14 de septiembre: Nuestra Señora de las Tres Espigas
Cuando la Virgen se apareció a un jinete que había parado a orar ante la tumba de una hombre muerto, y le habló de los pecados de los hombres y de los castigos consecuentes si no se reformaban.
Centro importante de piedad popular, Nuestra Señora de las Tres Espigas es la dueña de las cosechas; los campesinos recogían el polvo del santuario y lo mezclaban a sus semilla para aumentar en eso la fecundidad.
Los documentos históricos y auténticos, trazan brevemente las peripecias que ilustraron esta legendario peregrinación. Los archivos del pueblo de Orbey -conservados en el museo de Colmar- relatan el cuento de la aparición de la Virgen que le hizo a un monje de la época que, en 1491, asistió al milagro de el herrero Thierry Schoéré, del pueblo de Orbey, próximo a Ammerschwihr.
Por aquel tiempo, los escribas de la crónica de Thann anotaban todo acontecimiento que podía pasar a las ciudades alsacianas, fueran ellos materiales o espirituales. Con sus manecillas y esquinas de cobre dorado, todavía existe en la abadía de Orbey un viejo libro manuscrito datado en 1656; tiene como título: ” El libro de los milagros”. El traza el origen del tres – espigas y describe los milagros debidos a la Virgen.
La visión que tuvo el herrero Thierry Schoéré pasó en 1491 cerca de un roble secular, que se llamó en primer lugar “El roble del hombre muerto”. Uniéndose a los de Orbey, los habitantes de Niedermorschwihr y de Aummerschwihr edificaron en seguida, al mismo pie del viejo roble, una pequeña capilla de madera, a quien, finalmente, se le dio el nombre “de La Capilla de Notre-Dame-des-Trois-Epis”
Sencilla y llena de candor, tal fue el origen verdadero de “Tres – Espigas”. Aunque ellos hablaran dos dialectos diferentes: el romano y el alsaciano, los habitantes se unieron fraternalmente a las procesiones cuyo fin era común: honrar a la Madre de Dios.
Luego las peregrinaciones que fueron ampliando y en 1493 construyeron una capilla de piedra que fue mantenida por un ermitaño. En el siglo XVI, la peregrinación se hizo tan grande que se debió agrandar la capilla y edificar varias hostelerías para alojar a los peregrinos fervientes que vinieron, a veces de las comarcas más lejanas del reino de Francia.
La santa imagen, primitivamente colocada en un pequeño cofrecito de bosque fijado al roble famoso del hombre muerto no resistió a las inclemencias. Fue reemplazada unos años después por “Pieta” figurina magnífica y milagrosa del siglo XV.
Saqueado por los regimientos imperiales durante la guerra de treinta años, la capilla fue reconstruida sobre el emplazamiento del roble desaparecido y, pronto, un convento se vino a agregar.
A través de las vicisitudes de las guerras y de las rebeliones, el huracán de la naturaleza o de las pasiones humanas aniquiló el templo humilde de la fe donde tanta gente fue siempre para meditar y para buscar la paz. Aunque restauradas, las viejas piedras de la capilla guardaron su alto significado y, en el decorado grandioso de las cimas donde los abetos se estremecen en el viento, y continúan imponiéndose la contemplación de los hombres.
LA HISTORIA MILAGROSA
He aquí pues la historia milagrosa de Thierry Schoéré, el herrero de Orbey. A finales de abril del año 1491, un pobre desgraciado de los alrededores de Colmar caminaba a través de bosque en busca de ciertas plantas medicinales, cuya venta a los boticarios de la región constituía ordinariamente el recurso único.
El hombre no era joven y la búsqueda de plantas silvestres le habían cansado un poco, se paró cerca de un montículo rocalloso, puso a tierra sus herramientas y se recostó en un roble majestuoso al borde de una cañada. En este sitio que él conocía perfectamente, el hombre contemplaba el panorama magnífico que se ofrecía, el valle de Munster resplandeciente en las primeras luces del alba y las cimas lejanas se confundían delicadamente con el horizonte rosa y vaporoso.
Descansado y con la alegría de vivir en un radiante paisaje natural, el hombre se preparaba a irse de nuevo cuando lanzó repentinamente un grito de dolor y llevó la mano a su pierna: era una víbora que acababa de morderlo cruelmente. No sabiendo cómo atenuar sus sufrimientos, el pobre hombre se arrastró lentamente a la senda y pidió vanamente la ayuda. Pero por desgracia el lugar estaba desierto y el pobre hombre, envuelto por la fiebre y el dolor que empeoraba, quedó sin conocimiento al pie del roble.
Al día siguiente, otra gente haciendo la cosecha de setas y pichones descubrieron el cuerpo del hombre que había muerto. La noticia fue rápidamente propagada en los pueblos cercanos y, según la costumbre en aquella época, una imagen santa fue puesta rápidamente en el roble testigo del drama, con el fin de invitar a los transeúntes a rezar por el alma del que acababa de perder la vida tan trágicamente.
Unos días después -el 3 de mayo de 1491, a las diez de la mañana, precisa la crónica de Thann- un jinete que venía de Orbey pasaba por este paraje con el fin de tomar un atajo que debía llevarle en el mercado de Niedermorschwihr, donde iba a comprar un saco de trigo. Era un herrero de Orbey llamado Thierry Schoéré.
Cuando hubo llegado delante del roble del hombre muerto, se bajó de su caballo, se arrodilló piadosamente ante la imagen y rezó con fervor por el descanso del alma del desgraciado.
Apenas terminada su oración fue deslumbrado repentinamente por una luz brillante y luminosa, en medio de la cual apareció una forma delicada y vaporosa: era la virgen María envuelta con velos largos blancos y transparentes; tenía tres Espigas en la mano derecha y un pequeño cubito de hielo en la mano izquierda.
Estupefacto y un poco angustiado, el herrero permaneció inmóvil, paralizado por la emoción y la veneración.
-Levántate, buen hombre, dice la Virgen. Mira estas espigas. Ellas son el símbolo de la abundancia de las buenas cosechas que vendrán para recompensar a los seres virtuosos y generosos, y para aportar el bienestar y la felicidad en los hogares de los cristianos fieles. En cuanto a este cubito de hielo, él significa que el granizo, la helada, la inundación, el hambre y toda su comitiva de desolación y de desgracias vendrán para castigar a los impíos por cuya gravedad de pecados no alcanzan la misericordia divina. Ve, buen hombre, baja a los pueblos y anuncia a todos los habitantes el sentido de estas profecías.
Al haber terminado la aparición milagrosa, Thierry Schoéré, todavía atónito, fue hacia su caballo que apaciblemente pacía en la hierba y continuó su camino hacia Niedermorschwihr.
En el camino él reflexiona sobre las consecuencias que podría tener la divulgación de esta aparición: corre el peligro de parecer fanfarrón a los aldeanos incrédulos y aguanta sus burlas, o cuenta lo que había visto y entendido con el fin de que los aldeanos piadosos fueran advertidos de la profecía. Thierry Schoéré permaneció pensativo porque era un hombre valiente y honrado considerado por todos. Schoéré, no queriendo correr peligro de ver comprometida la reputación que lo halagaba decidió guardar finalmente silencio.
Alrededor de las once horas llegó al pueblo. Era día de mercado y una gran efervescencia popular animaba Niedermorschwihr. Entre la algazara de la muchedumbre, Schoéré se dirigió hacia el mercado a adquirir los granos. Hecha su compra, él se bajó para tomar el saco de granos y cargarlo sobre la espalda de su caballo.
Pero, cosa extraña, él no pudo levantar el saco. Muy sorprendido, porque Schoéré era un hombre Fuerte que de ordinario manejaba fácilmente cargas iguales, empezó de nuevo la operación. Pero sus esfuerzos fueron vanos.
Pide la ayuda a otro campesino fuerte, pero sus esfuerzos reunidos fueron ineficaces. El saco parecía de plomo y fijado al suelo. Divertidos por este suceso, los campesinos agrupados se inquietaron por la fuerza mágica y misteriosa que remachaba el saco a la tierra. Los hombres se sumieron en febriles discusiones cada vez más estupefactos
¡Ninguno fue capaz de levantar el saco! Este fenómeno inexplicable atormentó los espíritus y algunos comenzaron a acusar al herrero de brujería y de ser una criatura de Satanás. Fueron a hablar entonces con las autoridades religiosas de la villa.
Fue así que Thierry Schoéré comprendió el sentido de esta verdadera clase de aviso; divino mensajero, había desobedecido a la Virgen Santa y no había cumplido en absoluto la misión que le había confiado.
Entonces, delante de la muchedumbre silenciosa que lo rodeaba, Schoéré se puso de rodillas, le pidió perdón a Nuestra Dama y cumpliendo finalmente su misión sagrada, dio parte a los habitantes atentos de la aparición celeste que había contemplado y explicó calurosamente el simbolismo del cubito de hielo y de las tres espigas.
Estupefactos y admirativos los habitantes, escuchaban respetuosamente el cuento del mensaje de la Virgen. Schoéré relata con tanta Fe y Amor que ninguno se hubiera permitido poner en tela de juicio la sinceridad del herrero de Orbey. Él estuvo a tal punto persuasivo que los más incrédulos fueron conquistados, manifestaron un sincero arrepentimiento y juraron enmendarse.
Aliviado y feliz, Thierry Schoéré se volvió hacia el saco misterioso. ¡Pero oh milagro! apenas lo hubo cogido pudo levantarlo tan fácilmente como un saco de plumas y cargarlo en seguida sobre su caballo. Y en medio de la exultación de la asistencia, Thierry Schoéré, el mensajero de la Virgen, se volvió alegremente hacia su pueblo natal.
OTRA VERSIÓN
Un hombre impío fue a comulgar decidido a profanar la hostia. Él la guardó en la boca hasta su salida del santuario, luego la echó en un campo. En lugar de caer a tierra la hostia fue retenida por tres espigas.
Llegada la noche, la Virgen Santísima bajó del cielo, recogió las tres espigas y las plantó en el paraíso. Desde este tiempo, la gente piadosa que pasa por este lugar una noche tranquila escucha el sonido de una música maravillosa y es invitada a asistir al oficio al mismo tiempo que los ángeles.
Hay que notar la ambigüedad de la versión devota. Por cierto, era un sacrilegio por excelencia de profanar la hostia guardándola en boca, sea para echarla, o sea con vistas a actos de magia. Pero aquí, visto el contexto, es probable que se trate de magia blanca, y que el profanador no echó la hostia en el suelo con cólera, sino procuró mezclarla a su tierra para aumentar sus cosechas. Lo que es un sacrilegio, por cierto, pero no tiene el nivel de gravedad de una misa negra o cosas de este género. Y la actitud de la Virgen es también ambigua, ya que el resultado que se persigue es recurrir al santuario de las Tres Espigas para obtener el aumento de las cosechas. Ella recompensa pues la “profanación”.
Centro importante de piedad popular, Nuestra Señora de las Tres Espigas es la dueña de las cosechas; los campesinos recogían el polvo del santuario y lo mezclaban a sus semilla para aumentar en eso la fecundidad.
Los documentos históricos y auténticos, trazan brevemente las peripecias que ilustraron esta legendario peregrinación. Los archivos del pueblo de Orbey -conservados en el museo de Colmar- relatan el cuento de la aparición de la Virgen que le hizo a un monje de la época que, en 1491, asistió al milagro de el herrero Thierry Schoéré, del pueblo de Orbey, próximo a Ammerschwihr.
Por aquel tiempo, los escribas de la crónica de Thann anotaban todo acontecimiento que podía pasar a las ciudades alsacianas, fueran ellos materiales o espirituales. Con sus manecillas y esquinas de cobre dorado, todavía existe en la abadía de Orbey un viejo libro manuscrito datado en 1656; tiene como título: ” El libro de los milagros”. El traza el origen del tres – espigas y describe los milagros debidos a la Virgen.
La visión que tuvo el herrero Thierry Schoéré pasó en 1491 cerca de un roble secular, que se llamó en primer lugar “El roble del hombre muerto”. Uniéndose a los de Orbey, los habitantes de Niedermorschwihr y de Aummerschwihr edificaron en seguida, al mismo pie del viejo roble, una pequeña capilla de madera, a quien, finalmente, se le dio el nombre “de La Capilla de Notre-Dame-des-Trois-Epis”
Sencilla y llena de candor, tal fue el origen verdadero de “Tres – Espigas”. Aunque ellos hablaran dos dialectos diferentes: el romano y el alsaciano, los habitantes se unieron fraternalmente a las procesiones cuyo fin era común: honrar a la Madre de Dios.
Luego las peregrinaciones que fueron ampliando y en 1493 construyeron una capilla de piedra que fue mantenida por un ermitaño. En el siglo XVI, la peregrinación se hizo tan grande que se debió agrandar la capilla y edificar varias hostelerías para alojar a los peregrinos fervientes que vinieron, a veces de las comarcas más lejanas del reino de Francia.
La santa imagen, primitivamente colocada en un pequeño cofrecito de bosque fijado al roble famoso del hombre muerto no resistió a las inclemencias. Fue reemplazada unos años después por “Pieta” figurina magnífica y milagrosa del siglo XV.
Saqueado por los regimientos imperiales durante la guerra de treinta años, la capilla fue reconstruida sobre el emplazamiento del roble desaparecido y, pronto, un convento se vino a agregar.
A través de las vicisitudes de las guerras y de las rebeliones, el huracán de la naturaleza o de las pasiones humanas aniquiló el templo humilde de la fe donde tanta gente fue siempre para meditar y para buscar la paz. Aunque restauradas, las viejas piedras de la capilla guardaron su alto significado y, en el decorado grandioso de las cimas donde los abetos se estremecen en el viento, y continúan imponiéndose la contemplación de los hombres.
LA HISTORIA MILAGROSA
He aquí pues la historia milagrosa de Thierry Schoéré, el herrero de Orbey. A finales de abril del año 1491, un pobre desgraciado de los alrededores de Colmar caminaba a través de bosque en busca de ciertas plantas medicinales, cuya venta a los boticarios de la región constituía ordinariamente el recurso único.
El hombre no era joven y la búsqueda de plantas silvestres le habían cansado un poco, se paró cerca de un montículo rocalloso, puso a tierra sus herramientas y se recostó en un roble majestuoso al borde de una cañada. En este sitio que él conocía perfectamente, el hombre contemplaba el panorama magnífico que se ofrecía, el valle de Munster resplandeciente en las primeras luces del alba y las cimas lejanas se confundían delicadamente con el horizonte rosa y vaporoso.
Descansado y con la alegría de vivir en un radiante paisaje natural, el hombre se preparaba a irse de nuevo cuando lanzó repentinamente un grito de dolor y llevó la mano a su pierna: era una víbora que acababa de morderlo cruelmente. No sabiendo cómo atenuar sus sufrimientos, el pobre hombre se arrastró lentamente a la senda y pidió vanamente la ayuda. Pero por desgracia el lugar estaba desierto y el pobre hombre, envuelto por la fiebre y el dolor que empeoraba, quedó sin conocimiento al pie del roble.
Al día siguiente, otra gente haciendo la cosecha de setas y pichones descubrieron el cuerpo del hombre que había muerto. La noticia fue rápidamente propagada en los pueblos cercanos y, según la costumbre en aquella época, una imagen santa fue puesta rápidamente en el roble testigo del drama, con el fin de invitar a los transeúntes a rezar por el alma del que acababa de perder la vida tan trágicamente.
Unos días después -el 3 de mayo de 1491, a las diez de la mañana, precisa la crónica de Thann- un jinete que venía de Orbey pasaba por este paraje con el fin de tomar un atajo que debía llevarle en el mercado de Niedermorschwihr, donde iba a comprar un saco de trigo. Era un herrero de Orbey llamado Thierry Schoéré.
Cuando hubo llegado delante del roble del hombre muerto, se bajó de su caballo, se arrodilló piadosamente ante la imagen y rezó con fervor por el descanso del alma del desgraciado.
Apenas terminada su oración fue deslumbrado repentinamente por una luz brillante y luminosa, en medio de la cual apareció una forma delicada y vaporosa: era la virgen María envuelta con velos largos blancos y transparentes; tenía tres Espigas en la mano derecha y un pequeño cubito de hielo en la mano izquierda.
Estupefacto y un poco angustiado, el herrero permaneció inmóvil, paralizado por la emoción y la veneración.
-Levántate, buen hombre, dice la Virgen. Mira estas espigas. Ellas son el símbolo de la abundancia de las buenas cosechas que vendrán para recompensar a los seres virtuosos y generosos, y para aportar el bienestar y la felicidad en los hogares de los cristianos fieles. En cuanto a este cubito de hielo, él significa que el granizo, la helada, la inundación, el hambre y toda su comitiva de desolación y de desgracias vendrán para castigar a los impíos por cuya gravedad de pecados no alcanzan la misericordia divina. Ve, buen hombre, baja a los pueblos y anuncia a todos los habitantes el sentido de estas profecías.
Al haber terminado la aparición milagrosa, Thierry Schoéré, todavía atónito, fue hacia su caballo que apaciblemente pacía en la hierba y continuó su camino hacia Niedermorschwihr.
En el camino él reflexiona sobre las consecuencias que podría tener la divulgación de esta aparición: corre el peligro de parecer fanfarrón a los aldeanos incrédulos y aguanta sus burlas, o cuenta lo que había visto y entendido con el fin de que los aldeanos piadosos fueran advertidos de la profecía. Thierry Schoéré permaneció pensativo porque era un hombre valiente y honrado considerado por todos. Schoéré, no queriendo correr peligro de ver comprometida la reputación que lo halagaba decidió guardar finalmente silencio.
Alrededor de las once horas llegó al pueblo. Era día de mercado y una gran efervescencia popular animaba Niedermorschwihr. Entre la algazara de la muchedumbre, Schoéré se dirigió hacia el mercado a adquirir los granos. Hecha su compra, él se bajó para tomar el saco de granos y cargarlo sobre la espalda de su caballo.
Pero, cosa extraña, él no pudo levantar el saco. Muy sorprendido, porque Schoéré era un hombre Fuerte que de ordinario manejaba fácilmente cargas iguales, empezó de nuevo la operación. Pero sus esfuerzos fueron vanos.
Pide la ayuda a otro campesino fuerte, pero sus esfuerzos reunidos fueron ineficaces. El saco parecía de plomo y fijado al suelo. Divertidos por este suceso, los campesinos agrupados se inquietaron por la fuerza mágica y misteriosa que remachaba el saco a la tierra. Los hombres se sumieron en febriles discusiones cada vez más estupefactos
¡Ninguno fue capaz de levantar el saco! Este fenómeno inexplicable atormentó los espíritus y algunos comenzaron a acusar al herrero de brujería y de ser una criatura de Satanás. Fueron a hablar entonces con las autoridades religiosas de la villa.
Fue así que Thierry Schoéré comprendió el sentido de esta verdadera clase de aviso; divino mensajero, había desobedecido a la Virgen Santa y no había cumplido en absoluto la misión que le había confiado.
Entonces, delante de la muchedumbre silenciosa que lo rodeaba, Schoéré se puso de rodillas, le pidió perdón a Nuestra Dama y cumpliendo finalmente su misión sagrada, dio parte a los habitantes atentos de la aparición celeste que había contemplado y explicó calurosamente el simbolismo del cubito de hielo y de las tres espigas.
Estupefactos y admirativos los habitantes, escuchaban respetuosamente el cuento del mensaje de la Virgen. Schoéré relata con tanta Fe y Amor que ninguno se hubiera permitido poner en tela de juicio la sinceridad del herrero de Orbey. Él estuvo a tal punto persuasivo que los más incrédulos fueron conquistados, manifestaron un sincero arrepentimiento y juraron enmendarse.
Aliviado y feliz, Thierry Schoéré se volvió hacia el saco misterioso. ¡Pero oh milagro! apenas lo hubo cogido pudo levantarlo tan fácilmente como un saco de plumas y cargarlo en seguida sobre su caballo. Y en medio de la exultación de la asistencia, Thierry Schoéré, el mensajero de la Virgen, se volvió alegremente hacia su pueblo natal.
OTRA VERSIÓN
Un hombre impío fue a comulgar decidido a profanar la hostia. Él la guardó en la boca hasta su salida del santuario, luego la echó en un campo. En lugar de caer a tierra la hostia fue retenida por tres espigas.
Llegada la noche, la Virgen Santísima bajó del cielo, recogió las tres espigas y las plantó en el paraíso. Desde este tiempo, la gente piadosa que pasa por este lugar una noche tranquila escucha el sonido de una música maravillosa y es invitada a asistir al oficio al mismo tiempo que los ángeles.
Hay que notar la ambigüedad de la versión devota. Por cierto, era un sacrilegio por excelencia de profanar la hostia guardándola en boca, sea para echarla, o sea con vistas a actos de magia. Pero aquí, visto el contexto, es probable que se trate de magia blanca, y que el profanador no echó la hostia en el suelo con cólera, sino procuró mezclarla a su tierra para aumentar sus cosechas. Lo que es un sacrilegio, por cierto, pero no tiene el nivel de gravedad de una misa negra o cosas de este género. Y la actitud de la Virgen es también ambigua, ya que el resultado que se persigue es recurrir al santuario de las Tres Espigas para obtener el aumento de las cosechas. Ella recompensa pues la “profanación”.
(fuente: forosdelavirgen.org)
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