martes, 23 de diciembre de 2014

28. Miedo al hijo (Razones desde la otra orilla) José Luis Martín Descalzo

28. Miedo al hijo
Tengo que confesar que las historias en torno al tema de los anticonceptivos me preocupa, claro, como cristiano y como cura, pero, antes, mucho antes, y más, mucho más, como simple hombre y persona, porque tengo la impresión de que ahí se está jugando una de las batallas fundamentales sobre la misma concepción de lo que es un hombre.
Y es que, se quiera o no, lo que realmente divide en dos a los humanos es esa línea que pasa entre el egoísmo y la generosidad, Hay muchas personas que centran toda su vida en sí mismas, viven para la conquista de su propia y personalísima felicidad y a esto subordinan cuanto hacen, dicen o piensan. Y hay otros seres que entienden su vida como un servicio a otras personas, otras ideas, otros grupos humanos 0, simplemente, a su familia. De este doble y dispar planteamiento surgen dos tipos de hombre diferentes, y yo casi me atrevería a decir que surgen como dos razas de seres distintos.
¿Cuál de ellas es más abundante en el mundo? No es posible, claro, hacer estadísticas. Pero, a simple vista, uno se ve forzado a admitir dos cosas: que el número de los egoístas parece más abundante que el de los generosos y, sobre todo, que la cifra de egoístas está creciendo desmesuradamente en un mundo en el que todo --educación, confort, campañas públicas, consumismo- invita a la sublimación más alta de¡ egoísmo. Todo, sin excepción, te invita a ello. Y cuando alguien (el Papa, algunos defensores de la mejor ética) te pide que vivas a contra- pelo, inmediatamente surgen voces que se cachondean suavemente de él.
Y me sigue pareciendo a mí que la cima más alta de esta exaltación del egoísmo está, precisamente, en todas las campañas a favor de la anticoncepción, que se ha convertido en el símbolo perfecto de la antigenerosidad.
Recuerdo haber leído hace bastante tiempo un texto de la doctora Pérez Jover que me gustaría que fuera meditado palabra a palabra por quienes tienen la gentileza de leerme. Dice así:
«Al negarse en principio a dar la vida se antepone lo personal a una entrega a otro ser humano, en este caso a los posibles hijos, y esa situación de rechazo determina un endurecimiento de los sentimientos, con la consiguiente insensibilización para estos problemas, y ese sentimiento egoísta acaba por dominar a las personas y las hace actuar en perjuicio de¡ otro ser, que es el hijo.»
Efectivamente: más allá incluso de la moral, el «negarse en principio a dar la vida» es algo demasiado gordo en un ser humano. Por fortuna, la naturaleza está muy bien hecha y todas las campañas del mundo no han impedido que la mayoría de las madres aspiren a tener hijos y de hecho, si pueden, los tengan. Esas campañas han conseguido, es cierto, que muchas parejas retrasen artificialmente esa venida o que se reduzcan a la cómoda «parejita». Pero lo realmente grave es que también han logrado disociar en muchos el acto de amor y la concepción, creando el pánico, el miedo al hijo, que, al parecer, para ellos, es el gran enemigo de la felicidad de las personas.
Lógicamente, conseguir que el acto de amor sea, a la vez, la cima del egoísmo, es, o debería ser, algo tan contradictorio como un círculo cuadrado o un hielo ardiente. Pero esa contradicción tan deshumanizadora se ha vuelto, de hecho, pan de cada día de la humanidad actual.
Me gustaría que algún gran psicólogo nos explicase qué puede producir en una conciencia la coincidencia habitual de amor y egoísmo. Ciertamente, ese «endurecimiento de sentimientos» de que hablaba la doctora antes citada, un endurecimiento que tiene que acabar por dominar a las personas, convirtiéndolas en rocas de superegoísmo.
De todo esto, naturalmente, nada dicen las propagandas más o menos oficiales. Nos dicen que con la anticoncepción se combaten (y ojalá fuera cierto, que no lo es) no sé cuántas enfermedades. Pero ocultan que con ella se contrae, difunde y propaga la más grande de todas las enfermedades humanas: la que nos corroe el corazón con el egoísmo.

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