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Elliott Suttle es
actualmente profesor de inglés en Japón, donde conduce dos horas para ir a
una misa de 20 parroquianos
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Elliott Suttle creció en un pueblecito de Carolina del Norte
en una familia cristiana metodista que iba a la iglesia cada domingo,
aunque nunca hablaban cosas de Dios en casa.
Su madre fue educada como presbiteriana y su padre como
baptista y al casarse decidieron que asistirían a una iglesia metodista
como “terreno neutral”.
Suttle nunca oyó decir ni una palabra sobre la Iglesia
Católica, ni buena ni mala, hasta que en la adolescencia conoció a los
vecinos, una familia católica que se acababa de mudar al vecindario.
Adolescente atraído por las cosas
de Dios
En esa época Suttle se sentía atraído por las cosas de Dios.
Le parecía que algo andaba mal cuando veía que sobre un mismo tema un
pastor predicaba una cosa y otro la contraria.
Además, en la escuela y en la iglesia, en la preparación
para la confirmación (estilo metodista) le molestaban los mismos chicos que
lo habían escogido como blanco de sus burlas y bromas continuas.
Pero para él la confirmación era importante, era un “sí” a
Dios. Su abuelo incluso le había regalado una Biblia, la misma que él había
recibido en su propia confirmación. A Elliott le dolió mucho no poder
asistir a ese día tan especial por culpa de una enfermedad estomacal.
En los años anteriores a la universidad, la familia se mudó
a California y él encontró una congregación metodista con magníficos
ministerios para jóvenes: iban a asambleas y convenciones juveniles casi
cada mes, y de hecho él fue monitor en un campamento para niños en Alaska.
Le gustaba participar en estas cosas, aunque no afectaba mucho a su vida
fuera de las actividades eclesiales.
Universitario sin Dios y sin
iglesia
Cuando empezó a ir a la universidad, dejó de ir a la
iglesia. Se dijo a sí mismo: “no necesito la iglesia para mantener mi trato
con Dios”. Además, solía pasar toda la noche despierto (videojuegos,
amigos, diversiones) y se iba a la cama por la mañana a la hora en que
empezaban los servicios religiosos.
En la universidad conoció el debate sobre el aborto. Un
amigo le hizo ver que era un tema importante y que no podía mantenerse sin
tomar posición. Lo reflexionó durante un par de semanas y llegó a la
conclusión de que “el asesinato está mal, aunque se haga en nombre de la
libertad personal”. En toda su vida, nunca abandonó esta convicción.
Su posición espiritual se fue deslizando. Primero se dijo
que podía vivir un trato con Dios sin iglesia… y después que podía ser
moral, bueno, sin Dios. El tercer nivel fue asumir que la religión era algo
molesto, que le fastidiaba, y pasó a considerarse agnóstico.
Una vez descubrió en el asiento trasero del coche de un amigo
que le llevaba unos folletos de su parroquia. Solo ver eso despertó en él
cierta rabia, desprecio, enfado… años después identificaría ese sentimiento
por su nombre real: culpa.
Católicos firmes y defensa de la
vida
A principios de 2005 se desató el debate sobre Terri
Schiavo, una mujer en coma, que para mantenerse viva no necesitaba
respirador ni trato desproporcionado alguno, sino lo mismo que todos
nosotros: alimento e hidratación, que se le diese de comer.
Su marido pidió que se dejase de alimentarla, pedía matarla
de hambre y sed, asegurando que ella lo habría querido. Sus padres
protestaban y pedían al hospital que no la matasen: el símbolo de su lucha
era una cucharilla, alimentar al enfermo.
El tema aparecía en televisiones y periódicos, y era usado
por los defensores de la eutanasia para promover su posición.
Elliott Suttle no era la persona más virtuosa del mundo pero
profesaba con firmeza los valores provida: matar de hambre o sed a un
enfermo está mal.
En la radio escuchaba con frecuencia a Sean Hannity, un
católico –como la familia de Terry Schiavo- que explicaba con razones por
qué el marido de Terry era injusto al pedir retirar la alimentación a su
esposa enferma.
Suttle vio que Hannity y los padres de Terry tenían a la
Iglesia Católica y a su fe católica como fuertes pilares para apoyarse
contra lo que llamaban “la cultura de la muerte”. “Aunque yo no era
creyente, los argumentos de Sean Hannity resonaban en mí y me parecían
correctos”, recuerda.
Dos Papas en TV
Por esos mismos días pasó algo que colocó a la Iglesia
Católica en los televisores de todo el mundo: el 2 de abril de 2005 moría
Juan Pablo II, el hombre más fotografiado y más retransmitido de la
historia, Papa durante 27 años, y se abría un proceso de elección del nuevo
Pontífice, Benedicto XVI. Elliott siguió esos acontecimientos por
televisión con interés.
Así, los medios de comunicación le habían acercado la
Iglesia Católica a través de grandes personalidades: la familia de Terri,
Sean Hannity, dos papas…
Tres días antes, el 31 de marzo, había muerto de inanición
Terri Schiavo; le habían retirado la alimentación 13 días antes por orden
del juez de Florida George W. Greer.
Estas muertes habían hecho pensar a Elliott… y la Semana
Santa estaba en marcha.
Extraña noche de Pascua y
videojuegos
En la noche de Pascua, mientras se sentaba para jugar
videojuegos en su ordenador toda la noche, Elliott fue “sobrecogido por una
necesidad de ir a la iglesia por la mañana. Este sentimiento vino de la
nada, y contradecía todo lo que era mi vida en ese momento.
Incluso hoy, lo único que puedo decir es que el Espíritu
Santo me dio un conocimiento absoluto, indudable, de que tenía que ir a la
iglesia por la mañana. En el fondo de mi mente, parecía que tenía que ser
una iglesia católica, pero el mensaje abrumador es que debía ir a la
iglesia”.
Era un impulso tan insistente que Elliott se levantó y
consultó el listín telefónico de la ciudad (Tuscaloosa, Alabama, 95.000
habitantes), para comprobar que había muchísimas iglesias de muchísimas
denominaciones… decidió centrarse en las católicas… y había sólo una
parroquia.
Elliott no tenía ninguna gana de ir a la iglesia, pero pactó
consigo mismo que si se despertaba a las 9.30 de la mañana iría a la misa
de once. Quedó jugando al ordenador un rato más y se acostó pasada la
medianoche, “asegurándome de no conectar la alarma del despertador”.
Se despertó de forma natural exactamente a las 9.30.
Sin ninguna gana y quejoso se dio cuenta de que debía
cumplir su compromiso. Se duchó, subió al cohe y buscó la iglesia.
Un protestante agnóstico va a
comulgar
Entró en el templo y se sentó en la zona trasera.
“Mientras esperaba a la misa tuve la sensación de que había alguien
presente, alguien distinto a los parroquianos, el cura y el diácono. Supe
en mi corazón que Dios estaba presente en el edificio, mirando y observando
el servicio. Yo venía de un ambiente protestante, donde la comunión no era
gran cosa, no tenía ni idea de lo que era la comunión católica”.
Durante la misa, imitó lo que veía a su alrededor: se
sentaba cuando todos lo hacían, se levantaba cuando lo hacían los demás… y
fue a comulgar cuando vio que la gente iba, sin saber nada de la doctrina
que reserva la comunión solo para quienes están en Gracia de Dios y
reconocen que es realmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
“Ofrecían la hostia y la copa. Al recibir cada una, fue casi
como ser golpeado por un rayo eléctrico. Quiero decir que hubo una
sensación real física de electricidad al recibir cada especie. Era algo que
nunca antes había experimentado y para lo que no estaba preparado”.
Abrumado, al terminar la misa acudió al diácono a comentarle
lo que había pasado y sentido. Le explicó su formación metodista, su
sentimiento en la noche, su falta de fe… El diácono le dijo que evidentemente
Dios quería que viniese a misa esa mañana y le pasó el contacto con el
Curso de Iniciación Católica para Adultos.
Explorando la fe
Así Elliott se apuntó al curso de verano con otras 17
personas. Lo consideraba una exploración de la fe católica. Al principio no
se animaba a ir a misa los domingos porque pensaba que sus padres, siendo
protestantes, podían molestarse, pero cuando lo comentó con su madre y le
explicó brevemente lo que había pasado ella respondió, entre lágrimas, que
estaba muy feliz de que fuese a la iglesia, cualquiera que fuese.
El 9 de octubre de 2005 Elliott fue recibido en la plenitud
de la Iglesia Católica en la parroquia del Santo Espíritu de Tuscaloosa (www.hschurch.com) y en abril de
2006 ingresaba como miembro de los Caballeros de Colón, la asociación de
laicos católicos más extendida en EEUU.
Más adelante, en un retiro en una abadía benedictina,
conoció su espiritualidad y adoptó la práctica de la liturgia de las horas,
asegurando su oración diaria.
En primavera de 2013 llegó a Japón como profesor de inglés.
La iglesia católica más cercana la tiene a dos horas de coche: hay una sola
misa el domingo, con apenas 20 parroquianos. A veces, solo hay 10. No hay
coro, no hay grupos comunitarios… todas esas cosas que las parroquias de
EEUU dan por descontadas. Pero en esa pobreza él se ha mantenido fiel a su
fe, y cuenta su testimonio para que ayude a otros cristianos.
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