Tres párrafos de cien
Primero.
Hoy,
veinticinco de septiembre, contemplo la espalda del verano, porque se va y se
calla. Me contempla ahora la cara del otoño que ya comenzó a pintarse de
colores. En el reinado de la naturaleza me sorprende la serenidad de la armonía
junto a la presencia silenciosa de la tragedia por vivir. Las hojas secas se
convertirán en tierra abonadora de las semillas nuevas. Y en mi mesa de
labrador de frutas y harinas comienzan las horas del nacimiento del vino. Se
trata de la eucaristía real de la vida que no se detiene, eucaristía única del
único templo.
Segundo.
Toda
Religión tiene su dios, templo, sacerdocio, dogma, liturgia y su piedad
popular. ¡Y también su historia!, desde la leyenda de los orígenes en su
nacimiento hasta el acabamiento con su muerte. Le pasa como a los árboles y
plantas del reinado de la naturaleza. Toda religión se cree real y verdadera
mientras sucede, mientras camina siendo semilla y luego brote y luego planta y
luego árbol de frutos nuevos y nuevas semillas. En cambio, el Evangelio de
aquel Jesús de Nazaret no fue ninguna religión, sino sólo la buena noticia de
respirar a gusto el aire de vivir.
Tercero.
Como
en cada comentario semanal, comparto contigo la recomendación de un libro para
agrandar la inabarcable biblioteca de La Biblia (los libros). Se trata de un
escrito que sabe a Evangelio, aunque se titule ‘Los ingratos’. Se trata de una
novela de Pedro Simón. Se trata de la vida misma que desea ser el aprendizaje
del respirar a gusto el aire del reinado de la naturaleza de nuestra tierra y
de nuestras gentes. Se trata de una historia, pequeña e inmensa, que acontece
en la geografía de don Quijote y Sancho, según su ‘plumilla universal’ don
Miguel de Cervantes.
A
continuación se encuentran los comentarios de este domingo 25 de septiembre.
También
se encuentran estos mismos comentarios en el archivo adjunto.
Carmelo
Bueno Heras
Domingo XXVI TO
Ciclo C (25.09.2022): Lucas 16,19-31. ¿Qué es el Reino de Dios? Me lo pregunto CONTIGO,
A los oyentes de la asamblea en este último domingo de
septiembre se nos propone el relato Evangélico de Lucas 16,19-31. Este
relato completo corresponde a la llamada parábola de ’El rico y el pobre’.
Bueno, popularmente conocida como parábola de ‘El rico Epulón y el pobre
Lázaro’. El nombre del hombre rico nunca aparece en este Evangelio de Lucas ni
en ningún otro Evangelio. Es muy probable que algún papa de Roma en alguno de
sus comentarios del Evangelio bautizara al ‘rico’ con el nombre de ‘Epulón’,
propio de la ostentación de los magnates de Roma. Sólo Lucas se imagina y
cuenta esta parábola de su Jesús de Nazaret. ¿Fue de Jesús o de Lucas?
¿Cuántas
veces se habrá relacionado el mensaje de esta parábola con los acontecimientos
que experimenta, para siempre, ‘todo ser que respira’ cuando deja de
‘respirar’, cuando deja de vivir y muere? Entonces habrá salvación para los
buenos y condenación para los malos. Y el criterio de esta separación
definitiva será la práctica de los 613 mandamientos de la Ley de Moisés según
el consenso de las investigaciones de los letrados en la Biblia judía: 248
mandatos (lo que hay que practicar) más 365 prohibiciones (lo que nunca se debe
hacer).
¿No
es esta parábola de Lucas la realidad del CIELO, INFIERNO y PURGATORIO de la
vida eterna en el ‘más allá’? ¿Cómo olvidar o transformar el mensaje de estas
tres palabras contado, cantado, escrito, pintado, esculpido y mantenido durante
tantos siglos por la RELIGION y sus tradiciones sostenidas ‘en nombre de
JESUCRISTO’ y de su mensaje?
No
seré yo quien, aquí y ahora, denuncie esta historia del pensamiento con mis
comentarios. Deseo muy evangélicamente que se lea cada creyente en su biblia el
texto que Lucas nos dejó escrito como buena noticia de su Jesús de Nazaret y
que la autoridad de la liturgia nos impide escuchar porque nunca se nos leerá
en el Ciclo C, en el que estamos, Lucas 16,14-18. ¿Por qué?
Recordaré
por enésima vez que, según el relato de Lucas, este hombre judío y laico de
Galilea que es Jesús está ‘en camino’ y desea llegar a Jerusalén y que se sepa
con claridad qué viene a hacer y a decir en la capital del Reino judío, que es
Jerusalén, y en su único Templo, que es la casa de su Yavé Dios.
La
parábola de ‘el rico y el pobre’ se la cuenta Jesús a “los fariseos, que
eran amigos del dinero, y que se burlaban de él’ (Lucas 16,14). Y añade,
para TODOS, una buena noticia nueva: “La Ley y los Profetas llegan hasta
Juan, desde ahí comienza a anunciarse el EVANGELIO del Reino y todos se
esfuerzan por entrar en él” (Lucas 16,16). Quien escucha y acoge este
EVANGELIO lo siembra en sus adentros de creyente y lo acompaña hasta que se
despierta, crece, florece y frutece. Mientras leo esto así, rememoro Lucas
17,20-21 que ya he recordado en varios comentarios:
“Los
fariseos preguntaban a Jesús que cuándo llegaría el Reino de Dios y él les
respondió: el Reino de Dios viene sin dejarse sentir; no se podrá decir que
está aquí o allí, porque el Reino de Dios está ya dentro de vosotros”.
Estas
palabras del Evangelista me las guardo como si fueran el centro de su mensaje
para TODOS. Este Reino de Dios tiene muchas interpretaciones. Se suele creer
que se trata del CIELO, ámbito del ‘más allá’ habitado por la trinidad santa y
su corte celestial de santas y santos. Suele creerse también que este Reino de
Dios es la Iglesia, la verdadera y única. Y tengo para mis adentros que este
Reino de Dios es la humanidad entrañable que compartimos tú y yo. Carmelo
Bueno Heras
CINCO MINUTOS con la
otra Biblioteca de la BIBLIA entre las manos
Tú y yo, entre otras muchas actividades, solemos
también leer. En ocasiones, quedamos sorprendidos por lo que leemos. Es más, y
nos ocurre a veces, llegamos a pensar que lo que leemos nos hubiera gustado
haberlo escrito nosotros mismos. Por esta sola razón, me he decidido a
compartir CONTIGO, semana a semana, durante este año eclesiástico, 52 libros.
Creo que, en la inmensa BIBLIA de todos los textos, como en el cuerpo de toda
persona, ¡todo está relacionado!
.
Ahora, Semana 44ª: 25.09.2022: Cita de Pedro Simón, Los ingratos, Espasa,
Barcelona, 2021, 286 páginas.
(1961)
Un viento
glacial azotaba el pueblo como a un crío que no se puede defender. Los
sembrados de azafrán que lo circundaban amanecieron con un manto blancuzco, el
primer fascículo de un invierno que siempre llegaba por entregas: primero, el
aire gélido; semanas después, la niebla y la cencellada; finalmente, la nieve.
Las
calles olían a humo de leña; las casas, a ropa recién sacada del arcón y al
cuero de cerdo quemado de la matanza. La aldea vivía hacia dentro con el frío,
como si de los caminos no viniera nada bueno.
En
aquella España bajo cero, la infancia era el único deshielo posible. A la
salida del colegio, de camino a casa, los niños arrancaban los carámbanos de la
Fuente Honda para jugar a mosqueteros, a vaqueros o a militares.
Eran los
chicos una locomotora a vapor que todo lo iba tocando, que todo lo iba
voceando, que todo lo iba poniendo del revés. Cuando el juguete se les fundía
entre las manos o acababa en mil pedazos contra el suelo, se inventaban otro.
La única condición era que no costase dinero. Porque sobraban carámbanos, y
sabañones, y palos de avellano que servían de lanzas, y terrones que hacían de
granadas de mano. Pero dinero no sobraba.
Aquellos
eran los únicos sonidos que conjuraban la muerte y el olvido. En el invierno
más severo, podía transcurrir una semana sin oírse nada más que ese alboroto de
antes y después de la escuela. Hasta que todas y cada una de las puertas se
iban cerrando al ponerse el sol. Como si un cerrojo viejo bastara para
blindarse contra todo lo malo del mundo.
Luego, el
silencio ahí fuera.
Al llegar
a casa, el chico entró exhalando el aire caliente de sus pulmones entre las
manos y lo primero que hizo fue secárselas en las faldas de la mesa camilla. Se
quedaba uno embobado en el trance. No sólo eran el reflejo del fuego y el olor.
Era un calor viejo que tenía que ver con las cosas seguras. La madre haciendo
ganchillo. El campanario dando las horas. Todo en su sitio y a cubierto. Y las
párvulas botas de goma cogiendo más y más temperatura, poco a poco, sobre el
picón del brasero.
A las
seis de la tarde ya era de noche. Una noche cerrada y triste, sin vuelta de
hoja. Todas las oscuridades se parecen, pero ninguna como la de un pueblo
remoto justo después del ocaso de diciembre.
Las luces
de las casas se fueron prendiendo a desgana, una aquí y otra allá, como cuando
no queda más remedio. Con diferente intensidad y brillo. Hasta que el contorno
del pueblo quedó delimitado por aquel mar de brasas. Visto desde lejos, parecía
una constelación recién creada. El casino era a esas horas una luciérnaga
amable en medio de otras luces más crudas, un lugar donde olvidar las malas
cosechas y el peor vino. Corrían el chato y la copa, el tute y los Bisontes, el
dominó y el serial radiofónico, los boletos y el periódico. Entonces sucedió.
Sucedió
en la otra punta del pueblo, puertas adentro en una casa, a pesar de los dos
candados echados.
Sucedió
en el mismo instante en que el señor Luis iba a cantar las cuarenta, justo
cuando don Eladio (que todavía no era don Eladio) cerraba la partida a seises
[…] Justo entonces sucedió […]
Lo que
está ahí es el cuerpo sin vida del hijo único […] Texto completo, páginas
11-16.
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