Me llamo Lázaro
REFLEXIÓN DOMINICAL -V Cuaresma, jesuita Guillermo Ortiz
(RV).- (Con audio) Pero este nombre no me lo dieron mis padres si no yo mismo después que me revivieron. Porque había muerto. Sí, morí. Pero como a los que reviven con una reanimación cardiopulmonar, yo reviví. Aunque mi muerte no fue física, pero me salvaron a tiempo.
La puerta para entrar a lo más hondo de las propias sombras de muerte es el egoísmo. El modo auto referencial de ver, pensar y hacer las cosas; todo desde el yo-me-mío-para mí- conmigo, es como un veneno y mató mi relación viva con los otros. El encierro en mi mismo me asesinó el amor adentro. Me enterró vivo.
Pero gracias a Dios quedó en el yo clausurado una rendija por la que salía el olor a muerto en descomposición que brotaba de mi tristeza y soledad. Algunas veces olfato y conciencia son lo mismo.
Mi amigo Pedro tuvo compasión del muerto en vida. Me habló de lo que Jesús hizo con Lázaro, hermano de Marta y María. Y cuando escuché las palabras que Jesús dijo a Lázaro llamándolo con fuerza: “Lázaro, salí afuera de la tumba”, fue como si Jesús me lo hubiera ordenado a mí. Y aunque estaba enredado, atado, por mi adicción al yo -como Lázaro enredado en las vendas sepulcrales- salí. Sí, salí de la cueva estancada del yo. Y, antes de terminar de asfixiarme en el egoísmo, respiré el aire de la vida verdadera, buena, bella. El abrazo con los otros terminó de liberarme. Estoy vivo y sé que fue Jesús el que me revivió milagrosamente. Por eso agregue Lázaro al nombre que me dieron mis padres.
Resurrecciones y Revivisiones
¿Cómo no va a ser noticia el hecho de un muerto de cuatro días que sale vivo del sepulcro?
En el caso de Lázaro de Betania, su revivición fue una noticia tan importante que los opositores de Jesús de Nazaret decidieron matar a Jesús y también a Lázaro, para que no quedara prueba de semejante milagro.
Las revivisiones que hoy realiza Jesús pasan más desapercibidas y no son noticia en los medios importantes. El cambio visible no suele ser instantáneo y lo notan sólo los más cercanos al redivivo. Pero son muchos los que hoy en agonía espiritual se aferran a Jesús, como a un tubo de oxigeno o al aparato de transfusión de sangre, para que los reviva. Y como Marta y María son muchos los que rezan por la revivisión espiritual de tantos que parecen vivos, pero que son “muertos que caminan”.
Al final los enemigos de Jesús lograron que fuera torturado, condenado y ejecutado en el patíbulo romano. Pero al tercer día, antes de comenzar a descomponerse, Jesús resucitó de entre los muertos, victorioso del mal y de la muerte.
De muertos que caminan
La diferencia no esta solamente entre vivo y cadáver, porque hay muertos caminando hoy por la calle, o mirándose al espejo, o sentados frente a la computadora. Son cuerpos huecos, vacíos. O con el hueco del alma lleno de las víctimas de su comodidad y su egoísmo, como una fosa común de cementerio. Personas como zombis, maquilladas con su falsa ilusión, como el rubor o el colorete cosmético sobre su palidez de cadáver.
El muerto que camina disimulado entre los vivos verdaderos puedo ser yo mismo o vos que me escuchas. ¿Cómo hago para revivir? Me pongo frente al espejo espiritual de la conciencia -esa rendija abierta a Dios aún cuando las puertas y ventanas del alma clausuradas me transforman en un sepulcro- y sabiendo que Jesús está presente en el mundo; que está vivo; que puede revivirme aunque yo haya entrado en el proceso definitivo de descomposición, y me repito las palabras de Jesús a su amigo de Betania: “¡Lázaro, salí afuera de la tumba!”
Le pido a Jesús que me reviva, porque no quiero ser un muerto que camina, no es vida la del alma hueca o la clausura total del egoísmo. Que me despierte del sueño, que me cure de la anestesia permanente.
Recemos por los difuntos y también por tantos muertos que caminan, para que Jesús reviva en nuestro interior anestesiado, dormido, la verdadera vida.
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