Cantamos en la entrada, «Un niño nos va a nacer y su nombre es: Dios guerrero; Él será la bendición de todos los pueblos» (Is 9,6; Sal 71,17). En la colecta (Rótulus de Rávena), pedimos al Señor todopoderoso y eterno, al acercarnos a las fiestas de Navidad, que su Hijo, que se encarnó en las entrañas de la Virgen María y quiso vivir entre nosotros, nos haga partícipes de la abundancia de su misericordia.
–Malaquías 3,1-4; 4,5-6: Antes del día del Señor, os enviaré al profeta Elías. Contra el sacerdocio infiel, Malaquías anuncia el terrible Día de Yahvé. El Señor vuelve a su templo para renovarlo mediante el fuego purificador y reinstaurar en él un sacerdocio santo y una oblación justa y aceptable. La venida del Señor la anunciará un mensajero, como los heraldos pregonaban la venida del emperador: será el profeta Elías, arrebatado al cielo.
En el Nuevo Testamento, Jesús dice que su precursor, Juan Bautista, «es Elías, el que iba a venir» (Mt 11,14). También nosotros tenemos nuestro día. Hay muchos días en nuestra vida y también muchos «precursores» que nos lo anuncian y nos preparan para ese día concreto. Días concretos en los que Dios otorga sus dones y nos visita para provocar en nosotros una ascensión más en nuestro camino de perfección cristiana: unos misiones populares, unos ejercicios espirituales, una simple homilía… Hemos de acogerlos con un corazón abierto.
En todos esos días se hace más palpable la presencia del Emmanuel, es decir «Dios con nosotros». Él es el Hijo Unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, de igual sustancia que el Padre. Él, por nuestra salvación, descendió de los cielos, se encarnó por obra y gracia del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, y se hizo hombre. ¡Dios con nosotros! Se hace pobre con nosotros, ora con nosotros, siente y padece con nosotros. ¡Dios con nosotros! Nos da su amor, su verdad, su Corazón, su gracia, su sangre y, con todo esto, su perdón. Reconozcamos siempre en nuestra vida el Día del Señor y aceptémoslo con gratitud y alegría desbordante.
–El Señor está ya a la puerta para salvar a la humanidad. Pidámosle con el Salmo 24 que nos enseñe sus caminos de purificación, de conversión, de perdón…, que lleguemos al conocimiento interno y sabroso de que «se acerca nuestra liberación». Digámosle confiadamente: «Señor, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame, porque Tú eres mi Dios y Salvador. El Señor es bueno y recto y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes. Las sendas del Señor son misericordia y lealtad, para los que guardan su alianza y sus mandatos. El Señor se confía con sus fieles y les da a conocer su alianza». Es el Día del Señor. Recibamos con humildad sus dones.
–Lucas 1,57-66: Nacimiento del Bautista. Dios le ha dado un nombre: Juan, que significa «Dios se ha compadecido». Es el Precursor de la gran misericordia de Dios, la venida de Cristo. Dios en su nacimiento, una vez más, interviene en la historia humana y la convierte en historia de la salvación. Alegrémonos también nosotros en el nacimiento de Juan. Escribe San Ambrosio:
«Isabel dio a luz a un hijo, y sus vecinos se unieron en su alegría. El nacimiento de los santos es una alegría para muchos, pues es un bien común, ya que la justicia es una virtud social. En el nacimiento del justo se ven ya las señales de lo que será su vida, y el atractivo que tendrá su virtud está presagiado y significado en esa alegría de los vecinos» (Comentario Evang. Lucas II,30).
Acojamos el día de la visita de Dios. Son muchas las visitas que nos hace el Señor en nuestro caminar hacia el Padre. Dios grande y santo viene a nosotros, pecadores indignos. Viene no para aniquilarnos, como lo hizo en otro tiempo: diluvio, Sodoma, Gomorra…, sino para librarnos, para darnos sus dones y gracias con los cuales progresemos en la virtud, en la vida interior. No se contenta simplemente con ocupar nuestro lugar y con expiar nuestros pecados, abandonándonos después a nuestra suerte, sino que viene muchas veces con sus visitas, con sus dones y sus avisos. Quiere levantarnos hasta Él mismo, nos incorpora consigo, nos comunica su propia vida y nos vivifica… Emplea también a veces sus intermediarios, sus precursores…
La figura del Bautista, el precursor, en estas vísperas ya de la Navidad, sigue llamándonos a una conversión que abra nuestros corazones al Señor que viene, que quiere venir más dentro de nuestras vidas. Oigamos a San Juan Crisóstomo:
"Si Juan, siendo tan santo, «vivió entregado a una vida tan áspera, lejos de toda lujo y placer... ¿qué defensa habrá en nosotros que, después de tanta misericordia de Dios y tan grande carga de nuestros pecados, no mostramos ni la mínima parte de la penitencia del Bautista?... Apartémonos de la vida muelle y relajada, pues no hay modo de unir placer y penitencia» (Homilías sobre Evg. Mateo 10,4-5).
Reconociendo que somos pecadores, y que necesitamos absolutamente al Salvador, cantamos en Vísperas, en la antífona del Magníficat: «¡oh Emmanuel, Rey y Legislador nuestro, Expectación y Salvador de las gentes! Ven, a salvarnos, Señor, Dios nuestro».
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