La Embajada Keicho, o la historia de los japoneses españoles
por En cuerpo y alma
Al hilo de la incipiente cristianización nipona auspiciada por el gran santo español San Francisco Javier, se produce un hecho más en ese proceso de evangelización del planeta iniciado desde España, que es el que cabe denominar la “Embajada Keicho”, hoy bastante olvidada.
Desde el punto de vista japonés representó un intento, por desgracia extemporáneo, solitario y breve, de romper con el secular aislamiento al que el Imperio del Sol Naciente se venía autosometiendo y seguirá haciéndolo hasta los tiempos de la restauración meijí, a mediados del s. XIX, en la persona del Emperador Mutsuhito. Y tuvo lugar cuando en 1613, el daimio Masamune Date, uno de los hombres más poderosos del Japón, partidario de la apertura del Imperio Nipón al exterior, decide enviar una embajada desde la ciudad de Sendai que era su capital, hasta España.
Al mando del viejo samurái Hasekura Rokuemon Tsunenaga y con el auxilio del fraile franciscano español Luis Sotelo, ciento ochenta emisarios japoneses se dirigen a nuestro país, donde reina el Rey Planeta (Felipe III), cosa que, por cierto, harán por la ruta española, no por la portuguesa (y eso que por aquel entonces las dos coronas se hallaban unidas en la persona de Felipe III de España y II de Portugal), es decir, cruzando el Pacífico gracias a la corriente del Kuroshivo descubierta por Urdaneta, hasta Acapulco, para, llegando después a Veracruz, la ciudad fundada por Hernán Cortés sobre la costa este mejicana, atravesar el Caribe y el Atlántico y llegar a España, adonde entra, como no, por el puerto de las grandes hazañas hispanas, Sanlúcar de Barrameda, en el navío San José.
De Sanlúcar la expedición se dirige a Sevilla, mientras en Madrid se concierta una audiencia al máximo nivel, nada menos que con el Rey. La reunión causará tal impresión al jefe de la expedición, Hasekura Tsunenaga, que incluso tomará el bautismo adoptando en él el nombre de Felipe Francisco de Fachicura (transcripción hispana más o menos libre de su nombre Hasekura), y con él todos o muchos de los componentes de la expedición.
De Madrid los emisarios nipones ponen rumbo a Francia, e incluso a Roma, donde serán recibidos por el Papa. Pero a su regreso las cosas habían cambiado mucho. El shogun Tokugawa, verdadero hombre fuerte del Japón, había expulsado a los jesuitas y prohibido el cristianismo, imponiendo la política del Sakoku, literalmente “cierre del país”: todas las comunidades extranjeras eran expulsadas de las islas, a excepción de una pequeña comunidad de holandeses, a la que por cierto, se la encierra en la pequeña ciudadela de Dejima, unida a tierra firme por un único puente y de la que no puede salir, con el único objeto de “percibir” a través de ella todo movimiento europeo que pudiera interesar a las autoridades imperiales niponas o realizar el comercio de mínimos que interesaba a las autoridades niponas.
Naturalmente, pocos de los componentes de la embajada Keicho volverán al Japón. Sí lo hará su jefe, Hasekura, quién encarcelado nada más llegar, morirá en prisión al poco. En cuanto al franciscano inspirador del proyecto, Luis Sotelo, regresará a Japón en 1622 infiltrado en un barco chino. Capturado y encarcelado dos años, en 1624, a los cincuenta años de edad, muere mártir en una hoguera junto a otros dos franciscanos, un dominico y un jesuita, beatificados los cinco en 1867 por Pío IX.
La mayoría de la delegación, en cambio, queda en España, donde se establecerá en la ciudad de Coria, en Sevilla, y donde adopta el apellido Japón que ha llegado a nuestros días. Hubo de hecho un célebre árbitro de fútbol llamado Japón Sevilla, y quedan en la ciudad sevillana personas que incluso se apellidan Japón Japón.
Me hallaba yo un día en una bonita terraza en la maravillosa plaza mayor de la manchega ciudad de Villanueva de los Infantes, cuando escuchaba hablar a una familia andaluza del viaje que realizaba por tierras del Quijote. Como estábamos muy próximos y eran sumamente agradables y comunicativos, entablamos conversación. “Venimos de Coria del Río”, me dijeron, “¿conoce Vd. Coria?”. Y les dije, “ya lo creo, pero si por algo recuerdo yo ese bonito pueblo sevillano es por la historia de los japoneses que vinieron a España en el s. XVII y se quedaron establecidos en él adoptando el apellido Japón”. Vi las caras de sorpresa… “¡Somos nosotros!”, me dijeron, “¡todos nosotros somos Japón!”.
Historias como ésta y aún más interesantes encontrará Vd. en mi libro “Historia desconocida del Descubrimiento de América” (pinche aquí si desea hacerse con él, o entre en contacto conmigo en el correo que dejo abajo)
Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
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