El dedo y la arena
26 noviembre, 2016 por 1 comentario
Hay que ponerse en la situación de aquella mujer sorprendida en adulterio para captar algo de lo que supuso para ella sentirse perdonada de aquella manera. Los fariseos la condujeron ante Jesús, entre empujones, bromas y sarcasmos, y la dejaron allí en medio, postrada en la arena y hundida por la vergüenza y la humillación. En realidad, estaban utilizando su pecado para alardear de esa autoridad postiza que todos les reconocían y esconder detrás de ella un pecado aún mayor. Y el Señor, una vez más, calla. Era el único que podía acusar con autoridad y, sin embargo, une su silencio al de aquella mujer aplastada por su pecado y por la hipocresía de los demás.
Sólo su dedo habló, escribiendo en la arena. Ese dedo de Dios había creado los cielos y la tierra. Con ese dedo modeló Dios al ser humano que ahora se volvía contra Él y alardeaba ante su dueño de ser una pobre criatura. Y aquel dedo de Dios tocó la arena, aquella en la que yacía el pecado de la mujer, para mostrar en el perdón y la misericordia un poder divino aún mayor. Aquella arena tocada por la mano de Dios salió perdonada mientras que el barro orgulloso de los acusadores huyó abochornado con su propio pecado. Nunca juzgues ni acuses a otros cuando tu mismo yaces postrado en esa misma arena de pecado. No te dejes arrastrar tampoco por las críticas y juicios ajenos ni te creas las adulaciones de otros que pretenden enredarte y hacerte cómplice de su propio pecado. Detrás de tu dedo acusador escondes siempre la justificación de tus propias faltas y pecados. Ponte siempre del lado del perdón y la misericordia, porque la medida que uses tu con otros la usarán contigo.
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