lunes, 31 de agosto de 2015

Santos José de Arimatea y Nicodemo - Beato Andrés de Borgo Sansepolcro - Beatos Edmigio Primo Rodríguez, Amalio Zariquiegui Mendoza y Valerio Bernardo Herrero Martínez 31082015

Santo José de Arimatea

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Santos José de Arimatea y Nicodemo, santos del NT
En Jerusalén, conmemoración de los santos José de Arimatea y Nicodemo, que recogieron el cuerpo de Jesús bajo la cruz, lo envolvieron en una sábana y lo depositaron en el sepulcro. José, noble decurión y discípulo del Señor, esperaba el reino de Dios, y Nicodemo, fariseo y principal entre los judíos, que había ido de noche a ver a Jesús para interrogarle acerca de su misión, defendió luego su causa ante los sumos sacerdotes y los fariseos que buscaban la detención del Señor.
En realidad la figura de José de Arimatea sólo nos es conocida por una única referencia que está, sin embargo, presente en los cuatro evangelios, respectivamente en Mateo 27,47, Marcos 15,43, Lucas 23,50-51, y Juan 19,38. A pesar de tan escasas menciones los cuatro testigos no parecen ponerse demasiado de acuerdo en cómo describir al personaje. Veamos:
-En Marcos se dice: «vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús.»
-En Mateo se dice: «Al atardecer, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que se había hecho también discípulo de Jesús.»
-En Lucas, por su parte: «Había un hombre llamado José, miembro del Consejo, hombre bueno y justo, que no había asentido al consejo y proceder de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios.»
-Y finalmente en Juan: «Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús.»

Evidentemente resultó incómodo para esta generación cristiana que elaboraba los recuerdos de la época de Jesús constatar que podía haber sido discípulo de Jesús, o al menos haber sido afín a su predicación, alguien que de una manera u otra hubiera estado en el Consejo que emitió la condena. Marcos, de redacción más antigua que los otros tres, trae lo que podríamos llamar la expresión básica, sin pretender responder a la contradicción que señalábamos. Mateo y Lucas, cada uno a su manera, añadirán a la descripción algo que permita salvar el problema, así, mientras Mateo se libera del asunto omitiendo la pertenencia de José al Consejo, Lucas aclara que aunque pertenecía no asintió. Juan por su parte no dudará en incluir a José entre el grupo que los especialistas en su Evangelio llaman los «criptocristianos», es decir cristianos que no daban el paso valiente que suponía la ruptura con el judaísmo; aunque en beneficio de José debe tenerse presente que esta situación es propia de la época de Juan y no de la época de José de Arimatea.

Una fuente apócrifa, Evangelio de Pedro 6,21-24, narra más detalladamente las acciones de José con el cuerpo de Jesús, que corresponden al ritual de enterramiento de un muerto: «Entonces, los judíos sacaron los clavos de las manos del Señor y lo depositaron en el suelo. En ese momento, tembló toda la tierra y cundió el pánico entre la gente. Pero el sol <volvió>a lucir, y se comprobó que era la hora nona. Los judíos se alegraron y entregaron el cuerpo de Jesús a José para que lo enterrase, pues había sido testigo de todo lo bueno que él [Jesús] había realizado. José tomó al Señor, lo lavó, lo envolvió en unos lienzos, y lo colocó en su propio sepulcro, en el lugar llamado Jardín de José». No nos agrega demasiado a lo dicho en los Evangelios, sino sólo el rito de lavado, que, naturalmente, no habrá faltado en el sepultamiento de Jesús. El pueblo de Arimatea es de localización incierta, aunque en la actualidad tiende a identificarse con Rentis, a unos 30 Km al NE de Jerusalén. Que fuera miembro del Consejo -lo que se supone que indica el Sanedrín, aunque con ese nombre sólo se lo menciona aquí-, no indica que fuera sacerdote ni anciano. No hay más datos históricos sobre este personaje, aunque leyendas posteriores lo hacen transmisor del Santo Grial con la sangre de Jesús, ideal de la búsqueda caballeresca en el medioevo.

Junto a él, en la misma escena del sepultamiento, el evangelio de Juan nos muestra a otro personaje, que sólo conocemos por esa tradición, aunque no aparece una única vez; se trata de Nicodemo, un personaje que nos es familiar por el bellísimo relato de Juan 3, la visita nocturna que le hace a Jesús, en la que en un diálogo catequístico puesto en boca de Jesús, se le introduce -a Nicodemo y al lector- en los puntos centrales de la teología del Cuarto Evangelio. El diálogo ocurre en la noche, porque precisamente se tratará de los conocimientos que permitiran al discípulo pasar de las tinieblas de la ignorancia-noche, a la luz del día-sabiduría.

No llegamos a saber, propiamente, nada sobre Nicodemo, tan sólo que es un «magistrado judío», sin que se nos especifique más, y que debía ser de muy buena posición económica, para costear, más tarde, los ricos perfumes de la unción de Jesús. El nombre Nicodemos, aunque es griego, no era desconocido ni inusual entre los judíos de época de Jesús, y se conoce, por ejemplo, un fariseo, Naqdimon ben Gurion, anterior a los 70. Por supuesto, eso no significa que ese fariseo sea nuestro Nicodemo, sino sólo que el nombre no es completamente atípico. La existencia histórica de Nicodemo parece fuera de toda duda, pero esa existencia histórica no debe distraer del punto central, que es que Juan no lo menciona por su historicidad, sino por un papel altamente simbólico que cumple en su narración: representando a todos aquellos que, aunque formados y conscientes de la verdad de Jesús, temen dar el salto hacia la fe, porque no terminan de deponer su propia sabiduría -humana- y abrirse a la acción del Espíritu que, puesto que es viento (espíritu y viento son la misma palabra en griego), «sopla donde quiere» (Jn 3,8).

El arte los suele representar juntos, ya sea en la escena del descendimiento, en la unción o en el momento de la sepultura. Los creyentes también los recordamos unidos, pero no sólo por la acción del sepultamiento, sino también por ese carácter de «cristianos sin animarse del todo», que, como la inscripción del Martirologio piadosamente nos recuerda, también pueden llegar, por el soplo del Espíritu, a las alturas de los coros celestiales. Gran consuelo para muchos de nosotros.

Comentario Bíblico san Jerónimo, tomo III, n. correspondientes a las citas mencionadas; Brown, El Evangelio según Juan, Tomo I, comentario al cap 3; J. Fitzmyer, El evangelio según Lucas, Tomo IV, comentario al sepultamiento. Cuadro: Hans Memling: detalle del Descendimiento, con Nicodemo (izquierda), José de Arimatea (derecha), y, como se sabe por otras composiciones de Memling, Andrés (atrás). Hacia 1490, en el Groeninge Museum in Brügge, Bélgica.




Beato Andrés de Borgo Sansepolcro

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Beato Andrés de Borgo Sansepolcro, religioso presbítero
En el desierto de Vallucola, en la Toscana, beato Andrés de Borgo Sansepolcro, presbítero de la Orden de los Siervos de María, entregado a la penitencia y a la contemplación.
Alrededor del año 1250, vino al mundo Andrés Dotti en la población de Borgo San Sepolcro, de la Toscana. Su familia, muy distinguida (un hermano de Andrés fue capitán en la guardia personal del rey Felipe el Hermoso), le dio una educación de acuerdo con su medio, es decir, esmerada, pero sin abordar para nada la religión. Sin embargo, el joven, piadoso por inclinación natural, se hizo terciario secular de los servitas a la edad de diecisiete años. Poco tiempo después, se realizó un capítulo general de la orden en Borgo San Sepolcro y, por supuesto, Andrés asistió a todas las ceremonias, incluso a escuchar el sermón que predicó san Felipe Benizi, el prior general. El tema del discurso era la recomendación de Cristo: «El que no renuncie a todo cuanto posea, no llegará a ser mi discípulo», y la fogosa elocuencia del orador tocó las fibras más íntimas del corazón de Andrés. Inmediatamente fue a ofrecerse a san Felipe, fue aceptado y se convirtió en un fraile servita. Después de recibir la ordenación sacerdotal, ingresó a uno de los monasterios, el que gobernaba san Gerardo Sostegni, uno de los siete fundadores de la Orden; de ahí salió convertido en un predicador vehemente que obtuvo mucho éxito en toda la comarca vecina. Con frecuencia acompañaba a san Felipe Benizi en sus jornadas misioneras. Andrés se conquistó a varios ermitaños que llevaban una vida retirada, pero muy indisciplinada, en las cercanías de Vallucola, y los hizo entrar en la orden servita y someterse a sus reglas. El propio Andrés fue nombrado superior de aquel grupo y desempeñó el trabajo hasta que fueron requeridos sus servicios para que saliese a predicar o actuase como prior temporal en diversos monasterios. Se hallaba presente en Monte Senario en 1310, cuando murió ahí san Alejo Falconieri, el principal de los fundadores de los servitas, y quedó tan profundamente impresionado, que pidió permiso a sus superiores para retirarse a una ermita y prepararse a bien morir, a pesar de que apenas tenía cincuenta y nueve años. Desde entonces, Andrés vivió entregado a las mortificaciones, tuvo visiones y abundantes gracias, incluso un aviso sobre su próxima muerte. Cuando llegó la fecha anunciada, el beato se hallaba en buenas condiciones de salud y, desde temprano, salió de su ermita para dirigirse a una peña donde acostumbraba a dar conferencias a sus hermanos. Cuando llegaron los otros monjes, se encontraron con que Andrés, su amado padre, estaba arrodillado de cara a la roca, inmóvil, como arrobado en éxtasis; pero en realidad, ya estaba muerto. Fue sepultado en la iglesia de Borgo de San Sepolcro donde la veneración popular que se le rindió fue recompensada con numerosos milagros. En 1806, el Papa Pío VII, aprobó el antiguo culto.

En Annales Ordinis Servorum B. V. M., vol. I, pp. 230-231, A. Gianni escribió un relato muy completo sobre el beato. Dado que los siete fundadores de la Orden se conmemoran el mismo día (12 de febrero), no hacemos un link por separado a cada uno.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI





Beato Edmigio Primo Rodríguez

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Beatos Edmigio Primo Rodríguez, Amalio Zariquiegui Mendoza y Valerio Bernardo Herrero Martínez,religiosos mártires
En Almería, en España, beatos Edmigio (Isidoro) Primo Rodríguez, Amalio (Justo) Zariquiegui Mendoza y Valerio Bernardo (Marciarlo) Herrero Martínez, mártires, que, por ser hermanos de las Escuelas Cristianas, sufrieron la muerte durante la persecución contra la fe en tiempo de guerra.
Este grupo de religiosos lasallanos (Hermanos de las Escuelas Cristianas) sufrieron el martirio a lo largo de varios días (ver 8 y 13 de septiembre), y fueron beatificados el 10 de octubre de 1993 junto con los dos obispos de Almería y Guadix celebrados ayer.
El beato Edmigio Primo Rodríguez se llamaba Isidoro. Había nacido en Adalia, en Valladolid, el 4 de abril de 1881. Estuvo como huérfano en el centro de La Santa Espina, en los montes Torozos. Ingresó en la casa de formación de Bujedo, cerca de Burgos, en 1898. En los centros en que enseñó se hizo querer profundamente por su carácter dulce, bondadoso y el interés por los alumnos. Trabajó en Santander, en Madrid, en Melilla. Llevaba tres años en Almería y se había ganado el corazón de todos. Tenía 55 años al morir.
El beato Amalio Zariquiegui Mendoza se llamaba, en el siglo, Justo. Había nacido el 6 de agosto de 1886 en Salinas de Oro, Navarra. Ingresó en Bujedo en 1901. Al terminar la formación enseñó en tres localidades de Santander y luego en Sanlúcar de Barrameda, en Cádiz, en Jerez, en Madrid y desde 1930 en Almería. Quería a los escolares con delirio. Se preocupaba de manera especial por los más necesitados. Tenía al morir 50 años.
El Beato Valerio Bernardo Herrero Martínez tenía por nombre Marciano. Nació en Porquera de los Infantes, Palencia, el 11 de 1909. Se formó en Bujedo desde 1923 y luego en Griñón, cerca de Madrid. Había ejercido el apostolado educador en Jerez, en Sanlúcar de Barrameda y desde 1933 en Almería. Era serio, muy responsable, buen profesor. Tenía 27 años al morir.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003




 
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