Encuentro de los hijos con la Madre del alma
REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz
(RV).- (Con audio) Sí, como en el encuentro del hijo o la hija con la madre. Llegamos a la casa de la madre querida desde lejos y después de algún tiempo. La casa toda de la madre es como una continuidad del regazo materno. Pero la madre sabe que llegamos y, si puede, sale a recibirnos. El hijo se emociona cuando la ve en la puerta de la casa. Ríe, llora, corre hacia ella que salió a recibirlo.
En muchos casos la madre sale a la puerta con el hijo pequeño en brazos. Con un brazo sostiene al pequeño y con el otro ofrece el abrazo al hijo, a la hija que regresa, o un vaso de agua o un pedazo de pan.
Pasa lo mismo cuando sale la imagen que representa a la madre de Dios en su advocación del Carmen, en la Vía de la conciliación que desemboca en el Santuario de San Pedro, en Roma, en la Parroquia de Santa María en Traspontina, que atienden los padres carmelitas.
Llegamos al caer de la tarde, algunos desde lejos. Y nos amontonamos frente a la puerta esperando en silencio. Y cuando la imagen de la madre Dios sale, la gente se emociona, llora, aplaude, reza. Ya con la mirada queremos entregarle el corazón.
Esta imagen de la Virgen que vemos salir a la puerta, trae en su brazo izquierdo al niño Jesús pequeño. En la otra mano ofrece el escapulario que es más que un abrazo, porque de hecho el escapulario de los carmelitas es como un poncho que nos protege y libra de la intemperie del mal, en el que muchas veces nosotros mismo nos metemos.
Pero hoy no. Hoy rezamos. Nos ponemos en el regazo de la Virgen donde está Jesús, Hijo de Dios. Como niños nos cubrimos con el manto de la Virgen y le pedimos: “Ruega por nosotros pecadores”. Caminamos rezando y cantando por el barrio, el corazón enternecido por la caricia suave de la Madre del alma.
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