15 de agosto: La Asunción de la Virgen Santísima
El Papa Pío XII bajo la inspiración del Espíritu Santo, y después de consultar con todos los obispos de la Iglesia Católica, y de escuchar el sentir de los fieles, el primero de Nov. de 1950, definió solemnemente con su suprema autoridad apostólica, el dogma de la Asunción de María. Este fue promulgado en la Constitución "Munificentissimus Deus":
"Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".
¿Cual es el fundamento para este dogma? El Papa Pío XII presentó varias razones fundamentales para la definición del dogma:
1-La inmunidad de María de todo pecado: La descomposición del cuerpo es consecuencia del pecado, y como María, careció de todo pecado, entonces Ella estaba libre de la ley universal de la corrupción, pudiendo entonces, entrar prontamente, en cuerpo y alma, en la gloria del cielo.
2-Su Maternidad Divina: Como el cuerpo de Cristo se había formado del cuerpo de María, era conveniente que el cuerpo de María participara de la suerte del cuerpo de Cristo. Ella concibió a Jesús, le dio a luz, le nutrió, le cuido, le estrecho contra su pecho. No podemos imaginar que Jesús permitiría que el cuerpo, que le dio vida, llegase a la corrupción.
3-Su Virginidad Perpetua: como su cuerpo fue preservado en integridad virginal, (toda para Jesús y siendo un tabernáculo viviente) era conveniente que después de la muerte no sufriera la corrupción.
4-Su participación en la obra redentora de Cristo: María, la Madre del Redentor, por su íntima participación en la obra redentora de su Hijo, después de consumado el curso de su vida sobre la tierra, recibió el fruto pleno de la redención, que es la glorificación del cuerpo y del alma.
La Asunción es la victoria de Dios confirmada en María y asegurada para nosotros. La Asunción es una señal y promesa de la gloria que nos espera cuando en el fin del mundo nuestros cuerpos resuciten y sean reunidos con nuestras almas.
escrito por Madre Adela Galindo SCTJM
Con esta constitución apostólica, el Papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción el 1ro de Noviembre de 1950. Tomado de la Liturgia de las Horas del 15 de Agosto. (AAS 42 [19501, 760-762. 767-769)
Tu cuerpo es santo y sobremanera glorioso
Los santos Padres y grandes doctores, en las homilías y disertaciones dirigidas al pueblo en la fiesta de la Asunción de la Madre de Dios, hablan de este hecho como de algo ya conocido y aceptado por los fieles y -lo explican con toda precisión, procurando, sobre todo, hacerles comprender que lo que se conmemora en esta festividad es, no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación, a imitación de su hijo único, Jesucristo.
Y, así, san Juan Damasceno, el más ilustre transmisor de esta tradición, comparando la asunción de la santa Madre de Dios con sus demás dotes y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente:
"Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda criatura como Madre y esclava de Dios."
Según el punto de vista de san Germán de Constantinopla, el cuerpo de la Virgen María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino también la peculiar santidad de su cuerpo virginal:
"Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial e incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y participe de la vida perfecta."
Otro antiquísimo escritor afirma:
"La gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la vida y de la inmortalidad, por él es vivificada, con un cuerpo semejante al suyo en la incorruptibilidad, ya que él la hizo salir del sepulcro y la elevó hacia si mismo, del modo que él solo conoce."
Todos estos argumentos y consideraciones de los santos Padres se apoyan, como en su último fundamento, en la sagrada Escritura; ella, en efecto, nos hace ver a la santa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo divino y solidaria siempre de su destino.
Y, sobre todo, hay que tener en cuenta que, ya desde el siglo segundo, los santos Padres presentan a la Virgen María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán, íntimamente unida a él, aunque de modo subordinado, en la lucha contra el enemigo infernal, lucha que, como se anuncia en el protoevangelio, había de desembocar en una victoria absoluta sobre el pecado y la muerte, dos realidades inseparables en los escritos del Apóstol de los gentiles. Por lo cual, así como la gloriosa resurrección de Cristo fue la parte esencial y el ú1timo trofeo de esta victoria, así también la participación que tuvo la santísima Virgen en esta lucha de su Hijo había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal, ya que, como dice el mismo Apóstol: Cuando esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: "La muerte ha sido absorbida en la victoria."
Por todo ello, la augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo arcano, desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, asociada generosamente a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro y, a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de su Hijo, el rey inmortal de los siglos.
Que el Misterio de la Asunción Ilumine a la Iglesia y a la Humanidad Entera.
1. "Una mujer, vestida del sol"(Ap 12, l).
Hoy, solemnidad de la Asunción, la Iglesia refiere a María estas palabras del Apocalipsis de san Juan. En cierto sentido, nos relatan la parte conclusiva de la "mujer vestida del sol" nos habla de María elevada al cielo. Por eso la liturgia las enlaza oportunamente con la parte inicial de la historia de María: con el misterio de la visitación a la casa de santa Isabel. Se sabe que la visitación tuvo lugar poco después de la anunciación, como leemos en el evangelio de san Lucas: "En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá" (Lc 1, 39). Según una tradición, se trata de la ciudad de Ain-Karim. María, habiendo entrado en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. ¿Acaso deseaba contarle lo que le había sucedido, cómo había acogido la propuesta del ángel Gabriel, convirtiéndose así, por obra del Espíritu Santo, en la Madre del Hijo de Dios? Sin embargo, Isabel la precedió y, bajo la acción del Espíritu Santo, continuó con palabras suyas el saludo del enviado angélico. Si Gabriel había dicho: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28), ella, como prosiguiendo, añadió: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno" (Lc 1, 42). Así pues, entre la anunciación y la visitación, se forma la plegaria mariana más difundida: el Ave María.
Amadísimos hermanos y hermanas: hoy, solemnidad de la Asunción, la Iglesia vuelve idealmente a Nazaret lugar de la anunciación; va espiritualmente hasta el umbral de la casa de Zacarías, en Ain-Karim, y saluda a la Madre de Dios con las palabras: "¡Ave, María!", y junto con Isabel, proclama: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). María creyó con la fe de la anunciación, con la fe de la visitación, con la fe de la noche de Belén y de la Natividad. Hoy cree con la fe de la Asunción, o más bien, ahora en la gloria del cielo, contempla cara a cara el misterio que penetró toda su existencia terrena.
2. En el umbral de la casa de Zacarías, nace también el himno mariano del Magníficat. La Iglesia lo repite en la liturgia de este día, porque ciertamente María, con mayores motivaciones aún, lo proclamó en su Asunción al cielo: "Engrandece mi alma al Señor y mí espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, santo es su nombre" (Lc 1, 46-49).
María alaba a Dios, y él la alaba. Esta alabanza se ha difundido ampliamente en todo el mundo. En efecto, ¿cuántos son los santuarios marianos en todas las regiones de la tierra dedicados al misterio de la Asunción! Sería verdaderamente difícil enumerar aquí a todos.
"María ha sido llevada al cielo, se alegra el ejército de los ángeles", proclama la liturgia de hoy en el canto al Evangelio. Pero se alegra también el ejército de los hombres de todas las partes del mundo. Y numerosas son las naciones que consideran a la Madre de Dios como Madre y su Reina. En efecto el misterio de la Asunción está unido a su coronación como Reina del cielo y de la tierra; "Toda espléndida, la hija del rey" --como anuncia el salmo responsorial de la liturgia de hoy-- (Sal 45, 14) para ser elevada a la derecha de su Hijo: "De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir" (antífona del Salmo responsorial).
3. La Asunción de María es una participación singular en la resurrección de Cristo. En la liturgia de hoy san Pablo pone de relieve esta verdad, anunciando la alegría por la victoria sobre la muerte, que Cristo consiguió con su resurrección, "porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte" (1 Cor 15, 25-26). La victoria sobre la muerte que se manifiesta claramente el día de la resurrección de Cristo, concierne hoy, de modo particular, a su madre. Si la muerte no tiene poder sobre él, es decir sobre su Hijo, tampoco tiene poder sobre su madre, o sea, sobre aquella que le dio la vida terrena.
En la primera carta a los Corintios, san Pablo hace como un comentario profundo del misterio de la Asunción. Escribe así: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron. Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su venida» (1 Cor 15, 20-23). María es la primera que recibe la gloria; la Asunción representa casi el coronamiento del misterio pascual.
Cristo ha resucitado, venciendo la muerte, efecto del pecado original , y abraza con su victoria a todos los que aceptan con fe su resurrección. Ante todo a su Madre, librada de la herencia del pecado original mediante la muerte redentora del Hijo en la cruz. Hoy Cristo abraza a María, inmaculada desde su concepción, acogiéndola en el cielo en su cuerpo glorificado, como acercando para ella el día de su vuelta gloriosa a la tierra, el día de la resurrección universal que espera la humanidad. La Asunción al cielo es como una gran anticipación del cumplimiento definitivo de todas las cosas en Dios, según cuanto escribe el Apóstol: "Luego, el fin, cuando entregue (Cristo) a Dios Padre el Reino, para que Dios sea todo en todo" (1 Cor 15, 24, 28). ¿Acaso Dios no es todo en aquella que es la madre inmaculada del Redentor?
¡Te saludo, hija de Dios Padre! ¡Te saludo, madre del Hijo de Dios! ¡Te saludo, esposa mística del Espíritu Santo! ¡Te saludo, templo de la santísima Trinidad!
4. «Y se abrió el santuario de Dios en el cielo, y apareció el arca de su alianza en el santuario. "Una gran señal apareció en el cielo: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza"(Ap 11, 19-12,1). Esta visión del Apocalipsis, se considera, en cierto sentido, la ultima palabra de la mariología. Sin embargo, la Asunción que aquí se expresa magníficamente, posee al mismo tiempo su sentido eclesiológico. Contempla a María no solo como Reina de toda la creación, sino también como Madre de toda la Iglesia. Y como Madre de la Iglesia, María, elevada al cielo y coronada, no deja de estar implicada en la historia de la Iglesia, que es la historia de la lucha entre el bien y el mal. San Juan escribe: "Y apareció otra señal en el cielo: un gran dragón rojo" (Ap 12, 3). En la sagrada Escritura, ya desde los primeros capítulos del libro del Génesis (cf. Gn 3, 14), se conoce a este dragón como el enemigo de la mujer. En el Apocalipsis, el mismo dragón se pone delante de la mujer que está a punto de dar a luz, decidido a devorar al niño apenas nazca (cf. Ap 12, 4). El pensamiento va espontáneamente a la noche de Belén y a la amenaza contra la vida de Jesús, recién nacido, constituida por el perverso edicto de Herodes, que ordena "matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo" (Mt 2, 16).
De todo lo que el Concilio Vaticano II ha escrito, emerge de modo singular la imagen de la Madre de Dios, insertada vivamente en el misterio de Cristo y de la Iglesia. María, Madre del Hijo de Dios, es, a la vez, Madre de todos los hombres, quienes en el Hijo han llegado a ser hijos adoptivos del Padre celestial, Precisamente aquí se manifiesta la lucha incesante de la Iglesia. Como una madre a semejanza de María, la Iglesia engendra hijos a la vida divina, y sus hijos, hijos e hijas en el Hijo unigénito de Dios, están amenazados constantemente por el odio del "dragón rojo: Satanás".
El autor del Apocalipsis, al mismo tiempo que muestra el realismo de esta lucha que continúa en la historia, pone de relieve también la perspectiva de la victoria definitiva por obra de la mujer, de María que es nuestra abogada y aliada potente de todas las naciones de la tierra. El autor del Apocalipsis habla de esta victoria: "Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo" (Ap 12, 10).
La solemnidad de la Asunción pone ante nuestros ojos el reinado de nuestro Dios y el poder de Cristo sobre toda la creación.
5. ¡Cómo quisiera que por doquiera y en todas las lenguas se expresara la alegría por la Asunción de María! ¡Cómo quisiera que de este misterio surgiera una vivísima luz sobre la Iglesia y la humanidad! Que todo hombre y toda mujer tomen conciencia de estar llamados, por caminos diferentes, a participar en la gloria celestial de su verdadera Madre y Reina.
¡Alabado sea Jesucristo!
"Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".
¿Cual es el fundamento para este dogma? El Papa Pío XII presentó varias razones fundamentales para la definición del dogma:
1-La inmunidad de María de todo pecado: La descomposición del cuerpo es consecuencia del pecado, y como María, careció de todo pecado, entonces Ella estaba libre de la ley universal de la corrupción, pudiendo entonces, entrar prontamente, en cuerpo y alma, en la gloria del cielo.
2-Su Maternidad Divina: Como el cuerpo de Cristo se había formado del cuerpo de María, era conveniente que el cuerpo de María participara de la suerte del cuerpo de Cristo. Ella concibió a Jesús, le dio a luz, le nutrió, le cuido, le estrecho contra su pecho. No podemos imaginar que Jesús permitiría que el cuerpo, que le dio vida, llegase a la corrupción.
3-Su Virginidad Perpetua: como su cuerpo fue preservado en integridad virginal, (toda para Jesús y siendo un tabernáculo viviente) era conveniente que después de la muerte no sufriera la corrupción.
4-Su participación en la obra redentora de Cristo: María, la Madre del Redentor, por su íntima participación en la obra redentora de su Hijo, después de consumado el curso de su vida sobre la tierra, recibió el fruto pleno de la redención, que es la glorificación del cuerpo y del alma.
La Asunción es la victoria de Dios confirmada en María y asegurada para nosotros. La Asunción es una señal y promesa de la gloria que nos espera cuando en el fin del mundo nuestros cuerpos resuciten y sean reunidos con nuestras almas.
escrito por Madre Adela Galindo SCTJM
de la constitución apostólica Munificentíssimus Deus del Papa Pío XII
Con esta constitución apostólica, el Papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción el 1ro de Noviembre de 1950. Tomado de la Liturgia de las Horas del 15 de Agosto. (AAS 42 [19501, 760-762. 767-769)
Tu cuerpo es santo y sobremanera glorioso
Los santos Padres y grandes doctores, en las homilías y disertaciones dirigidas al pueblo en la fiesta de la Asunción de la Madre de Dios, hablan de este hecho como de algo ya conocido y aceptado por los fieles y -lo explican con toda precisión, procurando, sobre todo, hacerles comprender que lo que se conmemora en esta festividad es, no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación, a imitación de su hijo único, Jesucristo.
Y, así, san Juan Damasceno, el más ilustre transmisor de esta tradición, comparando la asunción de la santa Madre de Dios con sus demás dotes y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente:
"Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda criatura como Madre y esclava de Dios."
Según el punto de vista de san Germán de Constantinopla, el cuerpo de la Virgen María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino también la peculiar santidad de su cuerpo virginal:
"Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial e incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y participe de la vida perfecta."
Otro antiquísimo escritor afirma:
"La gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la vida y de la inmortalidad, por él es vivificada, con un cuerpo semejante al suyo en la incorruptibilidad, ya que él la hizo salir del sepulcro y la elevó hacia si mismo, del modo que él solo conoce."
Todos estos argumentos y consideraciones de los santos Padres se apoyan, como en su último fundamento, en la sagrada Escritura; ella, en efecto, nos hace ver a la santa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo divino y solidaria siempre de su destino.
Y, sobre todo, hay que tener en cuenta que, ya desde el siglo segundo, los santos Padres presentan a la Virgen María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán, íntimamente unida a él, aunque de modo subordinado, en la lucha contra el enemigo infernal, lucha que, como se anuncia en el protoevangelio, había de desembocar en una victoria absoluta sobre el pecado y la muerte, dos realidades inseparables en los escritos del Apóstol de los gentiles. Por lo cual, así como la gloriosa resurrección de Cristo fue la parte esencial y el ú1timo trofeo de esta victoria, así también la participación que tuvo la santísima Virgen en esta lucha de su Hijo había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal, ya que, como dice el mismo Apóstol: Cuando esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: "La muerte ha sido absorbida en la victoria."
Por todo ello, la augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo arcano, desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, asociada generosamente a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro y, a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de su Hijo, el rey inmortal de los siglos.
Que el Misterio de la Asunción Ilumine a la Iglesia y a la Humanidad Entera.
Catequesis mariana S.S. Juan Pablo II 15 de agosto de 1995
1. "Una mujer, vestida del sol"(Ap 12, l).
Hoy, solemnidad de la Asunción, la Iglesia refiere a María estas palabras del Apocalipsis de san Juan. En cierto sentido, nos relatan la parte conclusiva de la "mujer vestida del sol" nos habla de María elevada al cielo. Por eso la liturgia las enlaza oportunamente con la parte inicial de la historia de María: con el misterio de la visitación a la casa de santa Isabel. Se sabe que la visitación tuvo lugar poco después de la anunciación, como leemos en el evangelio de san Lucas: "En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá" (Lc 1, 39). Según una tradición, se trata de la ciudad de Ain-Karim. María, habiendo entrado en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. ¿Acaso deseaba contarle lo que le había sucedido, cómo había acogido la propuesta del ángel Gabriel, convirtiéndose así, por obra del Espíritu Santo, en la Madre del Hijo de Dios? Sin embargo, Isabel la precedió y, bajo la acción del Espíritu Santo, continuó con palabras suyas el saludo del enviado angélico. Si Gabriel había dicho: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28), ella, como prosiguiendo, añadió: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno" (Lc 1, 42). Así pues, entre la anunciación y la visitación, se forma la plegaria mariana más difundida: el Ave María.
Amadísimos hermanos y hermanas: hoy, solemnidad de la Asunción, la Iglesia vuelve idealmente a Nazaret lugar de la anunciación; va espiritualmente hasta el umbral de la casa de Zacarías, en Ain-Karim, y saluda a la Madre de Dios con las palabras: "¡Ave, María!", y junto con Isabel, proclama: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). María creyó con la fe de la anunciación, con la fe de la visitación, con la fe de la noche de Belén y de la Natividad. Hoy cree con la fe de la Asunción, o más bien, ahora en la gloria del cielo, contempla cara a cara el misterio que penetró toda su existencia terrena.
2. En el umbral de la casa de Zacarías, nace también el himno mariano del Magníficat. La Iglesia lo repite en la liturgia de este día, porque ciertamente María, con mayores motivaciones aún, lo proclamó en su Asunción al cielo: "Engrandece mi alma al Señor y mí espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, santo es su nombre" (Lc 1, 46-49).
María alaba a Dios, y él la alaba. Esta alabanza se ha difundido ampliamente en todo el mundo. En efecto, ¿cuántos son los santuarios marianos en todas las regiones de la tierra dedicados al misterio de la Asunción! Sería verdaderamente difícil enumerar aquí a todos.
"María ha sido llevada al cielo, se alegra el ejército de los ángeles", proclama la liturgia de hoy en el canto al Evangelio. Pero se alegra también el ejército de los hombres de todas las partes del mundo. Y numerosas son las naciones que consideran a la Madre de Dios como Madre y su Reina. En efecto el misterio de la Asunción está unido a su coronación como Reina del cielo y de la tierra; "Toda espléndida, la hija del rey" --como anuncia el salmo responsorial de la liturgia de hoy-- (Sal 45, 14) para ser elevada a la derecha de su Hijo: "De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir" (antífona del Salmo responsorial).
3. La Asunción de María es una participación singular en la resurrección de Cristo. En la liturgia de hoy san Pablo pone de relieve esta verdad, anunciando la alegría por la victoria sobre la muerte, que Cristo consiguió con su resurrección, "porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte" (1 Cor 15, 25-26). La victoria sobre la muerte que se manifiesta claramente el día de la resurrección de Cristo, concierne hoy, de modo particular, a su madre. Si la muerte no tiene poder sobre él, es decir sobre su Hijo, tampoco tiene poder sobre su madre, o sea, sobre aquella que le dio la vida terrena.
En la primera carta a los Corintios, san Pablo hace como un comentario profundo del misterio de la Asunción. Escribe así: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron. Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su venida» (1 Cor 15, 20-23). María es la primera que recibe la gloria; la Asunción representa casi el coronamiento del misterio pascual.
Cristo ha resucitado, venciendo la muerte, efecto del pecado original , y abraza con su victoria a todos los que aceptan con fe su resurrección. Ante todo a su Madre, librada de la herencia del pecado original mediante la muerte redentora del Hijo en la cruz. Hoy Cristo abraza a María, inmaculada desde su concepción, acogiéndola en el cielo en su cuerpo glorificado, como acercando para ella el día de su vuelta gloriosa a la tierra, el día de la resurrección universal que espera la humanidad. La Asunción al cielo es como una gran anticipación del cumplimiento definitivo de todas las cosas en Dios, según cuanto escribe el Apóstol: "Luego, el fin, cuando entregue (Cristo) a Dios Padre el Reino, para que Dios sea todo en todo" (1 Cor 15, 24, 28). ¿Acaso Dios no es todo en aquella que es la madre inmaculada del Redentor?
¡Te saludo, hija de Dios Padre! ¡Te saludo, madre del Hijo de Dios! ¡Te saludo, esposa mística del Espíritu Santo! ¡Te saludo, templo de la santísima Trinidad!
4. «Y se abrió el santuario de Dios en el cielo, y apareció el arca de su alianza en el santuario. "Una gran señal apareció en el cielo: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza"(Ap 11, 19-12,1). Esta visión del Apocalipsis, se considera, en cierto sentido, la ultima palabra de la mariología. Sin embargo, la Asunción que aquí se expresa magníficamente, posee al mismo tiempo su sentido eclesiológico. Contempla a María no solo como Reina de toda la creación, sino también como Madre de toda la Iglesia. Y como Madre de la Iglesia, María, elevada al cielo y coronada, no deja de estar implicada en la historia de la Iglesia, que es la historia de la lucha entre el bien y el mal. San Juan escribe: "Y apareció otra señal en el cielo: un gran dragón rojo" (Ap 12, 3). En la sagrada Escritura, ya desde los primeros capítulos del libro del Génesis (cf. Gn 3, 14), se conoce a este dragón como el enemigo de la mujer. En el Apocalipsis, el mismo dragón se pone delante de la mujer que está a punto de dar a luz, decidido a devorar al niño apenas nazca (cf. Ap 12, 4). El pensamiento va espontáneamente a la noche de Belén y a la amenaza contra la vida de Jesús, recién nacido, constituida por el perverso edicto de Herodes, que ordena "matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo" (Mt 2, 16).
De todo lo que el Concilio Vaticano II ha escrito, emerge de modo singular la imagen de la Madre de Dios, insertada vivamente en el misterio de Cristo y de la Iglesia. María, Madre del Hijo de Dios, es, a la vez, Madre de todos los hombres, quienes en el Hijo han llegado a ser hijos adoptivos del Padre celestial, Precisamente aquí se manifiesta la lucha incesante de la Iglesia. Como una madre a semejanza de María, la Iglesia engendra hijos a la vida divina, y sus hijos, hijos e hijas en el Hijo unigénito de Dios, están amenazados constantemente por el odio del "dragón rojo: Satanás".
El autor del Apocalipsis, al mismo tiempo que muestra el realismo de esta lucha que continúa en la historia, pone de relieve también la perspectiva de la victoria definitiva por obra de la mujer, de María que es nuestra abogada y aliada potente de todas las naciones de la tierra. El autor del Apocalipsis habla de esta victoria: "Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo" (Ap 12, 10).
La solemnidad de la Asunción pone ante nuestros ojos el reinado de nuestro Dios y el poder de Cristo sobre toda la creación.
5. ¡Cómo quisiera que por doquiera y en todas las lenguas se expresara la alegría por la Asunción de María! ¡Cómo quisiera que de este misterio surgiera una vivísima luz sobre la Iglesia y la humanidad! Que todo hombre y toda mujer tomen conciencia de estar llamados, por caminos diferentes, a participar en la gloria celestial de su verdadera Madre y Reina.
¡Alabado sea Jesucristo!
(fuente: www.corazones.org)
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