Beato Alfredo Ildefonso Schuster
Beato Alfredo Ildefonso Schuster, abad y obispo
En Venegone, cerca de la ciudad de Varese, en Italia, beato Alfredo Ildefonso Schuster, obispo, que de abad de San Pablo de Roma fue elevado a la sede episcopal de Milán, donde con gran solicitud y diligencia desempeñó, con admirable sabiduría y doctrina, su ministerio de pastor paró el bien de su pueblo.
Alfredo Ludovico Schuster nació en Roma el domingo 18 de enero de 1880, entonces fiesta de la Cátedra de San Pedro, en el seno de una familia bávara; y bautizado dos días depués, 20 de enero, en el bautisterio de san Juan de Letrán. Su padre, Juan, había emigrado a Roma como sastre del ejército papal, creado para la defensa de Roma en plena unificación italiana, y durante veinticinco años presta su servicio al ejército pontificio. Se había casado en segundas nupcias con Ana Maria Tuzner y, aunque atendían un pequeño negocio romano, vivían en extrema pobreza económica. Después de Alfredo nació su hija Julia; y a los pocos años, la deficiente salud del padre le conduce a la muerte, el 19 de septiembre de 1889. La madre busca trabajo en casa del barón Pfiffer d’Altishofen, coronel de la Guardia Suiza, quien muestra interés por el huérfano niño y en 1891 facilita su ingreso como alumno en el monasterio benedictino de san Pablo Extramuros. A sus once años, Alfredo muestra interés y dotes para la formación académica y la vida monástica. Se muestra aplicado en los estudios y muestra desde niño su aprecio por el arte antiguo de la Urbe. Los domingos, por ejemplo, solía visitar las catacumbas de la via Apia y recogía inscripciones y epitafios de estos antiguos cementerios cristianos. En la vida espiritual fue formado, entre otros, por los grandes maestros beato Plácido Riccardi y Bonifacio Oslander, que le iniciaron en la oración, la ascesis y la liturgia.
Con la primera profesión religiosa, el 13 de noviembre de 1898, inicia su noviciado recibiendo el nombre de Ildefonso. Estudia filosofía en el Colegio de San Anselmo de Roma, donde conoce a dom Hildebrando de Hemptienne, abad alemán representante de los benedictinos del mundo y gran erudito en el ámbito de la liturgia y del arte sacro. Sus aptitudes litúrgicas le permiten también en estos años presenciar importantes acontecimientos eclesiales como la solemne apertura de la puerta santa de San Pablo Extramuros en el jubileo del año 1900, en la que ejerció como ceremoniero. Serán unos años muy significativos a nivel personal: en 1902 emite su profesión monástica; y un año más tarde, el 28 de mayo de 1903 concluye su tesis doctoral en filosofía; y al año siguiente es ordenado sacerdote. Tras estos acontecimientos pasa unos años en el monasterio de Montecasino donde completa sus estudios literarios y, a sus veintiocho años, es nombrado profesor de historia, maestro de novicios y posteriormente procurador general de la Congregación benedictina casinense.
A partir de este momento podríamos sintetizar su ingente labor en tres áreas: académica, monacal y pontificia. En primer lugar, su valía y excelente formación humanística, filosófica y teológica favorece su temprana dedicación al ámbito académico como profesor e investigador. En 1910 es profesor en la Pontificia Escuela de Música Sacra; en 1917 en el Pontificio Instituto Oriental, -por deseo expreso del Papa Benedicto XV-, del que llega a ser presidente; en la Pontificia Comisión de Arte Sacro; compaginando estas tareas con sus clases en el Pontificio Colegio de san Anselmo, cuya cátedra de Historia y Patrística regenta desde 1914. Alterna su dedicación académica con estudios de investigación en historia eclesiástica, arqueología cristiana y liturgia. Fruto de este interés y trabajo es la publicación de los nueve volúmenes del Liber sacramentorum en 1919. Es una obra enciclopédica donde sintetiza y expone científicamente la reflexión eclesial sobre la liturgia católica; en continuidad con el movimiento litúrgico europeo. En Italia contribuyó a difundir el amor por la piedad litúrgica de la Iglesia y a impulsar el renacimiento litúrgico tan deseado por los estratos intelectuales y monásticos de la Iglesia.
En segundo lugar, hay que destacar sus responsabilidades tanto en los monasterios en los que vivió como en la orden benedictina. En abril de 1918, siendo aún muy joven, fue elegido abad ordinario de San Pablo Extramuros. Durante su abadiato restauró la abadía de Farfa y la reformó hasta convertirla en un centro de oración y estudio. En 1920, la asamblea de abades benedictinos le nombra miembro del consejo del Primado de la Orden; y los Padres Casineneses le eligen Procurador General de su Congregación ante la Curia Romana.
En tercer lugar, hay que destacar su colaboración y dedicación esmerada al servicio de diversos organismos de la Santa Sede. El Papa Benedicto XV le nombra Consultor de las sagradas Congregaciones de Ritos y Causas de los Santos; y presidente de la Comisión Pontificia de Arte Sacro. Pío XI le incorpora a la Sagrada Congregación de Estudios y Universidades y le incorpora al grupo de cinco personas que, con el Papa, componen el nuevo formulario para la misa y el oficio de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Le envía como Visitador Apostólico Extraordinario a los seminarios de Lombardía y Campaña; así como varios colegios internacionales, entre ellos, el Pontificio Colegio Español de San José de Roma. Culmina esta etapa el 26 de junio de 1929, cuando el Papa Pío XI le elige pastor de la que había sido su última diócesis y le nombra el 139º arzobispo de Milán; apenas un mes después, en el consistorio del 15 de julio, le crea cardenal presbítero del título de los Santos Silvestre y Martín ai Monti, antiguo monasterio benedictino que fue el título cardenalicio de Pío XI; y el 21 de julio siguiente fue ordenado obispo por el propio Papa en la Capilla Sixtina. Es evidente la estima y confianza que Pío XI tenía en él.
Desde este día se entrega a su diócesis como un pastor celoso, siendo admirado por su dedicación pastoral. Durante la segunda guerra mundial permaneció en el Milán ocupado por las tropas alemanas para evitar la destrucción de la ciudad y socorrer el sufrimiento y la miseria provocadas por el conflicto. Convocó cinco sínodos diocesanos, un concilio provincial, dos congresos eucarísticos y marianos; escribió numerosas cartas pastorales a la Diócesis; y trató de estar cercano a todos mediante las casi cinco veces que recorrió toda la vasta diócesis ambrosiana en visita pastoral.
Por encargo de Pío XI, reestructuró los diversos seminarios milaneses construyendo el Seminario de Venegono, inaugurado en 1935; que se convertirá en un centro de renovación teológica y espiritual de seminaristas y sacerdotes, especialmente del clero joven. Fomentó también la formación cristiana de todo el pueblo a través de la prensa católica y centros culturales como el Ambrosianeum, instituto dedicado al estudio de San Ambrosio, y el Didascaleion, instituto de música sagrada.
Pero el Beato Schuster destacó, sobre todo, como liturgo; por su modo de vivir y presidir las celebraciones litúrgicas. Al cuidado esmerado de las celebraciones correspondía una honda espiritualidad y dignidad que invitaba a todos a la alabanza divina. Esta honda espiritualidad litúrgica impactó a muchos de sus contemporáneos. Es la espiritualidad del monje llamado a ser pastor; del austero hombre de oración convertido en incansable apóstol; del obispo que comprende su ministerio episcopal como un ministerio de santificación.
A sus 74 años, es obligado por los médicos a tener unos días de reposo y descanso veraniego para fortalecer su debilidad física. Se retiró a su querido seminario de Venegono y allí murió en la madrugada del 30 de agosto de 1954. Fue enterrado en la catedral metropolitana de Milán. El 12 de mayo de 1996, a los cuarenta años de su muerte, fue beatificado por el papa Juan Pablo II.
Resumido de un artículo de Aurelio García Macías, publicado originalmente en Pastoral Litúrgica, 297 (2007), pp. 155-159.
fuente: Lex Orandi.es
Beata María de los Ángeles Ginard Marti | |||||||||||||||||
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María de los Ángeles Ginard Marti, Beata
Religiosa de las Hermanas Celadoras de Culto Eucarístico, nació en Llucmajor, Mallorca, España, el 3 de abril de 1894. A los dos días, siguiendo la costumbre cristiana de la época de bautizar a los niños al poco de nacer, la llevaron a la pila bautismal de la parroquia de San Miguel de Llucmajor, imponiéndole el nombre Ángela Benita Sebastiana Margarita, pero usaba en el siglo el de Ángela y al entrar en religión el de María de los Ángeles.
Fueron sus padres don Sebastián Ginard García, que pertenecía al cuerpo de la Guardia Civil y en el que alcanzó el grado de capitán, y su madre doña Margarita Martí Canals. Ambos procedían de familias mallorquinas muy católicas y en ese ambiente religiosos formaron su hogar y educaron a los nueve hijos, de los que María de los Ángeles ocupaba el tercer lugar. La niñez de María de los Ángeles transcurrió entre Llucmajor, Palma y Binisalem. En este último pueblo hizo su primera comunión el día 14 de abril de 1905. En torno a este acontecimiento empezó a sentirse inclinada a una piedad cristiana con tendencia hacia la vida religiosa, la cual estaba motivada por las visitas que con su madre hacía a dos tías monjas, sobre todo a la que estaba en el monasterio de las jerónimas de San Bartolomé de Inca. La juventud la pasó en Palma de Mallorca, donde se trasladó la familia buscando trabajo para mejorar la situación económica que era escasa para sacar adelante una familia tan numerosa. María de los Ángeles y sus dos hermanas mayores se dedicaros a bordar y a confeccionar sombreros de señoras. Con estas labores que realizaban en el hogar por encargo y cuando estos le faltaban para vender después, conseguían unos ingresos económicos muy necesarios para un digno bienestar de la familiar. Esta ocupación no la liberaban de los trabajos propios del hogar y de la atención a los hermanos pequeños. Hacia éstos María de los Ángeles se volcó en la atención y en la formación religiosa: les enseñaba a rezar, el catecismo; le leía la historia Sagrada y la de los primeros mártires cristianos. Se levantaba temprano para oír misa y comulgar en la iglesia del Socorro o en la vecina parroquia de la Santísima Trinidad, donde estaba su director espiritual, el padre Sebastián Matas. Durante el día hacía la visita al Santísimo Sacramento expuesto en el Centro Eucarístico, rezaba el santo Rosario, hacía oración particular y se daba a otras devociones particulares. El plan de vida espiritual que llevaba María de los Ángeles la apartaba de las diversiones propias de su edad y la iba centrando en la vocación que sentía desde su niñez. Así cuando contaba unos veinte años de edad pidió permiso a sus padres para ingresar en el monasterio de las jerónimas de San Bartolomé de Inca. Éstos le aconsejaron que era muy joven, que lo pensara bien y dejara la decisión para más tarde. Con estos consejos no trataban de oponerse a su hija, sino retenerla por un tiempo en el hogar pues la necesitaban, pues el dinero ganado de su trabajo les era necesario para sacar adelante con dignidad a los hermanos menores. María de los Ángeles comprendió a sus padres y, sin perder la ilusión de entregarse a Dios en una vida consagrada, supo esperar. Transcurridos unos años, y viendo que las circunstancias familiares anteriores había cambiado, volvió a pedir permiso a los padres, quienes se lo dieron gustosos. Obtenido el consentimiento de los padres, ingresó en el postulantado de las Hermanas Celadoras del Culto Eucarístico de Palma de Mallorca el 26 de noviembre de 1921. Muy pronto se adaptó a la nueva vida. La adoración al Santísimo Sacramento, que es fin primordial del instituto en el que había ingresado, le llenaba, era su vida de donde sacaba fuerzas para los trabajos comunitarios de masar el pan para la misa, confeccionar y bordar ornamentos sagrados, preparar los niños para la primera comunión y para lograr una convivencia comunitaria volcándose en caridad a sus hermanas religiosas, la cuales la tenían por religiosa muy ejemplar, abierta y cordial, que se caracterizaba por su sencillez, piedad y, sobre todo, por la obediencia y docilidad en aceptar los cargos y traslados que sus superioras disponían. Después del año de noviciado y de los tres primeros años de profesión temporal fue destinada a Madrid, luego a Barcelona y nuevamente a Madrid, desempeñando en esta última casa siempre el oficio de procuradora o administradora del convento. Al estallar la Guerra Civil Española de 1936, sor María de los Ángeles se encontraba en Madrid. Los acontecimientos previos a la guerra eran alarmantes para la Iglesia y sus miembros. La persecución religiosa se manifestó abiertamente con quema de iglesias y conventos y con amenazas a los sacerdotes, religiosos y fieles católicos. En estas circunstancias, a sor María de los Ángeles le apenaba la destrucción y amenazas que habían emprendido los perseguidores “por odio a la fe”, por todo lo relacionado con Dios y con la Iglesia. En la adoración a Jesús Sacramentado pedía por una solución a estos problemas y, firme en la fe, ofrecía, si esa era la voluntad de Dios, su vida en martirio por el triunfo de Cristo. Cuando las religiosas vieron la necesidad de salir del convento vestidas de seglares se encontraban con el nerviosismo típico del momento, sor María de los Ángeles con serenidad las tranquilizaba a la vez que les decía: «Todo lo que nos pueden hacer a nosotras es matarnos, pero esto...» Es decir, lamentaba más la persecución y destrucción de lo religioso que el que la matasen. El día 20 de julio de 1936 las religiosas salieron vestidas de seglares del convento. A sor María de los Ángeles le tocó refugiarse en la vivienda de una familia en la calle Monte Esquinza número 24. Desde allí, por la proximidad, vio el saqueo de la iglesia y del convento, y la destrucción de imágenes objetos de culto. En este refugio permaneció hasta el día 25 de agosto por la tarde, en que los milicianos anárquicos, por acusación del portero, que era de ellos, fueron a detenerla. En el momento de la detención, apresaron a doña Amparo, hermana de la dueña de la casa que le acogía, y sor María de los Ángeles llevada por caridad y bondad, dijo a los milicianos: “esta señora no es monja, dejadla, la única monja soy yo”. Con estas palabras confesó su condición de religiosa y salvó la vida a esta señora. Detenida la llevaron a la checa de Bellas Artes y el día 26 de agosto de 1936, al anochecer, según acostumbraban los perseguidores en los primeros meses de la guerra, le dieron el “paseillo” a la Dehesa de la Villa donde la fusilaron, pues a la mañana del día siguiente el Poder Judicial levantó el cadáver. Sus restos mortales fueron enterrados en el cementerio de la Almudena y después de la guerra, el 20 de mayo de 1941, fueron exhumados y trasladados al panteón de las Hermanas del Culto Eucarístico del mismo cementerio, de donde el 19 de diciembre de 1985 fueron trasladados al convento de las Hermanas Celadoras del Culto Eucarístico de la calle Blanca de Navarra, número 9, de Madrid. Y recientemente, el 3 de febrero de 2005, han sido colocados en la iglesia capilla de este convento. El proceso de canonización por martirio en su fase diocesana fue abierto en Madrid el 28 de abril de 1987, y clausurado, también en Madrid, el 23 de marzo de 1990. El 19 de abril de 2004, su Santidad Juan Pablo II aprobó la publicación del decreto sobre el martirio para su beatificación.
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