15 de febrero: Nuestra Señora de Luna de Pozoblanco
El santuario de la Virgen de Luna está ubicado en el quinto de Navarredonda, en plena dehesa de la Jara, prototipo de bosque mediterráneo de encinas, en un lugar que fue término común de las Siete Villas y hoy pertenece al término municipal de Pozoblanco.
Las noticias conservadas por la tradición aseveran que la primitiva ermita fue levantada gracias a la iniciativa de una piadosa mujer de Pedroche, pero pasados unos años la propiedad fue donada a Pozoblanco. Las fuentes históricas y los restos arqueológicos señalan la posible existencia en el mismo lugar de cultos precristianos e incluso prehistóricos.
Tanto el santuario como el fervor a Nuestra Señora de Luna nacieron, al igual que otros varios de la comarca, con un carácter comunitario y supralocal, aunque con el transcurso del tiempo son las poblaciones de Pozoblanco y Villanueva de Córdoba las que han mantenido su tradicional devoción, no sin haber planteado diversos y sonados pleitos por la propiedad del lugar y de la imagen, pleitos que concedieron a Pozoblanco la posesión aunque garantizando el derecho de las dos villas a compartir fervor, cultos y estancia de la Virgen en ambas localidades.
No tenemos constancia de la antigüedad exacta del edificio inicial pero a finales del siglo XVI el obispado autorizó diversas reformas y actuaciones sobre la espadaña, el tejado y la casa del santero.
Ya en 1585 contaba con tapias que rodeaban el perímetro del lugar. Hasta hace unas décadas, el recinto ha estado cercado con un muro de mampostería, hoy suprimido y sustituido por una verja que le proporciona mayor vistosidad.
A principios del siglo XVII el primitivo edificio resultaba tan pequeño y estaba en tan lamentables condiciones que se decidió levantar una nueva estructura arquitectónica que prácticamente venía a sustituir a la existente. Las obras de reedificación, impulsadas por el mayordomo Juan Moreno de Pedrajas, se llevaron a cabo entre 1611 y 1612 y los maestros alarifes que las dirigieron fueron Francisco López Portillo y Juan Martín de Bargas. Es el edificio que ha perdurado hasta nuestros días junto con el añadido de la zona del ábside y camarín, realizado a comienzos del siglo XIX.
Cuando finalizaba el año de 1624 el cabildo de Córdoba concedió autorización para hacer, junto a la ermita, la casa que utiliza la cofradía y también el humilladero enclavado delante del santuario aunque la cruz se levantó finalmente en 1642.
La ermita es de planta rectangular, con tres naves separadas por columnas de granito sobre las que cabalgan arcos de medio punto que soportan la cubierta de madera. El presbiterio es de planta cuadrada, cubierto con bóveda sobre pechinas con linterna. La cabecera es semicircular interiormente y plana al exterior, y la sacristía contigua tiene planta rectangular. Dispone de dos puertas de acceso, ambas labradas en granito y adinteladas, y de un pequeño pórtico. La espadaña es de ladrillo.
A uno y otro lado de la ermita encontramos las casas respectivas de las cofradías de Pozoblanco y Villanueva. También cuenta con una vivienda para los santeros que cuidan el lugar.
La IMAGEN
Según la memoria legendaria que ha perdurado entre los pozoalbenses, la aparición de la Virgen se produjo en el siglo XV en el quinto de Navarredonda, en plena dehesa de la Jara que compartían las Siete Villas de los Pedroches, entre las que estaba incluida Pozoblanco.
Nuestra Señora se manifestó en una encina a un pastorcillo natural de la villa madre de Pedroche. El zagal intentó en varias ocasiones llevar la imagen a su pueblo natal pero ésta desaparecía en cada intento y volvía a reaparecer en la misma encina. Finalmente se optó por levantarle una ermita en el lugar de la aparición.
Cabe suponer que a lo largo de los siglos la imagen primigenia debió ser reemplazada por otras sucesivas pero la existente al comenzar el siglo XX fue destruida en los inicios de la malhadada Guerra Civil, cuando se encontraba en la localidad de Villanueva de Córdoba. Por el análisis de los restos de la madera de cedro pertenecientes a una mano original que se conserva, esta imagen había sido tallada durante el siglo XVIII.
Tras el conflicto bélico se decidió adquirir una nueva imagen, encargada en 1948 al escultor valenciano Francisco Pablo. Fue costeada mediante colecta popular y donativos de personas e instituciones relevantes.
El primer retablo con el que contó la ermita y cobijaba a la Virgen fue construido por iniciativa del presbítero y comisario del Santo Oficio Alonso Martín de Villaseca, hermano de la venerable Marta Peralbo, quien en 1678 encargó a un maestro entallador y ensamblador de Torremilano, Alonso Sánchez de Medina, la realización del mismo a cambio de 300 ducados.
Nuestra Señora de Luna ha portado distintos ajuares de joyas a lo largo de los siglos, fruto de la generosidad de sus devotos. La documentación histórica aporta noticias, por ejemplo, de la donación a la Virgen en 1595 de una sortija, puños y cuellos destinados a engalanar la imagen. Destacan igualmente los valiosos mantos realizados en tejidos y bordados nobles.
En siglos pasados el santuario contó además con diversos altares e imágenes como la de el Señor de la Expiación (un crucificado muy venerado), Santa Lucía, San Diego, la Virgen de la Aurora… y cuadros como el dedicado a San Martín, destruidos durante la última guerra civil y después renovados. También contaba con una réplica pequeña de la imagen de la Virgen de Luna conocida como la Aparecida.
Como imagen viajera (a lo largo del año la Virgen se desplaza a Pozoblanco y Villanueva y el resto del año permanece en el santuario), Nuestra Señora de Luna ha necesitado de andas para los traslados y romerías. Las más antiguas de que tenemos noticia datan de finales del siglo XVI y fueron doradas a principios del siglo XVII.
La fama y popularidad de Nuestra Señora de Luna está consignada desde hace siglos. Los pozoalbenses la invocaban con rogativas y la procesionaban en los momentos de necesidad o peligro, como cuando había falta de lluvias (“por los buenos temporales”) o en el caso de epidemias. Un informe sobre la villa firmado a finales del siglo XVIII por el vicario, Bartolomé Herruzo, afirma: “Dentro del Pueblo no hay Santuario e Imagen Célebre, pero sí en el término, a distancia de dos leguas entre Levante y Sur está uno erigido donde se da culto a la Imagen de María Santísima con la advocación de Luna, cuya aparición es antigua, y por su intercesión han logrado los naturales muchos beneficios de la Divina piedad”.
El ayuntamiento pozoalbense decidió en 1960 sustituir el nombre de la denominada hasta entonces calle del Cerro rotulándola con el de Virgen de Luna. Uno de los colegios de la ciudad lleva igualmente su nombre así como numerosas empresas.
En la localidad de Escacena (Huelva) también se venera desde hace siglos a otra imagen con el mismo nombre de Nuestra Señora de Luna.
LA COFRADÍA
Numerosas han sido las hipótesis e interpretaciones ofrecidas al enigma de la creación de la cofradía de Nuestra Señora de Luna, consecuencia inevitable de la carencia de noticias históricas sobre sus orígenes. Hasta el momento no se ha hallado documento alguno que atestigüe la antigüedad de la misma.
Hay quienes sostienen que la cofradía nació en tiempos muy remotos, durante la reconquista y guerra contra los musulmanes, y de ahí presuponen un origen medieval y una influencia de órdenes guerreras como la de Calatrava dado el carácter militar que presenta.
Otros, en cambio, prefieren vincular su nacimiento con las milicias concejiles del siglo XVI cuya organización reglamentó en 1571 el monarca Felipe II obligando a sus integrantes a portar arcabuz, espada, rodela, alabarda u otra arma enastada. Es una época en las que las autoridades animan a crear “cofradías o compañías de gente de armas”, lo que producirá como corolario la aparición de numerosas hermandades de este tipo por todo el territorio nacional, incluida la zona de los Pedroches, con muy diversas advocaciones.
Y no falta autor que, de forma claramente anacrónica, rebata el posicionamiento anterior y expida certificación sobre una supuesta fundación muy posterior, decimonónica, ligada a la Milicia Nacional del liberalismo progresista español.
No obstante, si nos ceñimos a la documentación histórica desempolvada, la más antigua noticia documentada hasta ahora sobre la existencia de la cofradía está fechada en 31 de agosto del año 1587. Ese día el doctor Lope de Ribera, visitador oficial del obispado, inspeccionó en Pozoblanco las cuentas relativas a la ermita de Nuestra Señora de Luna, presentadas por Martín López de la Torre, mayordomo de la misma, y anotó lo siguiente:
“Cargansele veinte y dos mil e quinientos e sesenta maravedíes que por rrelación de su libro que ante el presente notario exsibio parecio aver llegado de limosnas y de la cofradía y ermandad que se hace en la dicha hermita y con la bacina y cepo y limosnas particulares…”
El pleito mantenido en 1590 entre Pozoblanco y Villanueva por la primacía en Nuestra Señora de Luna confirma la existencia consolidada de una cofradía homónima; en uno de los asertos de la sentencia el juez eclesiástico alude a los “hermanos y cofrades de la cofradía de Nuestra Señora de Luna, que se sirve en su ermita…”
De estos testimonios no puede deducirse aún el carácter militar de la misma, en todo caso lo contrario, dado que las referencias utilizan una nomenclatura sobre sus integrantes y señalan como principales responsables de ella a cargos que nada tienen que ver con la organización y jerarquía propias del ejército.
Al menos desde las últimas décadas del siglo XVI, al mando de la cofradía y del mantenimiento de la ermita figuraba un mayordomo o hermano mayor, cargo desempeñado por lo general por personas seglares aunque también hubo eclesiásticos que lo ejercieron. Estos mayordomos eran siempre miembros sobresalientes de algunos de los linajes más importantes de la villa, entre ellos los López de la Torre, Díaz de Pedrajas, Moreno de Pedrajas, Merchán, Peralbo…, emparentados entre sí. Más tarde, durante el siglo XVIII, recibirá el nombre de mayordomo administrador.
El cargo no estaba vinculado a un mandato temporal establecido y era normal desempeñarlo durante periodos prolongados, superiores incluso a una década. El mayordomo o hermano mayor contaba con la asistencia de varios diputados –encargados del manejo de las joyas y la gestión de diversos bienes- y también de un sacerdote.
La documentación de los siglos XVI y XVII no proporciona aún alusiones a mandos de significación militar en la cofradía -de cuya existencia hay nuevos testimonios documentales- pero creemos muy probable que los graves y violentos incidentes provocados en 1681 por la propiedad de la imagen entre vecinos y autoridades de las dos poblaciones que compartían la devoción a Nuestra Señora de Luna -Pozoblanco y Villanueva de Córdoba- dieron lugar a cambios trascendentales en la tradición seguida hasta entonces.
Entre las decisiones derivadas del litigio hay que mencionar la nueva reglamentación sobre las fechas de romería y tenencia y disfrute de la imagen, la propiedad concluyente de la imagen y del santuario a favor de Pozoblanco, el nombramiento de la Virgen como patrona de la localidad (en detrimento de Santa Catalina), la fijación y aprovechamiento de los ruedos del santuario, la reafirmación del mecenazgo pozoalbense sobre la figura del santero, nuevos estatutos, organización militar de la hermandad, exigencia de limpieza de sangre para sus integrantes…
Es significativo que en el transcurso del citado pleito promovido a partir de 1681 las autoridades y vecinos de Pozoblanco recalquen con vehemencia la forma escandalosa de algarada y la utilización de armas cortas y de fuego por los habitantes de Villanueva en la acción de traslado de la Virgen a la localidad jarota, acto que consideran inusual y al que tildan de auténtico “rapto”. Es evidente que nada de ello hubiera resultado extraño si las respectivas hermandades vinieran utilizando de forma tradicional, en ritos y actos festivos, ese tipo de armamento como parte de la equipación de sus integrantes.
Por tanto, a la luz de las fuentes documentales disponibles, es muy probable que la adopción de una estructura militar por los cofrades de la Virgen de Luna fuera una decisión casi simultánea en ambas villas y cofradías y se produjo casi con toda seguridad entre finales del siglo XVII y principios del XVIII (según Ocaña Torrejón, en Villanueva se creó en 1705, para lo cual tuvo necesariamente que reformar los estatutos que ya tenía aprobados a finales del XVII).
Es entonces, y no antes, cuando aparecen en protocolos notariales las primeras alusiones al carácter de soldadesca de sus miembros y a la jerarquía principal de cargos que mantiene en la actualidad: capitán, alférez y sargento.
El desempeño de estos cargos tenía una periodicidad anual y durante el mandato eran los responsables de todas las cuestiones civiles de carácter general y legal que afectaran a la cofradía.
Para esas fechas es también segura la inclusión de un encargado del tambor pues las alusiones anteriores sobre acompañamiento musical en las festividades de la Virgen de Luna sólo hacen mención a la actuación de ministriles, participación que fue habitual durante todo el siglo XVII. La utilización de tambores con distintos tipos y ritmos de golpeo ha sido la forma más antigua de transmitir órdenes en las unidades militares españolas desde la creación del ejército permanente por parte de los Reyes Católicos.
En la evolución y funcionamiento de la cofradía podemos constatar un triple poder presente en ella desde los comienzos: el de los propios componentes o hermanos, representados primero por el mayordomo o hermano mayor y más tarde por su jerarquía militar o pseudo-militar; el poder eclesiástico, encabezado en representación del obispo o del ordinario diocesano por el vicario y/o rector de la parroquial, o bien por el clérigo o capellán en que se delegue en cada momento; y el poder municipal, a través de los diputados, regidores síndicos y procuradores generales designados por el ayuntamiento.
A partir de la segunda década del siglo XVIII es habitual encontrar en la documentación archivada noticias acerca de la configuración militar de la cofradía tanto en Pozoblanco como, sobretodo, en Villanueva de Córdoba: en esta última población recibe los nombres de Compañía y Hermandad de Nuestra Señora de Luna, Hermandad y Compañía de Soldados de Nuestra Señora de Luna, Soldadesca y Hermandad de Nuestra Señora de Luna y otras varias combinaciones apelativas. En Pozoblanco contamos con alusiones a la Hermandad de Nuestra Señora de Luna o bien a la Soldadesca de Nuestra Señora de Luna.
En ambas localidades hay mención a los oficiales que la dirigen, encabezados por un capitán, un alférez y un sargento, cargos todos ellos desempeñados de forma anual: “…en poder de los oficiales que son de dicha Compañía actualmente, o de los oficiales que los sucediesen en fin de cada un año…”
Aunque los componentes culturales de la cofradía de Nuestra Señora de Luna muestren claras influencias andaluzas, manchegas y extremeñas –tal como ha apuntado el profesor Juan Agudo-, de todas las hermandades de estructura similar a la pozoalbense destacamos la denominada cofradía del Santo Sepulcro de la cercana localidad pacense de Don Benito cuyos estatutos fueron reformados y aprobados por la autoridad eclesiástica en 1723 aunque la hermandad era mucho más antigua.
La integraban unos denominados hermanos o soldados, además de los oficiales integrados por el capitán, el alférez y un sargento, un mayordomo administrador y cuatro “pedidores”, equivalentes éstos a los diputados nombrados en la cofradía de Nuestra Señora de Luna.
A partir de la segunda mitad del siglo XVIII las menciones a la cofradía se reducen drásticamente quizá como consecuencia del nuevo espíritu ilustrado, de las objeciones por parte de las autoridades a la creación de cualquier tipo de nuevas hermandades y organizaciones religiosas y, en nuestro caso, de la real cédula promulgada por Carlos III en 1759 suprimiendo las soldadescas y el uso de prendas y armas similares a las utilizadas por el ejército, argumentando el dispendio de pólvora que se producía y los frecuentes altercados provocados por los excesos en diversiones, comida y bebida con motivo de las distintas festividades en las que participaban.
De todos modos, la prohibición no se aplicará de forma rigurosa e incluso se concederá permiso expreso para su mantenimiento en algunas poblaciones, tal como sucedió con la cofradía pozoalbense en cuyos rituales la utilización de escopetas y espadas y la realización de salvas con pólvora era costumbre afianzada.
En mayo de 1806 el nuevo corregidor de las Siete Villas de los Pedroches, Dionisio Catalán, publicó un auto de buen gobierno con una serie de consideraciones a seguir y entre ellas figuraba una, la séptima, sobre la prohibición de uso de armas de todo tipo según lo ordenado por Real Pragmática de Carlos III en 1761. Y en el punto noveno añadía: “Que ninguno dispare tiros, cohetes, y otras inbenciones de fuego dentro de poblado, bajo las penas de la Ley, ni aun con título de obsequio a la Virgen o Santos”. Pese a todo, sabemos que Fernando VII renovó la licencia que permitía hacer uso de armas de fuego y salvas a los cofrades de Nuestra Señora de Luna.
La prevención de las autoridades sobre la utilización de este tipo de armamento en concentraciones populares resulta obvio, pero siempre respetaron la tradición en la seguridad de su buen uso; de hecho, cuando con motivo de las frecuentes revoluciones y motines del siglo XIX se procedía a la requisa de escopetas entre los vecinos, el hecho de pertenecer a la cofradía servía de excepción y salvoconducto.
No obstante, en alguna ocasión se han producido accidentes fortuitos, como sucedió en mayo de 1917 cuando uno de los hermanos tuvo la desgracia de que se le disparase la escopeta con la que hacía salvas al paso de la procesión de llevada de la Virgen, hiriendo a un vecino de la localidad.
El número de componentes o hermanos establecido en los estatutos de 1877 era el de setenta, quizá el mismo que tuvo al implantar su estructura militar. Es una cifra de gran simbolismo y habitual en este tipo de hermandades pues recuerda el número de discípulos que fueron mandados a predicar la doctrina de Cristo por todos los rincones del mundo. Hoy ese número ha cambiado.
En cuanto a la vestimenta, disponemos de noticias centenarias que describen el traje utilizado por los cofrades al menos desde la segunda mitad del siglo XIX: “especie de frac, cruzado a la bandolera por unos cordones de seda de los cuales penden los frascos de pólvora y el espadín que todos usan, y durante la procesión todos llevan antiguas escopetas de pistón con las cuales, en los sitios fijados por la costumbre, hacen salvas en honor de su Excelsa Patrona…” Este equipo de gala ha sufrido igualmente algunas modificaciones.
Desde que tenemos noticia de la cofradía ésta, al igual que la imagen y el santuario, se ha sufragado a base de donativos en dinero tanto de los propios hermanos como de incontables particulares, limosnas obtenidas mediante cepos y otros mecanismos petitorios, ofrendas y mandas testamentarias, partidas y subvenciones municipales, censos impositivos y entregas de productos agrícolas (trigo, cebada) y, sobre todo, ganaderos (entrega de cabras, borregos, carneros, novillos y terneras así como cueros y pellejos de diversos animales, una costumbre muy arraigada).
Otras fórmulas habituales a lo largo de los siglos han sido la celebración de fiestas en el santuario -solicitadas expresamente por ciertos personajes a cambio de generosos donativos-, el arrendamiento de rebaños de ganado caprino a particulares y el obsequio de toros para celebrar con ellos espectáculos populares mediante los que obtener ingresos pecuniarios y disfrutar a la vez de una jornada de compañerismo y hermandad.
El concejo de Pozoblanco costeaba anualmente los gastos de los capitulares y otros convidados que, en compañía de los cofrades, acudían a la ermita de Nuestra Señora de Luna en la dehesa de la Jara, tanto cuando se traía como cuando se llevaba al santuario la santa imagen, “en cuyas concurrencias es costumbre dar de comer el concejo a sus capitulares”. También se proporcionaba alimento, como limosna, a todos los pobres que se concentraban allí los días de romería.
Las noticias conservadas por la tradición aseveran que la primitiva ermita fue levantada gracias a la iniciativa de una piadosa mujer de Pedroche, pero pasados unos años la propiedad fue donada a Pozoblanco. Las fuentes históricas y los restos arqueológicos señalan la posible existencia en el mismo lugar de cultos precristianos e incluso prehistóricos.
Tanto el santuario como el fervor a Nuestra Señora de Luna nacieron, al igual que otros varios de la comarca, con un carácter comunitario y supralocal, aunque con el transcurso del tiempo son las poblaciones de Pozoblanco y Villanueva de Córdoba las que han mantenido su tradicional devoción, no sin haber planteado diversos y sonados pleitos por la propiedad del lugar y de la imagen, pleitos que concedieron a Pozoblanco la posesión aunque garantizando el derecho de las dos villas a compartir fervor, cultos y estancia de la Virgen en ambas localidades.
No tenemos constancia de la antigüedad exacta del edificio inicial pero a finales del siglo XVI el obispado autorizó diversas reformas y actuaciones sobre la espadaña, el tejado y la casa del santero.
Ya en 1585 contaba con tapias que rodeaban el perímetro del lugar. Hasta hace unas décadas, el recinto ha estado cercado con un muro de mampostería, hoy suprimido y sustituido por una verja que le proporciona mayor vistosidad.
A principios del siglo XVII el primitivo edificio resultaba tan pequeño y estaba en tan lamentables condiciones que se decidió levantar una nueva estructura arquitectónica que prácticamente venía a sustituir a la existente. Las obras de reedificación, impulsadas por el mayordomo Juan Moreno de Pedrajas, se llevaron a cabo entre 1611 y 1612 y los maestros alarifes que las dirigieron fueron Francisco López Portillo y Juan Martín de Bargas. Es el edificio que ha perdurado hasta nuestros días junto con el añadido de la zona del ábside y camarín, realizado a comienzos del siglo XIX.
Cuando finalizaba el año de 1624 el cabildo de Córdoba concedió autorización para hacer, junto a la ermita, la casa que utiliza la cofradía y también el humilladero enclavado delante del santuario aunque la cruz se levantó finalmente en 1642.
La ermita es de planta rectangular, con tres naves separadas por columnas de granito sobre las que cabalgan arcos de medio punto que soportan la cubierta de madera. El presbiterio es de planta cuadrada, cubierto con bóveda sobre pechinas con linterna. La cabecera es semicircular interiormente y plana al exterior, y la sacristía contigua tiene planta rectangular. Dispone de dos puertas de acceso, ambas labradas en granito y adinteladas, y de un pequeño pórtico. La espadaña es de ladrillo.
A uno y otro lado de la ermita encontramos las casas respectivas de las cofradías de Pozoblanco y Villanueva. También cuenta con una vivienda para los santeros que cuidan el lugar.
La IMAGEN
Según la memoria legendaria que ha perdurado entre los pozoalbenses, la aparición de la Virgen se produjo en el siglo XV en el quinto de Navarredonda, en plena dehesa de la Jara que compartían las Siete Villas de los Pedroches, entre las que estaba incluida Pozoblanco.
Nuestra Señora se manifestó en una encina a un pastorcillo natural de la villa madre de Pedroche. El zagal intentó en varias ocasiones llevar la imagen a su pueblo natal pero ésta desaparecía en cada intento y volvía a reaparecer en la misma encina. Finalmente se optó por levantarle una ermita en el lugar de la aparición.
Cabe suponer que a lo largo de los siglos la imagen primigenia debió ser reemplazada por otras sucesivas pero la existente al comenzar el siglo XX fue destruida en los inicios de la malhadada Guerra Civil, cuando se encontraba en la localidad de Villanueva de Córdoba. Por el análisis de los restos de la madera de cedro pertenecientes a una mano original que se conserva, esta imagen había sido tallada durante el siglo XVIII.
Tras el conflicto bélico se decidió adquirir una nueva imagen, encargada en 1948 al escultor valenciano Francisco Pablo. Fue costeada mediante colecta popular y donativos de personas e instituciones relevantes.
El primer retablo con el que contó la ermita y cobijaba a la Virgen fue construido por iniciativa del presbítero y comisario del Santo Oficio Alonso Martín de Villaseca, hermano de la venerable Marta Peralbo, quien en 1678 encargó a un maestro entallador y ensamblador de Torremilano, Alonso Sánchez de Medina, la realización del mismo a cambio de 300 ducados.
Nuestra Señora de Luna ha portado distintos ajuares de joyas a lo largo de los siglos, fruto de la generosidad de sus devotos. La documentación histórica aporta noticias, por ejemplo, de la donación a la Virgen en 1595 de una sortija, puños y cuellos destinados a engalanar la imagen. Destacan igualmente los valiosos mantos realizados en tejidos y bordados nobles.
En siglos pasados el santuario contó además con diversos altares e imágenes como la de el Señor de la Expiación (un crucificado muy venerado), Santa Lucía, San Diego, la Virgen de la Aurora… y cuadros como el dedicado a San Martín, destruidos durante la última guerra civil y después renovados. También contaba con una réplica pequeña de la imagen de la Virgen de Luna conocida como la Aparecida.
Como imagen viajera (a lo largo del año la Virgen se desplaza a Pozoblanco y Villanueva y el resto del año permanece en el santuario), Nuestra Señora de Luna ha necesitado de andas para los traslados y romerías. Las más antiguas de que tenemos noticia datan de finales del siglo XVI y fueron doradas a principios del siglo XVII.
La fama y popularidad de Nuestra Señora de Luna está consignada desde hace siglos. Los pozoalbenses la invocaban con rogativas y la procesionaban en los momentos de necesidad o peligro, como cuando había falta de lluvias (“por los buenos temporales”) o en el caso de epidemias. Un informe sobre la villa firmado a finales del siglo XVIII por el vicario, Bartolomé Herruzo, afirma: “Dentro del Pueblo no hay Santuario e Imagen Célebre, pero sí en el término, a distancia de dos leguas entre Levante y Sur está uno erigido donde se da culto a la Imagen de María Santísima con la advocación de Luna, cuya aparición es antigua, y por su intercesión han logrado los naturales muchos beneficios de la Divina piedad”.
El ayuntamiento pozoalbense decidió en 1960 sustituir el nombre de la denominada hasta entonces calle del Cerro rotulándola con el de Virgen de Luna. Uno de los colegios de la ciudad lleva igualmente su nombre así como numerosas empresas.
En la localidad de Escacena (Huelva) también se venera desde hace siglos a otra imagen con el mismo nombre de Nuestra Señora de Luna.
LA COFRADÍA
Numerosas han sido las hipótesis e interpretaciones ofrecidas al enigma de la creación de la cofradía de Nuestra Señora de Luna, consecuencia inevitable de la carencia de noticias históricas sobre sus orígenes. Hasta el momento no se ha hallado documento alguno que atestigüe la antigüedad de la misma.
Hay quienes sostienen que la cofradía nació en tiempos muy remotos, durante la reconquista y guerra contra los musulmanes, y de ahí presuponen un origen medieval y una influencia de órdenes guerreras como la de Calatrava dado el carácter militar que presenta.
Otros, en cambio, prefieren vincular su nacimiento con las milicias concejiles del siglo XVI cuya organización reglamentó en 1571 el monarca Felipe II obligando a sus integrantes a portar arcabuz, espada, rodela, alabarda u otra arma enastada. Es una época en las que las autoridades animan a crear “cofradías o compañías de gente de armas”, lo que producirá como corolario la aparición de numerosas hermandades de este tipo por todo el territorio nacional, incluida la zona de los Pedroches, con muy diversas advocaciones.
Y no falta autor que, de forma claramente anacrónica, rebata el posicionamiento anterior y expida certificación sobre una supuesta fundación muy posterior, decimonónica, ligada a la Milicia Nacional del liberalismo progresista español.
No obstante, si nos ceñimos a la documentación histórica desempolvada, la más antigua noticia documentada hasta ahora sobre la existencia de la cofradía está fechada en 31 de agosto del año 1587. Ese día el doctor Lope de Ribera, visitador oficial del obispado, inspeccionó en Pozoblanco las cuentas relativas a la ermita de Nuestra Señora de Luna, presentadas por Martín López de la Torre, mayordomo de la misma, y anotó lo siguiente:
“Cargansele veinte y dos mil e quinientos e sesenta maravedíes que por rrelación de su libro que ante el presente notario exsibio parecio aver llegado de limosnas y de la cofradía y ermandad que se hace en la dicha hermita y con la bacina y cepo y limosnas particulares…”
El pleito mantenido en 1590 entre Pozoblanco y Villanueva por la primacía en Nuestra Señora de Luna confirma la existencia consolidada de una cofradía homónima; en uno de los asertos de la sentencia el juez eclesiástico alude a los “hermanos y cofrades de la cofradía de Nuestra Señora de Luna, que se sirve en su ermita…”
De estos testimonios no puede deducirse aún el carácter militar de la misma, en todo caso lo contrario, dado que las referencias utilizan una nomenclatura sobre sus integrantes y señalan como principales responsables de ella a cargos que nada tienen que ver con la organización y jerarquía propias del ejército.
Al menos desde las últimas décadas del siglo XVI, al mando de la cofradía y del mantenimiento de la ermita figuraba un mayordomo o hermano mayor, cargo desempeñado por lo general por personas seglares aunque también hubo eclesiásticos que lo ejercieron. Estos mayordomos eran siempre miembros sobresalientes de algunos de los linajes más importantes de la villa, entre ellos los López de la Torre, Díaz de Pedrajas, Moreno de Pedrajas, Merchán, Peralbo…, emparentados entre sí. Más tarde, durante el siglo XVIII, recibirá el nombre de mayordomo administrador.
El cargo no estaba vinculado a un mandato temporal establecido y era normal desempeñarlo durante periodos prolongados, superiores incluso a una década. El mayordomo o hermano mayor contaba con la asistencia de varios diputados –encargados del manejo de las joyas y la gestión de diversos bienes- y también de un sacerdote.
La documentación de los siglos XVI y XVII no proporciona aún alusiones a mandos de significación militar en la cofradía -de cuya existencia hay nuevos testimonios documentales- pero creemos muy probable que los graves y violentos incidentes provocados en 1681 por la propiedad de la imagen entre vecinos y autoridades de las dos poblaciones que compartían la devoción a Nuestra Señora de Luna -Pozoblanco y Villanueva de Córdoba- dieron lugar a cambios trascendentales en la tradición seguida hasta entonces.
Entre las decisiones derivadas del litigio hay que mencionar la nueva reglamentación sobre las fechas de romería y tenencia y disfrute de la imagen, la propiedad concluyente de la imagen y del santuario a favor de Pozoblanco, el nombramiento de la Virgen como patrona de la localidad (en detrimento de Santa Catalina), la fijación y aprovechamiento de los ruedos del santuario, la reafirmación del mecenazgo pozoalbense sobre la figura del santero, nuevos estatutos, organización militar de la hermandad, exigencia de limpieza de sangre para sus integrantes…
Es significativo que en el transcurso del citado pleito promovido a partir de 1681 las autoridades y vecinos de Pozoblanco recalquen con vehemencia la forma escandalosa de algarada y la utilización de armas cortas y de fuego por los habitantes de Villanueva en la acción de traslado de la Virgen a la localidad jarota, acto que consideran inusual y al que tildan de auténtico “rapto”. Es evidente que nada de ello hubiera resultado extraño si las respectivas hermandades vinieran utilizando de forma tradicional, en ritos y actos festivos, ese tipo de armamento como parte de la equipación de sus integrantes.
Por tanto, a la luz de las fuentes documentales disponibles, es muy probable que la adopción de una estructura militar por los cofrades de la Virgen de Luna fuera una decisión casi simultánea en ambas villas y cofradías y se produjo casi con toda seguridad entre finales del siglo XVII y principios del XVIII (según Ocaña Torrejón, en Villanueva se creó en 1705, para lo cual tuvo necesariamente que reformar los estatutos que ya tenía aprobados a finales del XVII).
Es entonces, y no antes, cuando aparecen en protocolos notariales las primeras alusiones al carácter de soldadesca de sus miembros y a la jerarquía principal de cargos que mantiene en la actualidad: capitán, alférez y sargento.
El desempeño de estos cargos tenía una periodicidad anual y durante el mandato eran los responsables de todas las cuestiones civiles de carácter general y legal que afectaran a la cofradía.
Para esas fechas es también segura la inclusión de un encargado del tambor pues las alusiones anteriores sobre acompañamiento musical en las festividades de la Virgen de Luna sólo hacen mención a la actuación de ministriles, participación que fue habitual durante todo el siglo XVII. La utilización de tambores con distintos tipos y ritmos de golpeo ha sido la forma más antigua de transmitir órdenes en las unidades militares españolas desde la creación del ejército permanente por parte de los Reyes Católicos.
En la evolución y funcionamiento de la cofradía podemos constatar un triple poder presente en ella desde los comienzos: el de los propios componentes o hermanos, representados primero por el mayordomo o hermano mayor y más tarde por su jerarquía militar o pseudo-militar; el poder eclesiástico, encabezado en representación del obispo o del ordinario diocesano por el vicario y/o rector de la parroquial, o bien por el clérigo o capellán en que se delegue en cada momento; y el poder municipal, a través de los diputados, regidores síndicos y procuradores generales designados por el ayuntamiento.
A partir de la segunda década del siglo XVIII es habitual encontrar en la documentación archivada noticias acerca de la configuración militar de la cofradía tanto en Pozoblanco como, sobretodo, en Villanueva de Córdoba: en esta última población recibe los nombres de Compañía y Hermandad de Nuestra Señora de Luna, Hermandad y Compañía de Soldados de Nuestra Señora de Luna, Soldadesca y Hermandad de Nuestra Señora de Luna y otras varias combinaciones apelativas. En Pozoblanco contamos con alusiones a la Hermandad de Nuestra Señora de Luna o bien a la Soldadesca de Nuestra Señora de Luna.
En ambas localidades hay mención a los oficiales que la dirigen, encabezados por un capitán, un alférez y un sargento, cargos todos ellos desempeñados de forma anual: “…en poder de los oficiales que son de dicha Compañía actualmente, o de los oficiales que los sucediesen en fin de cada un año…”
Aunque los componentes culturales de la cofradía de Nuestra Señora de Luna muestren claras influencias andaluzas, manchegas y extremeñas –tal como ha apuntado el profesor Juan Agudo-, de todas las hermandades de estructura similar a la pozoalbense destacamos la denominada cofradía del Santo Sepulcro de la cercana localidad pacense de Don Benito cuyos estatutos fueron reformados y aprobados por la autoridad eclesiástica en 1723 aunque la hermandad era mucho más antigua.
La integraban unos denominados hermanos o soldados, además de los oficiales integrados por el capitán, el alférez y un sargento, un mayordomo administrador y cuatro “pedidores”, equivalentes éstos a los diputados nombrados en la cofradía de Nuestra Señora de Luna.
A partir de la segunda mitad del siglo XVIII las menciones a la cofradía se reducen drásticamente quizá como consecuencia del nuevo espíritu ilustrado, de las objeciones por parte de las autoridades a la creación de cualquier tipo de nuevas hermandades y organizaciones religiosas y, en nuestro caso, de la real cédula promulgada por Carlos III en 1759 suprimiendo las soldadescas y el uso de prendas y armas similares a las utilizadas por el ejército, argumentando el dispendio de pólvora que se producía y los frecuentes altercados provocados por los excesos en diversiones, comida y bebida con motivo de las distintas festividades en las que participaban.
De todos modos, la prohibición no se aplicará de forma rigurosa e incluso se concederá permiso expreso para su mantenimiento en algunas poblaciones, tal como sucedió con la cofradía pozoalbense en cuyos rituales la utilización de escopetas y espadas y la realización de salvas con pólvora era costumbre afianzada.
En mayo de 1806 el nuevo corregidor de las Siete Villas de los Pedroches, Dionisio Catalán, publicó un auto de buen gobierno con una serie de consideraciones a seguir y entre ellas figuraba una, la séptima, sobre la prohibición de uso de armas de todo tipo según lo ordenado por Real Pragmática de Carlos III en 1761. Y en el punto noveno añadía: “Que ninguno dispare tiros, cohetes, y otras inbenciones de fuego dentro de poblado, bajo las penas de la Ley, ni aun con título de obsequio a la Virgen o Santos”. Pese a todo, sabemos que Fernando VII renovó la licencia que permitía hacer uso de armas de fuego y salvas a los cofrades de Nuestra Señora de Luna.
La prevención de las autoridades sobre la utilización de este tipo de armamento en concentraciones populares resulta obvio, pero siempre respetaron la tradición en la seguridad de su buen uso; de hecho, cuando con motivo de las frecuentes revoluciones y motines del siglo XIX se procedía a la requisa de escopetas entre los vecinos, el hecho de pertenecer a la cofradía servía de excepción y salvoconducto.
No obstante, en alguna ocasión se han producido accidentes fortuitos, como sucedió en mayo de 1917 cuando uno de los hermanos tuvo la desgracia de que se le disparase la escopeta con la que hacía salvas al paso de la procesión de llevada de la Virgen, hiriendo a un vecino de la localidad.
El número de componentes o hermanos establecido en los estatutos de 1877 era el de setenta, quizá el mismo que tuvo al implantar su estructura militar. Es una cifra de gran simbolismo y habitual en este tipo de hermandades pues recuerda el número de discípulos que fueron mandados a predicar la doctrina de Cristo por todos los rincones del mundo. Hoy ese número ha cambiado.
En cuanto a la vestimenta, disponemos de noticias centenarias que describen el traje utilizado por los cofrades al menos desde la segunda mitad del siglo XIX: “especie de frac, cruzado a la bandolera por unos cordones de seda de los cuales penden los frascos de pólvora y el espadín que todos usan, y durante la procesión todos llevan antiguas escopetas de pistón con las cuales, en los sitios fijados por la costumbre, hacen salvas en honor de su Excelsa Patrona…” Este equipo de gala ha sufrido igualmente algunas modificaciones.
Desde que tenemos noticia de la cofradía ésta, al igual que la imagen y el santuario, se ha sufragado a base de donativos en dinero tanto de los propios hermanos como de incontables particulares, limosnas obtenidas mediante cepos y otros mecanismos petitorios, ofrendas y mandas testamentarias, partidas y subvenciones municipales, censos impositivos y entregas de productos agrícolas (trigo, cebada) y, sobre todo, ganaderos (entrega de cabras, borregos, carneros, novillos y terneras así como cueros y pellejos de diversos animales, una costumbre muy arraigada).
Otras fórmulas habituales a lo largo de los siglos han sido la celebración de fiestas en el santuario -solicitadas expresamente por ciertos personajes a cambio de generosos donativos-, el arrendamiento de rebaños de ganado caprino a particulares y el obsequio de toros para celebrar con ellos espectáculos populares mediante los que obtener ingresos pecuniarios y disfrutar a la vez de una jornada de compañerismo y hermandad.
El concejo de Pozoblanco costeaba anualmente los gastos de los capitulares y otros convidados que, en compañía de los cofrades, acudían a la ermita de Nuestra Señora de Luna en la dehesa de la Jara, tanto cuando se traía como cuando se llevaba al santuario la santa imagen, “en cuyas concurrencias es costumbre dar de comer el concejo a sus capitulares”. También se proporcionaba alimento, como limosna, a todos los pobres que se concentraban allí los días de romería.
(fuente: www.cofradiavirgendeluna.org)
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