lunes, 29 de diciembre de 2014

34. El Chupete (Razones desde la otra orilla) José Luis Martín Descalzo

34. El Chupete
Cuando estos días veo la famosa campañita de los preservativos no puedo menos de acordarme del viejo chupete, que fue la panacea universal de nuestra infancia.
¿Que el niño tenía hambre porque su madre se había retrasado o despistado? Pues ahí estaba el chupete salvador para engatusar al pequeño. ¿Que el niño tenía mojado el culete? Pues chupete al canto. No se resolvían los problemas, pero al menos por unos minutos se tranquilizaba al pequeño.
Era la educación evita - riesgos. Porque no se trataba, claro, sólo del chupete. Era un modo cómodo de entender la tarea educativa. Su meta no era formar hombres, sino tratar de retrasar o evitar los problemas.
Yo he confesado muchas veces que, en conjunto, estoy bastante contento de la educación que me dieron mis padres y profesores. Pero en este punto, no, no puedo estar satisfecho.
Para ellos lo más importante era que los niños o los adolescentes que nosotros éramos no sufriéramos, o sufriéramos lo mínimo indispensable. Pensaban: «Bastante dura es la vida, ya se encontrarán con el dolor. Pero que sea, al menos, lo más tarde posible.
Y así nos educaban en un frigorífico, bastante fuera de la realidad. Con lo que hicieron doblemente dura nuestra juventud o nuestra primera hombría obligándonos a resolver, entonces, lo que debió quedar iluminado o resuelto en las curvas de nuestra adolescencia.
Ocultar el dolor puede ser una salida cómoda para el educador y también para el educando pero a la larga, siempre es una salida negativa. Los tubos de escape no son educación.
Y esto me parece que estamos haciendo ahora con la educación sexual de los jóvenes. Después de muchos años de hablar del déficit educativo en ese campo, salimos ahora diciendo la verdad: que la única educación del sexo que se nos ocurre es evitar las consecuencias de su uso desordenado.
Si fuéramos verdaderamente sinceros, en estos días presentaríamos así la campaña de los anticonceptivos: saldría a pantalla el ministro o la ministra del ramo y diría:
«Queridos jóvenes: como estamos convencidos de que todos vosotros sois unos cobardes, incapaces de controlar vuestro propio cuerpo; como, además, estamos convencidos de que ni nosotros ni todos los educadores juntos seremos capaces de formaros en este terreno, hemos pensado que ya que no se nos ocurre nada positivo que hacer en ese campo, lo que sí podemos es daros sin tubo de escape para que podáis usar vuestro cuerpo, ya que no con dignidad, al menos sin demasiados riesgos.»
Efectivamente: no hay, mayor confesión de fracaso de la educación que esta campañita de darles nuevos chupetes a los jóvenes.
¿Se han fijado ustedes en que todos los grandes almacenes - sin excepción - colocan junto a los cajeros de salida toda clase de dulces, chicles, chupa chups, piruletas y demás gollerías?
Pero ¿qué pensar de una educación sexual que, olvidando todo esto, empieza y termina (repito: empieza y termina) dando salidas para evitar los riesgos, devaluando con ello esos cuatro valores?
No sé, pero me parece a mí que algo muy serio se juega en este campo. Pero, ¡ pobres los curas o los obispos si se atreven a recordar algo tan elemental.
! Les tacharán de cavernícolas, de pertenecer al siglo XIX. Y el mundo seguirá rodando, rodando. ¿Hacia qué?

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