Los mártires latinoamericanos alimentan otra Iglesia posible
Marco Antonio CORTÉS
Gaby se encontraba en casa escuchando las noticias, todos los reporteros querían ganar el anuncio del nuevo papa; ella pensaba en que esta iglesia cada vez más controlaba y cerraba espacios a los jóvenes; mucho esfuerzo habían hecho los del grupo juvenil para ser aceptados por el párroco y medio convencerlo de que ellos necesitaban su espacio de autonomía. El padre Antonio, tenía buena voluntad, más en sus 6 años a cargo de la parroquia, había disuelto el equipo de pastoral parroquial, conformado por 12 hombres y mujeres, adultos y jóvenes, que eran nombrados en el asamblea pastoral para hacer propuestas de trabajo junto con el párroco, y después tomar decisiones en la asamblea sobre las acciones a realizar por la comunidad parroquial; Así había funcionado antes del padre Antonio.
Sonó el portón de la casa de Gaby, afuera le gritaban, Raúl, Lily, Carlos y Nora: “¡El padre Mariano quiere quitar nuestro mural!” Caminaron al parque frente al templo, sentados en las bancas y en las jardineras discutían sobre el problema.
El párroco actual era el padre Mariano, tenía un año de haber llegado, a sus 28 años, mostraba una firme formación contemporánea de finales del siglo XX; su primer conflicto lo tuvo con las religiosas que habían acompañado a la comunidad por más de 20 años; seis meses fueron suficientes para modificar lo poco que quedaba de la organización democrática comunitaria que habían construido en los años 80’s. Ellas se retiraron, valorando que era lo que menos dañaría a la comunidad, además de que precisamente se habían dedicado en cuerpo y alma a apoyar procesos pastorales autónomos, donde escuchando las voces del Vaticano II, daban paso al tiempo de los laicos. El grupo de jóvenes no perdió tiempo en organizar una buena pachanga, para reconocerles el gran servicio fraterno que prestaron; se colocaron carpas en el parque y convivieron todo un domingo.
Gaby comentaba: “Recuerden que el mural lo hicimos por decisión de la asamblea pastoral, fue un trabajo que se encargó a las catequistas, y junto con niños, madres y padres, se decidió tener presentes a algunos de nuestros mártires latinoamericanos; Nosotras no los conocíamos, pero gracias a lo que nos enseñaron nuestras catequistas, las religiosas, nuestras familias y el padre Nacho, ahora siguen inspirándonos en nuestras vidas y compromisos políticos.”
Lily les hizo notar su dolor, coraje y añoranza: “¿Por qué quitaron al padre Nacho? El abrió las puertas del templo, de su casa, y de las casas de toda la parroquia, mi mamá decía que era territorio liberado; yo no le entendía, pero me la pasaba muy contenta con las actividades comunitarias, en la casa mis hermanos mayores fueron parte de la organización ciudadana de la colonia y me decían que lo hacían por el evangelio.
Carlos la interrumpió: “Ellos nos pasaron una película de monseñor Romero, y nos platicaron de la solidaridad de don Sergio, esos obispos al lado de los pobres, que fueron profetas de su tiempo, y que gracias a ellos nosotros seguimos conociendo el compromiso de la buena noticia con los excluidos”.
Así el diálogo fue tornándose en acción organizada, los jóvenes visitaron las reuniones de los diversos ministerios, se encontraron con los cuadros de las organizaciones, visitaron a algunas familias, de manera que se formó un frente en defensa del mural de la parroquia; los jóvenes fueron a hablar con el párroco, para que desistiera de sus intenciones, más la respuesta fue, yo soy la autoridad en el territorio parroquial; los jóvenes hicieron una denuncia y una solicitud por escrito, respaldada por miles de firmas del frente formado, consiguiendo entrevistarse con el señor obispo; mons. Iñiguez los recibió, más secundó a su párroco como máxima autoridad, que por designio de la voluntad de Dios está al cuidado de los fieles para su bien y salvación.
El frente se organizó para formar guardias de oración permanente en el templo y cuidar que no se dañara el mural.
Los allegados al párroco le sugirieron dejar la intención de destruir el mural, más el se empecinó y en la complicidad de la noche intentaron su ataque; esa noche estaban Gaby y Lily en la guardia, ellas quedaron en el templo y mandaron a los otros a avisar a los demás. Llegaron más pronto de lo que canta un gallo, y exigieron al párroco se fuera de ahí, lo que hizo sin remedio; el conflicto continuó por un año, y aprovechando el descuido y cansancio de algunos del frente, los encomendados por el párroco aplicaron pintura color azul cielo a todo el mural.
Se desataron una serie de enfrentamientos por varios meses, hasta que el mismo padre Mariano pidió su cambio al obispo; mons. Iñiguez por la falta de sacerdotes no nombró ningún sustituto, dejando la parroquia abandonada a su suerte, esperando que la gente fuera a pedirle después de un tiempo un sacerdote.
Un año después, el mural fue reconstruido, los pintores volvieron a ser los niños y las familias que constituyeron una organización comunitaria, y cada domingo y celebraciones festivas, conseguían a algún religioso que los acompañaba en sus liturgias; Gaby, Lily y sus amigos, continúan como grupo juvenil misionero, inspirados en los mártires latinoamericanos, siendo solidarios con los procesos de autonomía indígena en Chiapaz, aprendiendo de la iglesia autóctona, y compartiendo la experiencia de su organización comunitaria autónoma.
Marco Antonio Cortés
Puerto Vallarta, Jalisco, México
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