. Algunos la veían con suspicacia, como si estuviera bajo la influencia del espíritu maligno.
Cualquiera de estos males era de muerte. Pero aquella vida era un milagro continuo. Ahora es un montón de pellejos rotos y huesos; lejos queda la niña crecida y guapa que fue, cuando su buen padre le buscaba pretendientes con los que ajustar una boda que le sacara de apuros y a la que ella se negaba rotundamente.
¿Y los olores? Los chorros de pus, a rosas; los emplastos retirados llenos de insectos, embalsaman la casa, y de aquel cuerpo que todo se pudre, jamás salió olor de muerto.
¿Y el alimento? Una rodaja de manzana asada para un día. El estómago se rebela por una tostada de pan mojado en leche o en cerveza. Después hubo de contentarse con unas gotas de agua azucarada o con un poco de vino matado con agua.
¿Y el descanso? Desaparecido el sueño, noches en vela, de espaldas con la piel que salía como la corteza del árbol. Sus biógrafos dicen que en treinta y ocho años no durmió veinte horas.
¿Y el ánimo? El sufrimiento la llenó al principio de espanto. En cama, estuvo con frecuencia a punto de desesperación. Por cuatro años pensó que estaba condenada; Dios no se interesa por ella, no aparece, o mejor, ha desaparecido por indiferente; casi se diría es un enemigo implacable y cruel. Es incapaz de rezar en ese estado de sufrimiento y postración donde no hay ni una ayuda del cielo, ni un consuelo de la tierra.
UN ALMA BUENA SE HACE PRESENTE
El cura del pueblo no se interesa por la enferma mientras tenga que ocuparse de cebar sus capones y de mantener bien repleta la despensa.
Algún alma buena le puso en pista, aunque al principio, ella no entendió nada. “La Pasión de Cristo la has meditado poco hasta ahora”. Ni siquiera eso daba resultado; sus dolores le dolían más que los del Señor; pero lo intentaba. La Comunión que le llevaron un día fue el remedio. Iluminada por una gracia repentina descubrió su misión en la tierra: acompañar a Jesús en el Calvario, reparar, clavarse voluntariamente en la cruz, ayudar al Mártir divino a llevar los pecados del mundo.
Las cosas cambiaron. Es la hora de la longanimidad. Empieza a ver lo positivo de su vida. Ahora, ayudada por el pensamiento de la generosidad de los mártires, agradece sus dolores al Señor. Comienza a preocuparse de los otros y de sus necesidades. Mantiene su día en la presencia de Dios aunque se produzcan demencias, apoplejías, neuralgias, dolores de muelas, mal de piedras y contracciones de nervios. De su boca salen a un tiempo sonrisas, bondades, alaridos y sollozos y ella misma decía que se olvidaba de su penoso estado cuando veía el rostro del Ángel de su guarda, que le hacía intuir cuál no sería la hermosura del rostro de Dios. Aparecen estigmas junto a los bubones y en los pies y en las manos.
Entiende de la dulzura de mezclar su dolor con el dolor de Dios porque su mundo es el de Pedro que llaman el Cruel, el de Carlos IV y Enrique de Lancaster con pantanos de sangre y de guerra de bulas entre los antipapas, de violencia de los magnates y ambiciones de los clérigos; era la época en que la cabeza tiarada de Cristo es arrojada de Aviñón a Roma y de Roma a Aviñón. Siente de lejos el pecado y repara. Detecta el mal de quienes la visitan y lo desenmascara para poner remedio. Su habitación es un hospital de almas.
Su pastor, Andries, le trajo una hostia sin consagrar, sin embargo, la santa la distinguió enseguida. Dios la recompenso con un regalo maravilloso en la oración y también con visiones. Numerosos milagros ocurrieron a un costado de su cama.
El célebre predicador y adivino, Wermbold de Roskoop, la visitó después de haberla contemplado en espíritu. El piadoso Arnold de Schoonhoven la trató como a una amiga. Hendrik Mande escribió, para su consuelo, un tratado piadoso en Holandés. Cuando Joannes Busch se lo trajo, le preguntó que pensaba de las visiones de Hendrik Mande, y le respondió que venían de Dios.
En una visión, se le mostró un rosal con las palabras, “Cuando éste florezca, tu sufrimiento terminará.” En la primavera de1433, ella exclamó, “¡Veo el rosal florecido!” Desde su decimoquinto año hasta el quincuagésimo tercero, sufrió cada dolor inimaginable; ella tenía un solo dolor de la cabeza a los pies y notablemente demacrada.
En la mañana del Día de Pascua, 1433, se encontraba en una contemplación profunda y presenció, en una visión, a Cristo que se acercaba a ella para administrarle el Sacramento de la Unción de los Enfermos.
Murió con la fragancia de una gran santidad. De inmediato, su tumba se convirtió en un lugar de peregrinaje, y tan pronto como en 1434 se construyó una capilla sobre ella. Joannes Brugmann y Thomas à Kempis narraron la historia de su vida, y la veneración a ella de parte de la gente se incrementó significativamente.
En 1615 sus reliquias fueron transportadas a Bruselas, pero en 1871 fueron regresadas a Schiedam. El 14 de Marzo, 1890, León XIII declaró la aprobación oficial de la Iglesia sobre la veneración que había existido durante siglos.
Es patrona del patinaje en general y especialmente sobre hielo, enfermedades corporales y largos padecimientos. Patrona de los enfermos crónicos que quieren aprovechar su larga enfermedad para pagar sus pecados, convertir pecadores y conseguir un gran premio en el cielo. El decreto de Roma al declararla santa dice de ella que fue “un prodigio de sufrimiento humano y de paciencia heroica”.
ORACIÓN A SANTA LIDUVINA DE SCHIEDAM
Santa Liduvina, alcánzanos de Dios la gracia de aceptar con paciencia nuestros sufrimientos como pago por nuestros pecados y para conseguir la conversión y salvación de muchos pecadores. Amén.
La ciudad es conocida principalmente por ser origen de la ginebra, por su centro histórico con canales, y por poseer los molinos más altos del mundo.
Nuestra Señora de Schiedam data del Siglo XV.
La crónica relata que un comerciante, que había robado esta imagen, se embarcó con la intención de venderla en la feria en Amberes, pero el no podía nunca alejarse del puerto. Alarmado por tal prodigio, él restauró la imagen que había robado, y fue solemnemente trasladada a la iglesia de San Juan Bautista, en donde Santa Liduvina pasaba noches enteras rezando.
SANTA LIDUVINA: DEVOTA DE NUESTRA SEÑORA DE SCHIEDAM
Nacida en Schiedam, Holanda, el 18 de Abril 1380; falleció un 14 de Abril, 1433. Su padre, de nombre Pedro, provenía de una familia noble mientras que su madre Petronila, nacida en Kethel, Holanda, era una muchacha de origen campesino. Ambos eran pobres.
Muy al inicio de su vida Santa Liduvina sintió la inclinación hacia la Madre de Dios y oró mucho ante la imagen milagrosa de Nuestra Señora de Schiedam. Durante el invierno del año 1395, Liduvina fue a patinar con sus amigos, uno de ellos provocó que cayera al hielo con tal violencia que se fracturó una costilla del costado derecho. Este fue el inicio de su martirio.
Con quince años comienza su historia de dolor y entró en cama para no levantarse más. A partir de este momento ya se suceden todos los males y los intentos de curación conocidos en el pueblo. Apostema pertinaz en el lugar de la herida, salen llagas, úlceras, por fin gangrena con gusanos y mucho dolor. Se pasan el día cambiándola de una a otra cama, pero cada traslado es un espantoso tormento; sus piernas ya no la sostienen un día y ya es preciso arrastrarla por el suelo. Enfermedad del fuego sagrado, como lo llamaban en ese tiempo, en un brazo que se consume. También tiene neuralgias. Por si fuera poco, el ojo derecho se extingue y le sangra el izquierdo. Se le producen equimosis lívidas en el pecho que se convierten en pústulas cobrizas. Empieza el mal al hígado y a los pulmones. El cáncer le hace agujero profundo en el pecho. Y para colmo de males, la peste bubónica que asolaba Europa llegó a Holanda y se estableció en Liduvina regalándole dos bubones terribles junto a su corazón. Ella dijo: “dos no está mal, pero tres sería mejor, en honor de la Santísima Trinidad”… y el tercero le brotó en la cara. Sólo la lepra no visitó su cuerpo.
Ninguna habilidad médica fue de provecho para sanarla. Por años permaneció acostada con dolores permanentes que parecían incrementarse constantemente. Algunos la veían con suspicacia, como si estuviera bajo la influencia del espíritu maligno.
Cualquiera de estos males era de muerte. Pero aquella vida era un milagro continuo. Ahora es un montón de pellejos rotos y huesos; lejos queda la niña crecida y guapa que fue, cuando su buen padre le buscaba pretendientes con los que ajustar una boda que le sacara de apuros y a la que ella se negaba rotundamente.
¿Y los olores? Los chorros de pus, a rosas; los emplastos retirados llenos de insectos, embalsaman la casa, y de aquel cuerpo que todo se pudre, jamás salió olor de muerto.
¿Y el alimento? Una rodaja de manzana asada para un día. El estómago se rebela por una tostada de pan mojado en leche o en cerveza. Después hubo de contentarse con unas gotas de agua azucarada o con un poco de vino matado con agua.
¿Y el descanso? Desaparecido el sueño, noches en vela, de espaldas con la piel que salía como la corteza del árbol. Sus biógrafos dicen que en treinta y ocho años no durmió veinte horas.
¿Y el ánimo? El sufrimiento la llenó al principio de espanto. En cama, estuvo con frecuencia a punto de desesperación. Por cuatro años pensó que estaba condenada; Dios no se interesa por ella, no aparece, o mejor, ha desaparecido por indiferente; casi se diría es un enemigo implacable y cruel. Es incapaz de rezar en ese estado de sufrimiento y postración donde no hay ni una ayuda del cielo, ni un consuelo de la tierra.
UN ALMA BUENA SE HACE PRESENTE
El cura del pueblo no se interesa por la enferma mientras tenga que ocuparse de cebar sus capones y de mantener bien repleta la despensa.
Algún alma buena le puso en pista, aunque al principio, ella no entendió nada. “La Pasión de Cristo la has meditado poco hasta ahora”. Ni siquiera eso daba resultado; sus dolores le dolían más que los del Señor; pero lo intentaba. La Comunión que le llevaron un día fue el remedio. Iluminada por una gracia repentina descubrió su misión en la tierra: acompañar a Jesús en el Calvario, reparar, clavarse voluntariamente en la cruz, ayudar al Mártir divino a llevar los pecados del mundo.
Las cosas cambiaron. Es la hora de la longanimidad. Empieza a ver lo positivo de su vida. Ahora, ayudada por el pensamiento de la generosidad de los mártires, agradece sus dolores al Señor. Comienza a preocuparse de los otros y de sus necesidades. Mantiene su día en la presencia de Dios aunque se produzcan demencias, apoplejías, neuralgias, dolores de muelas, mal de piedras y contracciones de nervios. De su boca salen a un tiempo sonrisas, bondades, alaridos y sollozos y ella misma decía que se olvidaba de su penoso estado cuando veía el rostro del Ángel de su guarda, que le hacía intuir cuál no sería la hermosura del rostro de Dios. Aparecen estigmas junto a los bubones y en los pies y en las manos.
Entiende de la dulzura de mezclar su dolor con el dolor de Dios porque su mundo es el de Pedro que llaman el Cruel, el de Carlos IV y Enrique de Lancaster con pantanos de sangre y de guerra de bulas entre los antipapas, de violencia de los magnates y ambiciones de los clérigos; era la época en que la cabeza tiarada de Cristo es arrojada de Aviñón a Roma y de Roma a Aviñón. Siente de lejos el pecado y repara. Detecta el mal de quienes la visitan y lo desenmascara para poner remedio. Su habitación es un hospital de almas.
Su pastor, Andries, le trajo una hostia sin consagrar, sin embargo, la santa la distinguió enseguida. Dios la recompenso con un regalo maravilloso en la oración y también con visiones. Numerosos milagros ocurrieron a un costado de su cama.
El célebre predicador y adivino, Wermbold de Roskoop, la visitó después de haberla contemplado en espíritu. El piadoso Arnold de Schoonhoven la trató como a una amiga. Hendrik Mande escribió, para su consuelo, un tratado piadoso en Holandés. Cuando Joannes Busch se lo trajo, le preguntó que pensaba de las visiones de Hendrik Mande, y le respondió que venían de Dios.
En una visión, se le mostró un rosal con las palabras, “Cuando éste florezca, tu sufrimiento terminará.” En la primavera de1433, ella exclamó, “¡Veo el rosal florecido!” Desde su decimoquinto año hasta el quincuagésimo tercero, sufrió cada dolor inimaginable; ella tenía un solo dolor de la cabeza a los pies y notablemente demacrada.
En la mañana del Día de Pascua, 1433, se encontraba en una contemplación profunda y presenció, en una visión, a Cristo que se acercaba a ella para administrarle el Sacramento de la Unción de los Enfermos.
Murió con la fragancia de una gran santidad. De inmediato, su tumba se convirtió en un lugar de peregrinaje, y tan pronto como en 1434 se construyó una capilla sobre ella. Joannes Brugmann y Thomas à Kempis narraron la historia de su vida, y la veneración a ella de parte de la gente se incrementó significativamente.
En 1615 sus reliquias fueron transportadas a Bruselas, pero en 1871 fueron regresadas a Schiedam. El 14 de Marzo, 1890, León XIII declaró la aprobación oficial de la Iglesia sobre la veneración que había existido durante siglos.
Es patrona del patinaje en general y especialmente sobre hielo, enfermedades corporales y largos padecimientos. Patrona de los enfermos crónicos que quieren aprovechar su larga enfermedad para pagar sus pecados, convertir pecadores y conseguir un gran premio en el cielo. El decreto de Roma al declararla santa dice de ella que fue “un prodigio de sufrimiento humano y de paciencia heroica”.
ORACIÓN A SANTA LIDUVINA DE SCHIEDAM
Santa Liduvina, alcánzanos de Dios la gracia de aceptar con paciencia nuestros sufrimientos como pago por nuestros pecados y para conseguir la conversión y salvación de muchos pecadores. Amén.
(fuente: forosdelavirgen.org)
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