martes, 29 de julio de 2014

Beato José de Calasanz Marqués - Santos Lázaro y María 29072014

martes 29 Julio 2014

Beato José de Calasanz Marqués


 


Beato José de Calasanz Marqués, presbítero y mártir

En Valencia, igualmente en España, beato José Calasanz Marqués, presbítero de la Sociedad de San Francisco de Sales y mártir, que derramó su sangre por Cristo en esa misma persecución.
Pariente lejano del Santo Fundador de los Escolapios, había nacido en (Huesca) el 23 de noviembre de 1872. Conoció a Don Bosco en la visita que hizo a Barcelona en 1886, ya que era entonces interno en la incipiente Casa Salesiana de Sarriá. Habiendo profesado a los 18 años, cinco años más tarde, en Navidades de 1895, cantaba allí mismo su Primera Misa.
 
Secretario del Siervo de Dios don Felipe Rinaldi durante diez años, se le encargó después de la dirección del Colegio de La Esmeralda en las Corts de Sarriá, que en 1905 se trasladaba a Matará. Dejó esta Casa en 1916 para dirigir la de Camagüey (Cuba), de donde pasó a ser Provincial de la Inspectoría Boliviano-Peruana, y desde 1925 de su Inspectoría de procedencia, la Tarra­conense. Se distinguió por su gran corazón, lleno de amor a los Hermanos, a los Superiores y a la Congregación, demostrado con una actividad incansable en su servicio. Sereno mientras la persecución arreciaba, así habló a un Herma­no que le exponía sus temores: —Hijo mío, debemos tener más confianza en la Divina Providencia. De todos modos, creo que estoy en gracia de Dios.
 
Habiendo pasado con los demás salesianos una semana en la cárcel de Valencia, fue detenido por unos milicianos de Mislata, que al ver la sotana en su maletín, le preguntaron si era cura: —Sí, soy Sacerdote Salesiano, res­pondió con calma y dignidad. Fue conducido de pie en un camión hacia Valencia, y al llegar al Puente de San José, el disparo de un fusil que llevaba un mozalbete, desobediente a quien le indicaba el peligro anejo a la forma de llevar el arma, acabó con su vida. Los dos salesianos que le acompañaron fueron testigos de su inmola­ción, consecuencia del odio al sacerdote. Era el 29 de julio de 1936.
fuente: Aciprensa

Santos Lázaro y María



Santos Lázaro y María, santos del NT

Conmemoración de san Lázaro, hermano de santa Marta, a quien lloró el Señor al saber que había muerto y después resucitó, y de santa María, su hermana, la cual, mientras Marta se ocupaba inquieta y nerviosa en preparar todo lo necesario, ella, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras.
Marta, María, Lázaro... la nueva organización del Martirologio Romano ha dado un importante paso al inscribir en un mismo día a los tres hermanos, de quienes las únicas noticias que tenemos tienen que ver con que son hermanos y están juntos. Lamentablemente, aun falta que algún ajuste ulterior de la liturgia haga que la memoria obligatoria de santa Marta se transforme en memoria obligatoria de los tres santos juntos. Durante siglos se confundió a María de Betania con María Magdalena, lo que es incorrecto desde el punto de vista de cómo son presentados los respectivos personajes en el Evangelio.
 
Marta y su hermana María como anfitrionas de Jesús en «un pueblo» -aunque sin mencionar ni a Lázaro ni al pueblo de Betania-, aparecen en un breve relato de san Lucas, 10,38-42, y a su vez las dos hermanas relacionadas con Lázaro y con Betania aparecen mencionadas en Juan 11,1-53, el largo y significativo relato de la resurrección de Lázaro (que resulta ser la motivación inmediata de la muerte de Jesús, v.47ss) y nuevamente en Juan 12,1-8, con la escena de la unción en Betania. Hubo muchas mociones dentro de la exégesis, sobre todo en el siglo XX, de interpretar estos personajes como ficticios, es decir, que serían símbolos «puros», no provenientes de recuerdos concretos sino «fabricados», por así decir, en la catequesis de los primeros años para enseñar actitudes cristianas concretas. Debe tenerse presente que los evangelios se compusieron como catequesis, es decir, no como meros recuerdos biográficos de Jesús, sino para enseñarnos quién es él, para enseñarnos a ver lo no-visible de Jesús; por ello es lógico que todos los elementos que componen los evangelios contengan algo de simbolismo. Prácticamente nada de lo que se dice en los evangelios se cuenta simplemente porque forma parte de un recuerdo histórico, sino que todo está al servicio de contar ese significado de Jesús. Sin embargo, dicho esto, debe afirmarse con la misma contundencia que todo lo que los evangelios cuentan sobre Jesús lo basan, no en su propia imaginación, sino en cosas que realmente han sucedido, en personajes que realmente rodearon a Jesús, y en acontecimientos que se verificaron; aun cuando esas cosas, esos personajes, esos acontecimientos, han sido siempre «trabajados» simbólica y literariamente para provocar una enseñanza en el lector.
 
Tomemos el caso de Lázaro. ¿Existió un personaje Lázaro, amigo de Jesús, al que Jesús haya resucitado? salvo para quien quiere mantener una postura en extremo hipercrítica, y que de antemano rechace toda conexión de los evangelios con la realidad, el análisis de los relatos muestra que todo lo que se dice sobre Lázaro se refiere a una persona concreta. Es claro que para cualquiera es difícil de aceptar la resurrección de un muerto, y no ya la resurrección trascendente de Jesús, que resucita y pasa a «otra dimensión de realidad», sino la de alguien que ayer estaba enterrado y hoy está otra vez comiendo con los suyos... pero la resurrección de Lázaro no es mas difícil de aceptar que la de la hija de Jairo. Y si Jesús no resucitó muertos porque es difícil de aceptar, ni expulsó demonios porque es difícil de aceptar, ni realizó milagros porque es difícil de aceptar.... ¿por qué se supone que resultó tan urticante y molesto al punto de que valía la pena sacarlo de en medio al precio que fuera? Jesús resucitó a Lázaro, y manifestó con ello un poder sobre la vida, de tal modo que años más tarde, y habiendo vivido la experiencia de la Pascua, el evangelio de Juan pudo reflexionar y encontrar en ese hecho una gran profundidad de enseñanzas catequéticas sobre el poder de la luz, sobre el dolor y el amor fraterno, sobre la esperanza, sobre la fe en que Jesús es el Cristo, y utilizar ese hecho real de la resurrección, que tal vez fue conocida de unos pocos, ya que ocurrió en una aldea, y proyectar a través de ello una «clase magistral», los capítulos 11 y 12 de Juan, que hacen la bisagra entre la predicación de Jesús y su «Hora».
Sobre Marta y María tenemos las dos actitudes bien plasmadas en el relato de Lázaro: Marta que sale al encuentro, discute con Jesús, en el capítulo 12 sirve la mesa: Marta es activa. De María se dan tres pinceladas: permaneció en la casa (es decir, de duelo), pero en cuanto oyó que Jesús la llamaba «se levantó rápidamente, y se fue donde él» (v. 29), cuando lo ve a Jesús «cayó a sus pies» (v. 32), y en la escena del capítulo 12 «ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos» (v. 3). Curiosamente, la tres referencias a María la muestran "a ras de suelo", mientras que Marta está erguida, discute, va y viene. Juan enseñó cuestiones importantes en torno a la fe por medio de estas dos hermanas, pero el centro de lo que estaba hablando está puesto en la resurrección de Lázaro y en la próxima muerte de Jesús. San Lucas, sin embargo, supo encontrar en esas dos hermanas dos actitudes que seguramente han sido una constante en la vida de la Iglesia desde el inicio, y que más tarde darán lugar a los caracteres «activo» y «contemplativo», así que nos cuenta una escena en donde esos dos caracteres están manifiestos al extremo: Marta, que «se preocupa y se agita», y María que «ha elegido la parte buena», contraposición que sirve para dar otro ejemplo más de una doctrina que es absolutamente central en la predicación de Jesús y que recorre los cuatro evangelios: sólo una cosa es importante; aunque eso único importante se tematiza en distintas partes del Evangelio con distintos nombres: buscar el Reino de Dios y su justicia, permenecer unidos a la Vid, ver al Padre, etc.
 
Marta, María, Lázaro, tres hermanos, amigos de Jesús, que han sido vehículos para enseñanzas que difícilmente no tengamos en la memoria, precisamente porque han sido transmitidas a través de hechos extraordinariamente cotidianos: la agitación e inquietud que provoca la vida misma, el deseo frecuentemente insatisfecho de permanecer en silencio ante Dios, el dolor de una pérdida... acontecimientos de los que ninguna vida está libre, aunque son aquellos de los que más nos cuesta hablar.
 
No tiene sentido detenerme aquí en lo que la leyenda posterior ha hecho de estos personajes: de Lázaro un obispo de Chipre o de Marsella, de Marta, evangelizadora de la Galia junto con María, etc... son tradiciones, no sólo incomprobables, sino en muchos detalles ridículas, y pienso que poco agregan a la comprensión de la santidad de aquellos que la recibieron irradiada del propio Jesús.
 
Como bibliografía es recomendable detenerse en alguna buena exégesis del capítulo 11 de Juan, un relato central en el mundo del cuarto evangelio; por mi parte recomiendo el análisis que hace Raymond Brown en «El Evangelio según Juan», ed. Cristiandad, tomo I, págs 738ss. También pueden servir comentarios como el «San Jerónimo», ya sea el clásico o el nuevo, pero ante un relato tan lleno de detalles, conviene algo más completo. Quien quiera conocer las leyendas en torno a Lázaro y sus hermanas, una fuente buena es el Butler-Guinea, en sus artículos del 22 de julio (María), 29 de julio (Marta) y 17 de diciembre (Lázaro), sobre todo los dos primeros. No lo he seguido aquí porque preferí centrarme más en la cuestión de la Escritura, pero es, como siempre, una lectura de buena calidad. La Enciclopedia Católica, a pesar de sus muchos años, tiene un artículo de Léon Clugnet (1910) muy interesante y aun valioso sobre las tradiciones provenzales en torno a san Lázaro, lamentablemente, la traducción castellana que hay en línea apenas si permite enterarse de lo que habla.

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