Oncedeseptiembrededosmiluno
Escribo estas líneas con la
mente puesta en la semana que culmina en el domingo día 11 de septiembre.
Así es, oncedeseptiembrededosmiluno. Escrito todo junto evoca el evidente error
ortográfico que hasta el menos letrado cae en la cuenta y se atreve a denunciarlo.
Pues eso mismo es, creo, el error humano lamentabilísimo y que no
admite como enmienda ningún 'marcha atrás'. ¿Fue un error? ¡Ni un solo
fallo! Todo planeado. ¡Qué precisión! y de ello se cumplen ya tres semanas de
años. Se dice pronto.
Así se estrenaba este nuevo
siglo en la historia de la humanidad o el nuevo tercer milenio, si se quiere
considerarlo así. El dato no se olvidará. La rabia inhumana aún no se ha
apagado.
El atentado de las Torres
Gemelas de Estados Unidos se dibuja invisible sobre los cielos de la historia.
El poder de un imperio fue herido en la inseguridad de sus pies de barro. Y
desde entonces ya más de dos décadas de acoso y derribo del gigante
abatido.
Probablemente ni tú, que
lees, ni este cronista, que escribe, constataremos el ocaso de la ostentación
americana del poder y del progreso. La historia grita desde su ADN que esto
será así. Lamentablemente, el progreso humano se está alimentando sin descanso
y con voracidad de la inhumanidad de los prepotentes. Las balanzas no se
equilibran, si tú das fuerte, más fuerte recibirás. Quien tiene sus manos
levantadas para ejercer el gobierno ni tiembla ni tiene prisa. Espera su
tiempo. Todo esto ya está escrito en los comentarios de los contemplativos de
la historia y los humanos lo llevamos dentro como el aire y el calor que nos
debieran dar vida...
Tres semanas de años no son
ni un puñado de tiempo en el océano del ayer, el hoy y el mañana. ¿Acaso no se
recuerda la aventura de aquel unicornio alado que volaba arrasador desde la
antigua Macedonia hasta las orillas del mar del nacimiento del sol? Aquel
Alejandro el grande y todopoderoso debería de venir a contárnoslo en persona
para no inventarnos los humanos nuevas piedras en las que
tropezar mientras vamos de camino. Pero esta venida, como otras
incontables venidas mesiánicas, no sucederá jamás.
¿Por qué nos gusta tanto a
los humanos deshumanizarnos y, si es posible, deshumanizarnos hasta
aniquilarnos?
No pretendo con estas líneas
despertar a la bestia que, quizá, ya se esté engalanando para su próxima
aventura.
Por si nos sirve de algo y
como si fuera una brisa suave frente a la dana de los calores que derriten,
disponemos en este domingo de mensajes cargados de esperanza. El relato del
Evangelio nos habla del sabroso proyecto de sentarse y comer; lo más natural y
humano. Si aprendiéramos...
Y en la recomendación de los
'Cinco Minutos', hago referencia a un informe escalofriante a
propósito del hecho de la existencia de un proyecto que podemos llamar
'cristianismo', paradójicamente cristianismo. Si aprendiéramos...
A continuación se encuentran
los comentarios de este domingo.
Carmelo Bueno Heras.
Domingo XXIV TO Ciclo C
(11.09.2022): Lucas, 15,1-32. Lucas 15 es la biografía de Jesús de
Nazaret. Me lo escribo CONTIGO,
El mensaje del decimoquinto capítulo del Evangelio de
Lucas se recuerda con sólo citarlo. ¿Qué queda aún por decir o escribir sobre
la parábola del padre y de sus dos hijos? Se ha dicho ya de todo y muy bien. Que
nadie espere que este comentario añada ahora algo original. Diré de entrada lo
más obvio y sabido. Lucas nos presenta tres parábolas para comentar una de las
acciones más características de su Jesús de Nazaret.
Esta
acción es la que se describe en Lucas 15,1-3. Y es tan común y natural esta
acción que parecería a primera vista no tener demasiada importancia. Jesús
estuvo entre nosotros en este mundo para llevar a cabo muchas cosas, como muy
interesadamente se ha ido afirmando en las distintas etapas de la historia y de
las creencias de la Religión. Pero aquí, precisamente en pleno camino de subida
de Jesús desde Galilea hasta Jerusalén, es donde se nos dice que COMER es algo
tan principal y humano que no debe someterse a reglamentaciones y menos aún en nombre
de tal o cual Dios o Religión.
He
escrito la acción de COMER porque esta es la cuestión que nos pone el
Evangelista ante nuestros ojos para meditar sobre el actuar de Jesús y sobre
sus peculiares decisiones. Según cuenta este Evangelista tan bien informado
(Lucas 1,1-4) su Jesús de Nazaret se sienta a comer no para inaugurar o
institucionalizar un sacramento como lo es la eucaristía o fracción del pan o
misa santa. Jesús se sienta a compartir mesa y mantel con gentes tan especiales
como los pecadores y los publicanos.
Esta
acción de COMER de Jesús con ‘los suyos’ altera las normas humanas y religiosas
de las gentes de la Ley de Moisés, de los escribas, de los fariseos, de los
sacerdotes ‘oficiadores’ del rito del sacrificio en el altar del Templo de Jerusalén.
Estas gentes religiosas y observantes del judaísmo no soportan ni admiten las
decisiones de un laico de Galilea llamado Jesús. Para estas gentes, aquel Jesús
es un hereje, un blasfemo, un pecador, un publicano.
Según
cuenta Lucas en la segunda parte de su Evangelio, el cabeza de los seguidores
que era Pedro sólo comprendió que estas decisiones y prácticas de Jesús no eran
decisiones empecatadas cuando tuvo que compartir estancia, mesa y mantel en
casa de Cornelio en Cesarea del Mar (Hechos 10). Tanto Jesús en Lucas 15, como
Pedro en Hechos 10, rompen y vacían de sentido los dogmas y prácticas de la
comensalidad judía. El actuar de Jesús y de Pedro hacen saltar por los aires
las diferencias entre puro e impuro, sano o enfermo, prohibido o permitido,
bueno o malo.
El hecho
tan natural y humano como es el COMER puede convertirse justamente en todo lo
contrario, inhumano y antinatural. Y esto sucede cuando una RELIGIÓN se atreve
a institucionalizar legislaciones, ¡en nombre de un dios interesado!, a propósito
de qué se come, cuándo se come, con quién se come, cómo se come, cuánto se
come, para qué se come…
Con todo lo ya dicho y escrito sobre el COMER y la COMENSALIDAD nos basta y sobra para rumiar el buen mensaje del Evangelio. Pero, y caigo en la cuenta ahora de la escasez de espacio, no he dicho ni tus ni mus aquí sobre aquel pastor de la parábola, aquella mujer de la parábola y aquel padre de la parábola. Creo que esto es lo que importa: No se trata de tres parábolas, sino de una y la misma contada de tres maneras. El pastor, la mujer y el padre son el propio y único Jesús de Nazaret. Tan sencillo, humanizador y evangélico. Carmelo Bueno Heras.
CINCO MINUTOS con la
otra Biblioteca de la BIBLIA entre las manos
Tú y yo, entre otras muchas actividades, solemos
también leer. En ocasiones, quedamos sorprendidos por lo que leemos. Es más, y
nos ocurre a veces, llegamos a pensar que lo que leemos nos hubiera gustado
haberlo escrito nosotros mismos. Por esta sola razón, me he decidido a compartir
CONTIGO, semana a semana, durante este año eclesiástico, 52 libros. Creo que,
en la inmensa BIBLIA de todos los textos, como en el cuerpo de toda persona,
¡todo está relacionado!
.
Ahora, Semana 42ª: 11.09.2022: Cita de Francisco Pérez de Antón, Cisma sangriento.
El brutal parto del protestantismo: un alegato humanista y secular. Taurus
historia, Ciudad de México, 282 páginas.
1.
EL SESGO PERVERSO DE LOS HOMBRES PIADOSOS.
Los
hombres nunca hacen el mal de manera tan gozosa y plena como cuando lo
perpetran en nombre de sus convicciones religiosas. Blaise Pascal (1623-1662),
Pensamientos)
Sorprende al observador de nuestro tiempo y al
curioso de la historia que la Revolución Protestante no haya tenido los ecos de
otras menos sangrientas y crueles, como por ejemplo la mexicana o la francesa.
De bárbaras convulsiones, como las de Bosnia y Vietnam. De dolorosas guerras
civiles, como la norteamericana y la española. De espantosos genocidios, como
los de Armenia y Ruanda. O de contiendas letales, como las de las guerras
napoleónicas. Cualesquiera de esas mortíferas refriegas despiertan hoy mayor
interés que la de la Revolución Protestante, pese a haber segado esta última
más vidas que todas las degollinas citadas más arriba ‘juntas’.
El
motivo del vacío quizá se deba a que el auge del protestantismo en el mundo de
habla hispana es un fenómeno reciente y a que el interés por las causas de su
advenimiento no se ha despertado hasta hace poco. Con todo, más probable parece
que ni a los predicadores evangélicos ni a los católicos les seduzca lo más
mínimo explicar que los causantes de tan horrenda sangría fueron sus
antecesores en el púlpito. Y es natural que sea así. El sermón dominical trata
de todo aquello que se quiere creer. La historia real, en cambio, trata de todo
aquello que no se quiere o no se puede creer. Y la Revolución Protestante es
pródiga en historias increíbles. De ahí el estado de ignorancia, o de negación,
en torno a aquella descomunal matanza de la que ahora se cumplen quinientos
años y que una y otra bandería esconden y justifican reducida al infantil
sonsonete de ¡nosotros somos la verdadera Iglesia’ o al irresoluble altercado
teológico según el cual el hombre se salva por la fe en lugar de por la fe y
las obras.
Tampoco
les gusta llamar cisma al entuerto. Y menos revolución. Prefieren denominarlo
‘reforma’. Los clérigos han preferido siempre el remilgo verbal a llamar a las
cosas por su nombre. Siguen con entusiasmo la regla que cierto periodismo
utiliza a menudo: no permitas que la
verdad arruine una buena historia. Y la bochornosa verdad que echa a perder su
santurrona versión del cisma es que fueron ellos, los clérigos de uno y otro
bando, los instigadores de la cruenta desgarradura que escindió el cristianismo
en dos ramas irreconciliables y que cualquier otro nombre que se quiera dar a
la contienda sólo puede ser un eufemismo. El cambio fue demasiado radical como
para designar con el pudibundo nombre de ‘reforma’ -un término evocador de
cambios razonables y juiciosos- a una de las más sangrientas guerras de la
civilización judeo-cristiana.
El museo de los horrores erigido por el cristianismo a lo
largo de su historia es ubérrimo y fecundo. Persecuciones, cruzadas,
invasiones, genocidios, torturas, hogueras humanas, calabozos, cepos,
martirios, mutilaciones, conversiones forzosas y terrorismo son algunas de las
muchas obras de arte que atesora. Pero si hay una a la que volver los ojos
atónitos […] esa es la Revolución Protestante. Resulta difícil encontrar en la
historia de las religiones un conflicto tan brutal y tan prolongado, pues se
extendió más de un siglo. Instigado por el fanatismo y la intolerancia de dos
bandos de teólogos exaltados, el cisma dividió naciones y comunidades, destruyó
millones de vidas […} Los clérigos son gente muy pulcra a la hora de esconder
sus basuras bajo las alfombras. Texto
completo, en páginas 13-15.
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