SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS 1873-1897 La santa más popular de los tiempos modernos y también la menos vistosa; arropada incluso por una piedad llena de bonísimas intenciones, la fuerza interior de esta alma ha impresionado a los contemporáneos.
Sólo la fuerza interior, porque de puertas para afuera, una más en el Carmelo normando de Lisieux: callada, obediente, gris, débil de cuerpo, , que ni siquiera gozaba de buena reputación entre sus compañeras y sus superiores.
Nunca hizo nada extraordinario, nunca se movió de su sitio, un convento cualquiera en un rincón de provincias; las estadísticas se estrellan en su figura, aquí no hay nada que contar, nada periodístico, llamativo, brillante.
Se limitó a seguir lo que ella llamaba el caminito, «la petite voie». Adorar, rezar, sufrir, trabajar, obedecer, encomendar. Su reino pertenece a lo invisible, a lo sobrenatural, y murió ignorada de todos.
La gran santa de los últimos siglos vivió de espaldas al relumbrón de la modernidad, conjurando con su entrega silenciosa el estruendo diabólico que nos rodea.
Sólo después de su muerte su libro, Historia de un alma, y sus milagros la hicieron famosa, y la Iglesia la ha hecho patrona de las misiones.
Asombroso patronazgo suyo, al menos a primera vista; la pobre monjita de Lisieux patrona de la actividad misionera, motor de la evangelización, ella, de horizontes humanos tan cortos, sin medios, sin dinero, sin salud. Sólo poniéndose en manos de Dios para todo y no conformándose con menos.
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SANTA TERESA DE JESUS JONET, Virgen Fundadora del Instituto de las Pequeñas Hermanas de los Ancianos Abandonados.
Santa Teresa nació el 9 de enero de 1843, en Lérida, Cataluña. Deseaba ingresar en la vida religiosa y solicitó su admisión con las clarisas de Briviesca, cerca de Burgos, pero no pudo profesar a causa de la legislación en vigor. Se dedicó entonces a la enseñanza y se hizo terciaria carmelita.
En 1872, fundó la primera casa en Barbastro, destinada a recoger ancianos sin familia y sin medios de subsistencia. El 27 de enero de 1873, tomó el hábito y fue nombrada superiora.
Para poder recibir a más ancianos, compró el antiguo convento de los agustinos. Esta casa se convirtió más tarde, en la casa madre de la congregación de las Pequeñas Hermanas de los Ancianos Abandonados. Fue aprobada por la Santa Sede en 1887, y hasta ese año contaba ya con 58 filiales.
Santa Teresa aprendió con las terciarias carmelitas la devoción a la Santísima Virgen y con las clarisas el amor a los pobres; en los ejercicios de San Ignacio, el ardiente deseo de identificar constantemente sus sentimientos a la voluntad divina.
La santa solía decir: "No hay nada pequeño cuando se trata de la gloria de Dios". Murió el 26 de agosto de 1897. Pío XII la beatificó el 27 de abril de 1958.
Himno
Nos apremia el amor, vírgenes santas, Vosotras, que seguisteis su camino, Guiadnos por las sendas de las almas Que hicieron de su amor amar divino.
Esperasteis en vela a vuestro Esposo En la noche fugaz de vuestra vida, Cuando llamó a la puerta, vuestro gozo Fue contemplar su gloria sin medida.
Vuestra fe y vuestro amor, un fuego ardiente Que mantuvo la llama en la tardanza, Vuestra antorcha encendida ansiosamente Ha colmado de luz vuestra esperanza.
Pues gozáis ya las nupcias que el Cordero Con la Iglesia de Dios ha celebrado, No dejéis que se apague nuestro fuego En la pereza y el sueño del pecado.
Demos gracias a Dios y, humildemente, Pidamos al Señor que su llamada Nos encuentre en vigilia permanente, Despiertos en la fe y en veste blanca. Amén
Dios y Padre Nuestro, que abres las puertas de tu reino a los pequeños y humildes, haz que sigamos confiadamente el camino de sencillez que siguió Santa Teresa del Niño Jesús, para que, por su intercesión, también nosotros lleguemos a descubrir aquella gloria que permanece escondida a los sabios y prudentes según el mundo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Oración a Santa Teresa de Jesús Jonet
Escucha, Señor, nuestras plegarias y concede a los que celebramos la virtud de Santa Teresa de Jesús Jonet, virgen, crecer siempre en tu amor y perseverar en él hasta el fin. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
San Luis Versiglia
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Este mártir salesiano nació en Oliva Gessi (Pavía, Italia) el 5 de junio de 1873. Cuando a sus 12 años llegó al Oratorio de Valdocco, en Turín, regido por Don Bosco, para estudiar allí y cumplir su sueño de convertirse en veterinario, era un muchacho educado, sociable, ingenioso y muy sensible. En los dos años y medio que pasó al lado del fundador de los salesianos, que fue su director espiritual, cambió de parecer. Simplemente con ver su forma de vida, se trocaron sus previsiones de futuro que no estaban encaminadas a la vida religiosa. Además, le cupo el honor de pronunciar el discurso de felicitación el día de su onomástica, la última que Don Bosco celebró en la tierra. Éste murió el 31 de enero de 1888. Un año antes, se dirigió a Luis con estas palabras: «Ven a verme, tengo algo que decirte». Pero ya no hubo ocasión de llevar a cabo este encuentro. El 11 de marzo de ese mismo año Luis sintió latir en su corazón el ardor misionero cuando vio cómo se imponía el crucifijo a siete salesianos en la Basílica de María Auxiliadora que se disponían a partir a sus destinos. Y siguió los pasos de su fundador. Definitivamente abandonaba la idea de ser veterinario. Hizo el noviciado en Foglizzo, y profesó a los 16 años. Luego, estudió con ahínco en la universidad Gregoriana de Roma y no dejó de dar testimonio de su fe a los jóvenes que hallaba al paso en el Oratorio del Sagrado Corazón; tenía como modelo a Don Bosco. En 1893 obtuvo brillantemente el grado de doctor en filosofía en una edad espléndida, apenas rebasando la veintena. Mientras impartía clases a los novicios en Foglizzo Canavese (Turín) se empleaba a conciencia en el estudio de las disciplinas que le encaminarían al sacerdocio, sacramento que recibió en 1895.
Su anhelo era partir a misiones. Y, desde luego, iría, como él deseaba, pero no en esos momentos. El P. Miguel Rúa, sucesor de Don Bosco, había visto sus cualidades, y ya tenía para él otra responsabilidad. Pasó por alto su juventud, y lo nombró director y maestro de novicios en Genzano, un centro que él acababa de crear. Acertó de pleno, porque realmente Luís era un gran formador, como demostró en los nueve años que estuvo al frente de la casa. Como su afán misionero se mantuvo intacto, aprovechó ese tiempo para aprender idiomas, herramienta conveniente para quien se muestra dispuesto a viajar a tierras lejanas para evangelizar, que era su caso. El momento añorado llegó en enero de 1906. Su nuevo destino: China. Tenía entonces la mítica edad de 33 años, y su corazón rebosaba de júbilo. Iba al frente de esa primera expedición de salesianos que salía rumbo a este país asiático.
Al llegar a Macao pronto se convirtió en el «padre de los huérfanos», aquellos 55 niños del orfanato que el obispo puso en manos de estos misioneros, centro dirigido espiritualmente por Luis y en el que dejó su impronta apostólica. Las tensiones político-sociales se desencadenaron cuatro años más tarde, y con ellas el anticlericalismo de origen portugués que tocaba de lleno a los territorios que dependían del Estado luso. Eso conllevó la expulsión de los salesianos que tuvieron que partir a Hong Kong. Allí, y a instancias del prelado, se hicieron cargo de otro orfanato en medio de la desbordante alegría de los ciudadanos de Heung Chow. Lamentablemente, un monzón arrasó su casa y desplazó a los religiosos a Shek Ki. Desde 1912 a 1920 Luis dirigió sabiamente la misión. Se abrieron nuevas residencias y pudieron atender las fundaciones de Macao y de Río de Perlas. Creativo y lleno de proyectos para mejorar la vida de la gente, creó una escuela de comercio y diversos talleres, que revertieron en una mayor expansión.
En 1920 fue designado obispo de Schiu Chow. El instante no podía ser más comprometedor ya que, lejos de disiparse los atentados contra la fe católica, arreciaban. Nada de ello detuvo al santo. Siguió impulsando escuelas, seminarios, casas de formación, orfanatos, residencias de ancianos, catequizando a tiempo y a destiempo. Cercano, fraterno, con un marcado espíritu paternal tutelaba la vida de sus hermanos y no demandaba de ellos esfuerzos que él no hubiera realizado antes. La mortificación entraba dentro de un itinerario espiritual bendecido con numerosos frutos apostólicos. María Auxiliadora alumbraba su quehacer. «Sin Ella, había dicho, los salesianos no somos nada». En los diez años siguientes que mediaron hasta su martirio, se habían producido gravísimos altercados contra los misioneros. Manifiestos, amenazas, insultos…, hasta llegar a arrasar Iglesias y misiones. El 24 de febrero de 1930 Luis partía hacia Linchow con otro salesiano, el P. Calixto Caravario, y tres alumnas salesianas. Fueron apresados y atados, conduciéndoles a un bosque de bambú mientras les hacían objeto de linchamiento físico y verbal. Querían destruir la Iglesia y forzar a las jóvenes. Los dos sacerdotes, decididos a dar su vida, intentaron proteger a las jóvenes. Pero los violentos terminaron con ellos, fusilándolos allí mismo. Previamente pudieron orar hincados de rodillas y confesarse entre sí. Y antes con su valentía habían dejado estupefactos a los captores. Acostumbrados a ver retratado el terror a la muerte en las pupilas de los condenados, detectaron en los misioneros el gozo de la ofrenda suprema a Dios: la de su propia vida. En 1976, Pablo VI declaró mártires de la Iglesia a estos misioneros. Fueron beatificados por Juan Pablo II el 15 de mayo de 1983. Él mismo los canonizó el 1 de octubre de 2000. |
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