Natividad del Señor (Misa de medianoche)
Con San Pablo exclamamos en la entrada de esta celebración: «Ya se cumple el tiempo en el que Dios envió a su Hijo a la tierra» (Gál 4,4). En la oración colecta (Veronense) pedimos al Señor Jesús que venga y no tarde, para que su venida consuele y fortalezca a los que esperan todo de su amor.
–2 Samuel 7,1-5.8-11.16: El trono de David durará para siempre. No será David el que edifique el templo del Señor. Pero el Señor le premia su buena intención, y le promete la perennidad de su dinastía. Por eso el Mesías será hijo de David y su reino será eterno. En el tierno Niño de Belén hemos de ver al fuerte y poderoso Rey divino, al Señor del universo, al Fundador del Reino de la Verdad y de la Vida, de la santidad y de la gracia, de la justicia del amor y de la paz.
La fe debe hacernos contemplar la corona y el cetro que la vista corporal no alcanza a ver. El Padre eterno decreta: «Yo mismo he establecido a mi Rey en Sión» (Sal 2,6). Y Cristo, el nuevo Rey, lo proclama ante el mundo: «El Señor me ha dicho: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Pídemelo y te daré en herencia las naciones y te haré dueño de todos los confines de la tierra» (7-8).
Nosotros creemos en su reinado, nos sometemos a su imperio, nos consideramos dichosos de ser conducidos, mandados y regidos por Él. Adoraremos al Rey en un pesebre, y lo veneraremos en su Ascensión a la derecha del Padre, cuando diga: «Se me ha dado todo poder sobre los cielos y sobre la tierra» (Mt 28,18). ¡Nos entregamos totalmente a su dominio! ¡Queremos servirle, vivir y morir en su santo servicio!
Ese reinado no se funda ni en la carne, ni en la sangre, ni en la raza, ni en el nacimiento, ni en las armas, ni en los ejércitos, ni en riquezas o grandes extensiones de tierra. No se funda tampoco en las dotes naturales del hombre: en su inteligencia, en sus ascendientes, ni en su influencia; tampoco en su cultura, en su renombre o en su perspicacia. Solo se funda en dos cosas: en la gracia divina y en la buena voluntad del hombre para recibir esa gracia. Abrámonos a esa gracia divina.
–Con el Salmo 88 cantamos eternamente las misericordias del Señor. Dios prometió a David un reino para siempre, un trono para la eternidad, y por eso su fidelidad permanece en todas las edades. En Navidad se renueva esa alianza maravillosa en favor de todos los hombres:
«Anunciaré Su fidelidad por todas las edades. Porque dije: “Tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad”. Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: “Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono por todas las edades”. Él me invocará: “Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora”. Le mantendré eternamente mi favor, mi alianza con él será estable». Solo en Cristo se ha realizado plenamente esta formidable promesa del Señor.
–Lucas 1,67-79: Nos visitará el Sol que nace de lo alto. Zacarías en el Benedictus descubre la misteriosa realidad escondida en aquellos niños, Juan y Jesús. En una hora de inspiración inefable, es profeta que declara y anuncia las obras de Dios, a quien alaba en el comienzo de la salvación. La fuerza de Dios se ha hecho presente en el seno de una Virgen. El Mesías viene a dar la libertad que es necesaria para servir a Dios con santidad y justicia. En el Mesías, el pueblo de Dios será regido por un Rey bueno, pacífico y salvador. Juan será el heraldo, la voz. Su grandeza está en preparar el camino del Señor, llevar al pueblo al conocimiento del Salvador. Oigamos a San Ambrosio:
«Considera qué bueno es Dios y qué pronto para perdonar los pecados. No solo le da a Zacarías lo que le había quitado, sino que le otorga también lo que no esperaba. Este hombre, después de largo tiempo mudo, profetiza; pues ésta es la máxima gracia de Dios, que aquellos que le habían negado le rindan homenaje.
«¡Que nadie pierda, pues, la confianza! Que nadie, con el recuerdo de sus faltas pasadas, desespere de las recompensas divinas. Dios sabrá modificar su sentencia, si tú sabes corregir tu falta» (Comentario Evang. Lucas II,33).
La misericordia de Dios, como ya había sido prometido a Abraham, ha hecho nacer de su descendencia el Sol que ilumina los pasos de los hombres por el camino de la paz, aunque muchas veces se obstinen en esconderse en las tinieblas del error y del pecado. «La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la admitieron. Él vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1,5.11). Oigamos a San Juan Crisóstomo, que nos exhorta a recibir a Cristo:
«Él se nos ofrece para todo. Y así nos dice: “si quieres embellecerte, toma mi hermosura. Si quieres amarte, mis armas. Si vestirte, mis vestidos. Si alimentarte, mi mesa. Si caminar, mi camino. Si heredar, mis heredades. Si entrar en la patria, yo soy el arquitecto de la ciudad...
«“Y no te pido pago alguno por lo que te doy, sino que yo mismo quiero ser tu deudor, por el mero hecho de que quieras recibir todo lo mío. Yo soy para ti padre, hermano, esposo; yo soy casa, alimento, vestido, raíz, fundamento, todo cuanto quieras soy yo; no te veas necesitado y carente de algo. Incluso yo te serviré, porque vine “para servir, y no para ser servido” (Mt 20,28). Yo soy amigo, hermano, hermana, madre; todo lo soy para ti, y solo quiero contigo intimidad. Yo soy pobre por ti, mendigo para ti, crucificado por ti, sepultado por ti. En el cielo estoy por ti ante Dios Padre; y en la tierra soy legado suyo ante ti. Todo lo eres para mí, hermano y coheredero, amigo y miembro. ¿Qué más quieres? ¿Por qué rechazas al que te ama y trabajas en cambio para el mundo, echándolo todo en saco roto?”» (Homilía 76 sobre Evg. Mateo).
Dejémosle al Salvador nacer de nuevo en nuestros corazones. El hombre de buena voluntad, que hoy abre su corazón a la verdad y al bien, el que está dispuesto a recibir sencillamente y con rectitud la verdad y a practicar el bien, alcanzará la amistad de Cristo y la posesión del reino de Dios. ¡Tan amplios y universales y, al mismo tiempo, tan sencillos son sus fundamentos! Dejemos que el Sol que nace de lo alto ilumine nuestras tinieblas. Sometámonos al reinado de Cristo. En él encontraremos la verdad, la paz y la vida.
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