La cueva de Belén está llena de enseñanzas. Es un espejo de virtudes del que podemos aprender tanto: humildad, pureza, obediencia, amor... Virtudes que podemos imitar en las circunstancias concretas de nuestra vida.
Por: Fabrizio Andrade | Fuente: Virtudes y valores
Por: Fabrizio Andrade | Fuente: Virtudes y valores
Además de árboles adornados, caramelos, luces de colores, días de convivencia y vacación, ¿en qué más pensamos cuando viene a nuestra mente el concepto: Navidad?
Entre tantas esferas verdes y rojas, chocolates y cajas de regalo, parece que ha quedado opacado el verdadero sentido de la fiesta de Navidad. Ha sido reducido a unas figuras que ocupan un rincón en nuestra sala de estar. Unas figuritas que representan a una mujer joven, un hombre con barba cerrada, tres personajes solemnemente vestidos, unos pastores, un ángel y un tierno bebé que acapara el centro y las miradas del conjunto.
No está mal preocuparse por los detalles externos, al contrario, nos estimula a crear el entorno característico de fraternidad, alegría, generosidad… pero ante todo son un medio para formar un ambiente más interior y personal, un clima que nos ayude a vivir el verdadero sentido de la Navidad: el nacimiento de Cristo, su venida al mundo despojándose de su condición divina, tomando una tan pobre como la nuestra. Todo esto por una razón: el amor. Para hacernos el regalo de la redención.
Junto con los preparativos y adornos externos también tenemos que preparar el Belén interior: un alma limpia y digna para que Cristo nazca en nosotros. Cada una de las personas que se representan en el Belén tiene una lección que enseñarnos: un corazón maternal como el de María; la responsabilidad de san José; una actitud de adoración como los reyes magos; la sencillez de los pastores; el anuncio y la alegría como nos da ejemplo el ángel mensajero.
Se podría hacer todo un largo tratado sobre cada una de estas lecciones, pero el mejor tratado y el campo para poner todo esto en práctica lo encontramos en nuestra vida ordinaria: en la oficina, en nuestro hogar, con los amigos, en el juego, en las clases… Todos los días se nos presenta la oportunidad de formar un corazón maternal que acoja a todas las personas, dedicándoles un momento de nuestra atención para escucharles o darles una palabra de ánimo.
Cuando nos encontremos cansados por el trabajo, pensemos e imitemos a san José; que llevó con responsabilidad y entrega su misión, tanto en los momentos fáciles como en aquellos oscuros donde la fe fue su único faro.
Vamos a acercarnos al Misterio con una actitud de adoración. «Hemos venido a adorarle» (MT 2, 2) es la frase que resume el largo recorrido de los Reyes Magos. Todo ha valido la pena para entrar en la cueva y postrarse ante el Rey de reyes, un recién nacido como cualquier otro, indefenso y frágil.
Dios ama las almas sencillas. Los pastores dejaron entrar el mensaje en su alma; no le cerraron la puerta con el pestillo del egoísmo. Dejaron a un lado su trabajo y se pusieron en marcha, con todo y ovejas, a encontrarse con el Salvador, sin que fuera necesario una exhaustiva explicación de las escrituras.
Al ángel mensajero sólo le bastaron estas palabras: «Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor» (LC 2, 11). Los pastores, sin más tardar, dijeron: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado» (LC 2.15).
Con nuestro testimonio y con nuestra alegría debemos ser heraldos del Rey que está por nacer. Vale más un hecho, un buen ejemplo, que mil palabras. Esta gran noticia nos tiene que llenar de alegría a tal punto que irradiemos, como una estrella, señalando hacia Belén.
Hay que adornar nuestra alma con virtudes, obras buenas y mucho amor. La clave se encuentra en que tengamos el deseo y queramos, desde ahora, hacer en esta Navidad la verdadera experiencia de Cristo. La experiencia de que Él ha querido venir hasta nosotros. La experiencia de que Jesús Niño ha sido acogido en un corazón dispuesto y cálido. Que en este año no se encuentre con las puertas cerradas, o con un corazón frío e indiferente, donde todo esté ya ocupado.
Las luces de colores, guirnaldas y villancicos nos refrescan el sentido de lo que vamos a conmemorar, por eso también son importantes. Que este año el pino sea grande y esté forrado de esferas y luces; que se escuchen los villancicos; que haya buñuelos y turrones; regalos para todos. Que se destaque en nuestra sala el Belén y sus peregrinos; que brille y tenga vida en nosotros el Belén de nuestra alma.
Entre tantas esferas verdes y rojas, chocolates y cajas de regalo, parece que ha quedado opacado el verdadero sentido de la fiesta de Navidad. Ha sido reducido a unas figuras que ocupan un rincón en nuestra sala de estar. Unas figuritas que representan a una mujer joven, un hombre con barba cerrada, tres personajes solemnemente vestidos, unos pastores, un ángel y un tierno bebé que acapara el centro y las miradas del conjunto.
No está mal preocuparse por los detalles externos, al contrario, nos estimula a crear el entorno característico de fraternidad, alegría, generosidad… pero ante todo son un medio para formar un ambiente más interior y personal, un clima que nos ayude a vivir el verdadero sentido de la Navidad: el nacimiento de Cristo, su venida al mundo despojándose de su condición divina, tomando una tan pobre como la nuestra. Todo esto por una razón: el amor. Para hacernos el regalo de la redención.
Junto con los preparativos y adornos externos también tenemos que preparar el Belén interior: un alma limpia y digna para que Cristo nazca en nosotros. Cada una de las personas que se representan en el Belén tiene una lección que enseñarnos: un corazón maternal como el de María; la responsabilidad de san José; una actitud de adoración como los reyes magos; la sencillez de los pastores; el anuncio y la alegría como nos da ejemplo el ángel mensajero.
Se podría hacer todo un largo tratado sobre cada una de estas lecciones, pero el mejor tratado y el campo para poner todo esto en práctica lo encontramos en nuestra vida ordinaria: en la oficina, en nuestro hogar, con los amigos, en el juego, en las clases… Todos los días se nos presenta la oportunidad de formar un corazón maternal que acoja a todas las personas, dedicándoles un momento de nuestra atención para escucharles o darles una palabra de ánimo.
Cuando nos encontremos cansados por el trabajo, pensemos e imitemos a san José; que llevó con responsabilidad y entrega su misión, tanto en los momentos fáciles como en aquellos oscuros donde la fe fue su único faro.
Vamos a acercarnos al Misterio con una actitud de adoración. «Hemos venido a adorarle» (MT 2, 2) es la frase que resume el largo recorrido de los Reyes Magos. Todo ha valido la pena para entrar en la cueva y postrarse ante el Rey de reyes, un recién nacido como cualquier otro, indefenso y frágil.
Dios ama las almas sencillas. Los pastores dejaron entrar el mensaje en su alma; no le cerraron la puerta con el pestillo del egoísmo. Dejaron a un lado su trabajo y se pusieron en marcha, con todo y ovejas, a encontrarse con el Salvador, sin que fuera necesario una exhaustiva explicación de las escrituras.
Al ángel mensajero sólo le bastaron estas palabras: «Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor» (LC 2, 11). Los pastores, sin más tardar, dijeron: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado» (LC 2.15).
Con nuestro testimonio y con nuestra alegría debemos ser heraldos del Rey que está por nacer. Vale más un hecho, un buen ejemplo, que mil palabras. Esta gran noticia nos tiene que llenar de alegría a tal punto que irradiemos, como una estrella, señalando hacia Belén.
Hay que adornar nuestra alma con virtudes, obras buenas y mucho amor. La clave se encuentra en que tengamos el deseo y queramos, desde ahora, hacer en esta Navidad la verdadera experiencia de Cristo. La experiencia de que Él ha querido venir hasta nosotros. La experiencia de que Jesús Niño ha sido acogido en un corazón dispuesto y cálido. Que en este año no se encuentre con las puertas cerradas, o con un corazón frío e indiferente, donde todo esté ya ocupado.
Las luces de colores, guirnaldas y villancicos nos refrescan el sentido de lo que vamos a conmemorar, por eso también son importantes. Que este año el pino sea grande y esté forrado de esferas y luces; que se escuchen los villancicos; que haya buñuelos y turrones; regalos para todos. Que se destaque en nuestra sala el Belén y sus peregrinos; que brille y tenga vida en nosotros el Belén de nuestra alma.
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