El Cristo cósmico: una espiritualidad del
universo
2016-09-29
Una de las
búsquedas más persistentes entre los científicos que vienen generalmente de las
ciencias de la Tierra y de la vida es la de la unidad del Todo. Dicen: «debemos
identificar la fórmula que explica todo y así captaremos la mente de Dios».
Esta búsqueda tiene como nombre la teoría de la gran unificación, o la teoría
cuántica de los campos, o por el pomposo nombre de la teoría del todo. Por más
esfuerzos que hayan hecho, todos acaban frustrándose o como el gran matemático
Stephen Hawking, abandonando, esta pretensión, por imposible. El universo es
por demás complejo para ser aprehendido por una única fórmula.
Sin
embargo, investigando sobre las partículas subatómicas –más de cien– y las
energías primordiales, se ha llegado a percibir que todas ellas remiten al
llamado «vacío cuántico», que de vacío no tiene nada porque es la plenitud de
todas las potencialidades. De ese fondo sin fondo han surgido todos los seres y
todo el universo. Se representa como un vasto océano, sin márgenes, de energía
y de virtualidades. Otros lo llaman “fuente originaria de los seres”, o el
“abismo alimentador de todo”.
Curiosamente,
uno de los mayores cosmólogos, Brian Swimme, lo denomina lo inefable y lo
misterioso (The Hidden Heart of the Cosmos, 1996). Pues bien, éstas son
características que las religiones atribuyen a la Realidad Última, que es
llamada con mil nombres: Tao, Yavé, Alá, Olorum, Dios... El vacío grávido de
energía, si no es Dios (Dios es siempre mayor), es su mejor metáfora y
representación.
Lo
fundamental no es la materia, sino ese vacío grávido. Ella es una de las
emergencias de esa fuente originaria. Thomas Berry, el gran ecólogo/cosmólogo
norteamericano, escribió: «Necesitamos sentir que estamos cargados con la misma
energía que hizo surgir la Tierra, las estrellas y las galaxias. Esa misma
energía hizo surgir todas las formas de vida, y la conciencia refleja de los
humanos. Es la que inspira a los poetas, los pensadores y los artistas de todos
los tiempos. Estamos inmersos en un océano de energía que va más allá de
nuestra comprensión. Pero esa energía en última instancia nos pertenece, no por
la dominación sino por la invocación» (The Great Work, 1999, 175), es
decir, abriéndonos a ella.
Si
es así, todo lo que existe es una emergencia de esta energía fontal: las
culturas, las religiones, el propio cristianismo e incluso las figuras como
Jesús, Moisés, Buda y cada uno de nosotros. Todo venía siendo gestado dentro
del proceso cosmogénico en la medida en que surgían órdenes más complejos, cada
vez más interiorizados e interconectados con todos los seres. Cuando se da
determinado nivel de acumulación de esa energía de fondo, entonces ocurre la
emergencia de los hechos históricos y de cada persona singular.
Quien
vio esta gestación de Cristo en el cosmos fue el paleontólogo y místico
Teilhard de Chardin (+1955), aquel que reconcilió la fe cristiana con la idea
de la evolución ampliada y con la nueva cosmología. El distingue lo «crístico»
de lo «cristiano». Lo crístico se presenta como un dato objetivo dentro del
proceso de la evolución. Sería aquel eslabón que une todo con todo. Porque
estaba dentro de ella pudo irrumpir un día en la historia en la figura de Jesús
de Nazaret, aquel por quien todas las cosas tienen su existencia y
consistencia, en el decir de San Pablo.
Por
eso, cuando lo crístico es reconocido subjetivamente y se transforma en
contenido de la conciencia de un grupo, se transforma en «cristiano». Entonces
surge el cristianismo histórico, fundado en Jesús, el Cristo, encarnación de lo
crístico. De aquí se deriva que sus raíces últimas no se encuentran en la
Palestina del siglo primero, sino dentro del proceso de la evolución cósmica.
San
Agustín escribiendo a un filósofo pagano (Epistola 102) intuyó esta
verdad: «La que ahora recibe el nombre de religión cristiana existía
anteriormente, y no estuvo ausente en el origen del género humano, hasta que
Cristo vino en la carne; fue entonces cuando la verdadera religión, que ya
existía, empezó a ser llamada cristiana».
En
el budismo se hace un razonamiento parecido. Existe la budeidad (la capacidad
de iluminación) que venía forjándose a lo largo del proceso evolutivo hasta que
irrumpió en Sidarta Gautama que se volvió Buda. Este sólo pudo manifestarse en
la persona de Gautama porque la budeidad estaba antes en el proceso evolutivo.
Entonces se volvió Buda como Jesús se volvió Cristo.
Cuando
esta comprensión es interiorizada hasta el punto de transformar nuestra
percepción de las cosas, de la naturaleza, de la Tierra y del universo, entonces
se abre el camino a una experiencia espiritual cósmica, de comunión con todo y
con todos. Realizamos por esta vía espiritual lo que los científicos buscaban
por la vía de la ciencia: un eslabón que unifica todo y lo atrae hacia delante.
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