El Dinero es Dios
Transitamos ya por el ecuador
del mes de septiembre. Por nuestros alrededores occidentales se está comenzando
el año, no sabría cómo calificarlo, pero diría que se trata del año 'escolar'.
Se nos fue el verano, las vacaciones, el descanso, el desconectar y hay que
volver a 'conectarse', ponerse de nuevo las pilas, volver a empezar. Y me digo,
ingenuamente quizá, que este volver a empezar es como ponerse ante una página
en blanco, cosa que suelo hacer como unas tres veces por semana.
Cuando todo está en blanco se
corre el peligro de desanimarse y dejar la tarea de escribir para horas
mejores. En cambio, si uno se atreve a escribir una frase parece como que se
anima a seguir. Y esto me acaba de suceder hace unos cinco minutos cuando me
ponía ante la tarea de presentar 'mis comentarios compartidos' para el domingo
próximo. En este caso, para el domingo 18 de septiembre.
Y así, en el instante de ver
la página en blanco escribí las cuatro palabras del título: El dinero es Dios.
Inmediatamente mis ojos se detuvieron en el título que en su día escribí para
la página del comentario de Lucas 16,1-13: Hemos hecho Dios al Dinero.
Re-escritas están ya las dos. Y cuanto más las leo más sacrílegas e inhumanas
me parecen y, a la vez, más verdaderas.
Inhumanas y ciertas. Nos
duele reconocer la inhumanidad del dinero, pero no podemos vivir ni vivirnos
sin él. Este asunto de la vida parece estar montado así. ¡Qué bien sabemos qué
es el dinero! La pela es la pela, se decía antes por aquí. De la misma
manera puedo hablar de Dios. ¡Qué bien sabemos qué es Dios! Nos sobran textos
escritos y mensajes proclamados. Nos atrevemos, incluso, a anunciar a bombo y
platillo ¡que sólo Dios basta! Dios y el Dinero.
Dinero y Dios. Más de un
billete de don dinero ha juntado ambas realidades. Se trata de la misma moneda,
porque toda moneda tiene dos caras. Lo proclama abierta y descaradamente
el salmo uno de la Biblia de los hebreos y que rezamos en la eclesialidad de
las plegarias de los cristianos: Dichoso, feliz, bienaventurado el que cumple
la Ley de Dios porque será rico en todo y todo le irá bien. O dicho de otra
manera: Mira a tu alrededor, constata a quienes nadan en la abundancia del
dinero y puedes creer que son los bendecidos por la divinidad de sus dioses.
¿No es esto lo que proclama sin palabras la ostentación de las religiones?
Hablo de las religiones del pasado que conocemos casi en su totalidad gracias a
tanta y tan acendrada investigación. Hablo de las religiones actuales, las
monoteístas o las politeístas. Hablo de la Religión a la que pertenezco y sé
algo, más que muchos y bastante menos que algunos, de esta tal ostentación del
Dios y de su Dinero. Ya se trate del Estado Vaticano, o de la joya de la
catedral de Burgos, o del lujo de espacios llamados religiosos.
Me sigue sorprendiendo que el
Dinero no tenga color político ni social ni religioso ni sentimientos ni
sueños... A veces hasta me da por pensar, y hasta creer, que ese 'creador
universal' fue y sigue siendo el Dinero disfrazado de los mil rostros de la
ingeniería de los humanos. Y así lo expresamos al decir que el 'Don Dinero,
también el de don Francisco de Quevedo y Villegas, poderoso caballero, no
tiene entrañas'.
No deseo alargar más estas
palabras, porque de ellas como del Dinero y hasta de Dios, todos tenemos
nuestra razón. Y me seguiré quedando en mis adentros con la última frase que
dejo escrita en este comentario del Evangelio. Creo que la autora a
quien le pedí prestada esa cita se llama Carla Buendía Hervás, a quien se lo
agradezco.
Y junto a esta reflexión de
entrada añado como aperitivo complementario la evocación de una publicación que
nunca pasará de moda, aunque se trate de una novela y nunca se llegue a
comprender del todo el porqué de su título. Curioso, ¿no? Pues a volverse a
leer 'El nombre de la rosa? del genial escritor Umberto Eco. Nada más, por
ahora.
A continuación se encuentran
las dos páginas de los comentarios del domingo 18 de septiembre.
Carmelo Bueno Heras
Domingo XXV TO Ciclo C
(18.09.2022): Lucas 16,1-13. Hemos hecho Dios al Dinero. Lo comento y escribo CONTIGO,
Además de seguir pendientes de las trágicas aventuras de la
guerra mundial de la autoridad, del poder, de la energía, del fuego, del agua,
de la prensa… Además de este relato de hechos tan lamentablemente actuales
tengo que insistir en el relato de estos comentarios que el Jesús de Nazaret
del Evangelista Lucas sigue ‘en camino’, porque Jerusalén se encuentra aún muy
lejos. Hace mucho, no sé si tiempo o espacio, que abandonó las tierras de
Galilea y, en todo este mucho, no ha dejado de ‘hablar y relacionarse’ con una
inmensa multitud de personas.
Todo
lector curioso lo tendrá muy complicado si desea saber por qué lugares discurre
este ‘camino’, cuánta distancia recorre cada día, cuándo se detiene a reparar
fuerzas ya sea que se trate de comer, descansar o dormir, cómo se las arreglan
para gestionar todos estos asuntos tan importantes para sobrevivir. Sólo se
cuenta y con extenso e intenso interés lo que este judío de Galilea cuenta,
anuncia, enseña, habla, pregunta o responde. Los comentaristas más avanzados
indican que esto que realiza este Jesús de Lucas es ‘evangelizar’.
El
domingo pasado escuchamos muy sorprendidos lo que este Jesús contó a ‘todos’
los publicanos, pecadores, fariseos y escribas a propósito del hecho, tan
cotidiano humanamente, de comer. En este nuevo domingo escucharemos en el
comienzo de la lectura del Evangelio estas palabras: “Decía también a sus
discípulos que había un hombre rico que tenía un administrador corrupto…”
(Lucas 16,1). En aquel irreconocible recodo del camino de la vida de Jesús,
éste evangelizaba a los discípulos (y añado por mi cuenta) entre los cuales hay
que reconocer a todos los ministros ordenados y consagrados por el bautismo.
Nos evangeliza hoy.
Y es
a este grupo explícito de seguidores a quienes cuenta una parábola sobre la
administración de las haciendas, ya sean empresas, instituciones, iglesias,
fundaciones, parroquias, condados, abadías, prioratos, congregaciones,
movimientos, órdenes, asociaciones… ¿Será verdad que el derecho canónico
identifica a los párrocos de las parroquias en el catolicismo como los
‘administradores (evidentemente, añado) apostólicos’?
Después
de contar la parábola con todo el lujo de detalles, el evangelizador Jesús
explica y aplica la enseñanza de la parábola y concluye con una sentencia, o
síntesis fácil de retener en la memoria como una luz encendida, o como
‘mantra’, ‘estribillo’ o ‘tarabilla’: “No podéis servir a Dios y al Dinero’
(Lucas 16,13).
Parece
meridianamente claro en este contexto evangelizador que Dios y el Dinero son
irreconciliables. Sin embargo, la historia de los seguidores de este laico de
Nazaret nos descubre siglo tras siglo que Dios y el Dinero se dan las manos y
caminan codo con codo. Y no es extraño que más de uno haya pensado y escrito
que ambos son las dos caras de una misma moneda. En el ámbito del seguimiento
de Jesús nos hemos hecho servidores, a la vez, de Dios y del Dinero. Y la
entronización de los llamados ‘santos’ viene a ser la culminación de tal
identificación. Nos suena a blasfemia, pero la realidad de la historia nos
grita que el Dinero es Dios.
Probablemente,
en tiempos de Jesús y en los años en los que Lucas redacta su Evangelio también
se podría decir que el Dinero era Dios. Basta con leernos Lucas 16,14, que no
se nos leerá en ninguna liturgia dominical: “Oían estas enseñanzas de Jesús
los fariseos, que eran amigos del Dinero, y se burlaban de él” (de Jesús,
según escribe Lucas). Sin lugar a dudas, el Evangelio, que es Jesús, y Lucas,
que es su Evangelista, nos siguen sonrojando. Carmelo Bueno Heras
CINCO
MINUTOS con la otra Biblioteca de la BIBLIA entre las manos
Tú y yo, entre otras muchas actividades, solemos
también leer. En ocasiones, quedamos sorprendidos por lo que leemos. Es más, y
nos ocurre a veces, llegamos a pensar que lo que leemos nos hubiera gustado
haberlo escrito nosotros mismos. Por esta sola razón, me he decidido a
compartir CONTIGO, semana a semana, durante este año eclesiástico, 52 libros.
Creo que, en la inmensa BIBLIA de todos los textos, como en el cuerpo de toda
persona, ¡todo está relacionado!
.
Ahora, Semana 43ª: 18.09.2022: Cita de Umberto Eco, El nombre de la rosa,
Lumen, Barcelona, 1982, 614 páginas.
[…] es probable que haya dicho cosas incoherentes sobre fray
Guillermo, como para registrar desde el principio la incongruencia de las
impresiones que entonces me produjo. Quizá tú, buen lector, puedas descubrir
mejor quién fue y qué hizo, reflexionando sobre su comportamiento durante los
días que pasamos en la abadía. Tampoco te he prometido una descripción
satisfactoria de lo que allí sucedió, sino sólo un registro de hechos (eso sí)
asombrosos y terribles.
Así,
mientras con los días iba conociendo mejor a mi maestro, tras largas horas de
viaje que empleamos en larguísimas conversaciones de cuyo contenido ya iré
hablando cuando sea oportuno, llegamos a las faldas del monte en lo alto del
cual se levantaba la abadía. Y ya es hora de que, como nosotros entonces, a
ella se acerque mi relato, y ojalá mi mano no tiemble cuando me dispongo a
narrar lo que sucedió después […]
Primer
día. PRIMA. Donde se llega al pie de la abadía y Guillermo da pruebas de gran
dureza.
Era
una hermosa mañana de finales de noviembre. Durante la noche había nevado un
poco, pero la fresca capa que cubría el suelo no superaba los tres dedos de
espesor. A oscuras, en seguida, después de laudes, habíamos oído misa en una
aldea del valle. Luego, al despuntar el sol, nos habíamos puesto en camino
hacia las montañas.
Mientras
trepábamos por la abrupta vereda que serpenteaba alrededor del monte, vi la
abadía. No me impresionó la muralla que la rodeaba, similar a otras que había
visto en todo el mundo cristiano, sino la mole de lo que después supe que era
el Edificio. Se trataba de una construcción octogonal que de lejos parecía un
tetrágono (figura perfectísima que expresa la solidez e invulnerabilidad de la
Ciudad de Dios), cuyos lados meridionales se erguían sobre la meseta de la
abadía, mientras que los septentrionales parecían surgir de las mismas faldas
de la montaña, arraigando en ellas y alzándose como un despeñadero. Quiero
decir que en algunas partes, mirando desde abajo, la roca parecía prolongarse
hacia el cielo, sin cambio de color ni de materia, y convertirse, a cierta
altura, en burche y torreón (obra de gigantes habituados a tratar tanto con la
tierra como con el cielo. Tres órdenes de ventanas expresaban el ritmo ternario
de la elevación, de modo que lo que era físicamente cuadrado en la tierra era
espiritualmente triangular en el cielo […]
Mientras
nuestros mulos subían trabajosamente por los últimos repliegues de la montaña,
allí donde el camino principal se ramificaba formando un trivio, con dos
senderos laterales, mi maestro se detuvo un momento, y miró hacia un lado y
hacia otro del camino, miró el camino y, por encima de éste, los pinos de hojas
perennes que, en aquel corto tramo, formaban un techo natural, blanqueado por
la nieve.
-Rica
abadía -dijo-. Al Abad le gusta tener buen aspecto en las ocasiones públicas.
Acostumbrado
a oírle decir las cosas más extrañas, nada le pregunté […]
Surgió
un grupo agitado de monjes y servidores […] Uno de ellos vino a nuestro
encuentro diciendo con gran cortesía:
-Bienvenido,
señor: no os asombréis si imagino quién sois, porque nos han avisado de vuestra
visita. Yo soy Remigio da Varagine, el cillero del monasterio […] Texto
completo, páginas 26-31.
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