domingo, 18 de septiembre de 2022

Domingo XXV TO Ciclo C (18.09.2022): Lucas 16,1-13. Hemos hecho Dios al Dinero y Semana 43ª: 18.09.2022: Cita de Umberto Eco, El nombre de la rosa, Lumen,

 

El Dinero es Dios

Transitamos ya por el ecuador del mes de septiembre. Por nuestros alrededores occidentales se está comenzando el año, no sabría cómo calificarlo, pero diría que se trata del año 'escolar'. Se nos fue el verano, las vacaciones, el descanso, el desconectar y hay que volver a 'conectarse', ponerse de nuevo las pilas, volver a empezar. Y me digo, ingenuamente quizá, que este volver a empezar es como ponerse ante una página en blanco, cosa que suelo hacer como unas tres veces por semana. 

Cuando todo está en blanco se corre el peligro de desanimarse y dejar la tarea de escribir para horas mejores. En cambio, si uno se atreve a escribir una frase parece como que se anima a seguir. Y esto me acaba de suceder hace unos cinco minutos cuando me ponía ante la tarea de presentar 'mis comentarios compartidos' para el domingo próximo. En este caso, para el domingo 18 de septiembre. 

Y así, en el instante de ver la página en blanco escribí las cuatro palabras del título: El dinero es Dios. Inmediatamente mis ojos se detuvieron en el título que en su día escribí para la página del comentario de Lucas 16,1-13: Hemos hecho Dios al Dinero. Re-escritas están ya las dos. Y cuanto más las leo más sacrílegas e inhumanas me parecen y, a la vez, más verdaderas. 

Inhumanas y ciertas. Nos duele reconocer la inhumanidad del dinero, pero no podemos vivir ni vivirnos sin él. Este asunto de la vida parece estar montado así. ¡Qué bien sabemos qué es el dinero! La pela es la pela, se  decía antes por aquí. De la misma manera puedo hablar de Dios. ¡Qué bien sabemos qué es Dios! Nos sobran textos escritos y mensajes proclamados. Nos atrevemos, incluso, a anunciar a bombo y platillo ¡que sólo Dios basta! Dios y el Dinero. 

Dinero y Dios. Más de un billete de don dinero ha juntado ambas realidades. Se trata de la misma moneda, porque toda moneda tiene dos caras. Lo proclama abierta y descaradamente el salmo uno de la Biblia de los hebreos y que rezamos en la eclesialidad de las plegarias de los cristianos: Dichoso, feliz, bienaventurado el que cumple la Ley de Dios porque será rico en todo y todo le irá bien. O dicho de otra manera: Mira a tu alrededor, constata a quienes nadan en la abundancia del dinero y puedes creer que son los bendecidos por la divinidad de sus dioses. ¿No es esto lo que proclama sin palabras la ostentación de las religiones? Hablo de las religiones del pasado que conocemos casi en su totalidad gracias a tanta y tan acendrada investigación. Hablo de las religiones actuales, las monoteístas o las politeístas. Hablo de la Religión a la que pertenezco y sé algo, más que muchos y bastante menos que algunos, de esta tal ostentación del Dios y de su Dinero. Ya se trate del Estado Vaticano, o de la joya de la catedral de Burgos, o del lujo de espacios llamados religiosos.

Me sigue sorprendiendo que el Dinero no tenga color político ni social ni religioso ni sentimientos ni sueños... A veces hasta me da por pensar, y hasta creer, que ese 'creador universal' fue y sigue siendo el Dinero disfrazado de los mil rostros de la ingeniería de los humanos. Y así lo expresamos al decir que el 'Don Dinero, también el de don Francisco de Quevedo y Villegas, poderoso caballero, no tiene entrañas'.

No deseo alargar más estas palabras, porque de ellas como del Dinero y hasta de Dios, todos tenemos nuestra razón. Y me seguiré quedando en mis adentros con la última frase que dejo escrita en este comentario del Evangelio. Creo que la autora a quien le pedí prestada esa cita se llama Carla Buendía Hervás, a quien se lo agradezco.

Y junto a esta reflexión de entrada añado como aperitivo complementario la evocación de una publicación que nunca pasará de moda, aunque se trate de una novela y nunca se llegue a comprender del todo el porqué de su título. Curioso, ¿no? Pues a volverse a leer 'El nombre de la rosa? del genial escritor Umberto Eco. Nada más, por ahora.

A continuación se encuentran las dos páginas de los comentarios del domingo 18 de septiembre.

Carmelo Bueno Heras

 

Domingo XXV TO Ciclo C (18.09.2022): Lucas 16,1-13. Hemos hecho Dios al Dinero. Lo comento y escribo CONTIGO,

Además de seguir pendientes de las trágicas aventuras de la guerra mundial de la autoridad, del poder, de la energía, del fuego, del agua, de la prensa… Además de este relato de hechos tan lamentablemente actuales tengo que insistir en el relato de estos comentarios que el Jesús de Nazaret del Evangelista Lucas sigue ‘en camino’, porque Jerusalén se encuentra aún muy lejos. Hace mucho, no sé si tiempo o espacio, que abandonó las tierras de Galilea y, en todo este mucho, no ha dejado de ‘hablar y relacionarse’ con una inmensa multitud de personas. 

Todo lector curioso lo tendrá muy complicado si desea saber por qué lugares discurre este ‘camino’, cuánta distancia recorre cada día, cuándo se detiene a reparar fuerzas ya sea que se trate de comer, descansar o dormir, cómo se las arreglan para gestionar todos estos asuntos tan importantes para sobrevivir. Sólo se cuenta y con extenso e intenso interés lo que este judío de Galilea cuenta, anuncia, enseña, habla, pregunta o responde. Los comentaristas más avanzados indican que esto que realiza este Jesús de Lucas es ‘evangelizar’.

El domingo pasado escuchamos muy sorprendidos lo que este Jesús contó a ‘todos’ los publicanos, pecadores, fariseos y escribas a propósito del hecho, tan cotidiano humanamente, de comer. En este nuevo domingo escucharemos en el comienzo de la lectura del Evangelio estas palabras: “Decía también a sus discípulos que había un hombre rico que tenía un administrador corrupto…” (Lucas 16,1). En aquel irreconocible recodo del camino de la vida de Jesús, éste evangelizaba a los discípulos (y añado por mi cuenta) entre los cuales hay que reconocer a todos los ministros ordenados y consagrados por el bautismo. Nos evangeliza hoy.

Y es a este grupo explícito de seguidores a quienes cuenta una parábola sobre la administración de las haciendas, ya sean empresas, instituciones, iglesias, fundaciones, parroquias, condados, abadías, prioratos, congregaciones, movimientos, órdenes, asociaciones… ¿Será verdad que el derecho canónico identifica a los párrocos de las parroquias en el catolicismo como los ‘administradores (evidentemente, añado) apostólicos’?

Después de contar la parábola con todo el lujo de detalles, el evangelizador Jesús explica y aplica la enseñanza de la parábola y concluye con una sentencia, o síntesis fácil de retener en la memoria como una luz encendida, o como ‘mantra’, ‘estribillo’ o ‘tarabilla’: “No podéis servir a Dios y al Dinero’ (Lucas 16,13).

Parece meridianamente claro en este contexto evangelizador que Dios y el Dinero son irreconciliables. Sin embargo, la historia de los seguidores de este laico de Nazaret nos descubre siglo tras siglo que Dios y el Dinero se dan las manos y caminan codo con codo. Y no es extraño que más de uno haya pensado y escrito que ambos son las dos caras de una misma moneda. En el ámbito del seguimiento de Jesús nos hemos hecho servidores, a la vez, de Dios y del Dinero. Y la entronización de los llamados ‘santos’ viene a ser la culminación de tal identificación. Nos suena a blasfemia, pero la realidad de la historia nos grita que el Dinero es Dios.

Probablemente, en tiempos de Jesús y en los años en los que Lucas redacta su Evangelio también se podría decir que el Dinero era Dios. Basta con leernos Lucas 16,14, que no se nos leerá en ninguna liturgia dominical: “Oían estas enseñanzas de Jesús los fariseos, que eran amigos del Dinero, y se burlaban de él” (de Jesús, según escribe Lucas). Sin lugar a dudas, el Evangelio, que es Jesús, y Lucas, que es su Evangelista, nos siguen sonrojando. Carmelo Bueno Heras

 

 

CINCO MINUTOS con la otra Biblioteca de la BIBLIA entre las manos

Tú y yo, entre otras muchas actividades, solemos también leer. En ocasiones, quedamos sorprendidos por lo que leemos. Es más, y nos ocurre a veces, llegamos a pensar que lo que leemos nos hubiera gustado haberlo escrito nosotros mismos. Por esta sola razón, me he decidido a compartir CONTIGO, semana a semana, durante este año eclesiástico, 52 libros. Creo que, en la inmensa BIBLIA de todos los textos, como en el cuerpo de toda persona, ¡todo está relacionado!

. Ahora, Semana 43ª: 18.09.2022: Cita de Umberto Eco, El nombre de la rosa, Lumen, Barcelona, 1982, 614 páginas.

 

[…] es probable que haya dicho cosas incoherentes sobre fray Guillermo, como para registrar desde el principio la incongruencia de las impresiones que entonces me produjo. Quizá tú, buen lector, puedas descubrir mejor quién fue y qué hizo, reflexionando sobre su comportamiento durante los días que pasamos en la abadía. Tampoco te he prometido una descripción satisfactoria de lo que allí sucedió, sino sólo un registro de hechos (eso sí) asombrosos y terribles.

Así, mientras con los días iba conociendo mejor a mi maestro, tras largas horas de viaje que empleamos en larguísimas conversaciones de cuyo contenido ya iré hablando cuando sea oportuno, llegamos a las faldas del monte en lo alto del cual se levantaba la abadía. Y ya es hora de que, como nosotros entonces, a ella se acerque mi relato, y ojalá mi mano no tiemble cuando me dispongo a narrar lo que sucedió después […]

Primer día. PRIMA. Donde se llega al pie de la abadía y Guillermo da pruebas de gran dureza.

Era una hermosa mañana de finales de noviembre. Durante la noche había nevado un poco, pero la fresca capa que cubría el suelo no superaba los tres dedos de espesor. A oscuras, en seguida, después de laudes, habíamos oído misa en una aldea del valle. Luego, al despuntar el sol, nos habíamos puesto en camino hacia las montañas.

Mientras trepábamos por la abrupta vereda que serpenteaba alrededor del monte, vi la abadía. No me impresionó la muralla que la rodeaba, similar a otras que había visto en todo el mundo cristiano, sino la mole de lo que después supe que era el Edificio. Se trataba de una construcción octogonal que de lejos parecía un tetrágono (figura perfectísima que expresa la solidez e invulnerabilidad de la Ciudad de Dios), cuyos lados meridionales se erguían sobre la meseta de la abadía, mientras que los septentrionales parecían surgir de las mismas faldas de la montaña, arraigando en ellas y alzándose como un despeñadero. Quiero decir que en algunas partes, mirando desde abajo, la roca parecía prolongarse hacia el cielo, sin cambio de color ni de materia, y convertirse, a cierta altura, en burche y torreón (obra de gigantes habituados a tratar tanto con la tierra como con el cielo. Tres órdenes de ventanas expresaban el ritmo ternario de la elevación, de modo que lo que era físicamente cuadrado en la tierra era espiritualmente triangular en el cielo […]

Mientras nuestros mulos subían trabajosamente por los últimos repliegues de la montaña, allí donde el camino principal se ramificaba formando un trivio, con dos senderos laterales, mi maestro se detuvo un momento, y miró hacia un lado y hacia otro del camino, miró el camino y, por encima de éste, los pinos de hojas perennes que, en aquel corto tramo, formaban un techo natural, blanqueado por la nieve.

-Rica abadía -dijo-. Al Abad le gusta tener buen aspecto en las ocasiones públicas.

Acostumbrado a oírle decir las cosas más extrañas, nada le pregunté […]

Surgió un grupo agitado de monjes y servidores […] Uno de ellos vino a nuestro encuentro diciendo con gran cortesía:

-Bienvenido, señor: no os asombréis si imagino quién sois, porque nos han avisado de vuestra visita. Yo soy Remigio da Varagine, el cillero del monasterio […] Texto completo, páginas 26-31.

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