domingo, 30 de agosto de 2015

Abuelos, hijos y nietos (El Valor de la Vejez)

Abuelos, hijos y nietos
No perdamos ocasión también para que nietos, hijos y abuelos compartan entre todos ellos tiempo libre y descanso, juegos y conversaciones


Por: Emilio Aviés Cutillas | Fuente: www.educaresfacil.com 




Cuando tenemos más días de descanso aumentan las ocasiones de trato con familiares y especialmente entre abuelos, hijos y nietos. La calidad de esta convivencia intergeneracional será una buena muestra de cómo estamos construyendo un mundo mejor para los que, tarde o temprano, nos van a relevar en esta vida.

Seguro que estaremos de acuerdo en que nunca será suficiente una relación “de mínimos” entre abuelos, hijos y nietos. Y es que tenemos el sentido común para entender la equidad como la perfección de lo igual. Es una forma de mejorar o asegurar lo justo formulado por las leyes.

Recordemos que en una sociedad verdaderamente justa, los principios de equidad e igualdad no se anulan uno al otro. Ambos se aplican porque son interdependientes: ninguno es suficiente sin el otro. En una sociedad de iguales donde no hay equidad, habrá una igualdad restringida porque todos somos diferentes desde el punto de vista biológico, social y cultural, y necesitamos cosas distintas en tiempos distintos. De ahí que no en todas las circunstancias la equidad entre generaciones se manifiesta de la misma manera.

Tenemos claro que lo que se pasa de abuelos a hijos y de éstos a nietos no es una mera acumulación de conocimientos o bienes. Es, intentemos que sea, además, una transmisión de valores, una dinámica de mejora integral de la persona y su entorno. Este incremento debería generar una extensión de “vida buena” en todos los ámbitos de las relaciones humanas: política, educación, economía, ciencias, ecología, etc.

Considero que la mejora de la generación siguiente tiene mucho que ver con la cohesión familiar, ya que es la familia medio eficacísimo de atención desigual, y desiguales somos las personas. Así, ocurre que la riqueza global que se transmite, queda asegurada por el vínculo estrecho y sincero entre una generación y otra.

Vemos evidente la necesidad de más trato, más convivencia entre padres e hijos. Pero no perdamos ocasión también para que nietos, hijos y abuelos compartan entre todos ellos tiempo libre y descanso, juegos y conversaciones que, aunque sean “batallitas”, correcciones o pequeñeces de unos u otros, alimentarán una estima y comunicación valiosísimas para el futuro de todos.

La prudencia, experiencia vital, comprensión y ternura -contra toda adversidad o desánimo- que muestran muchas abuelas y abuelos, pueden compensar de manera extraordinaria las tensiones y precipitaciones de los adultos, pues a veces nos vemos condicionados por la “urgencia” del momento o la falta de perspectiva vital.

En todo caso, abuelos y padres acordarán los medios para evitar desautorizaciones hacia éstos últimos, y también para superar la excesiva protección de los más mayores sobre los nietos.

La fragilidad, limitaciones y necesidades extraordinarias de la ancianidad pueden resultar una auténtica carga. Pero no es la persona anciana en sí una carga, sino sus circunstancias de edad o enfermedad. Por ello, la familia puede y debe unirse y reunirse en torno a los ancianos, sean más o menos capaces, como también se solidariza con un enfermo de 20, 30 ó 40 años.

Además, reconozcamos la importancia que tiene para los niños el hecho de poder situarse, en el tiempo, respecto a sus ascendentes, saber de primera mano experiencias antiguas y fascinantes, conocer sus raíces.

Seguro que podemos construir un diálogo más comprensivo y fluido. Convertiremos el conflicto que pueda aparecer en cooperación. Niños, jóvenes, adultos y ancianos, nos sabremos miembros de un maravilloso equipo que extiende su siembra de felicidad –con dificultades, por supuesto- a lo largo de la historia humana, generación tras generación.




Más artíuclos del autor: Emilio Avilés



No hay comentarios:

Publicar un comentario