sábado, 27 de diciembre de 2014

32. Regalo de cumpleaños (Razones desde la otra orilla) José Luis Martín Descalzo

32. Regalo de cumpleaños
Esta señora que me escribe desde una ciudad del País Vasco se presenta a sí misma como «experta en soledades», y me explica que ella entiende muy bien ese vacío del que yo hablaba: el que se produce en un alma cuando alguno de los seres queridos se nos va para siempre.
A ella se le marchó, con sólo doce años y hace ya muchos, su único hermano. Se le fueron después, uno tras otro y casi seguidos, sus padres y algunos familiares más, y se ha quedado como un chopo que formó parte de un bosque y en el que han sido talados todos los árboles que un día le acompañaban.
Ahora -aunque ya se han cerrado con los años esas heridas- entiende muy bien «el desconcierto y la angustia» de la gente que pasa por esa prueba.
Pero aunque las suyas personales ya se han cicatrizado, las heridas, me cuenta, vuelven a reabrírsele en cada cumpleaños. Tras la muerte de los suyos, esas fechas le resultaban doblemente dolorosas, y en ellas no podía evitar el pararse ante los escaparates de las tiendas de regalos pensando qué les habría regalado si ellos siguieran vivos.
Perfumes, trajes, objetos, juguetes, todo parece tirar de ella e invitarle a comprarles para ese regalo que ya nunca llegará a quienes hoy cumplirían los años que jamás cumplirán. Era una herida más.
Hasta que un año, y ante uno de esos escaparates, sintió una voz ( que ella atribuye a su ángel de la guarda) que le decía: «Pero ¿ése es
el modo que tú tienes de agradecer a Dios los padres y el hermano que disfrutaste durante tantos años? Un vacío, una tristeza, ¿eso es lo único que puedes regalarles ahora?
¿Y si, en lugar de encerrarte en un recuerdo masoquista, se lo agradecieras ocupándote de alegrar a otros padres y otros hermanos que viven a tu lado, con lo que, además de cumplir tu obligación como cristiana, darías una verdadera alegría de cumpleaños a los que te esperan arriba?»
Dicho y hecho. Desde aquel día esta señora celebra gozosamente los cumpleaños de los muertos y puede ver ya esos escaparates sin que se le rasgue el alma. ¿Que el cinco de enero sería el cumpleaños del hermano que murió de muchacho? Pues le voy a regalar esa bici, convertida en dinero, entregándolo en metálico para la Santa Infancia. ¿Que el tres de febrero celebra su cumpleaños mi madre? Pues voy a regalarle ese abrigo de piel en un donativo para la Campaña contra el Hambre, que se celebra por estos días. Y lo voy a entregar de parte de mi mamá.
¿Que hoy es el día del Pilar, cumpleaños de mi padre? Pues hoy lo celebraríamos yéndonos todos a un restaurante. Bueno, pues mandaré el importe al asilo de ancianos, para que les den hoy un postre más.
«Y usted sabe -me dice esta señora- qué felices se me han vuelto esos cumpleaños desde que hago esto. Me ha dado una paz y una alegría que no tiene nombre, pues me parece que los 'míos' siguen más vivos ahora, a través de los otros. Además, eso me ha descubierto y como vacunado contra la tentación del ' ¡pobre de mí!' o del " ¿por qué, Dios mío?'
Y es que, pienso yo, cuando Dios ha permitido que sigamos aquí, no será para hacernos el jeremías, cuando hay tanto que hacer en el mundo.»Me he limitado, hasta aquí, a resumir la carta de una buena mujer, sencilla y cristiana. Una mujer cuya vida estalla de alegría, aunque al final, y como pudorosamente, me confiese que también conoce muy bien el dolor de esa cruz llamada cáncer y que, desde hace seis años, «le ha dado por hacer el pelma y está un día sí y otro no con radiaciones y todos esos líos».
¿Y de dónde demonios le viene entonces la alegría? Ella dice que de la fe que heredó de su madre y del espíritu de trabajo que heredó de su padre. Pero yo creo que le viene, sobre todo, del hecho de que ha convertido su vida en un don. Esta señora no hace regalos, se ha convertido ella misma en un regalo.
Cosa dificilísima de encontrar hoy, que tanto hemos multiplicado y profanado los regalos. A mí me aterran esas famosas «listas», que antes se hacían sólo para las bodas y ahora se ven en las primeras comuniones y hasta en los nacimientos. ¡Un regalo convertido en devolución del coste del menú de un banquete: qué profanación! Si lo sustancial del regalo es su espontaneidad, su libertad. Si en un buen regalo cuenta más el ingenio que el dinero. Si en el acto de regalar cuenta mucho más el amor que la practicidad de lo ofrecido.
Recuerdo cuánto me emocionó leer en un pequeño libro de Golwitzer que «la Navidad es el gran regalo de Dios a los hombres» y que, por eso, «los regalos del día de Reyes tienen algo de sagrado», ya que son como la imitación que los hombres hacemos de Dios.
Sí, me gusta la definición de Dios como regalo: porque es un don, porque es amor, porque no sirve para nada ... práctico (salvo para salvarnos). Sí, tal vez la Navidad sea como el cumpleaños de la Humanidad, y en ese día Dios va de escaparates y nos pone lo mejor que encuentra, su Hijo, en nuestros pobres y gastados zapatos.

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