EL CATECUMENO ÁRABE
Al Maestro árabe Jalal ud-Din Rumi le gustaba contar la siguiente historia:
Se hallaba un día el profeta Mahoma presentando la oración matutina en la mezquita. Entre la multitud de los fieles se encontraba un joven catecúmeno árabe.
Mahoma comenzó a leer el Corán recitando el versículo en que el Faraón afirma: «Yo soy tu verdadero Dios».
Al oírlo, el joven catecúmeno sintió tanta ira que rompió el silencio y gritó: «¿Será fanfarrón, el muy hijo de puta?».
El profeta no dijo nada, pero cuando acabaron las oraciones, los demás comenzaron a increpar al árabe: «¿No te da vergüenza? Has de saber que tu oración le desagrada a Dios, porque no sólo has roto el santo silencio de la oración, sino que además has usado un lenguaje obsceno en presencia del profeta de Dios».
El pobre árabe enrojeció de vergüenza y se puso a temblar de miedo, hasta que Gabriel se le apareció al profeta y le dijo: «Dios te manda sus saludos y desea que hagas que esa gente deje de increpar a ese sencillo árabe; en realidad, su sincero juramento ha movido su corazón más que las santas plegarias de muchos otros».
Cuando oramos, Dios se fija en nuestro corazón, no en nuestras fórmulas.
NOSOTROS SOMOS TRES, TÚ ERES TRES
Cuando el barco del obispo se detuvo durante un día en una isla remota, decidió emplear la jornada del modo más provechoso posible. Deambulaba por la playa cuando se encontró con tres pescadores que estaban reparando sus redes y que, en su elemental inglés, le explicaron cómo habían sido evangelizados siglos atrás por los misioneros. «Nosotros ser cristianos», le dijeron, señalándose orgullosamente a sí mismos.
El obispo quedó impresionado. Al preguntarles si conocían la Oración del Señor, le respondieron que jamás la habían oído. El obispo sintió una auténtica conmoción. ¿Cómo podían llamarse cristianos si no sabían algo tan elemental como el Padrenuestro?
«Entonces, ¿Qué decís cuando rezáis?» «Nosotros levantar los ojos al cielo. Nosotros decir: 'Nosotros somos tres, Tú eres tres, ten piedad de nosotros'». Al obispo le horrorizó el carácter primitivo y hasta herético de su oración. De manera que empleó el resto del día en enseñarles el Padrenuestro. Los pescadores tardaban en aprender, pero pusieron todo su empeño y, antes de que el obispo zarpara al día siguiente, tuvo la satisfacción de oír de sus labios toda la oración sin un solo fallo.
Meses más tarde el barco del obispo acertó a pasar por aquellas islas y, mientras el obispo paseaba por la cubierta rezando sus oraciones vespertinas, recordó con agrado que en aquella isla remota había tres hombres que, gracias a pacientes esfuerzos, podían ahora rezar como era debido. Mientras pensaba esto, sucedió que levantó los ojos y divisó un punto de luz hacia el este. La luz se acercaba al barco y, 'para su asombro, vio tres figuras que caminaban hacia él sobre el agua. El capitán detuvo el barco y todos los marineros se asomaron por la borda a observar aquel asombroso espectáculo.
Cuando se hallaban a una distancia desde donde podían hablar, el obispo reconoció a sus tres amigos, los pescadores. «¡Obispo!», exclamaron, «nosotros alegrarnos de verte. Nosotros oír tu barco pasar cerca de la isla y correr a verte».
«¿Qué deseáis?»?, les preguntó el obispo con cierto recelo.
«Obispo», le dijeron, «nosotros tristes. Nosotros olvidar bonita oración. Nosotros decir: 'Padre Nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino...'. Después olvidar.
Por favor, decirnos otra vez toda la oración». El obispo se sintió humillado. «Volved a vuestras casas, mis buenos amigos», les dijo, «y cuando recéis, decid: 'Nosotros somos tres, tú eres tres, ten piedad de nosotros'».
A veces he visto a mujeres ancianas rezar interminables rosarios en la iglesia. ¿Cómo va a glorificar a Dios ese incoherente palabreo? Pero siempre que me he fijado en sus ojos o en sus rostros alzados al cielo, he sabido en el fondo que ellas están más cerca de Dios que muchos hombres doctos.
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